•Capítulo 2: Hola, Dunky•

18.1K 1.1K 1.1K
                                    

El ruido de mi alarma me hizo despertar. Recorrí la almohada aún con los ojos cerrados, intentando localizar mi teléfono para detener aquel insoportable sonido que había arruinado mis pocas horas de sueño. Gruñí al ver la hora y dejé escapar un suspiro.

7:30 am

Me aferré a las sábanas con fuerza, deseando no salir de casa jamás e hibernar como un oso. Pero claro, no era un oso y ahora mismo debía levantarme antes de que mamá entrase de mal humor a darme un sermón. Ayer, luego de una larga despedida, llantos y advertencias de mis amigos, me fue imposible dormir.

Y bueno, dicho y hecho. No esperé a los gritos de mamá y me puse de pie de inmediato para comenzar el día. Me posicioné frente al espejo e hice una mueca diminuta al ver mi aspecto; tenía la mejilla babeada y el cabello bastante desordenado, en cuanto a lo demás, no había mucho problema. Siempre fui una chica con muy buena autoestima, ¿y saben? Estaba completamente feliz de aquello. Los estereotipos de esta sociedad diariamente nos hacen sentir inferiores y es algo con lo que tenemos que lidiar cada día.

Porque sí, en estos tiempos ya no conformas a nadie. ¿Pero saben? Es suficiente con que nos conformemos con nosotros mismos y tengamos aquel amor propio que en ocasiones puede llegar a ser difícil de conseguir.

Pero se puede.

Sí, siempre fui una chica bastante segura de mí misma y me amaba muchísimo. Cada pequeña parte de mí, en un principio y a medida que fui creciendo, las pecas en mi rostro me disgustaban un poco. Pero finalmente acepté que era algo con lo que tendría que vivir para siempre y las aprendí a querer.

Así que aquí estoy yo. Lane Foster contra la sociedad y sus estereotipos absurdos.

—¿Sabes, Lane? —Me sonreí frente al espejo—. Me agrada tu cara babeada, ¡brillas, chica!

Pasé mi mano derecha sobre mi mejilla y reí por aquella ocurrencia mía. Tomé una toalla después de eso y fui directamente al baño antes de que mi pelea mañanera con Bradley comenzara. Ese niño siempre me ganaba.

Sonreí victoriosa en cuanto me di cuenta de que no había nadie en el baño. Apenas entré y aseguré la puerta, comencé a quitar mis prendas para posteriormente meterme a la ducha. Luego de un relajante baño con agua tibia, salí envuelta con una toalla alrededor de todo mi cuerpo y caminé a pasos rápidos hacia mi habitación.

Bien, Lane, llegaste y no moriste de una trágica caída. Vamos bien.

¡Dios, por Frida Kahlo, qué frío!

Me puse unos cómodos Jeans azules, una camiseta simple y sobre eso una gran y gruesa sudadera para protegerme de las bajas temperaturas. Sequé muy bien mi cabello para no ganar ningún reproche de mamá y finalicé maquillándome un poco.

¡Bellísima, Lane! ¡Así se habla!

Cuando me estaba poniendo el zapato izquierdo unos golpes en la puerta me interrumpieron. Respondí que podían pasar y mamá hizo su alegre aparición.

—¡Dios, Lane! ¿Te caíste de la cama? —Ella fingió sorpresa y luego rio—. Es broma, cielo. Buen día, ¿todo listo?

—Buen día, mamá —Sonreí, terminando de atar los cordones—. Sí, todo en orden y listo.

—Bien, termina de alistarte y baja a desayunar, partimos en media hora.

Asentí mientras la veía salir de mi habitación. Una rápida y tonta idea pasó por mi mente y me quedé como boba observando el zapato restante frente a mí... ¿Por cuánto tiempo? No lo sé.

Un Dulce InviernoWhere stories live. Discover now