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𝑾𝒉𝒆𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒚'𝒔 𝒐𝒗𝒆𝒓-𝑩𝒊𝒍𝒍𝒊𝒆 𝑬𝒊𝒍𝒊𝒔𝒉
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El hospital tenía ese aire gélido y aséptico que helaba más que el frío mismo. Las luces blancas, los murmullos a lo lejos, y el eco de pasos sobre el suelo brillante creaban un ambiente tenso. Renata estaba sentada en una de las incómodas sillas, cubierta con una manta que apenas lograba mantener el frío a raya. Su ropa mojada pegada al cuerpo le recordaba cada segundo del caos que había vivido apenas unas horas atrás.
A su lado, Ander daba vueltas, inquieto, pasándose las manos por el cabello en un gesto de frustración.
—Lo que nos faltaba… —murmuró, deteniéndose finalmente—. Lo menos que necesita este tío es que sus madres se enteren de lo que ha hecho. ¿Ahora qué les decimos?
Renata no respondió. Su mirada estaba perdida en un punto fijo de la habitación, como si su mente estuviera tratando de procesar todo. La puerta se abrió, y el doctor entró, interrumpiendo el incómodo silencio.
—Está bien —anunció con calma, provocando que todos se levantaran apresuradamente de sus asientos—. Le hemos tenido que hacer un lavado de estómago, pero sigue a salvo. Voy a avisarles a sus padres.
Antes de que pudiera retirarse, Cayetana levantó la mano con prisa.
—No, no hace falta —intervino con una sonrisa nerviosa—. Ya les he avisado yo. Soy su hermana.
Renata y Ander la miraron con incredulidad, pero Cayetana continuó como si nada.
—De hecho, ya vienen en camino. A ver si con esto aprende algo, porque yo ya estoy harta. Está obsesionado con estos vídeos de Internet en los que hacen la mayor gilipollez posible. Esta semana era ver quién se tomaba más pastillas de golpe.
Renata, captando rápidamente el plan de Cayetana, se unió al teatro con un suspiro.
—Sí, exactamente. Y justo a primera hora teníamos natación. Obviamente no podía nadar, y tuve que sacarlo flotando porque soy, ya sabes, súper buena nadadora desde que era pequeña. Si no, igual ni la cuenta.
Ander las miró, primero perplejo y luego resignado, antes de asentir.
—Tenemos que hablar con él para que entienda.
—Y yo con estas pintas… —murmuró Renata, jalando un poco de la manta que llevaba encima.
En ese momento, una enfermera entró en la sala empujando una silla de ruedas donde iba Polo. Su piel estaba pálida, y sus ojos, enrojecidos y apagados, apenas se movían.