Shiina: Emigrando

20 2 7
                                    

Cuando logré acoplar mi conciencia al pequeño cuerpo de Shiina, y abrí los ojos otra vez, vi mi habitación inundada de tonos carmesí. Pestañeé varias veces, incrédulo de que hubiera caído ya el ocaso. Antes de incorporarme, dejé que todas las sensaciones y recuerdos se acomodaran en mi mente, y para cuando traspasé la puerta de mi habitación lo único de Orgo que conservaba era la sed de venganza contra Kaede, que estaba al final del pasillo conversando con otra de mis compañeras, y en cuanto me vio puso cara de espanto.

─Shiina, ¿cómo te has...?

─¿... librado del castigo? Adivina, la Reina no es tan estúpida como para caer en tus mentiras ─espeté, avanzando hasta quedar a un palmo de su rostro, desfigurado por el miedo.

─¿Mentiras, dices? ¿Te refieres a que tus amiguitas son un grupo de asesinas? ─chilló, acorralada contra la pared.

─Cállate, Kaede, o harás que nos echen ─pidió la otra bruja en un siseo.

─¿Quieres que te enseñe cómo es un asesino? ─repliqué yo, sin poder medir el tono de mi voz. Levanté la mano derecha para atenazarle el cuello, pero nuestra compañera me sujetó con fuerza por la muñeca.

─Basta, Orgo, compórtate como el general que eres ─ordenó, apartándome a la fuerza. Maldije mi suerte de estar encarnado en un cuerpo tan débil, trastabillando un poco. Kaede, pálida por el miedo, se escondió detrás de la bruja.

─Óyeme bien, mocosa ─escupí, alejándome en dirección contraria a las mujeres ─. Para mi, a partir de hoy estás muerta, y olvidaré tu lastimera existencia... pero si llego a saber que continúas injuriando a las Halcones, tomaré medidas y te arrancaré la cabeza del cuerpo, ¿entendiste?

Antes de oír su respuesta siquiera, cerré de golpe la puerta de mi habitación. Me sentía tan furioso de que fueran a sancionarme por su culpa, que por mas que intenté calmarme no lo conseguí, y la luna se convirtió en la reina de la noche antes de que pudiera encontrar mi centro. Al final me acosté sin cenar, pensando en cómo se tomarían las chicas la pronta noticia de que, muy probablemente, debería irme de su hogar, y tomar una actitud distante con ellas. Seguramente Robin se pondría triste, pero lo aceptaría con madurez; a Aoi, podía oírla preguntando por la razón de aquello con un puchero, mientras que Cuervo... ¿cómo reaccionaría? ¿se alegraría de que al fin me fuera, o le pondría de mal humor mi repentina partida?

¿Cómo podría continuar cómodamente mi vida lejos de un lugar en el que, por primera vez en mucho tiempo, sentía como un verdadero hogar?

A la mañana siguiente me levanté con un ataque de energía positiva, que para nada acompañaba el clima otoñal que afuera reinaba. Entre mis sueños de madrugada me había llegado una idea maravillosa: Tal vez Evangeleine iba a sancionarme y prohibirme vivir con las Halcones, pero hasta que me diera tal sanción, podía relacionarme con ellas como se me antojara. ¿Y qué si tan solo eran unos días? La felicidad que ellas me otorgaran en unas semanas, quizá sería el único verano que tendría mi encarnación humana. ¿Porqué no ser feliz con ellas?, aun más, ¿porqué no revelar a Cuervo mis sentimientos de una vez por todas?

Eufórico de alegría, desayuné en el primer piso de la posada sin prestar atención a los murmullos de mis compañeras brujas, alisté mi zurrón con todo lo necesario, y partí rumbo a la residencia Nadeshiko.

El camino estaba gélido y fangoso por el rocío matutino, por lo que subir el monte se me hizo algo mas dificultoso que otras veces. Cuando iba llegando a la parte alta, donde estaban las casas vecinas, pude distinguir a pocos pasos la desgarbada figura de Aoi inclinada sobre el sendero.

Tenía la ropa rasgada, y sobre el hombro derecho cargaba un canasto repleto de leños mojados.

─¡Buenos días, Aoi! ─saludé, algo extrañado de encontrarla a esas alturas de la mañana en tal actividad. Ella se volteó con pereza, abriendo mucho sus ojos ojerosos entre el largo flequillo.

Memorias PerdidasWhere stories live. Discover now