Capítulo 35/Narra K

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Narra Kievan

Henna me odia y yo lo hago aún más por la situación en la que está sumida mi reino. Por si las cosas no pudiesen ir peor, como si no fuese suficiente que una gran parte de mi pueblo se haya rebelado en mi contra por incumplir la ley, mis exploradores han visto merodeando por mis tierras a varios grupos de Eredeths, esas horribles criaturas que viven bajo tierra y de la que los humanos desconocen por completo su existencia. Hace cientos de años que esas criaturas, parecidas a esos pequeños trols que la raza humana inventó en sus cuentos, no salían de sus cavernas subterráneas. Ellos se escondieron cuando la guerra entre la raza vampira y la licántropa empezó, y cuando los lobos la ganamos, no volvieron a salir de sus escondites bajo tierra.

Siento una punzada en el pecho al recordar todo lo que nos arrebató esa guerra que acabó con la exterminación de los vampiros. Y también siento como se me congela el aliento en la garganta al pensar lo relacionado que estuvo ese momento con todo lo que está pasando ahora, una vez más. Henna. Mi mente solo puede pensar en ella, y es difícil ocultar mis pensamientos de los de mi raza cuando nuestras mentes forman una red ultraconectada en la que yo como rey puedo escuchar hasta el más tímido pensamiento de mis ciudadanos a miles de kilómetros. No hay distancia para la mente común de una manada. Tan sólo hay individuos como yo, lo suficientemente fuertes como para proteger sus pensamientos del resto. Cojo aire y escucho como mis hombres hablan entre ellos, mientras que yo sigo planteándome si debería de contarle a Henna lo que los lobos hicieron por su familia siglos atrás. Me enfada que después de todo lo que ha pasado, siga sin creer que estoy de su lado.

—Los Eredeths no salen porque sí de sus sucios agujeros bajo tierra —clama Ethan, enzarzado con Walter, siempre tan tranquilo pase lo que pase.

Ethan odia discutir, pero hay temas que le pueden. Walter ladea la cabeza y niega con la cabeza.

—Aunque entienda lo que dices, el consejo lo ha dejado claro. Si los Eredeths no nos dan motivos para atacar, no podemos hacerlo, y por ahora han sido pacíficos.

Su tranquilidad y su saber estar lograrían apaciguar a un ejército de enemigos. Sin embargo, el eterno brillo divertido de Bruce parece una navaja afilada cuando interviene, levantándose y dando un largo paseo por la habitación con andares seguros y enfadados.

—En mi larga vida tan sólo puedo asegurar que esos seres siempre tienen una intención para todo. No han salido de sus escondrijos después de tanto tiempo así porque sí. Y si no averiguamos el por qué, nos cogerán por sorpresa.

—No tiene por qué ser algo malo. Quizá tan solo se han cansado de sus oscuras cavernas —prosigue Walter, pragmático como siempre y con una tranquilidad que sé que va a terminar de crispar los nervios de mis otros dos hombres.

Walter está tan seguro de lo que está diciendo porque él no ha visto nada. Él puede ver cosas que los demás no por medio de visiones, y no ha sido capaz de ver absolutamente nada.

—Admiro que quieras calmar los ánimos, pero estoy convencido de que estás de acuerdo conmigo cuando digo que debemos de estar precavidos —intervengo antes de que la vena en el cuello de Ethan estalle de puro nervio.

De pequeño sus padres sufrieron un ataque bajo las manos de los Eredeths, así que le doy un suave golpe en el hombro en señal de apoyo y luego trato de acercarme a Bruce, quien fue su preso durante casi tres décadas. Los Eredeths son criaturas nauseabundas y de la que cualquier lobo puede zafarse con algo de esfuerzo, pero son poderosas si atacan en grupo. Y Bruce iba con su mujer y su hija recién nacida cuando un grupo de más de doscientos liderados por Faurcon, su líder, las asesinó a sangre fría sin importar cuanto él luchase para evitarlo. Veintinueve años después, cuando escapó gracias a la exploración de un grupo de Betas, estuvo a punto de morir por las profundas heridas que tenía en todo el cuerpo. Meses más tarde le ganó la batalla a la muerte y el odio y el dolor lo llevaron a entrenar tan duro que a mi padre no le importó que fuese un Delta. El rey que dejase ir a un guerrero como él sería un imbécil. Puedo recordar las palabras de mi padre, cuando incluso el consejo lo aceptó como guerrero de mi guardia real.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora