Epílogo: El Terror de Jaxia

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     Era una noche fría y lluviosa en la Zona Verde.

El estandarte de la casa Itress colgaba de las murallas del castillo GrandFlower, en Jaxia. Una bandera de color púrpura con una flor rosada y un aro de oro sobre ella, ondeando con el suave viento nocturno.

Con inmensas extensiones de tierras fértiles, yacimientos de minerales y salida al mar, Jaxia poseía una de las economías más poderosas de todo Asteris. Lo tenía todo. Excepto una reina feliz. Y luego, su economía se desplomó.

Ya era tarde en la noche, y el Consejo de la joven reina Saya IV Itress seguía en sesión.

—Las deudas con Kanzaya deben ser saldadas cuanto antes —le dijo el consejero Real Arlon Newer a su reina.

—No tenemos suficiente dinero —replicó la reina Saya—. Si le pagamos ahora, el reino se quedará casi en quiebra y nuestra gente empezará a padecer.

Desde hacía algunos meses, la economía jaxiana iba en declive; mantener las llanuras que les ganaron a Gerakia, en lugar de mejorar su situación, terminó por empeorarla.

—A Kanzaya no le gustan los deudores —señaló el virrey Jall Backard.

—Estoy consciente de que a Kanzaya no le gustan los deudores —insistió Saya, entrelazando los dedos de sus manos—. Pero no puedo simplemente pagarles y dejar que los ciudadanos mueran de hambre. Y subir los impuestos tampoco es una solución viable.

Saya IV Itress era una bella joven de dieciocho años. Muy delgada y de baja estatyra, de largos cabellos castaños oscuros y grandes ojos azules. Ceñía en su cabeza, a modo de tiara, un aro hecho con pequeñas esferas de oro, y un diamante pequeño que caía en su frente. Tenía puesto un vestido púrpura con bordados de flores rosadas.

—Pueden ordenar un llamado de atención —agregó el comandante de la Guardia Real, sir Flagoneer Apollus—. Invadir nuestras tierras. Sabemos que Kanzaya no piensa dos veces para iniciar una guerra; son beligerantes por naturaleza. El ejército jaxiano está completo, pero Kanzaya tiene muchos más.

Ciertamente, el Imperio y su capital, Kanzaya, eran el reino con el mayor poderío militar. No en vano lo llamaban la Tierra de los Dioses de la Guerra.

—No pensemos en guerras ahora —le dijo el virrey Jall Backard. Era un hombre robusto, con papada y cabello corto de color negro. Tenía bolsas grises bajo los ojos y una barba creciente. Llevaba puesta una casaca ancha y un chaleco de cuero verde. Sus pantalones y botas también eran verdes—. Hay que buscar soluciones pacíficas.

—El pago de las deudas se ha retardado mucho —insistió el consejero Real Arlon Newer, un anciano de unos setenta años. Tenía poco cabello y barbas blancas; sus ojos grises se veían muy cansados. Llevaba puesta una túnica negra—. El rey Pragus se empeñó en quedarse con las llanuras fértiles entre Jaxia y Gerakia, adquirir caballos y armas en tan poco tiempo fue un verdadero despilfarro.

—Y lo logró —repuso sir Flagoneer Apollus. Era tan musculoso como un buey, cabellos y barbas castaños oscuros, ojos negros y quijada cuadrada. Tenía unos treinta años. Estaba ataviado con la armadura plateada de la Guardia Real de Jaxia, con la capa de satén púrpura a sus espaldas.

—No —dijo Saya, los ojos se le habían humedecido—. Esta disputa no debía terminar así... No debía terminar con la destrucción de Gerakia... No debía terminar con la muerte de mis padres.

El comandante bajó la vista. Su único deber era proteger a los reyes, y no estuvo con ellos cuando más lo necesitaron. El rey Pragus había sido vilmente asesinado mientras descansaba. Y la reina Jewel se suicidó poco después. El caballero se sentía horrible. Se culpaba por no haberlos protegido; si los reyes no hubieran muerto, el enorme peso del reino no habría caído en los hombros de una niña.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora