Shiina: Jaula de oro

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En medio de la oscuridad infinita, ya ni siquiera podía oír el latido de mi propio corazón, a pesar de haberme concentrado en este para comenzar el trance. Tras la quietud imperturbable y satisfactoria, empecé a notar como tomaba forma mi cuerpo y entorno, al cual abrí los ojos poco después.

No existían paredes en aquella estancia, pero tampoco había algo mas allá del halo de luz que proyectaba la envejecida lámpara de araña, o el estrecho pasillo alfombrado de la izquierda. Amueblada únicamente con una butaca aterciopelada y un amplio escritorio (abarrotado de plumas, documentos, abrecartas y una bola de cristal morada), otorgaba al sitio una apariencia sencilla. Me sorprendí de no ver a la presumida Evangeleine haciendo juego con su oficina, y alardeando sobre su cargo como la principal caballero de la Reina de las Brujas.

Vacilante, me acerqué mas al escritorio, y mis pasos resonaron en el mármol negro como si estuviese en una bóveda de cristal. Me sentía raro teniendo otra vez mi forma original, un cuerpo tan diferente al de mi encarnación humana, Shiina. Sus rasgos asexuados reemplazados por los míos toscos, su estatura y complexión delgados contra mi gran cuerpo... Intenté imaginar la expresión de las Halcones si me vieran con esa apariencia. ¿Le causaría admiración a Cuervo comprobar que era mas alto que ella?

 ─Orgo ─dijo una voz con delicadeza desde el fondo del pasillo, que no podía ser de nadie mas que de Momoko, mi reina. En medio de la tétrica estancia de su guardiana, ella parecía una rosa pálida que a penas había florecido. Su cabello claro perfectamente rizado caía acariciando el corsé hasta sus caderas delgadas, donde se ampliaba la falda de un delicado vestido blanco. Su piel ligeramente rosa parecía traslúcida, y en su rostro destacaba por sobre los demás rasgos unos enormes ojos de iris acuoso, similares a un lago profundo.

─Majestad ─respondí con una reverencia, admirando la pureza de su imagen. Ella se inclinó ligeramente como saludo, con una sonrisa suave en los labios, e hizo un gesto con el brazo para que me acercara─. Ah, lo siento, en realidad vengo con prisa. Eva me mandó a llamar...

─Lo sé. Ven ─ordenó, infantil. Sabiendo cuál sería mi respuesta, se giró arrastrando el vestido de regreso a su habitación: el único lugar que el pasillo alfombrado conectaba. Un poco antes de darle alcance, empecé a percibir el sofocante aroma que su estancia despedía, una mezcla tan empalagosa de flores y azúcar, que nublaba peligrosamente los sentidos.

Su habitación (a diferencia de la de Eva) tenía paredes, circulares y tapizadas en un patrón opaco, que quedaba perdido en la luminosidad propia del lugar. Casi todo estaba recubierto por estantes envejecidos y encantadoras mesitas ratonas pintadas de blanco. Asomaban por doquier juegos de té, cajas de pastas y frascos con dulces, algunos jarrones de flores inmortales y joyeritos de plata con misterioso contenido. El techo estaba sostenido por varias bigas que aguantaban un segundo piso al que se accedía por una estrecha escalerilla de barandal dorado, también decorado con moños de tul rosa y blanco. El lugar tenía un impacto tan propio de Momoko, que en cuanto lo pisé sentí ganas de darme la vuelta, a la oficina de Eva.

─Tome asiento ─pidió al pasar por delante de mí a toda prisa, con una tetera redonda entre sus manitos. Vertió cuidadosamente el líquido en una tacita cuando me senté, temeroso de doblar las delgadas patas de la silla de terraza, y sirvió para ella también. La mesa estaba abastecida para celebrar una fiesta de té para dos, tan exageradamente adorable como el resto de la habitación. Dejando la tetera a un lado, finalmente se sentó con la cara entre las manos enguantadas, dándome total atención ─. ¿Leche?

─No, gracias.

─¿Qué tal un bizcocho?─ insistió, acercándome la bandeja de tres platos. Cogí uno de los dulces que me ofrecía, asimilando la idea de que no planeaba dejarme tener mi cita con Eva pronto. Intenté mantener la mente en blanco para que no pudiera leerme con sus penetrantes ojos─. Ha pasado tanto tiempo desde que tomamos juntos el té, mi querido Orgo...

Memorias PerdidasWhere stories live. Discover now