—Claro que quiero ser madre, padre. —le respondo con cariño, sin querer enfadarlo—. Es sólo que no con cualquiera. Ya sabes lo que le prometí a madre.

Él cierra los ojos y asiente. En parte es tan comprensivo conmigo porque él estaba delante cuando mi madre me hizo hacerle esa promesa. Cuanto más mayor me hago, más soy consciente del regalo que me dio la reina. Me dio la libertad al ser esa su última voluntad. Y no hay un día que no se lo agradezca y me muera de ganas de poder ir al templo de los dioses a decírselo. En mi cultura, cuando mueres vas a Hiurake, el templo sagrado en el que se encuentran los hijos de los tres dioses. Mi padre aún tiene los ojos cerrados. Yo vuelvo a abrazarlo porque sé lo mal que lo pasa cada vez que hablo de madre.

—Creo que no vas a conocer a nadie si mantienes tu corazón cerrado mi pequeña. Todos los hombres que dejo que vengan a pedir tu mano son buenos hombres.

Reprimo un bufido. Creo que su intuición y reconocimiento de hombres buenos ha fallado con Harald. El canto de los grillos entra por la ventana de mis aposentos y me centro en ello unos segundos. Asiento con la cabeza y respiro suavemente. Los ojos azules de mi padre me atraviesan.

—Ya sabes que no voy a dejar que te cases con alguien como Lewis o como Steir.

Lewis es un hombre de cincuenta, con barriga cervecera, calvo y con una cicatriz en el rostro. Steir es otro hombre de la misma edad, calvo y sin varios dientes. Ambos son de la realeza. Le sonrío.

—Aún no entiendo como dejaste que esos dos hombres me pretendiesen, padre.

Él me devuelve la sonrisa. Si al menos fuesen inteligentes, lo entendería, pero no es el caso de ninguno de ellos.

—Eran miembros de las casas reales de Northem y de Noctarlia. No podía negarles la oportunidad, y de hecho, estaba intrigado por ver como los rechazabas. Cada día tus dotes para el rechazo me sorprenden más hija mía.

Rio por la forma en la que lo dice, porque en cierto modo mezcla el abatimiento con la diversión de esa manera en la que solo un padre entregado a su familia puede hacerlo.

—¿Te sorprendí?

Él asiente y suelta una carcajada suave.

—No tanto como hoy, mi princesa.

Mi padre se percata de que hay algo que me estoy callando y acuna mi mejilla con una mano obligándome a mirarlo.

—¿Qué va mal? —insta.

Veo como su barba grisácea está comenzando a crecer y me quedo un instante mirando el ángulo de su barbilla. Tiene un pequeño corte que me indica que de nuevo el señor Mirt, barbero real, ha vuelto a cortarlo. De hecho, es un hombre mayor que ya comienza a tener problemas de visión, pero es una de las pocas personas que mi padre considera como un amigo, así que aunque reciba cortes, sigue pidiéndole a él que lo afeite. Según mi padre, el apoyo en una amistad no es una cosa negociable.

Noto la garganta seca cuando le respondo.

—¿Es cierto que Harald te ofreció una gran cantidad de dinero por mi mano?

Mi padre parece sorprendido e incluso lo escucho coger aire con fuerza y mantenerlo en sus labios.

—¿Cómo sabes eso?

El aire sale de sus labios.

—Me lo dijo él. —confieso ahorrándole todo lo demás que pasó entre Harald y yo.

Lo veo apretar los labios y ladearlos hacia la derecha.

—Esa familia a la larga va a darnos problemas.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora