Capítulo VII. Cuando las cosas se tuercen.

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Podía pasarse horas y horas fantaseando sobre cuál sería el secreto de Clara. Parecía que tenía un montón de cosas de decir sobre todo y todos, pero siempre se callaba. Parecía que estaba muy triste o muy feliz, pero nunca podías saberlo a ciencia cierta. Cualquier pequeño detalle, cualquier pequeña cosa, hacía que sus ojos brillaran. Y eso a Nico le encantaba.

Se había preguntado si aquello era amor. Pero la palabra no le agradaba, no le sabía bien en la boca. No quería darle besos, ni regalarle rosas, ni esas cosas. Él quería abrazarla, abrirla en canal y ver qué era lo que tenía dentro que tan celosamente escondía. Una vez decidió que sí, que era amor, pero no esa clase de amor.

Fuera el cielo estaba gris, pero a él no le importaba. Siempre tocaba mejor los días que el cielo estaba gris. El día parecía que no iba a acabarse nunca.

***

Por suerte, Clara no había vuelto que entrar en batalla desde hace tiempo.

Siempre que se sentía mal, aterrada, o lo que fuera, escuchaba la canción de Nico. Le hacía sentir mejor. Era como si todo lo que era ella, todos sus secretos, se expresasen en aquella canción sin letra.

En aquel momento, la estaba escuchando en ese momento. Se preguntó cómo estaría Nico. Había hablado con él la noche anterior, aunque estaba un poco distraído practicando una obra para nosequé concurso.

-Mucha suerte – dijo Clara oyendo cómo bostezaba al otro lado de la línea.

-La suerte no sirve de nada. Pero no te preocupes, voy a ganar igualmente.

Nico rio, se dieron las buenas noches, y se fueron a dormir con una sensación dulce que los arropaba como una manta.

***

El autobús aún no había llegado a la estación, pero Nana y David ya estaban esperando allí, por si acaso.

-Sí, pasé la noche en casa de un amigo. Es del instituto. Se llama Nico – dijo David al teléfono -. Que sí, mamá. Ahora mismo voy para allá. El autobús está en camino. Vale. Adiós.

Colgó el móvil y suspiró. Su madre siempre lograba sacarle de sus casillas. Sabía de sobra que era por "su espíritu rebelde adolescente", o por "la edad del pavo", pero no aguantaba que quisiera estar tan encima de él. Nunca se metía en líos. Bueno, en realidad sí lo hacía, pero ellos ya estaban acostumbrados, así que, ¿qué más daba?

Nana sacó un paquete de Marlboro de su bolso y le tendió un cigarrillo a David. Encendió el mechero y primero prendió su cigarro, y luego el de él.

-Las señoritas no deben fumar – dijo David soltando el humo.

-Cómeme el coño.

David empezó a reír y a toser por culpa del tabaco, pero le encantó.

-Bueno – Nana cogió la mano que él tenía libre, y la estrechó con sus dedos -. Sé sincero. ¿Qué te pareció lo de anoche? ¿Te... gustó?

La expresión de seguridad que normalmente tenía Nana se vio sustituida por una de algo que podría describirse como... terror. Sí, Nana tenía miedo. Estaba acostumbrada a gustarle a todos y a todas, y a pesar de su pasado, quería construir un nuevo y brillante futuro con David. En el que los dos estuvieran cómodos y las cosas salieran a pedir de boca.

-No me gustó – David dio una calada a su cigarrillo -. Me encantó.

Nana sonrió y se abrazó a él.

-Muchas gracias por todo. Nunca podré agradecerte lo suficiente todas las cosas que has hecho por mí, David. De verdad. Eres el mejor.

-No me puedo creer que estés diciendo algo tan sumamente cursi.

-Por ti, merece la pena.

-Oh, dios mío, y sigues.

-Me quieres.

-Te quieres.

Se dieron un beso de despedida. El autobús ya estaba allí. David tenía que irse. Se separó del abrazo de Nana y se subió al vehículo.

Dentro, se sentó junto a la ventana. Allí estaba Nana, fuera, diciendo adiós con la mano efusivamente. David la sonrió y le devolvió el saludo, y ella se fue, volviendo a casa...

David sacó su móvil. Tenía un montón de mensajes, de Clara, de Nico, e incluso de Nana. Abrió el de Nana e ignoró los demás.

NANA (12:28 AM): Ya te echo de menos.

Sonrió. La contestó con unas pocas palabras que se verían en nada. El autobús se puso en marcha. David sacó sus auriculares y buscó una canción entre la música de su móvil. Empezó a sonar Home de Gabrielle Aplin en sus oídos. La música le reconfortó, y le ayudaba a pensar.

Pensó en Nana, en aquella maravillosamente que habían pasado juntos, y en lo vulnerable que se sentía ante ella. Hasta hace no mucho tiempo, David había sido incapaz de sentir. No era capaz de sentir cariño o aprecio por nadie, ni siquiera por sus amigos. Era como si un bloque de piedra bloqueara la salida de sus sentimientos. Y Nana había llegado con un martillo gigante y había roto aquel bloque. Ahora era capaz de quererlos a todos, pero eso le daba mucho miedo.

"Aunque", pensó, "es un miedo muy reconfortante".

***

A veces las cosas pasan sin motivo alguno, sin sentido. Cosas que nadie se merece, ni siquiera las personas más malas del mundo. Pero estas cosas son inevitables. A todos nos han pasado cosas así en algún momento de nuestra vida. Son estas cosas que en un primer momento nos hacen llorar de rabia, de impotencia. Nos hacen preguntarnos por qué estamos aquí, y no allí, qué vamos a hacer y adónde vamos a ir. Estas cosas nos marcan, para bien o para mal.

Al club de las sonrisas rotas le tocó vivir una de estas experiencias.

David estaba perdido en sus pensamientos y en su música, Nico recorriendo las teclas del piano rápidamente, Nana mirando los puntos de unión de las baldosas de la calle, Clara con la cabeza hundida en su almohada....

Y nadie pudo evitar que el autobús se estrellase.

La calle era ancha, de dos sentidos. No debía de haber ningún problema. Pero un individuo que conducía un coche deportivo negro decidió que sería divertido ir en sentido contrario. El conductor del autobús no le vio venir, e intentó girar para evitar el choque.

Sí, el choque lo evitó, pero el autobús se estrechó, cayendo completamente de lado a un lado de la carretera.

Dio una vuelta, y otra, y otra.

Y David lo vio todo negro.

El club de las sonrisas rotas.Where stories live. Discover now