¿Esto es en serio?

—Perdón, pero creo que hay un malentendido aquí —comienzo a defenderme con tranquilidad, pero poco a poco mi tono de voz se va elevando—. Yo vine a trabajar, a colaborar con la restauración de la biblioteca y sus ejemplares, no para llenar unas estúpidas carretillas con escombros y con piedras o...

—¿Y qué creíste que ibas a hacer? —interrumpe y corta mi monólogo sin miramientos—. ¿Jugar con los libros?

Lo miro de arriba abajo, con desdén. Ese esuno de los peores insultos para una licenciada en bibliotecología, siempre rebajadaa simple bibliotecaria.

—¿Disculpa? —El calor sube a mi rostro y siento que mis orejas ya están enrojecidas, cuando discuto tiendo a ponerme nerviosa y mis palabras se acumulan en mi cerebro sin dejarme expresar con tranquilidad—. No sé quién te crees que eres, pero...

—¿Pero qué, Princesa de Ciudad? Creo que tú eres la que no entiendes qué sucede aquí. Aquí no necesitamos nada que tu puedas ofrecer con tu espectacular currículum de universitaria. —Hace una pausa, y continúa con un tono extremadamente calmado—. Al menos no ahora. Te sugiero que te marches de Deeping Cross; no nos hace bien tu soberbia citadina, querida.

No puedo determinar si en sus palabras hay odio, remordimiento o una advertencia. ¿Será así con todos mis viejos conocidos? ¿La gente me despreciará por haberme ido y regresar solo por trabajo? ¿Me verán con desaire, como yo también admito piensode ellos y me permití (y permito)  menospreciarlos por su estilo de vida?

—¿Por qué no te vas a la mierda, querido? —utilizo su mismo tono petulante; no me permito aflojar—. Consíguete otra mandadera.

Un carraspeo se oye a nuestro costado. Kris cierra sus ojos y, en menos de un segundo, cambia su postura a una más amable y cordial.

—Bueno, pero ¿qué tenemos por aquí? ¿Acaso mis oídos escuchan una discusión? —farfulla la voz del viejo director de la biblioteca a mis espaldas, con tranquilidad.

Un estremecimiento me recorre. ¿Cuándo demonios entró? Me giro, sorprendida, y observo que se acerca a nosotros con pasos cortos, silenciosos y trabados; se nota que la edad le está jugando malas pasadas en cuanto a lo corporal; pero puede caminar mejor que yo entre todos los escombros y las baldosas mal trechas. Una vez a nuestro lado, Kris lo saluda con una cortesía tan repugnante que casi logra hacerme vomitar. Maldito falso. Noto que ya no tiene el teléfono en sus manos, lo debe haber guardado en cuanto me volteé.

—Claro que no, Director —responde con una encantadora sonrisa—. La señorita Cooper me comentaba que se siente realmente apenada por no haber venido acorde a la situación. Ella creyó que ya podría comenzar con las tareas bibliotecarias, propiamente dichas.

El viejo Luke Harris voltea hacia mi lado y me sonríe con una condescendencia que me hubiera resultado enternecedora por sus casi ochenta años... pero en otro momento. Ahora solo tengo ganas de irme de aquí cuanto antes.

—Mi nieta, digo, mi secretaria —se corrige— debió mandarte un correo ilectrónico hace un par de días. ¿Lo leíste? Ahí se te mencionaba que se buscaban voluntarios que las primeras tareas son de fuerza y requieren mucho empeño, querida. —Hace una pausa, se talla uno de los cristales de sus anteojos con el borde de su suéter verde, elegante pero notablemente añejado, cubierto de un insoportable olor a naftalina, y luego continúa—: Cuando terminen de despejar toda el área, ya podrás empezar con el trabajo que te será pago. Pero según el pequeño Kris eso será recién en unas dos semanas. Gracias por querer ayudarnos, jovencita, pero debes prestar atención y no ser demasiado ansiosa. De todas formas, no te preocupes. Trata de traer ropa más adecuada mañana.

No sigas la música || ¡Ya en librerías! 📚💜Where stories live. Discover now