Noah ya no bailaba solo. Un hombre se había acercado lo suficiente a él como para poder decir, casi sin ningún genero de duda, que el joven se había decidido por fin por uno de ellos. Era tan notorio, que incluso los otros hombres que llevaban un rato revoloteando alrededor de Noah parecían haberse dado por vencidos y se apartaban de la pareja. Samuel no se sintió particularmente sorprendido al descubrir que el hombre que bailaba con Noah era el lobezno.

Se permitió a sí mismo un momento de morbosa contemplación, maravillándose en silencio de la química que la pareja desprendía. No le extrañaba que Noah pareciera estar ineludiblemente enamorado de ese hombre, al fin y al cabo, él también se sentiría seducido por alguien que le tocara y le mirara como el lobezno tocaba y miraba a su amigo en ese momento.

Noah estaba delante, contoneando sus esbeltas caderas contra el regazo del otro hombre. Movía su tronco al ritmo de la música y el sudor perlaba la piel de su rostro y su cuello, a la vez que el cabello se pegaba a su frente.

Al lobezno dicho espectáculo debía parecerle de lo más erótico, pues no dejaba de mirarlo con ojos de cazador. Sus manos, en un inicio pasivas sobre las caderas del joven, empezaron a avanzar hacia el interior de su camiseta, apretando su piel entre sus dedos con evidentes ansias de posesión. Sus cuerpos, cada vez más unidos en el baile, se acoplaban con perfecta sincronía, y sus movimientos, cada vez más atrevidos, dejaban adivinar lo que seguramente ocurriría entre ellos esa misma noche.

En un momento dado, Noah giró el rostro como si quisiera besar a su acompañante, pero antes de poder hacerlo detuvo todo movimiento, y Samuel podría haber jurado que había sorpresa en su expresión. Sin ser capaz de adivinar por qué, vio que pocos segundos después habían dejado de bailar para empezar a discutir. Samuel dejó su anónimo lugar junto a la barra y se acercó a ellos.

*

Hacía mucho tiempo que a Noah le había dejado de importar ser el centro de atención. De hecho, esa noche, mientras se empezaba a contonear sin ninguna vergüenza en medio de la pista de baile del Sodoma, era justo lo que buscaba.

No le llevó mucho tiempo acumular un nutrido grupo de hombres que se arremolinaban en torno a él. Muchos hablaron con él o le invitaron a una copa, más de uno se arrimó a su cuerpo más de lo que sería socialmente aceptado en cualquier otra circunstancia, y varios intentaron aprovechar la proximidad del baile para meterle mano. Noah no aceptó ni las copas ni las invitaciones a ir a algún lugar más íntimo. De momento se sentía contento solo con bailar, convencido de que eventualmente aparecería algún hombre al que no querría —ni podría— decir que no.

Ese hombre apareció varias canciones más tarde, cuando su cuerpo ya estaba caliente y sudoroso por el baile, y su corazón iba a mil. No pudo verle el rostro, pero el decidido acercamiento trasero que sintió, las cálidas y grandes manos que asieron sus caderas, y el movimiento elástico y sensual del delgado cuerpo que intuía detrás del suyo le convencieron de que su nuevo acompañante era un fantástico bailarín, y un más que probable fantástico amante.

Dejó que su cuerpo se acoplara al movimiento del que tenía detrás suyo, plegándose a los deseos de su acompañante. Las manos de este pronto empezaron a acariciarle de una manera sugestiva y dominante, y Noah no tardó en sentir el avance de la excitación, al sentirse tan agradablemente sometido en medio del baile. Con cierta candidez, giró el rostro para ver a su misterioso acompañante, pensando en besarle si no le desagradaba su aspecto.

Por supuesto, ver el hermoso rostro de David no le desagradó, pero aun así se separó de él como si su contacto le quemara.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó, escaldado por no haber previsto quién bailaba con él, quién le seducía de aquella manera.

Una noche en el SodomaWhere stories live. Discover now