🚫 C A P Í T U L O 8 🚫

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Julio de 1935


El verano transcurría y, con ello, la temperatura en Málaga se incrementaba, aunque no solo por culpa del curso natural de las estaciones. Poco a poco, Catalina empezó a aprender cosas pequeñas, pero que, para ella, significaban grandes pasos para crecer como mujer.

Había estado muy acostumbrada a tener todo a la palma de la mano, según sus caprichos y peticiones. Una mujer de su posición no podía fregar el suelo de la cocina, pero ella ya había aprendido a hacerlo. Una mujer de su posición no debía recoger los huevos de las gallinas antes de que saliera el sol, pero era lo primero que hacía al despertarse. Una mujer de su posición no debía temblar al ver aquel apuesto hombre entrar por la puerta cada mañana, pero ella no solo lo hacía. Catalina también suspiraba, su corazón se le aceleraba, sus manos le sudaban —y no solo producto de las 35° que hacía aquel día de fines de julio.

Todo su cuerpo era un manojo de nervios, mezclados con sentimientos, incomprensibles de procesar, de mezclar y de asimilar. Las emociones que la asaltaban cada día minaban su cordura. Sus ojos castaños claros se perdían en los azules de él cada vez que lo veía de reojo, dando como resultado unos nuevos reflejos en los que pudiera sentirse amada, con su autoestima recuperada y volver a ser aquella niña que corría, reía, vivía. Sus ojos brillaban, su corazón, toda ella brillaba,

Catalina brillaba debajo de los rayos refulgentes de ese sol incandescente. Porque el verano seguía transcurriendo y, como tal, el sol seguía resplandeciente. Su convivencia diaria, el cuidado de él hacia ella a diario, su aprendizaje y cura de su autoestima herida cada día, daba como resultado un nuevo clima de ternura, de dulzura, y también de incipiente lujuria. El calor en Málaga seguía ascendente, así como el sentimiento que en su corazón albergaba y que tenía a su cuerpo a punto de estallar por las llamas.

Y era peligroso para ambos, no solo para ella, porque si el calor tanto en Catalina como para Lucas seguía in crescendo como venía sucediendo en aquellos días, debería en algún punto explotar como un volcán... En un amor prohibido, que los llamaba a fundirse en las lagunas del Tártaro cuando menos se lo esperasen, a no ser que decidieran refrescarse a modo de tregua, para hacerle caso a la cordura. Quizá una visita a las aguas del río Alcazarín vecino fuera oportuna para hacerle caso a guardar la compostura.


*******


—Catalina, ayúdeme a cargar esto.

Era día de lavar la ropa. Doña María había decidido que esa mañana su protegida la acompañaría al río.

Había notado en ella una leve mejoría. De forma lenta, había estado ayudándola al limpiar la casa al barrer y usar la fregona. Y aunque no lo hacía con la destreza que esperaba, por lo menos, había dado muestras de servirle de ayuda. Su sobrina Sonia no daba muestras de mejoría de la gripe que la aquejaba, por lo que Catalina se había convertido en su mano derecha.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora