🚫 C A P Í T U L O 1 3 🚫

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—Doctorcito, gracias

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—Doctorcito, gracias...

Catalina ya había llegado al cortijo. Al pasar al lado de lo que parecía ser un granero, le sorprendió lo que vio: varios niños, de diferentes edades, salían de aquel. Uno de ellos era recogido por su madre:

—Gracias por prestarle Platero y yo —añadió una señora, que respondía al nombre de Ángeles, al tiempo que guardaba un libro en los bolsillos de su delantal—. A mi hijo le encanta leer, pero no tengo dinero pa' comprarle libros.

—No se preocupe, doña Ángeles. —Lucas estaba colocado al lado de una de las puertas grandes del granero—. Siempre que lo cuide y me lo devuelva, para que luego pueda ser disfrutado por otro de sus compañeros, todo bien.

—Descuide. Todo sea pa' que mi hijo se eduque y no sea como su madre.

La mujer se dirigió a un niño pecoso, que estaba a pocos metros de ella.

—Y tú, Pepe, pórtate bien... —El médico se acercó al niño y le frotó la cabeza.

El aludido hizo un gesto de preocupación.

—Mira que te lo he prestado con una condición —añadió Lucas—: debes portarte bien. Espero que, leyendo, se te vayan las ganas de ir a gamberrear(1) por ahí y ya no preocupar a tu madre.

—Yo no soy un gamberro —se defendió al tiempo que hacía un puchero.

—No lo eres, solo te gusta tirarme de las trenzas y molestar a las niñas.

Una chiquilla, de aproximadamente diez años, le sacó la lengua a Pepe.

—¡Mentirosa!

La niña salió corriendo, siendo perseguida por Pepe. En un santiamén, ambos se perdieron metros más allá.

—Este niño ¡nunca va a cambiar! —se quejó avergonzada doña Ángeles.

—No se preocupe, así son los chiquillos.

El doctor sonrió al recordar las travesuras que cometía de niño. No tenía mucha diferencia con lo que Pepe hacía en la actualidad.

En el verano, iba a perseguir mariposas y luciérnagas. Como estas últimas salían de noche, más de una vez había preocupado a su madre al no encontrarlo para la cena. Y hubiera seguido sonriendo y disculpando a Pepe, de no ser porque se dio cuenta de que era contemplado a lo lejos por Catalina.

—Oh, doña María... —movió su cabeza en dirección a la aludida—, Catalina... —Sus ojos azules adquirieron el brillo especial de siempre cuando se contemplaba en los de ella—. Ya estáis aquí. ¿Vais a comer?

La joven todavía se hallaba curiosa del escenario que acababa de ver.

—Yo voy a ir con los peones al comedero que hay más allá —añadió Lucas—. Supongo que vosotras os dirigís también allá, ¿no?

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora