Capítulo 12

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Cualquiera podría pensar que nada más traspasar las puertas del Sodoma, Dani iría en busca de Mateo para pedirle, con el aplomo que le caracterizaba, una explicación por las fotografías que el periodista le había enseñado. Pero no fue así.

Tiempo después, cuando rememoraba aquella noche, el propio Dani no sabría decir cuánto tiempo estuvo vagabundeando por el interior de la discoteca, incapaz tanto de detenerse como de avanzar hacia su destino. La verdad, era que estaba aterrorizado.

Dani sabía que debía enfrentarse a su pareja tarde o temprano, y en su mente ensayó mil veces la conversación que tendrían. A veces, Mateo se mostraba contrito y le confesaba su infidelidad; en otras, le daba excusas peregrinas y poco creíbles que caían por su propio peso, y otras -las menos- Mateo realmente lograba convencerle de que todo había sido un estúpido malentendido y acababan riendo juntos. Lo que más asustaba a Dani, sobre todas las cosas, es que en ninguna de aquellas conversaciones, ni siquiera en las más pesimistas, él podía evitar sentirse tentado de dar al argentino el perdón que este le pedía. Después de haberle dejado entrar en su vida con tanto ímpetu, de haber permitido que cambiara sus costumbres, sus expectativas y su modo de pensar, le aterraba la idea de que todo eso se fuera al traste por culpa de un hipotético calentón nocturno. Dani nunca había pensado que sería capaz de perdonar una infidelidad hasta que la perspectiva de perder al verdadero y único amor de su vida a causa de una de ellas se le puso delante tan nítidamente. Era cierto que estaba enfadado con Mateo, pero ¿para castigarlo a él debía también castigarse a sí mismo?

En su azoramiento, apenas era consciente de la expectación que su presencia provocaba en todos aquellos que le reconocían. No pocos hombres le interpelaron sin éxito, o le fotografiaban con las cámaras de sus teléfonos móviles. Dani los ignoraba a todos, demasiado centrado en su mundo interior como para percatarse del exterior, hasta que un joven rubio de rostro cándido y enormes ojos negros le interpeló con coquetería.

-Dani... Soy un gran admirador tuyo...

A punto estuvo el futbolista de pasar de largo, pero algo se agitó en su memoria y se detuvo a mirar al muchacho. Este, ni corto ni perezoso, y aparentemente satisfecho por haber obtenido su atención, no tardó en preguntar:

-¿Quieres bailar?

Dani no tardó más de unos segundos en reconocerle como el mismo que aparecía en las fotos, bailando con Mateo y magreándole, y sintió con claridad como todo el enfado, y la ira y la humillación que había sentido cuando los periodistas le habían enseñado aquellas instantáneas volvieron a él con todo su ímpetu.

-Apártate de mí -dijo con animadversión a la vez que intentaba avanzar.

-Tampoco es para que te pongas así, hombre -le espetó el chaval, aparentemente ofendido-. Parece que nunca han intentado ligar contigo...

-¿Ligar? -se encaró con él-. Como si no hubieras tenido ya suficiente.

-¿Suficiente? ¿De qué...?

Pero no se paró más tiempo para esperar su respuesta, sino que siguió avanzando, ya lleno de resolución. No, Mateo no merecía su perdón, se dijo en un rapto de ira, no después de la humillación a la que le había expuesto, no solo en la relativa intimidad de un club nocturno, sino en la prensa nacional, a la que esas fotos llegarían con casi total seguridad a la mañana siguiente.

Le atisbó al fondo del local, esperándole bajo la luz de los neones que anunciaban la cercanía de los aseos. Le vio sonreír cuando sus miradas se cruzaron, y casi inconscientemente, redujo la velocidad de su marcha, como si quisiera retrasar lo más posible su encuentro con él. Sin embargo Mateo, ajeno al torbellino que reinaba en la mente de su pareja, avanzó hacia él enarbolando la más dulce de sus sonrisas.

Una noche en el SodomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora