Capítulo 11

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Fue Morgan el primero en atisbarlos y al hacerlo, el alma se le cayó a los pies. Era obvio que Noel y Kato estaban buscando algo, y por la expresión de apasionada ansiedad que se leía en el rostro del modelo, Morgan adivinó que los buscaban a ellos, aunque eso no explicaba cómo habían podido adivinar su presencia allí. Deseando acabar cuanto antes, hizo un gesto con su brazo en alto y el modelo le vio por fin. La preocupación en el rostro de Noel se disolvió en una espontánea sonrisa de genuina felicidad y Morgan supo, sin el menor atisbo de duda, que esa sonrisa no era para él, sino para el despistado hombre que caminaba a su lado y que aún no se había percatado de nada. Morgan le dio un codazo a Karel para que mirara hacia el frente, y al ver quien caminaba en su dirección, fue incapaz de reprimir una sonrisa de su propia cosecha.

-Karel, ¿qué haces aquí? -oyó que el modelo preguntaba mientras se abrazaba al publicista.

Por un momento, Morgan se permitió el fugaz, inútil y doloroso lujo de fantasear con que alguien se sintiera tan feliz por encontrarse con él en ese momento y ese lugar. Luego, obligándose a volver a la realidad y haciendo un esfuerzo por ignorar a los tortolitos que se explicaban a trompicones sus decisiones y expectativas de aquella noche, volvió sus ojos hacia Kato.

Para ese entonces, el japonés ya se les había unido, pero mantenía un imperturbable mutismo, y una neutra expresión de desaprobación en su mirada.

-¿Qué hay, Kato? -dijo con cierta levedad, como si no notara el malestar del japonés, que emergía de él en un aura de palpables vibraciones.

-Buenas noches, Morgan-san -le respondió el japonés, con extrema frialdad.

-¿San? -Preguntó Morgan, arqueando exageradamente las cejas-. Vaya, debes estar muy enfadado conmigo.

-Por favor, Morgan-san -le respondió, remarcando casi con crueldad dicho sufijo-. Dejemos esta conversación para un momento más oportuno.

«Yakuza cabrón», pensó Morgan con cierto resentimiento. Por supuesto, él no había esperado de su amante una reacción favorable si le descubría allí, y el comportamiento actual de Kato se ajustaba como un traje hecho a medida a lo que Morgan había imaginado que pasaría si se daba ese momento en concreto, pero fue la intensidad de su desilusión y arrepentimiento lo que le sorprendió. Si bien Kato había reaccionado exactamente cómo él esperaba que lo hiciera, eran sus propios sentimientos los que se saltaban el guion: había imaginado que el enfado de Kato le resbalaría, que sería impermeable a su desaprobación e inmune a sus silenciosas recriminaciones, pero ahora descubría, con una mezcla de desasosiego y rabia, que había estado todo el tiempo desesperadamente necesitado de obtener su aprobación.

-Bueno -decía Noel en ese momento, con tono alegre-, ya que estamos todos aquí podemos tomarnos una copa.

-¿Seguro? ¿No estás muy cansado? -preguntaba Karel, quien súbitamente parecía impaciente por irse de allí-. ¿No prefieres volver ya al hotel?

-¿Volver al hotel? ¿Estás loco? -Noel rodeó la cintura de Karel con sus brazos-. ¿Has entrado voluntariamente en una disco gay y ahora crees que voy a dejarte escapar con tanta facilidad? Ya habrá tiempo para eso más tarde...

Karel comenzó a balbucear algo que Noel cortó con un rápido beso en los labios. Morgan sonrió ante la evidente turbación de su amigo.

-¿Sabes qué, rubiales? -dijo, cortando el beso de la feliz pareja-. Te tomo la palabra. Invítame a esa copa. -Y luego, guiñando un ojo, añadió-: No me pienso ir de aquí hasta no ver a Karel borracho y bailando semidesnudo sobre una mesa.

-Antes muerto -masculló su amigo, desprendiéndose de los brazos de su pareja con excesiva dignidad.

-Pues vamos, entonces -dijo Morgan, guiándoles hacia la barra en la que momentos antes Karel y él mismo disfrutaran de sendos whiskys.

-Si me disculpáis -Morgan oyó con nitidez la voz del japonés a su espada, y se giró para mirarle. Pero Kato no le miraba a él, sino a Noel-, yo os esperaré en el coche.

Morgan abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.

