El Inmortal: Dinastía

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     Cuando Ciranov llegó a la fortaleza, desmontó airado. Entró casi derribando la puerta de una patada y se precipitó hacia su oficina, lanzando maldiciones e insultando a los Jamzais. En su oficina volcó su escritorio y derribó jarrones.

La reina Merya escuchó el estruendo y se acercó. Esperaba que tardara más en la batalla, pero su reacción indicaba que las cosas no habían salido bien.

—Ciranov —le llamó Merya, pero su esposo era sordo a sus palabras. Golpeaba las paredes y el suelo con el puño cerrado.

Merya le volvió a gritar, en un intento desesperado para que su esposo recuperara la cordura...

—¡Ciranov, mi amado! —sollozó. Se echó sobre él y con lágrimas en los ojos le hizo preguntas—. ¿Qué paso en la batalla? ¿Dónde están tus hombres? ¡Dime algo!

—¡LOS MASACRARON! —rugió Ciranov, enardecido. Había sujetado a su esposa por los hombros con mucha fuerza. Llevaba puesto un vestido sin mangas, así que le dejó las marcas rojas de sus fuertes dedos.

Merya vio sus ojos claros: había miedo, cólera, impotencia...

Fue solo al ver el miedo en los ojos que su esposa que Ciranov volvió en sí. Suspiró y le soltó los hombros, y vio las marcas rojas en ellos; incluso tenía pequeños rasguños. Cayó de rodillas, con la cabeza baja.

—Perdóname, mi amada —dijo Ciranov.

Merya nunca había visto así a su esposo. Ciranov siempre lucía fuerte, gallardo y lleno de seguridad. Pero en ese momento estaba completamente derrotado.

—No tienes que pedirme perdón —replicó Merya, se arrodilló y quedó al mismo nivel que su esposo. Le acarició los cabellos negros—. Dime ahora, ¿qué pasó allá?

—Había muchos. Pero los superábamos... Luego llegaron otros... y nos superaron... Mataron a Marlan..., a Barreyl..., a Tryannis... Y a Kyalo se lo llevaron, creo... No lo sé... No dejó que me quedara con él.

Merya frunció los labios con amargura. Sabía lo mucho que esos soldados significaban para su esposo; ellos iniciaron la conquista con él y querían terminarla a su lado.

—Hablaré con mi padre —le dijo Merya, poniéndole la mano en la mejilla—. Conseguiré guerreros. Tantos como necesites. Si Kyalo sigue vivo, tendrás suficientes hombres para rescatarlo.

***

«Batalla..., sangre..., dolor..., un fuerte golpe en la cabeza», fue lo que recordó Kyalo cuando volvió en sí. No sentía las manos; ni los pies. Parecía estar colgando de algo... El lugar apestaba a orina y a paja seca. Solo veía la oscuridad, casi no podía moverse y todo su cuerpo estaba adolorido por la paliza recibida; además, aún tenía las heridas de las flechas abiertas. Tenía algo en su cabeza, ¿un saco? Probablemente sí. Cuando se lo quitaron lo confirmó.

En frente de él estaban dos Jamzais, tenían el símbolo de «Guerrero» tatuado en sus ojos (las dos astas apuntando hacia arriba y una apuntando hacia abajo). Estaban armados con azagayas con puntas de obsidiana. Kyalo estaba encerrado en el interior de una tienda. Estaba colgando de los brazos, atado con cuerdas, los pies casi le tocaban el suelo, y también estaban atados, de modo en que casi no pudiera moverse. Le habían quitado la armadura, lo dejaron vestido únicamente con su pantalón de algodón lleno de lodo seco.

—Bien —les dijo Kyalo a sus torturadores, con voz apagada—. ¿Quieren conseguir información sobre Exis? Inténtelo, desgraciados. Los reto.

Los Jamzais se miraron y sonrieron. Uno acercó la punta de la azagaya a las costillas de Kyalo; estaba fría como la noche. Y la deslizó lentamente, dejando un rastro rojo. Kyalo arrugó su rostro y apretó los dientes. No quería gritar. No quería que los salvajes lo oyeran sufrir. Pero un azote con un látigo puso fin a su resistencia...

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora