— Toma —me da una espátula—. Vamos a sacar las tablas y a limpiarlas de excremento.

Esto no puede estar pasando.

Le ayudo a sacar las tablas y me dice que me encargue de raspar mientras él coge un rastrillo para sacar los lechos, la suciedad y los excrementos. Ambos llevamos mascarillas puestas y ya he tenido varias arcadas y solo han pasado dos minutos. No me quiero imaginar ir a las cabras, pobre Barb.

— Ahora desinfecta —dice dejándome los productos y los estropajos.

Me tengo que poner de pie porque me canso al estar de cuclillas y cuando me echo un poco hacia atrás con las manos puestas en mis riñones, miro hacia la puerta, donde Jack está apoyado.

Me sonríe y me saluda con la mano y yo solo lo miro porque he intentado esquivarlo todo lo que he podido.

Vuelvo a agacharme y empiezo a limpiar todos los nichos mientras Leo está por otra parte. Intento no pensar en las gallinas y canto una canción, pero en mi mente, claro, no canto bien.

— Esto ya está, Leo —pongo mis manos en mi cintura y él me mira, dejando el rastrillo a un lado cuando el gallinero está despejado.

Se va a la manguera y deslia la goma para dirigirse hacia el gallinero. Observo como limpia el gallinero moviendo la manguera de arriba abajo y limpio el sudor de mi frente con mi antebrazo.

El agua fría da en mi rostro y parte de mi cuerpo y grito. No puedo ver la sonrisa divertida de Leo en su rostro, pero sí en sus ojos.

— ¡Leo!

— Pensé que tenías calor —vuelve a apuntar hacia mí y me giro. Vuelve a reírse.

— ¡No juegues! Quiero terminar ya.

— Tocan las cuadras.

— Dura todo lo que quieras entonces.

Lo escucho reírse de nuevo y cuando termina, ambos nos ponemos a raspar lo que está en el suelo. No tengo ropa ideal para esto. Nadie me había avisado que iba a hacer estas tareas, que íbamos a vivir en una granja.

Quiero apoyar mis rodillas en el suelo como está Leo pero no quiero mancharse los pantalones.

— ¿Por qué no me habíais dicho que venía a una granja? —Tiro la espátula al suelo y me pongo de pie.

Leo alza la mirada y se endereza, estando aún sobre sus rodillas.

— Tu madre dijo que no vendríais.

— Fue astuta, sí, pero no tengo ropa para esto —me señalo—. Tengo tres pantalones vaqueros en mi armario. Tres —utilizo mis dedos para enumerarlos— No puedo destrozar ningunos.

— ¿Y no tienes ropa de deporte?

— No, y la que tengo está en casa y es bonita. No tengo ningún pantalón feo que pueda utilizar.

— De acuerdo, yo terminaré esto y te dejaremos algo de ropa, ¿vale?

— Gracias.

[Saga West] RAMÉ #1 [YA EN AMAZON] Where stories live. Discover now