Shiina: Días lejanos

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Para cuando acabamos de comer, había decidido ir a entregarle personalmente su obsequio a Cuervo, o al menos intentar salir ileso. Robin apoyó la idea, así que mientras ella y Aoi retiraron la mesa, yo tomé rumbo por el pasillo.

La habitación de Cuervo era casi la última, y aunque la puerta de papel no era distinta a las demás, sentí un escalofrío tan siquiera con detenerme frente a esta. Suspiré, buscando las palabras correctas mientras dejaba caer mi nudillo en el marco del shoji tres veces. Tras un momento de silencio que me pareció eterno, llegó a mis oídos un débil "¿Quién llama?"

─S-soy Shiina ─respondí con la voz aguda del pánico, imaginando los peores escenarios, pero antes de que pudiera reaccionar a ello, respondió:

─Pasa. ─¿Habría entendido bien?

─¿Que pase...?

─¿Estás sordo o eres estúpido? ─inquirió elevando la voz. Se me escapó una risa nerviosa antes de deslizar la puerta, encontrándome una imagen simple y cautivadora: Cuervo sentada en el tatami, de espaldas a mí, cepillando su largo cabello de plata. Había algo en su perfil respingado que me recordaba a un oscuro grabado romántico, algo en sus movimientos que me rememoraban el trazo de tinta en un poema de amor. De pronto noté que sus punzantes ojos verdes estaban puestos sobre mí. ¿Cuánto tiempo llevaba parado viéndola? Avergonzado, cerré la puerta.

─¿Qué quieres? ─preguntó con desgano, sin dejar de ordenar su melena de diosa.

─Ah... traje un obsequio para ti también, pero te fuiste antes de que pudiera... ─ Pero no continué, desconcertado por un ruido similar al chasquido de la lengua. Conservando la distancia que nos separaba, saqué de mi zurrón el objeto, y me incliné para entregárselo debidamente ─. Ten...

Ella se giró, recibiendo con ambas manos el espejo que le extendía, con una mueca indescifrable para mí. A penas arqueó un poco las cejas al verse reflejada.

─Me regalas un espejo... No pensé que te parecía el tipo de chica vanidosa que gustaría de algo así, sobre todo luego de que me llamaras "marimacho" cuando nos conocimos ─ comentó, sin mirarme, acariciando las cuerdas que formaban la enredadera en el mango. Quise responder, avergonzado por aquel recuerdo, pero ella se adelantó ─. Como si tuviera importancia... Solo traes ofrendas a quienes desconoces para obtener a cambio un vínculo del cual sacar provecho.

No pude rebatirle, aunque ella no estaba preguntando algo. Su expresión se había definido en una ira controlada, y lo que captaba de sus ojos era similar al... ¿dolor?

─He visto tantas veces a tu despreciable especie humana acercarse a otros con curiosidades para engatusarlos, que hasta si trajeras una flor de loto carecería de gracia. ─Como vio que las palabras no me salían, torció el gesto con una sonrisa forzada, volviendo a voltearse ─. Gracias por tu obsequio.

Aquel intento de mantener la diplomacia, a pesar de sus duras palabras, me hizo aterrizar. Sacudí la cabeza, intentando ignorar la ligera ropa de Cuervo, que dejaba al descubierto sus piernas largas y parte del escote. Cuando seleccioné el espejo de todas las porquerías de mi baúl, había imaginado mil escenas del momento en que lo entregaría, pero ninguna se parecía a ese, con aquel discurso ronco y doliente.

─No era mi... Yo solo quería mantener las formalidades de esta tierra ─balbuceé. Evidentemente no me creyó, ni yo lo hice.

─Insistes en husmear esta casa porque quieres información, ¿estoy en lo correcto? ─Una vez mas, no me dejó contestar ─ ¿Pero qué quieres saber? ¿A dónde quieres llegar? ¿Qué vas a sacar de enterarte de algo que no te incumbe?

Cuervo tomó una pausa para respirar, pues su voz se había quebrado dolorosamente al final de la pregunta. Se puso de pie con el peine y espejo en mano, acercándose a un mueble en penumbras para guardarlos.

Memorias PerdidasWhere stories live. Discover now