Harta de él, me giro. ¿Quién mierda se cree que es para hablarme de esa forma tan mordaz? Tengo nombre y apellido: soy Rain Cooper, no una imbécil «Princesa de Ciudad». Desde que ingresé al establecimiento derruido, él no se molestó siquiera en saludarme; solo se la pasó diciéndome de esa manera tan irritante, y dándome órdenes desde lo alto de unos peldaños, donde se supone está armando una viga provisoria para trabajar en la parte superior de unas columnas aún en pie.

No es que me esperaba un reencuentro emotivo o algo por el estilo, no. ¡No me interesaba nada así! Casi no hablaba con él cuando era pequeña, antes de marcharme de Deeping Cross. De hecho, si el señor Harris no me lo hubiese mencionado, se hubiera quedado en el olvido dentro de los recónditos mi mente, como tantas otras personas de este miserable pueblo, abandonado de la mano de Dios, el wifi y el universo. Recuerdo que de chica tenía una mala impresión de él: me parecía un pedante egocéntrico que se la pasaba, encorvado y solo, dibujando —a la perfección— todo lo que sea que se le metiera en su puto camino. Se creía mucho por ser bueno con los lápices. En fin, solo era un snob más de diecisiete años.

—Soy Rain Cooper —repito, paciente y lacónica, como todas las veces anteriores que me dijo así—. ¿O no me recuerdas? —Trato de sonar pedante—. Íbamos a la misma preparatoria, pero no éramos compañeros porque tú eres dos años mayor.

Y, tan pronto como lo digo, me arrepiento.

¡Soy una imbécil! Además de sonar como una acosadora que lo recuerda todo, es obvio que íbamos juntos: solo hay una preparatoria en Deeping Cross. También hay una sola primaria, un solo jardín de niños, una sola secundaria —que comparte edificio con la preparatoria—, una comisaría, una iglesia, una alcaldía, un solo restaurante, un registro civil, un cementerio, un sanatorio al que no iría ni muerta, una florería, un correo, un centro deportivo, una estación de servicio, una cafetería y un puñado de cosas más solo conocidas por los habitantes de Deeping Cross y sus dueños; nada de cines, de taxis o de subterráneos, ni buses, ni Starbucks, ni McDonald's o centros comerciales.

Él sonríe de manera casi imperceptible y me siento impactada por su «cambio». No, él definitivamente no es el Kris Parrish que recuerdo.

El paso de la pubertad y el gimnasio hicieron maravillas con él. Me permito soltar un ¡wow! mental y de pronto quiero saber si todos mis demás conocidos estarán así de diferentes; tal vez el pueblo no es tan miserable después de todo. Una imperceptible sed social me recorre de pies a cabezas y la curiosidad crece en mi interior. Lo miro de arriba abajo y analizo cada centímetro de su cuerpo, despectiva, porque orgullo, ante todo. Observo cómo se flexionan los músculos de su brazo cuando se desabrocha el arnés de fuerza que lleva puesto y que envuelve más allá de su cintura, cómo se quita el casco protector de la cabeza y cómo se sacude el cabello sudado de manera muy casual, casi de película, , cómo las venas de su cuello y de sus brazos se marcan presas delesfuerzo que ha hecho. Sí, es atlético y fornido, pero nada del otro mundo. He visto especímenes mejores.

¡Ah, maldita sea! La mentira intenta colarse en mi mente, pero no lo logra.

Kris Parrish parece haberse estilizado, ya no tiene ese acné horroroso que bañaba todo su rostro, y su postura parece ser derecha, al menos, ya no hay señas de la amenazadora joroba que parecía a punto de nacerle de tanto dibujar en los rincones

Y de pronto, quiero saber... ¿Lo seguirá haciendo? ¿Cómo dibujará ahora si ya de niño tenía el talento de un demonio? ¿Acaso podría mejorar alguien que era tan bueno como él?

—Sí, sí, Rain, lo que digas —menciona como si le restara importancia al asunto de mi nombre y, luego, cuestiona—: si no querías ayudar, no hubieses venido. Es sencillo. Porque para venir así... —Me señala con la palma abierta y el ceño fruncido—. Nada, olvídalo y ve por los cafés. A mí tráeme un sándwich de queso. —Toma su teléfono y continúa sin mirarme—. Ah... ¿Recuerdas dónde queda la cafetería, verdad? Está solo a unas pocas calles de aquí. Por allá... —Hace un ademán distraído; como ve que no me muevo, añade—. ¿O necesitas un mapa?

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