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𝑨𝒅𝒂́𝒏 𝒚 𝑬𝒗𝒂-𝑷𝒂𝒖𝒍𝒐 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒂
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Renata salió del baño ajustándose el cabello, tratando de recuperar el aliento después del intenso momento que acababa de compartir con Valerio. Sentía sus labios hinchados y un leve calor en las mejillas. Dios mío, esto está fuera de control, pensó, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa escapara de sus labios.
Tomó un desvío hacia la mesa donde estaban Lucrecia y Cayetana, intentando comportarse como si nada hubiera pasado.
—Hola, ¿qué pasa? —preguntó al notar a Lucrecia sentada con una expresión seria, ausente.
—Nada —respondió Lu, forzando una sonrisa que claramente no llegaba a sus ojos.
Renata arqueó una ceja. Había conocido a Lu lo suficiente como para saber cuándo mentía.
—Vamos, Lu, te conozco como la palma de mi mano. ¿Qué pasa?
Lucrecia suspiró y desvió la mirada hacia un punto en la discoteca. Renata siguió su línea de visión, y allí los vio: Guzmán y Nadia, de pie uno frente al otro, hablando demasiado cerca, como si el resto del lugar no existiera.
El corazón de Renata dio un vuelco. Sabía que esa escena le dolía profundamente a Lucrecia, aunque jamás lo admitiría.
—Lucrecia, sé que no nos conocemos mucho, pero puedes hablar conmigo de cómo te sientes —intervino Cayetana con una sonrisa amable, intentando empatizar.
Lu volteó hacia ella con una mirada fría y cortante.
—Shh, dime Lu —le sonrió aún que Renata reconoció la falsedad en la comisura de sus labios . Luego volvió a mirar a Renata, como si estuviera esperando que dijera algo más.
Renata sintió que sobraba en esa conversación. Lucrecia no quería su ayuda ni la de Cayetana, y quizás estaba bien dejarla lidiar con sus sentimientos a su manera. Además, Renata ya tenía suficientes problemas como para involucrarse en el dolor de Lu.
Quizás esto es una señal, pensó Renata, sintiéndose más confundida que nunca. Por un lado, no podía ignorar el caos emocional que la rodeaba, pero por otro, necesitaba empezar a elegir sus propias luchas y priorizarse a sí misma.
Se levantó lentamente de la mesa, sin despedirse, y se dirigió hacia un rincón más tranquilo de la discoteca. Necesitaba aire, aunque estuviera en un lugar cerrado. Sus pensamientos eran un remolino: Valerio, Lucrecia, Guzmán, e incluso Cayetana parecían formar parte de un drama constante del que no sabía cómo salir.
...
La noche había caído sobre la ciudad, y las luces de la discoteca destellaban en la distancia mientras Lucrecia, Cayetana y Renata esperaban en silencio el auto que las llevaría a casa. El aire frío cortaba sus palabras, pero el silencio era más incómodo que la temperatura. Lucrecia no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia la entrada del club, donde Guzmán y Nadia parecían sumergidos en una conversación íntima.