🚫 C A P Í T U L O 2 🚫

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Mayo de 1935

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Mayo de 1935


Caminó sigilosa por aquel sendero. Después de mucho llorar, después de mucho dudar, hoy había decidido que iba a pecar.

Su cuerpo había llorado sangre desde hacía meses atrás. Golpeado, vejado, humillado; desde que tuviera el último aborto de su tercer hijo, su suerte parecía que iba de mal en peor. Y ya estaba cansada de callar, ya estaba cansada de pagar, ya estaba cansada de soportar...

Por alguna razón que desconocía, desde que se había casado con su esposo, don Pedro Barquero, un poderoso industrial, sus deseos por crecer su familia y otorgarle a su marido el tan esperado hijo varón que las normas obligaban, habían sido infructuosos.

Su primer hijo había nacido muerto. El segundo, una niña que había sido despreciada por su padre por nacer como tal, murió al mes de haber nacido. Y el tercero... el tercero... había supuesto que lo perdiera a los tres meses de estar encinta.

Su familia la criticaba. Las amigas murmuraban. La sociedad la rechazaba. Y su esposo, mejor no recordar cómo la trataba.

Luego de que transcurrieran unas semanas desde su última pérdida y su semblante se volviera de nuevo rosa, como un depredador esperando a su víctima para cazarla, la invitó a pasar un fin de semana en una de las fincas que tenían a las afueras de la ciudad. Le dijo que era para que se relajara, para que descansara, para que mejorara... ¡Ay, si ella hubiera intuido siquiera lo que le esperaba!

Tenía el tabique nasal partido. El ojo derecho, hinchado producto de los golpes, amenazaba con quedarse ciego. Su pie derecho apenas le respondía para caminar.

Cualquiera que viese en esos instantes a doña Catalina Del Rey, quien alguna vez fuera la más bella de la ciudad, envidiada por muchas, pretendida por otros, simplemente no la reconocería. En ese momento no era más que una simple sombra, con una vida gris y vacía, tal cual un guiñapo que a cualquiera espantaría.

Tuvo que detenerse, con mucha dificultad, sobre uno de los olivos que se levantaba imponente sobre el campo malagueño, como apiadándose de su condición.

Cuando se apoyó sobre el tronco, no pudo evitar soltar otro chillido por el dolor físico que la aquejaba. Pero, este en nada se comparaba con el que inundaba en su alma.

Atender a su casa, satisfacer a su marido, criar a los hijos, eran los objetivos para los que había sido criada. ¡Y se había esforzado en ello! ¡Claro que sí! Pero ¿por qué, a pesar de todos los esfuerzos que hacía, el señor Dios le negaba la bendición de otorgarle hijos a su esposo? Y peor todavía, ¿por qué ella llevaba la peor parte de todo lo sucedido?

Sabía que era su culpa el decepcionar a don Pedro al no poder otorgarle hijos. La procreación era el bien mayor al que toda mujer debía aspirar. Y como había fallado en eso, tenía que aceptar los reproches, callar los insultos y malos tratos, resignarse a que su marido desahogara sobre su cuerpo toda la rabia que tenía acumulada al sentirse el hazmerreír por no poder ser padre.

Pero por qué, por qué, a pesar de que había sido criada para todo ello, a pesar de que sus amigas del Rotary Club la miraran mal y susurraban a sus espaldas, a pesar de que el cura le había dicho que la Biblia dictaba que el marido en la casa mandaba, a pesar de que su madre le había dicho que aceptara y aguantara, sentía que quería seguir huyendo más, sentía que ya no quería callar más, ¡que simplemente ya no podía más! Porque la poca dignidad que le quedaba le decía que las cosas no debían ser así, que ella ya no podía seguir así, ¿verdad? ¡¿VERDAD?!

Cuando miró implorante al cielo despejado, en búsqueda vana de respuestas a sus preguntas, aquel la bañó con sus rayos del sol.

Por primera vez, lejos de esa cárcel de oro que solo significa dolor y tristezas para su alma, aún con sus ropas raídas, aún con su pelo sucio, aún sin sus caras joyas, se permitió respirar otro aire... ¿De esperanza quizá? No lo sabía.

Pero, cuando le pareció que una silueta se avistaba a lo lejos y quiso alzar su cabeza para apreciarla mejor, ya no pudo hacerlo. El dolor, que ensombrecía tanto a su cuerpo como a su alma, había decidido que era mejor que cerrara los ojos para que, por fin, ella descansara.

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La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Where stories live. Discover now