Capítulo 14

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Lunes 11 de Marzo, 2013


En el exterior, el viento chillaba, gimiendo y aullando. Tenía la barbilla apoyada en el dorso de mi mano. Miré a un punto fijo por unos minutos que parecían interminables. La lluvia arrojaba gotas frías contra el parabrisas y barría las ventanas laterales. Jonny apagó el motor del auto, estacionándose en un rincón oscuro. Apoyó su brazo en la ventana, pasando su mano por su cabello despeinado. Acomodó sus grandes y largas piernas. El sonido de la lluvia hacía que el silencio entre nosotros se hiciera menos incómodo de lo que en realidad era.

Me estaba preparando mentalmente para recibir un sermón en unos pocos segundos.

Y así fue.

—No puedo creer lo que hiciste —susurró con la voz ronca.

—Jonny... —protesté a la defensiva. 

—¿Acaso perdiste totalmente tus sentidos? Maldición, ¡pudieron matarte! ¡Pudieron...! —gritó, golpeando el volante con el puño.

Parecía que en cualquier momento el auto iba a desmoronarse por su fuerza.

Apreté la mandíbula. Mantuve mi expresión inerte, pero no podía evitar poner mala cara. «¿Por qué siempre tiene que reprenderme?», pensaba con exasperación.«Él no es mi padre.»

A veces sospechaba seriamente sobre ello.

—Si tú —me dijo lentamente, con su ira controlada— pensabas que ibas a lograr algo con eso, entonces me has decepcionado.

—Es lo que causo en muchas personas —escupí—. ¿Te sorprende?

—Brenda, tú no eres así —me dijo después de un momento, con las venas en sus manos saltando por la tensión—. Tú si fueras más contundente...

—De acuerdo —grité de repente—. Me equivoqué, ¿de acuerdo? ¿Eres feliz? ¿Estás satisfecho con esto?

—No, claro que no lo estoy —me dijo, con una calma que me sorprendió en el momento—. Si Kevin no me hubiera dicho nada, entonces lo hubiera matado...

—No lo metas a Kevin en esto.

—¿Ahora lo defiendes? —me reprimió.

—¡No lo estoy defendiendo! —grité, tratando de hacerme oír a través de la lluvia torrencial—. Sólo estoy diciendo la verdad.

—Pero él te ayudó.

—Y luego te avisó —gruñí—. Así que, básicamente, no tiene la culpa.

—Claro que la tiene —dijo, mirando hacia otro lado—. Si Adam no hubiera estado allí, Kevin tendría que cavar su propia tumba. Adam lo convenció de llamarme.

Traté de ignorar el hecho de que Adam había pedido ayuda.

—Él estaba en deuda conmigo. Ha hecho lo que yo dije que hiciera.

—Él está en deuda con todos —dijo lentamente—. Y hace lo que todos dicen que haga. Incluso si se trata de ti, porque no se olvida de la paliza que le diste ese día.

—Eso no importa —escupí entre dientes, intentando concentrarme en las gotas frías que recorrían la ventana a mi lado—. Lo que importa es que esos hijos de puta recibieron una bala en...

—¡Basta! —gritó tan fuerte que me sobresalté—. ¡Basta de tanto odio, detente, tienes que detenerte!

—¿Cómo crees que voy a detenerme luego de lo que pasó? —le dije incrédula, con los puños cerrados.

—Ellos ya han recibido lo que se merecían —contestó entre dientes, remarcando cada palabra—. Maldita sea, casi les partes el cráneo, estuviste a punto de enviarlos al infierno antes de tiempo, y tú dices que todavía no han recibido lo que se merecían.

—No hasta que estén muertos.

—La muerte no resuelve nada, Brenda —me dijo—. Créeme.

—Claro —espeté—. Porque tú sabes mucho de eso, ¿verdad? Porque tú has matado ya a varias personas. Has perdido la cuenta. Sabes todo sobre la muerte. Oh, es una gran sorpresa. ¿Pero qué tiene que ver tu situación con la mía?

Se me heló la sangre, luego de lo que dije. La tristeza que cruzó en los ojos de Jonny hizo que me hiciera tragar con nerviosismo, porque había tocado un tema sensible. Se quedó de piedra, como si mis palabras fueran golpes en su pecho, y permaneciera quieto para poder recuperar su estabilidad y la respiración. La lluvia seguía golpeando los cristales, rememorando un mundo lejano ahí fuera.

—Tu situación con la mía no tiene nada que ver —afirmó en un susurro constante—. Pero ellos no iban a dudar en matarte. En aprovecharse de ti. ¿Acaso no te importa?

—No me importa —dije.

Bien —dijo.

Bien —dije.

—Bien —dijo.

—Sólo quiero irme a casa —susurré, con los brazos cruzados, recostándome en el asiento.

Jonny permaneció quieto un momento. Suspiró. Dos. Tres veces. Luego se removió. El frufrú del cuero revestido en los asientos de su auto me incomodó.

—Tú sabes —susurró— que puedes contar conmigo para lo que sea.

—No ibas a apoyarme con esto —contesté.

—Claro que no —me dijo—. Porque eso suponía arriesgar tu propia vida. Yo no haría eso.

—Por eso no acudí a ti.

—Porque sabías que iba a protegerte —afirmó, asintiendo.

Lo miré por el rabillo del ojo. Estaba cansada. La lluvia me había helado hasta los huesos. Quería esconderme entre las sábanas de mi cama y desaparecer, por unas horas, hasta que el sol saliera de nuevo en el cielo y las cosas volvieran a golpearme como lo hacían todos los días.

Verlo a Jonny de aquella manera, hizo que se formara un gran nudo en mi garganta.

—A veces me pregunto —dijo— si el odio matará a alguien algún día. La verdad es que esto es cierto, miles de personas mueren por el odio, por sus acciones, por lo que el odio las lleva a hacer. Y luego te culpo, me exaspero, me lleno de ira... y de odio. Y me pregunto otra vez si esto querrá decir que te comprendo, que comprendo lo que sientes por lo que le hicieron a tu hermana.

Me miró, con sus ojos castaños, oscurecidos por la noche y el dolor reflejado en ellos.

—Y luego me pregunto; ¿esto es lo que ella sentirá? ¿Esto es lo que Brenda sentirá, día a día, preocupándose de que Clementine no haga algo que eche todo a perder, de mantenerla segura?

Sus ojos me atravesaron.

—Descubro que esto es cierto. Que esto es lo que sientes, todos los malditos días, cuando despiertas, cuando vas a la cama para ir a dormir, cuando te cepillas los dientes, cuando observas el pronóstico del clima en la televisión...

Cerré los ojos.

—Te comprendo tanto, que me asusta. Tienes que tener en cuenta, que yo siento lo mismo que tú sientes hacia tu hermana, y que yo también daría mi vida por salvarte.

Apoyé mi mano arriba de su puño. Aflojó sus fuerzas, me sostuvo los dedos con delicadeza, el calor de sus manos entibiando mis manos frías.

—A la mierda todo lo del ADN, la medicina, nacer del mismo útero, ser el mismo espermatozoide de un hombre. —Alzó mi mano hacia sus labios, plantando un pequeño beso en mi piel—. Porque tú eres mi hermana. Jamás voy a dejar que nada te suceda.

Bajó sus ojos. La lluvia se detenía poco a poco.

—Pero quiero que sepas, que respeto tus decisiones. Y si tú quieres hacer algo, me lo dirás, y yo te apoyaré. Yo estaré ahí para ti. Para lo que sea.


Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now