TRECE

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Hay una frase que dice que: el tiempo es muy lento para los que esperan, demasiado rápido para los que temen, demasiado largo para los que sufren, demasiado corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eterno. 

¿Qué pasa cuando se siente todo esto al mismo tiempo?... Bueno, todo excepto el goce. 

¿Qué tan lento o rápido pasa el tiempo cuando esperas, temes, sufres y amas?

Valentina llevaba poco más de un mes en la clínica de rehabilitación, se supone que su tratamiento duraría seis semanas y aunque definitivamente sentía que había cambiado muchísimo en este tiempo, aún se sentía asustada por lo que vendría una vez que saliera de ahí.

En estos momentos era fácil mantener su mente ocupada, había demasiadas actividades en ese lugar, todo era muy rutinario y aburrido pero fácil de llevar. A veces sentía que llevaba años metida ahí y otras tantas pareciera como si apenas ayer hubiera ingresado. El concepto de tiempo es extraño cuando estás en una situación así.

Los primeros días pensaba todo el tiempo en tomar algo para calmar su ansiedad, para apagar su mente y olvidarse de la situación. Con el paso de los días se iba haciendo más fácil dejar de pensar en eso, no es como que no se le antojara, al contrario, se le antojaba muchísimo tomarse algo y volver al estado zombie en el que vivía pero ahora tenía la mente clara y podía pensar en otras cosas. 

Se había acostumbrado al vacío, a no pensar, a la oscuridad de una mente que se intoxicaba al grado de no recordar absolutamente nada. En cambio ahora podía pensar en todo, en ella misma, en la vida que tenía, en Juliana.

De hecho, ultimamente pensaba en Juliana todo el día, en terapia individual hablaba mucho de ella, en las sesiones grupales también había empezado a compartir con sus compañeros algunos de sus recuerdos más felices a su lado, por las tardes cuando se sentaba en el jardín, admirando la belleza de las flores y el suave viento sobre su piel, terminaba escribiendo páginas y páginas de todas las cosas que quería contarle. A veces tocaba el piano que estaba en el comedor y dejaba salir con sus dedos sus sentimientos más profundos hacia el amor de su vida, perdiéndose en melodías que plasmaban tanto el amor como el dolor que ambas sentían. En las noches la soñaba, en ocasiones eran sueños bonitos en donde juntas caminaban por el parque donde se conocieron, tomadas de la mano y sonriendo, otras eran pesadillas que la hacían despertar agitada y con lágrimas en los ojos, y algunas más eran recuerdos de la hermosa vida doméstica que llevaron mientras estuvieron juntas: los desayunos preparados por Juliana, las divertidas idas al súper, las peleas bobas sobre quién usaría el baño primero, o los domingos de películas que no eran más que un pretexto para pasar todo el día abrazadas en pijama y comiendo palomitas.

Era como si la tuviera en loop y aunque le dolía pensar que llevaba tanto tiempo sin verla ni hablar con ella, en su corazón también existía una pequeña esperanza que se había sembrado desde el día que habían platicado.

Tal vez no todo estaba perdido, tal vez si hacía todo bien esta vez, la vida le daría una segunda oportunidad.

Juliana estaba totalmente concentrada y dedicada de lleno a su trabajo, obviamente extrañaba a Valentina, tenía muchas ganas de verla, de escuchar su voz, de saber cómo estaba. Eva le había contado que estaba en un centro de rehabilitación y que desde la semana anterior podía recibir llamadas, le había dado el número de su teléfono y todas las noches antes de dormir lo miraba tratando de encontrar el valor para llamarla o al menos mandarle un mensaje. 

Cuando fue a verla se había intentado convencer de que sería la ultima vez, de que sería el cierre de un ciclo. Pero luego de haber pasado esa noche juntas abrazándose sabía que esa historia aún no estaba concluida.

Con unos suaves trazos de lápiz terminó uno más de sus diseños que, aunque no estuviera lista para aceptarlo, seguían teniendo como única musa a Valentina. Suspiró y tomó la humeante taza de café con su mano llevándola hasta su boca, disfrutando el amargo líquido caliente pasar por su garganta. Llevó su mano izquierda a su cuello y tomó el corazón que colgaba de la delgada caderna entre sus dedos. Cerró los ojos y respiró profundamente. 

Decidida, levantó su teléfono de la mesa y miró la hora, aún era temprano. "Ay, Juliana, el problema es que tu corazón no quiere admitir lo que tu mente ya sabe." Se dijo a sí misma. "Ya no lo pienses más porque pensar hace que la quieras odiar y al final de cuentas sabes perfecto que la sigues amando."

Desbloqueó su celular y abrió la aplicación de WhatsApp, por unos segundos debatió si llamarla o mandarle un mensaje. De los nervios tocó el botón de llamada y pensó que tal vez era una señal. El teléfono sonó una, dos, tres veces hasta que escuchó la jadeante voz de Valentina.

"¿Hola?"

"Valentina, soy yo." Dijo nerviosa.

"¡Juls!" Respondió sorprendida. "¡Hola!"

"¿Estás ocupada? Te oyes agitada."

"Eh, no. Estaba haciendo yoga, o intentándolo al menos."

"Si quieres te hablo después."

"¡No!" Exclamó. "Ya había terminado, hablemos ahorita, please." Le pidió con una voz suave. "¿Cómo estás?"

"Bien, gracias." Respondió Juliana. "Eva me dio tu número, me dijo que ya podías recibir llamadas."

"Si, desde hace unos días." Agregó con nerviosismo.

Juliana exhaló, era obvio que ambas estaban nerviosas y eso estaba dando como resultado estos silencios incómodos. "¿Tú cómo estás?"

"Estoy mejor, mucho mejor, la verdad. Me ha servido mucho estar aquí."

"Me alegra escuchar eso, Val."

"Gracias," Respondió Valentina, "hablar contigo me ayudó más que cualquier otra cosa."

Juliana solo se quedó en silencio, sin saber qué responder. Pasaron algunos segundos en los que ninguna de las dos dijo nada.

Valentina suspiró. "¿Cómo va el trabajo?" Dijo tratando de encontrar un tema de conversación.

"Va bien, estoy terminando la nueva colección, son vestidos de noche, justo antes de marcarte terminé uno."

"Me encantaría verlo."

"Apenas es el primer boceto, al ratito te mando una foto si quieres."

"Va."

"Va." 

Pasaron unos segundos más en silencio. "También me-" Se detuvo Valentina antes de terminar la oración.

"¿También qué?"

"También me gustaría verte a ti. No sé si me gustaría que vinieras aquí, though. El ambiente está medio depressing." Dejó salir una risa nerviosa. "Pero salgo en 10 días y voy a quedarme en mi casa, ¿crees que-? ¿Crees que podamos vernos ahí?"

"Val,"

"No digas nada ahorita," Interrumpió Valentina. "¿Te parece si seguimos hablando por mensaje nada más y cuando salga me avisas?"

Juliana se sorprendió al darse cuenta de la sonrisa en su rostro. Si bien esta conversación había sido bastante awkward y llena de silencios, el escuchar a Valentina la hacia sentir muy bien y sobre todo el darse cuenta de que estaba genuinamente decidida a mejorar.

Continuaron hablando hasta que una de las enfermeras tocó la puerta para hacerle saber a Valentina que era hora de tomar sus pastillas e irse a dormir.

Durante los siguientes días, cuando Juliana llegaba del trabajo y Valentina terminaba sus actividades en la clínica, dedicaban su tiempo a hablar por teléfono. Algunas veces peleaban, algunas veces lloraban juntas, otras tantas hablaban de sus días y de sus vidas, era como si poco a poco estuvieran reconociéndose, reconectando. Tratando de encontrar un punto medio de fusión en donde sus vidas que ahora eran tan distintas a la primera vez que se conocieron, pudieran encajar juntas otra vez.

Y así, entre llamadas, mensajes, sonrisas y te amos que se quedaban guardados y escondidos en silencios, pasaron los últimos días de Valentina en rehabilitación.

Había llegado el momento de salir. Se sentía lista y lo más importante es que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía optimista sobre el futuro y sobre Juliana. 

Te cieloWhere stories live. Discover now