dieciséis: juicio

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Stella le dio un codazo.

—¿Tengo alternativa? —suspiró la rubia finalmente.

—No. En realidad no.

Caminaron a la corte, que no era más que una capilla oscura en medio del bosque. Era tan vieja que el bosque ya se había apropiado de ella. Ramas de árboles creciendo afuera atravesaban el techo y algunas ventanas. Había velas iluminando el lugar, además de un agujero en el techo que dejaba pasar la luz de la luna.

Blackwood estaba al frente. Las Spellman tomaron asiento en las bancas, expectantes. Otras brujas estaban dispersas sentadas en el lugar, con ojos curiosos y malévolos.

—Nosotros, los profanos, nos reunimos en este tribunal sacrilegio para dar justicia al Señor Oscuro. Se cometió un delito deplorable contra nuestro amo y salvador —anunció Blackwood.

—¡Salve Satán! ¡Alabado sea! —gritaron las brujas.

De reojo, Stella vio a su hermana tragar saliva pesadamente, e instintivamente le tomó la mano. Estaban solas en esto, sí, pero también estaban juntas.

—Sabrina y Stella Spellman son las acusadas ante el Trío Infernal. Culpables de romper su promesa, su juramento, con el Señor Oscuro.

—Sabrina y Stella Spellman. De pie —dijeron al mismo tiempo los tres hombres detrás de Blackwood. Asumiendo que eran hombres. Su cara era arrugada como la de un viejo, pero la monstruosa maldad estaba presente en sus rasgos. Sus ojos apenas eran visibles. Si hubieran estado solas, probablemente Stella había bromeado con que parecían traseros de ancianos, pero no lo estaban.

Stella se puso de pie, y sin confiar en que Sabrina también lo hiciera, la paró también, jalándola de sus manos entrelazadas. Sabrina estaba temblando, asustada. Stella también lo estaba, pero su expresión neutra lo ocultaba. No podía demostrar miedo, tenía que ser fuerte.

—Cuando se confirme su culpabilidad, las acusadas abandonarán de inmediato su vida mortal y, al morir, arderán durante 333 años en el Hoyo, como lo exige nuestro Señor —dijo Blackwood, como si estuviera disfrutándolo.

Las brujas aplaudieron.

—Acusadas, ¿cómo se declaran? —gruñó uno de los traseros.

—Yo... —balbuceó Sabrina, parpadeando, las palabras no salían de su boca.

Zelda volteó a ver a Stella, reprimiéndola con la mirada como si su deber fuera obligar a Sabrina a ceder. Siempre era así.

No. Su deber era cuidar a Sabrina y eso iba a hacer.

—Nos declaramos inocentes —exclamó Stella, sin dejar de ver a su tía.

Fue un auténtico milagro que su voz no temblara. Nadie tuvo oportunidad de reaccionar. En ese momento, las puertas de la capilla se abrieron.

—Se declaran inocentes —jadeó Webster, llegando apresurado. Stella sonrió de lado, ligeramente divertida—. Oh, espera, ¿ya lo habían hecho?

—Ya escucharon a nuestro abogado —ronroneó Stella, sin perder la sonrisa al ver cómo las brujas lo miraban, escandalizadas. Webster, vestido de traje y con su maletín, pasó al lado de las mellizas y se quedó al frente de ellas.

—Señor Webster —dijo Blackwood, apretando los dientes. Soltó una risa sin humor alguno—. No es un desconocido para este tribunal pero no es bienvenido ni ha sido invitado.

—No es cierto, señor —negó Webster—. Sigo a mis clientes adonde vayan.

—¿Cliente? —exclamó Zelda, escandalizada, poniéndose de pie, mirando a Stella en busca de explicaciones.

HOLD YOUR BREATH / chilling adventures of sabrinaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt