7.- CONSECUENCIAS

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La feria de la señora de Chester era tan elegante y selecta que las muchachas de la vecindad consideraban un gran honor que las llamasen para atender un quiosco. Invitaron a Amy, pero no a Jo, lo cual fue una suerte para ambas, pues Jo andaba esa temporada con los brazos en jarra y en contra de todo el mundo. La "muchacha altiva y poco interesante" fue dejada en paz y sola, mientras que el talento y buen gusto de Amy recibieron un justo homenaje con la asignación del quiosco dedicado al arte.La muchacha se empeñó realmente para preparar y conseguir elementos valiosos y apropiados para enriquecerlo. Todo anduvo como sobre ruedas hasta la víspera de la inauguración; entonces ocurrió una de esas escaramuzas difíciles de evitar cuando tratan de trabajar juntas unas veinticinco mujeres, viejas y jóvenes, cada una con sus gustos, prejuicios y resentimientos particulares. May Chester tenía celos de Amy porque era más popular que ella, y en este caso especial fueron varias las circunstancias que contribuyeron a aumentar aquel sentimiento. La primera espina fue que el delicado trabajo a pluma de Amy eclipsó completamente los jarrones pintados de May; segunda espina: en un baile reciente, el muy conquistador de Tudor había danzado cuatro veces con Amy y sólo una con May. Pero el agravio principal, lo que enconó el alma de May y le dio pretexto para su conducta poco amistosa, fue el rumor repetido al oído de May por alguna chismosa, de que las chicas de March se habían burlado de ella en casa de los Lamb. Toda la culpa de aquello debió recaer en Jo, cuya imitación de May había sido demasiado realista para escapar a la identificación, y los Lamb juguetones- habían dejado escapar lo de la broma. Ningún indicio llegó, sin embargo, a oídos de las culpables y la congoja de Amy puede imaginarse fácilmente cuando, en la noche, mientras Amy ponía los últimos toques a su bonito "stand", la señora de Chester, resentida por la supuesta burla hecha de su hija, se acercó a Amy para decirle con tono afable pero mirada fría:
—Parece, querida, que hay entre las chicas la idea de que este quiosco no debe ser atendido por nadie más que por una de mis hijas. Como ocupa el sitio más visible y algunos dicen que es el más bonito de la "kermesse" y como mis chicas son las principales organizadonas, se cree mejor que lo atiendan ellas. Lo siento mucho por ti, pero sé que estás demasiado interesada en nuestra causa como para que te importe un pequeño desencanto personal. Naturalmente que, si así lo deseas, tendrás otro quiosco. La señora de Chester había creído que le sería fácil decir aquel discursito; pero llegado el momento le fue muy difícil hablar con naturalidad, con los ojos de Amy, completamente libres de suspicacia, mirándola fijo, llenos de sorpresa y desazón. Amy sospechó en seguida que detrás de esto se escondía algo, pero no podía saber qué, y sintiéndose ofendida demostró que lo estaba, aunque respondió muy serena:
—Quizá preferirá usted, señora, que yo no atienda ningún "stand".
—¡Vamos, querida, no te resientas, te lo ruego, no es más que un asunto de conveniencia...!, es natural que mis hijas tomen la delantera y esta mesa se considera el lugar que les corresponde. Por mi parte, lo creo el lugar más apropiado para ti y te estoy muy agradecida por tu empeño en embellecerlo... Ya veré que se te dé un buen quiosco. ¿No te gustaría el "stand" de flores? Las chicas más jóvenes se habían hecho cargo de él, pero están desanimadas... Tú puedes hacer de él algo encantador, y el puesto de flores es siempre un lugar muy atrayente...
—Especialmente para los caballeros —agregó May, con una mirada que iluminó a Amy respecto de la causa de su caída desde el sitio de preferencia que antes ocupara. La pobre Amy enrojeció de ira, pero no hizo ningún otro caso de aquel sarcasmo de muchacha y respondió con afabilidad:
—Cuando usted desee, señora, dejaré inmediatamente mi puesto aquí, y si usted quiere atenderé el de las flores.
—Puedes llevar tus cosas si lo desea y ponerlas en tu quiosco —le dijo entonces May, cuya conciencia le remordió algo al mirar los pequeños atriles tan bonitos con los dibujos a pluma de Amy, las conchillas pintadas y las delicadas iluminaciones que la joven había hecho con sumo cuidado y arreglado con tanta gracia. La intención de May era buena, pero Amy la interpretó mal y le contestó, rápida:
—Por cierto, si es que te incomodan... —Y arrastrando con todas sus pertenencias, que llevó en su delantal en informe montón, se retiró con la idea de que tanto ella como su arte habían sido insultados fuera de toda posibilidad de perdón.
—¡Bueno! ¡Ahora se nos enojó! Ojalá no te hubiese pedido que hablases, mamá —dijo May desconsolada al mirar los espacios vacíos de su "stand".
—Las peleas entre chicas pronto pasan —replicó su madre, sintiendo, con mucha razón, vergüenza por la parte que había desempeñado en ésta. Las pequeñas recibieron encantadas a Amy con sus tesoros, y esa bienvenida cordial calmó bastante su espíritu alterado e inmediatamente se puso a trabajar, decidida a triunfar en la floral, ya que no había podido en lo artístico. Pero todo parecía ponerse en su contra: era tarde y ya estaba cansada. .. todo el mundo se hallaba demasiado ocupado con sus propios problemas para ayudarla y las chiquillas eran más bien estorbos que ayuda, porque charlaban como cotorras y hacían una alharaca increíble causando la más terrible confusión con sus esfuerzos inocentes por tener todo en orden perfecto. El arco de siempreverdes no quería mantenerse firme y se tambaleaba amenazando desplomarse sobre su cabeza en cuanto se llenasen las canastas colgantes; su mejor teja pintada sufrió una salpicadura de agua que dejó una mancha color sepia en la mejilla de Cupido; martillando se lastimó las manos y tomó frío trabajando en una corriente de aire, lo cual la llenó de temores para el día siguiente. Cualquier muchacha que haya sufrido inconvenientes parecidos va a sentir junto con Amy y le deseará
buena suerte para terminar con bien su tarea. En la casa produjo gran indignación el relato que hizo Amy esa noche de lo sucedido. Su madre lo consideró una vergüenza, pero también opinó que Amy había procedido muy bien. Beth declaró que ni pisaría la feria y Jo quería que Amy retirara todos sus trabajos y dejase que esa mezquina gente se las arreglase sin ella.
—Que ellos sean mezquinos no es una razón para que lo sea yo. Odio ese tipo de "toma y daca", y aunque creo tener derecho a sentirme lastimada no pienso demostrárselo. ¿No te parece, mamá?
—¡Ya lo creo, querida, ése es el espíritu que hay que tener...!, un beso a cambio de un golpe es siempre lo mejor que se puede dar, por más que muchas veces no sea nada fácil — contestó la madre con aire de hablar por experiencia. A pesar de varias, tentaciones que sintió Amy de mostrar resentimiento y de tomar represalias, se atuvo a su resolución todo el día siguiente, empeñada en conquistar a su enemigo a fuerza de bondad. Al principio toro fue bien gracias a una advertencia que recibió inesperada pero muy oportunamente. Cuando arreglaba su "stand" esa mañana Amy tomó una de sus producciones preferidas, un librito cuyas hojas de pergamino había iluminado muy bellamente para ilustrar varios textos. Mientras recorría con justificado orgullo las páginas ricas en delicados dibujos, su mirada cayó sobre un verso que la hizo detenerse a pensar: Rodeadas de un marco brillante de dibujos en volutas escarlata, azul y oro estaban las siguientes palabras: Ama a tu prójimo como a ti mismo. "Así debiera ser, pero en lo que a mí concierne, no lo consigo" —pensó Amy dejando vagar la mirada de la colorida página a la cara descontenta de May tras los jarrones que no podían esconder los vacíos que antes llenaban las bonitas obras de Amy. Ésta continuó un momento volviendo las hojas del librito. Aun un "stand" de feria puede convertirse en púlpito, y la conciencia de Amy fue la que le predicó un sermoncito tal, y la joven hizo lo que muchos de nosotros no siempre hacemos: tomó el sermón al pie de la letra y lo puso inmediatamente en práctica. Rodeando la mesa de May había un grupo de muchachas admirando las cosas bonitas que allí se exhibían y comentando el cambio de vendedoras. Al llegar Amy bajaron la voz, y Amy sabía que estaban hablando de ella, es decir, oyendo sólo un lado de la cuestión y juzgándola según eso. No fue agradable, pero Amy iba ahora animada de un nuevo espíritu, y en seguida se presentó la ocasión de demostrarlo, pues oyó a May que decía:
—Es una lástima, pues no hay tiempo de hacer otras cosas y no quiero llenar los claros con cualquiera. La mesa estaba completa antes..., ahora está echada a perder.
—Creo que Amy las volvería a traer si se lo pidieses —sugirió alguien.
—¿Cómo podría hacer tal cosa después de todo el barullo que hubo?—comenzó a decir May, pero no terminó, pues la voz de Amy se oyó desde el otro lado del salón, diciendo amablemente:
—Aquí las tienes, May, y te las doy de buena gana sin que me las pidas. Justamente pensaba ofrecértelas, ya que van mejor en tu mesa que en la mía. Tómalas, por favor, y perdóname por haber sido apresurada anoche cuando me las llevé.
—¡Bueno! ¡Eso me ha parecido precioso de su parte! —exclamó una de las chicas. La respuesta de May no fue audible, pero otra chica, cuyo humor se había agriado exclusivamente haciendo la limonada, añadió con una risita desagradable:
—Sí, muy precioso, ¡porque sabía que no podría venderlas en su quiosco! Eso sí que fue duro de soportar, ya que nos gusta que sean apreciados nuestros pequeños sacrificios; por un minuto Amy se arrepintió de haber hecho aquello, sintiendo que la virtud no "es siempre su propia recompensa". Pero lo es -como tuvo ocasión de convencerse más tarde-, pues su "stand" comenzó a prosperar bajo sus manos hábiles y pronto se levantó su ánimo, pues las chiquillas eran muy cariñosas con ella y aquel pequeño acto había aclarado extraordinariamente el ambiente. Fue un largo y difícil día para Amy, todo el tiempo sentada allí casi sola, pues pocos son los que compran flores en verano. Además, sus ramos comenzaron a marchitarse mucho antes de llegada la noche. El "stand" artístico era por cierto el más atrayente; todo el tiempo lo rodeaba un montón de gente y las que lo atendían iban de aquí para allá con caras importantes y repiqueteando las monedas de sus cajas. Amy miraba con frecuencia en esa dirección con aire pensativo, deseando haber estado allí, donde se hubiese sentido cómoda y feliz en lugar de seguir en su rincón sin nada que hacer. Para una chica bonita, joven y alegre, aquello fue no sólo aburrido sino muy mortificante; y la idea de que a la noche la encontrasen ahí su familia, Laurie y sus amigos convirtió la pequeña tribulación en un martirio. Hasta la noche no volvió a su casa, y por su palidez y cansancio se dieron todos cuenta que el día había sido arduo, aunque Amy no se quejó y ni siquiera les contó lo que había hecho. Su madre le sirvió el té más cariñosa que nunca. Beth le hizo una preciosa guirnalda para el pelo, mientras que Jo asombró a la familia vistiéndose con especial cuidado e insinuando ambiguamente que se iban a dar vuelta los papeles.
—No hagas nada descortés, Jo, por favor, no quiero alharacas. Deja pasar todo y pórtate bien —imploró Amy al salir de nuevo para la feria, esperando encontrarse con un refuerzo de
flores para refrescar su pobrecito quiosco.
—únicamente me propongo hacerme tan atrayente a cuanta persona conozco que se quedará en tu rincón el mayor tiempo posible. Teddy y sus muchachos me darán una manita y todavía nos vamos a divertir mucho —respondió Jo, disponiéndose a esperar a Laurie. Al poco rato, oyendo el paso fuerte y familiar de su amigo, corrió a recibirlo:
—¿Es mi muchacho el que llega?
—Con tanta seguridad como que es mi chica la que me espera —respondió Laurie, metiendo la mano de Jo bajo su brazo con el aire de un hombre que ve satisfechos todos sus deseos.
—¡Ay, Teddy, no te imaginas lo que pasa! —Y Jo relató con verdadero celo fraternal los pormenores de las injurias sufridas por Amy.
—Un montón de muchachos vienen luego, y que me ahorquen si no los obligo a comprar hasta la última flor que tenga en el quiosco y a que acampen luego al pie de su mesa —dijo Laurie, abrazando con calor la causa de Jo y Amy.
—Dice Amy que las flores no están nada lindas y que las frescas pueden no llegar a tiempo. No quisiera ser injusta o suspicaz. Pero no me sorprendería que no llegaran a ninguna hora. Cuando la gente comete un primer acto mezquino, es muy probable que incurran en otro. -observó Jo.
—¿Acaso Enrique no le dio las mejores que teníamos, como se lo ordené.
—No sabía yo eso; creo que se le olvidó, y como tu abuelo no estaba muy bien no quise fastidiarlo pidiéndoselas, aunque de veras las necesitábamos.
—¡Vamos, Jo! ¿Cómo pudiste pensar que había la menor necesidad de pedirlas? Sabes muy bien que todo lo que tengo es tuyo. ¿Acaso no vamos siempre a medias en todo? — comenzó Laurie con el tono que siempre convertía a Jo en un cacto.
—¡Dios me libre! ¡Nada de eso!... La mitad de muchas de tus cosas no me convendrían en absoluto. Pero nada de quedarnos aquí hablando pavadas cuando tengo que ayudar a Amy. Ve y ponte tan espléndido como puedas... Y si le dices a Enrique que lleve flores lindas hasta el local de la feria, te bendeciré para siempre...
—¿No podías hacerlo ahora mismo?-preguntó Teddy con tono tan insinuante que Jo le cerró la verja en las narices con prisa-nada hospitalaria, gritándole por entre los barrotes-:¡Anda, Teddy, vete, que estoy ocupada!
Y gracias a aquellos simpáticos conspiradores, los papeles se invirtieron de veras aquella noche. Para empezar, Enrique, el jardinero de los Laurence, mandó una selva de flores, y además una preciosa cesta arreglada como sólo él sabía, para el centro de la mesa; luego la familia March se presentó en pleno y Jo se empeñó de tal modo y con tanto éxito que la gente no sólo acudía al quiosco, sino que se quedaba allí riéndose de sus disparates, admirando el buen gusto de Amy y aparentemente divirtiéndose la mar. Laurie y sus amigos, con sin par galantería, convergieron al lugar, compraron los ramos, acamparon al pie de su mesa e hicieron de aquel rincón el más animado de la feria. Amy estaba ahora en su elemento y llegó a la conclusión de que la virtud era su propia recompensa, después de todo. En cuanto a Jo, se comportó con ejemplar corrección, y luego, una vez que Amy estuvo feliz, rodeada de su guardia de honor, se puso a circular por el salón, recogiendo fragmentos de chismografía, que por fin la iluminaron respecto de la causa del cambio de frente de los Chester. Tuvo que reprocharse la pobre Jo por la parte que le había correspondido en el asunto, resolviendo exonerar a Amy de toda culpa, tan pronto como fuese posible; también se enteró de la acción de Amy, devolviendo las cosas esa mañana, y consideró a su hermana un modelo de magnanimidad. Al pasar por el quiosco de arte buscó las obritas de Amy y no vio ni rastros de ninguna. "Escondidas, sin duda, para que nadie las vea",pensó Jo, que era muy capaz de perdonar sus propios agravios pero no los infligidos a su familia.
—Buenos días, Jo. ¿Cómo le está yendo a Amy? -preguntó May con tono conciliador,como para demostrar que ella también sabía ser generosa.
—Ya ha vendido todo lo que valía la pena de venderse y ahora se está divirtiendo. El puesto de flores es siempre atrayente... especialmente para los caballeros. Jo no pudo resistirse a dar ese picotazo, pero May lo tomó con tanta mansedumbre que Jo se arrepintió al minuto de haberlo dado y se puso a elogiar los grandes floreros de May, que seguían sin venderse.
—¿Está por ahí la iluminación que hizo Amy? Me gustaría comprarla para mi padre - preguntó Jo.
—Todo lo de Amy fue vendido hace mucho; me preocupé de que lo viese la gente que convenía y nos ha significado una buena suma de dinero -replicó May, quien, igual que Amy, había aprendido aquel día a vencer varias tentaciones. Llena de gusto corrió al puesto de flores a dar la buena nueva a Amy, que estuvo tan sorprendida como emocionada con la noticia de las palabras y el tono de May.
—Ahora, caballeros, quiero que vayan a cumplir con su deber en los demás puestos como lo han hecho con el mío... especialmente el quiosco de arte -les dijo Amy, dando sus órdenes al "Clan de Teddy", como llamaban las chicas a os amigos de Laurie.
-¡A la carga, Chester, a la carga!... -decía la incorregible Jo cuando la falange se
preparaba para tomar el campo.
—"Oír es obedecer, pero marzo es mucho más bello que mayo"' -recitó el pequeño Parker, haciendo un enorme esfuerzo para estar ingenioso y tierno al mismo tiempo, para no conseguir mas que un balde de agua fría por parte de Laurie, quien le contestó:
—Muy bueno, muy bueno, chiquito, no está mal para un chiquitín... -y lo despachó con un golpecito paternal en la cabeza.
—Compra los jarrones -murmuró Amy al oído de Laurie, como toque final de aquel día de generosidades. Con gran deleite de May "el señor Laurence" no sólo compró los jarrones sino que anduvo paseándose por todo el salón con uno bajo cada brazo. Tía Carrol estaba allí y se enteró de la historia, pareció complacida y llevando a la señora de March a un rincón le susurró algo al oído que puso a esta señora radiante de satisfacción, observando desde ese momento a Amy con expresión en que se mezclaban el orgullo y la inquietud, aunque no reveló la causa de su placer hasta varios días después. La feria fue declarada un éxito, y esa noche, al darle las buenas noches a Amy, May se
abstuvo de "representar" como tenía por costumbre, sino que le dio un beso afectuoso que decía "perdona y olvida" con más elocuencia que una efusión de palabras.
—Amy, tienes muchos más principios, nobleza y carácter de lo que yo creía. Te has portado con dulzura y te respeto con todo mi corazón -le dijo Jo con calor cuando juntas se cepillaban el pelo esa noche.
—Sí, querida, todas sentimos igual y te queremos mucho por estar tan dispuesta a perdonar. Debe de haberte costado mucho, después de trabajar tanto tiempo creyendo que ibas a vender tu las bonitas cosas necias por ti. No creo que yo hubiese podido hacer lo que tu naciste -agregó Beth desde su almohada.
—vamos, chicas, no tienen por qué elogiarme tanto, pues solo hice o que me hubiese gustado que hiciesen por mi. Ustedes se ríen de mí cuando les digo que quiero ser una dama, pero lo que quiero decir es una verdadera "señorita", tanto de corazón como de modales, y pienso seguir tratando de serio vasca donde llegue mi ciencia. No sé como explicarlo con exactitud, pero mi aspiración es estar por encima de todas esas pequeñas mezquindades y
tonterías y defectos que echan a perder a tantas mujeres. Espero que con el tiempo llegue a ser como es mamá. Amy hablaba muy en serio y Jo le dijo con un abrazo cordial:
—Ahora entiendo lo que quieres decir y nunca más me voy a reír. Estás adelantando más rápido de lo que tú crees, y yo, por mi parte, voy a tomar lecciones de cortesía en ti, pues creo
que tú has aprendido el secreto. Sigue ensayando, querida, y un día tendrás tu recompensa y nadie va a estar más encantada que yo. Una semana después Amy obtuvo su recompensa y la pobre Jo encontró muy difícil servirse encantada. Llegada una carta de tía Carroll, se iluminó de tal modo el rostro de la señora March con su lectura, que Jo y Beth, que estaban con ella, exigieron saber cuál era la feliz noticia.
—Tía Carroll se va a Europa el mes que viene y quiere...
—¡Que vaya yo con ella! -prorrumpió Jo saltando de la silla en éxtasis incontrolable.
—No, querida, no tú, sino Amy.
—¡Oh, mamá, Amy es muy chica y a mí me toca primero! ¡Hace tanto tiempo que lo deseo... y me haría tanto bien y todo sería tan espléndido! ¡Tengo que ir yo! ...
—Me temo que es imposible, Jo. Tía Carrol dice específicamente Amy en su carta y no nos corresponde imponer nuestro deseo cuando nos brinda semejante favor.
—Siempre lo mismo, Amy es la que se divierte y yo la que trabajo. ¡No es justo, no es justo!. .. -gritaba Jo con pasión.
—Mucho me temo que sea por culpa tuya, querida. Cuando tía Carrol me habló de ello el otro día lamentó tus modales bruscos y tu espíritu demasiado independiente, y en esta carta dice como si citara palabras oídas: "Primero había proyectado levar a Jo, pero como los favores la agobian y odia el francés, creo que no me voya animar a invitarla. Amy es más dócil, será una buena compañía para Flo y va a recibir con gratitud cualquier beneficio que este viaje le proporcione."
—¡Ah, mi lengua, mi abominable lengua! ... ¿Por qué no puedo aprender a callarme? -se lamentaba Jo, recordando palabras que habían sido su ruina. Oída la explicación, la señora dijo con tristeza:
—Me hubiera gustado mucho que pudieras ir, pero por esta vez no hay esperanza; así que trata de soportarlo con alegría y no entristezcas el placer de Amy con reproches o lamentaciones.
—Trataré -contestó Jo, parpadeando fuerte al arrodillarse a recoger el cesto que había derribado jubilosamente al creerse la afortunada-. La tomaré a la propia Amy de ejemplo y trataré no solamente de parecer contenta sino también de estarlo, sin envidiarle un solo minuto de felicidad... pero no me será fácil, pues esto ha sido para, mí una gran decepción. -Y la pobre Jo mojó con lágrimas bien amargas el grueso alfiletero que sostenía en la mano.
—Querida Jo, es muy egoísta de mi parte, pero yo no podría pasarme sin ti, y me alegro que no te vayas todavía —murmuró Beth abrazándola con cesto y todo, con una expresión de amor tan grande y una actitud tal de dependencia que Jo se sintió confortada a pesar de la pena agudísima que sentía. ¡Ojalá pudiese ir a rogar a tía Carrol que la agobiase con este favor!
Cuando llegó Amy, Jo, ya compuesta, pudo tomar parte en el regocijo general de la familia, quizá con menos entusiasmo que el que le era habitual en esos casos. En cuanto a Amy, debemos consignar que recibió la noticia con gran júbilo, empezó a andar por la casa como en un solemne rapto de arrobamiento, y esa misma noche comenzó a poner en orden sus pinturas y lápices de color, dejando las insignificancias tales como ropa, dinero y pasaportes para quienes estuvieran menos absortos que ella en visiones purísimas de arte.
—Hay que ver, chicas, que éste no es para mí simplemente un viaje de placer —les decía con aire importante mientras raspaba su paleta-. Se va a decidir mi carrera, y si es que poseo algún genio lo descubriré en Roma.
—Supongamos que no lo tengas... -le dijo Jo mientras cosía sin parar.
—Entonces, cuando vuelva, me pondré a enseñar dibujo para ganarme la vida —replicó la aspirante a la fama con filosófica compostura, pero con un gesto de disgusto ante tal perspectiva, y siguió raspando la paleta como proponiéndose tomar enérgicas medidas antes de renunciar a sus esperanzas.
—No, no vas a hacer nada de eso porque detestas el trabajo de rutina. Te casarás con algún hombre rico y vivirás con lujo asiático por el resto de tus días. Tal fue el pronóstico de Jo.
—Tus predicciones suelen cumplirse, pero no creo que sea éste el caso, aunque bien que me gustaría, pues si no puedo ser yo artista me encantaría poder ayudar a los que lo son - respondió Amy sonriendo como si el papel de la Dama Generosa le cuadrase mejor que el de la pobre Maestra de Dibujo.
—Pues si ése es tu deseo, lo realizarás. Tus deseos siempre se cumplen; los míos, nunca.
—¿Te gustaría ser tú la que se fuera? -
—preguntó Amy pensativa.
—¡Ya lo creo!
—Muy bien. De aquí a un año o dos enviaré por ti y cavaremos juntas en el Foro romano buscando reliquias y cumpliremos por fin los proyectos que hicimos tantas veces.
—¡Gracias! Ya te recordaré tu promesa cuando llegue ese día feliz, si es que llega alguna vez -replicó Jo aceptando la magnífica promesa con toda la gratitud que pudo; Como no había mucho tiempo para los preparativos y la casa estuvo en estado de gran agitación hasta el memento de la partida, Jo soportó muy bien la situación hasta que hubo desaparecido el último revoloteo de lazos y cintas. Entonces la pobre Jo se retiró a su gran refugio, la bohardilla, y lloró a todo trapo. Amy, por su parte, también se portó muy bien hasta que el vapor arrancó, pero justo cuando iban a retirar la planchada, de pronto se dio cuenta de que todo un océano iba a rodar muy pronto entre ella y los seres que más la querían y abrazándose a Laurie, que estaba entre los últimos rezagados, le dijo con un sollozo:
—¡Cuídalos, Laurie, cuídalos por mí... ! y si pasara cualquier cosa...
—¡Claro que los cuidaré, querida...!, y si llegase a pasar cualquier cosa iré allá a consolarte... -respondió Laurie, sin soñar que le iba a corresponder cumplir esa promesa. Así partió Amy a encontrar el viejo mundo, que siempre aparece joven y hermoso a los ojos jóvenes, mientras su padre y su amigo la miraban desde tierra deseando con fervor que no encontrase a su paso más que buena suerte.

MUJERCITAS (Louisa May Alcott) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora