🚫 C A P Í T U L O 1 1 🚫

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—Y ya deja las pamplinas para después, que no hay tiempo —se quejó doña María mientras se colocaba al lado de donde estaba su protegida, quien estaba sentada sobre una gran roca, en la orilla—

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—Y ya deja las pamplinas para después, que no hay tiempo —se quejó doña María mientras se colocaba al lado de donde estaba su protegida, quien estaba sentada sobre una gran roca, en la orilla—. Venga, coge el jabón y...

Empezó a instruirla en las labores de lavado.

Aunque al comienzo se le hacía difícil, poco a poco se sintió más cómoda lavando la ropa. Sin embargo, con el transcurrir de las horas, el continuo restregar de las ropas en el río y el sol llegando a su punto máximo de calor, Catalina estaba exhausta. También, echó de menos tener un botijo como el que le había visto al doctor García. Y si esto no fuera poco, su poca experiencia a estas alturas le trajo más de un problema.

Cuando las llagas en sus manos le hicieron ver que no estaba acostumbrada a esta labor, fue que valoró aún más el trabajo de las empleadas que le habían servido en diferentes etapas de su vida. Si durante una mañana ella se sentía adolorida, sedienta y cansada, no se quería imaginar cómo la pasaban aquellas mujeres que todos los días debían hacer lo que ella ahora.

En un momento dado, cuando su vista se posó sin querer sobre una de las mujeres que conversaba amenamente al tiempo que retorcía la ropa para quitarle toda el agua posible, previo al secado, casi babeó por la sed que la arreciaba. Una de ellas, que sabía que respondía al nombre de Encarna, le sonrió de lado cuando se percató de que la observaba con atención mientras bebía de su botijo.

—¿Tiene sed? —le preguntó con un tono de voz más alto que el que solía usar María.

—Sí —respondió con inercia.

Sin mediar un segundo, ni bien Encarna le alargó la mano para animarla a que se acercara, Catalina ya se había adelantado a ello. Cuando el líquido elemento cayó por su boca de forma intempestiva, mojando sus raídas ropas, se olvidó por completo de la buena educación y decoro que le habían enseñado. En ese instante, solo le importaba aplacar la terrible sed que la venía agobiando durante horas.

—Chiquilla, pero ¿qué hace'? —intervino Encarna, junto a un coro de risas, codazos y murmullos de quienes las rodeaban.

Al darse cuenta del espectáculo que había provocado, la cordura volvió de inmediato a Catalina. Se limpió la boca y el cuello como pudo, agachó la cabeza y le devolvió el botijo a Encarna, muy apenada.

—Gracias —dijo casi en un susurro.

—De nada.

Encarna hizo todo lo posible por no reírse de ella. No obstante, la cara de pena de la rubia era de tal manera, que las carcajadas le ganaron. Catalina quería esconderse debajo de una piedra; no era la primera vez que se sentía un objeto de burla de parte de otras personas.

Evocó varios recuerdos, cuando su marido se carcajeaba de ella en su cara y le decía que era una buena para nada, para luego propinarle una cachetada o una patada. Al acordarse de esto, amarró bien el pañuelo que cubría su cabeza para poder ocultar su rostro de todo ese barullo de gente. Pero, lo siguiente que harían la sorprendió:

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora