Capítulo 33

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Jueves 20 de Junio, 2013


Todo lo que veía era un remolino de recuerdos, azotándome el cuerpo con fuerza, creando costras abiertas y heridas sangrantes en la piel. Iba y venía al a vida, caía en la inconsciencia y luego todo lo que sentía era dolor, opresión en el pecho. Mis labios gritaban, pero nada salía de mi garganta. Lo único que podía hacer era mover mi cuerpo en mi propia imaginación, porque parecía que alguien me paralizaba contra la superficie. Luces de neón traspasaban mis párpados cerrados cuando volvía a la vida, pero no podía despertar.

¿Todavía estaba nevando? 

Algunos copos de nieve caían sobre mi rostro y se derretían. Llamé a alguien, que no tiene nombre, y respondió de una manera que yo no logré entender. Todo lo que vi durante mucho tiempo fueron colores fugaces, manchas borrosas moviéndose adelante y atrás. 

¿Eran personas?

Cuando mis sentidos se pusieron en alerta, una terrible pesadez me recorrió el cuerpo, como si pesara miles de kilos. Percibí una mano tocarme el antebrazo izquierdo. Con un rápido movimiento, apretando los dientes para ignorar el dolor, sostuve la mano con fuerza antes de que se alejara de mí.

Abrí los ojos de par en par y lancé una mirada desafiante a la persona que estaba tocándome. Todo lo que vi al principio fue una silueta negra cubriendo mi línea de visón gracias a las luces blancas del techo. Todo lo que veía era blanco, blanco, blanco.

Contuve la respiración. Facciones familiares comenzaron a aparecer en el rostro de la silueta que ahora resultaba tener un cuerpo inmenso y tatuajes cubriendo su piel. Al principio no caí en la cuenta de que era Jonny, porque tenía la cabeza rapada, con una pequeña capa de pelo. Lucía diferente. Las sombras oscuras rodeando sus ojos le daban un toque casi dramático a la situación. Aflojé mi agarre cuando supe que era él, con una especie de alivio y alarma arremolinándose en mi interior.

—Al fin has despertado —dijo.

Su voz era fría. No respondí.

—Sabes —comenzó diciendo—, a veces creo que ni siquiera te importa tu propia salud.

Me senté en la camilla con todo el esfuerzo que pude obtener. Descubrí que todo lo que era blanco en la habitación, era porque estaba en el hospital. Y lo recordé todo.

—Te aprovechaste de Jesse, porque él no puede ver. No has comido en dos días contiguos, por eso te desmayaste.

Tubos de goma estaban rodeándome, las agujas clavadas en mi piel, hidratándome y llenándome de cosas que no sabía lo que eran. Alargué la mano para arrancarlas, pero Jonny me detuvo, con su mano tres veces más grande que la mía, con una fuerza increíble. Lo observé con una mirada desafiante. Todo lo que había en Jonny era impotencia y una amenaza silenciosa.

—Si te lo quitas, entonces voy a matarte.

«Ya estoy muerta», quise responderle. Pero ni siquiera quería hablar. O no podía.

Me soltó, suspirando de una forma liberadora, pero con dolor. Se echó hacia atrás, pasándose su mano gigantesca por su calva. La estancia blanca parecía estrafalaria al lado de él, con tatuajes y frases de muerte y calaveras.

—Eres idiota, tan idiota —dijo en voz baja, más para sí mismo que para mí.

«Clementine», quería decir. «¿Dónde está ella?».

Parecía como si Jonny me hubiera leído la mente.

—Por dios —soltó—. Si tan solo tus jodidos padres fueran más valientes de lo que aparentan ser. ¿Por qué diablos me tocó decirte esto?

Intenté ponerme de pie de un salto.

—No —masculló, obligándome a acostarme—. No te levantes. Tuviste un shock psicológico. Casi sufres de un paro cardíaco. No habías comido por dos días. ¿Cómo diablos quieres levantarte ahora?

«Clementine», gritaba mi mente. «Clementine, Clementine, Clementine».

—Si te quedas quieta —dijo—, entonces te diré qué le pasó a Clementine.

Me paralicé. Lo observé fijamente a los ojos. La tristeza inundó su expresión. Lucía demacrado. Casi como estuviese a punto de llorar. Jonny no lloraba, nunca lo hacía. Jamás lo había visto tan... triste, melancólico. Casi como si supiera que mañana iba a morir.

—Clementine...

—¿Bien? —grazné, con la voz ronca. Quería decir algo más, pero no podía.

—Ella —suspiró, sus manos convirtiéndose en puños inmensos—, ella sufrió de un derrame cerebral.

Mi mente analizó lo que Jonny había dicho. Lo único que sabía del derrame cerebral era porque algo había obstruido o perforado una arteria donde el flujo de sangre circulaba en el cerebro, que hacía que toda la sangre que tenía que seguir su recorrido se desviara hacia otro lado, o se acumulara dentro o fuera del cerebro, obstruyéndolo.

Solté un gemido ronco, de desesperación. Luché por ponerme de pie, por salir corriendo en busca de Clementine y abrazarla, alejarla de todo lo que la dañaba. Estaba de pie, tironeando de los cables y los tubos, pero Jonny se interpuso en mi camino.

—Escucha —Jonny prácticamente gritó—, escucha, ella todavía está viva, está luchando por seguir adelante, ¿de acuerdo? ¿Lo comprendes, Brenda? Todo va a estar bien.

Él me abrazó, con fuerza. Todo mi cuerpo se exprimió, me sacó el poco aliento que contenía en mis pulmones. Estaba débil, cansada, pero todo lo que mis instintos gritaban era protegerla, era proteger a mi hermana en peligro.

Todo lo que se cruzaba en mi mente era que nada iba a ser como antes, que ya nada iba a mejorar.

Estaba derrumbándome, todas las piezas que con tanto esfuerzo había luchado por mantener a pie ahora se caían poco a poco, en un abismo infinito lleno de oscuridad. Aquellas piezas, que se caían, no iban a volver, yo no iba a poder reconstruirlas tal cual como eran antes.

Tal vez yo no estaba viviendo, tal vez nunca había vivido en realidad.

Todo ese tiempo estuve ahogándome, y nadie lo sabía.

—Lo siento tanto —dijo Jonny—. Lo siento muchísimo.


***

Me quejé, luego cerré los ojos dejando escapar un suspiro. Estúpidos hospitales. Estaba tan harta de ellos.

Me encontraba sentada en uno de los pasillos, esperando. Jonny estaba justo a mi lado, dormitando contra su hombro. Mis padres estaban frente a nosotros, mirando el suelo incapaces de levantar la vista. Podía sentir cómo los sentimientos inundaban en mi interior, sofocantes, que me quitaban el aliento. Tenía apoyada la cabeza contra la pared. Todavía podía ver la sangre seca por debajo de mis uñas, la sangre manchando mi campera de cuero. Podía ver cómo todo lo que había sido mi vida se escurría por el suelo.

—Gracias por salvarle la vida —había dicho una mujer desesperada, que me había abrazado de improvisto. Resultaba ser la madre del chico que había sobrevivido junto con Clementine. Él había sufrido graves heridas, pero estaba en proceso de recuperarse. Yo no podía decirle nada, porque lo único que mi mente decía; «ojalá Clementine haya sido la que haya salido ilesa, ojalá su hijo hubiera sufrido de un derrame cerebral y no mi hermana menor». Era estúpido, porque ella estaría en mi misma situación. Yo nunca le hubiera deseado eso a nadie, que alguien estuviese en mi lugar. Pero en ese momento estaba destruida, no podía pensar con claridad. Porque sé lo que se siente, porque sé cómo es vivirlo, y ni siquiera la persona que más odio le desearía algo como esto. Podía sentir cómo me hervía la sangre, enojada conmigo misma, enojada con todo el mundo.

«¿Por qué tiene que pasar esto? ¿Por qué a ella? ¿Por qué justo a ella?».

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now