Sobre Fuego

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     Noam despertó en el suelo y con su cabeza dando vueltas.

Estaba solo en la sala, era casi mediodía, y era el último día de preparación. Al amanecer del siguiente día partirían al Bosque Jamzai con el objetivo de terminar la guerra de una vez por todas.

Había mucho sol ese día; los rayos entraron por la ventana y se reflejaron en el rostro de Noam, quien se levantó maldiciéndolos. Tardó un par de minutos en poner su mente en orden y recordar dónde estaba y qué debía hacer. Se percató de que había dormido mucho. Koru y Jeriko ya se habían ido. El tablero de Dos Reyes seguía sobre la mesa, al igual que las jarras en las que habían bebido. Escuchó acero chocando en la arena de la maestranza y relinchidos de caballos, también oyó las voces de los instructores. Salió de la sala y encontró a Jeriko y a Koru sentados en las gradas.

—Bebiste mucho —le espetó Jeriko—. Te dije que pararas.

—Hacía mucho que no probaba un buen alcohol —replicó Noam mientras se peinaba con los dedos. Su voz sonaba adormilada.

—Pues espabila —dijo Jeriko—. Hoy se terminan los preparativos para ir al Bosque Jamzai. Y también nos darán el pago adelantado.

—Ya habían tardado —masculló Noam—. Nos lo dan un día antes de la batalla para que no podamos disfrutarlo.

—Para ti, fue lo mejor. —Jeriko sonrió—. Te habrías gastado la mitad del dinero en alcohol.

—Déjame en paz. —Noam se echó en las gradas, cubriéndose los ojos con su brazo—. Solo necesito descansar un poco.

«Tal vez sí bebí más de lo que mi cuerpo puede tolerar», meditó. Debía recuperarse para el siguiente día; pelear con resaca era arriesgado, incluso para alguien como él. «Si Aimer me viera, seguramente me daría un sermón», pensó. Luego recordó que estaba en un largo viaje hacia el Centro de Navegación. Se preguntó dónde estaría en ese momento. ¿Estaría bien?

***

Aimer se había despertado temprano en medio del desierto con su caballo amarrado a un árbol seco. Sacó el pellejo y bebió un poco de agua. Sabía que el viaje sería agotador, pero en realidad era mucho más duro de lo que había imaginado.

A dondequiera que volteaba solo veía un horizonte ondulante interminable. Pero sabía que después de leguas y leguas de tierra seca y arenosa se encontraban las frescas playas de la Península de Estrellas, sus bosques pequeños y sus prósperas ciudades.

«Aún estoy lejos del Centro de Navegación —pensó Aimer—. Por suerte, como poco. Aún me queda comida». Sentía que el sol le quemaba la piel; se cubrió todo lo que pudo con la capa. Pero el calor seguía siendo abrasador. El caballo permanecía inmóvil, atado al árbol seco.

—Hola, Viento —le saludó Aimer mientras le acariciaba el hocico con dulzura—. Sigamos, ¿te parece?

El caballo no respondió.

Aimer lo desató con cuidado. El suelo ardía; la rubia sentía que caminaba sobre carbones rojos. Montó al caballo, espoleó la montura y Viento galopó hacia el Sur. Corría rápido en contra del cálido viento del desierto. Resultaba algo refrescante. La crin del caballo ondeaba como una bandera. Aimer se echó la capucha hacia atrás y liberó su cabellera rubia, para que ondeara también.

A pesar de todo, Aimer se sentía bien, libre. Desde niña se había fascinado con las historias de los viajeros valientes que recorrían el mundo en busca de grandes aventuras. Ahora ella estaba viviendo esas historias. El Gran Desierto Central era uno de los cementerios más grandes de Asteris, y Aimer lo estaba cruzando. Rezaba a los dioses para no encontrarse con escorpiones, arañas venenosas, o simples bandidos del desierto.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora