🚫 C A P Í T U L O 4 🚫

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No quería que ella comiera sola. Al contrario, como la susodicha se había negado a la fecha a dar información sobre algún pariente para contactarlo, al verla una mañana tan sola, decidió desde ese día que pasaría, a diario, a comer el desayuno en la mañana con ella y, en la tarde, el almuerzo, en su regreso del pueblo y antes de dirigirse a la ciudad.

—Esa mujer sí que tiene agallas —agregó—. ¡Me ha sorprendido! —Sonrió complacido.

Catalina no supo por qué, pero experimentó un pequeño estrujón en su interior al percibir aquella mirada en el doctor.

—Esa niña era un dolor de cabeza para su padre —frunció el ceño doña María, antes de servirles la pequeña botella con el aceite de oliva, mientras trataba de portarse de manera educada en la mesa. Su cercanía con el médico había hecho que tratase de adoptar sus modales, así como su culta manera de hablar—. Sabía que se perdería. Escaparse con el novio; ¡qué vergüenza! —Hizo la señal de la cruz.

El médico rio.

—¿Vergüenza de qué, María? ¿De escapar de un padre abusivo que le pegaba? Y vaya uno a saber qué otras cosas más...

Frunció el ceño al recordar cuando la susodicha había llegado a su clínica tiempo atrás. La suciedad de tierra en su rostro no se comparaba en nada con la suciedad que percibía en su alma.

Después de examinarla, había concluido que había sido víctima de violación. Entonces, cuando le comunicó a su padre lo ocurrido, se sorprendió que al hombre no le interesara asentar alguna denuncia.

«¡No se meta en los asuntos de mi familia! Yo veré qué hago con mi hija», fue lo único que don Julián de la Rubia se esmeró en decir. No culpables, no violación, para él su hija era de su propiedad y podía hacer de ella lo que quisiera.

La mirada de horror de la chica, que se confirmaría tiempo después, cuando le confesara al doctor de lo sucedido, había provocado en el médico impotencia y rabia.

Le había aconsejado que lo denunciara, pero ¿quién la creería para entonces? Peor todavía, cuando su reputación en el pueblo, por ser una joven sociable y alegre, sumado a que unos decían que ningún hombre la tomaría como esposa debido a lo sucedido tiempo atrás, y que su padre afirmaba que solo era una rebelde que le traía dolores de cabeza, le habían granjeado mala fama.

—Lo bueno es que no se conformó con lo que decían de ella. —Comió un pedazo de pan al que le había echado tomate—. Siempre quiso más... Hasta fue a votar hace dos años atrás. ¡Estaba tan orgulloso cuando me lo contó!

—¡Qué horror! —dijo doña María.

Lucas sonrió.

Conocía de las ideas tradicionales de la señora, por muy servicial que fuera con él y con su paciente. Había intentado hacerla cambiar de parecer, pero ella se mantenía en sus trece. Afirmaba que el derecho a voto, que les había sido concedidos por primera vez a las mujeres hacía dos años atrás, era una aberración.

—¿Horror por qué? ¿Porque tengan derecho a elegir sobre quién nos gobernará?

—Exacto —alegó la señora.

—Pero ¿por qué? ¿Qué nos diferencia a los hombres y mujeres? ¿Por qué sí nosotros podemos votar y vosotras no?

Doña María se explicó en mil y un razones para argumentar, pero todas se resumían en que la máxima aspiración de una mujer era atender su hogar y nada más.

—Y usted, doña Catalina, ¿qué opina?

—¿Eh? —preguntó, bastante sorprendida. Se había hallado distraída al saciar su apetito durante el desayuno.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Where stories live. Discover now