-Kato, no seas así -le dijo Noel, acercándose a él. Luego, le susurró algo, a lo que el japonés negó levemente con la cabeza-. Como quieras entonces. Si quieres, puedes irte ya al hotel y...

-Os esperaré en el coche -reiteró, antes de alejarse de ellos sin una mirada atrás.

Morgan se dispuso a ir tras él, pero Noel le retuvo por el brazo.

-¿No íbamos a tomarnos una copa? -le preguntó.

Morgan se desembarazó de su agarre con un brusco gesto.

-¿Qué? Pero Kato...

-Déjalo ir -le aconsejó Noel-. Espera a que se le aplaquen los ánimos. Hazme caso por esta vez.

Morgan lanzó una última, dubitativa mirada en la dirección en la que su amante se había alejado, pero ya no pudo verlo. Volvió sus ojos al modelo y asintió.

-Pues entonces voy a tener que cogerme una buena cogorza.

*

Hasta que no hubo salido del local, Kato no volvió a sentir que respirada con normalidad. Permitiéndose a sí mismo un momentáneo e inconveniente momento de vulnerabilidad, cerró los ojos durante unos segundos y dio dos largas y pausadas bocanadas de aire. Luego, sintiéndose algo más aliviado pero también avergonzado por no haber podido esperar a estar a solas para llevar a cabo tal ritual de relajación, miró a su alrededor para constatar que nadie hubiera presenciado su debilidad. Ninguna de las personas que poblaban la entrada de aquella discoteca le prestaba la menor atención. Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz, se recolocó la corbata, y se alejó de la puerta del local, dirigiéndose hacia el lateral del edificio donde había dejado aparcado su coche.

La tensión que le atenazaba, y que había sentido desde que traspasara el umbral del la discoteca por primera vez, empezaba a diluirse un tanto, así como la turbación que tal incomodidad le provocaba. Desde que había quedado acordada la cita para realizar la entrevista en aquel lugar, Kato había sabido de antemano cuál sería su reacción, cuan grande su molestia ante el despliegue de obscenidad que probablemente se vería obligado a presenciar, razón por la cual se había negado tan tajantemente a que Morgan la acompañara, seguro de que tenerle a su lado sólo aumentaría la magnitud de sus tribulaciones.

Y había tenido razón: verlo allí aquella noche, enarbolando su jactanciosa seguridad en sí mismo y demostrando con qué pasmosa facilidad se habituaba al tipo de ambientes que a Kato tanto le costaba frecuentar, no había hecho otra cosa más que inflamar sus ya bastante soliviantadas emociones.

Pero Morgan no podía entenderlo, como no podía entenderlo Noel: ellos eran almas libres, tan completamente en paz con su propia naturaleza que no podían concebir que hubiera quien luchara tan denodadamente contra sí mismo, y quizás había sido injusto al negarle a Morgan sus deseos sin darle una explicación sincera a cambio.

Sin darse un momento más para explorar sus propios remordimiento, sacó las llaves del bolsillo derecho de sus pantalones y accionó la apertura del coche cuando se acercaba a él. Con un leve pitido y un rápido guiño de sus cuatro indicadores, el coche se abrió, y Kato se introdujo en él, sintiendo que se adentraba en un caparazón, oscuro e impermeable, que le protegería de los peligros de la noche. Aferrándose con ambas manos al volante, cerró los ojos y volvió a suspirar, esta vez con la seguridad que le daba el no estar siendo observado gracias a sus cristales tintados. Sin embargo, no estaba del todo a salvo: tras sus párpados cerrados evocó, sin poder evitarlo, la imagen de aquel joven desnudo y hermoso siendo apretado dolorosamente contra la fría superficie de un cristal. Frunciendo el ceño, Kato se preguntó en silencio si estaba siendo excesivamente indulgente consigo mismo al retener esa imagen en su retina, cuando un sordo y violento golpe en el capó de su coche le hizo abrir los ojos a la vez que daba un respingo en el asiento.

Kuso! -siseó al constatar que lo que le había sobresaltado era un gatito blanco y negro que había saltado blandamente sobre su coche desde un muro cercano. El gatito le devolvió la mirada durante un segundo, a través de la luna del coche, antes de maullar, saltar al suelo y alejarse del vehículo.

Kato se quitó las gafas, y se frotó el puente de la nariz, antes de recostar su cabeza contra el respaldo del asiento. En el salpicadero del coche brillaba la hora en brillantes dígitos azules. Eran poco más de las dos de la madrugada. Volvió a suspirar. Le quedaba una larga espera por delante.

Una noche en el SodomaWhere stories live. Discover now