<•> Capítulo ochenta <•>

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Después de que Derek me despertara con todos los besos del mundo, y de que me comprara unos deliciosos pastelillos para el desayuno, hablamos durante toda mañana. Y estaba más que claro el motivo de la conversación. Todo lo que me había pasado. Hasta ese momento, le había dicho una que otra cosa, además de la nota aquella, pero no con detalles a fondo.

Con todo y mis equivocaciones y tartamudeo, pude decirle todo, haciendo que de inmediato de me diera un enorme y fuerte abrazo, el cual terminó en una guerra de cosquillas.

Cuando el profesor Erik me contó sobre Derek, y cuando lo vi por primera vez, nunca imaginé que sería ese tipo de hombre. Atento, gracioso, cursi hasta cierto punto; pero el mejor de todos al fin y al cabo.

Y problemático, olvidé tomar en cuenta...

¡Por el amor al cielo!

Cuando íbamos de salida, justo en el momento en que cerraba la puerta, Dylan pasaba justo al frente de nosotros, demostrando por obviedad lo que le había hecho Derek.

—Ay, mierda... —lo escuché susurrar, y miré a mi antiguo agresor de arriba a abajo.

El chico llevaba puesto una venda en la nariz, casi todo su rostro se había puesto púrpura de la hinchazón. Su labio inferior estaba roto, y para terminar de añadir, estaba cojeando un poco.

Derek me creía estúpido.
Según, en su mente psicópata y retorcida, no me daría cuenta de cómo le hizo la seña a Dylan de que le cortaría la cabeza, para luego cerrar su puño y golpearlo contra su mano abierta.

Giré a mi izquierda como si fuera un robot, y miré fijamente a mi jefe con los ojos entrecerrados. Me coloqué de puntillas para llegar un poco más cerca a su rostro, pero seguía ignorándome.

Hasta se tomó la libertad de silbar descaradamente.

—¡Derek! —grité y el respondió:

—¡No me reclames nada! —inmediatamente puso su dedo índice sobre mis labios—. Sabes muy bien que se lo tenía más que merecido. Qué le agradezca al vecino que salió de entrometido, porque sino, te juro que ahora mismo tuviera quebradas las dos patas de perro sarnoso con las que anda.

—¡Di-Dijiste un golpe!

—Uno por veinte —se pasó la mano por el cabello para acomodar sus mechones rebeldes y sonrió a más no poder—. El orden de los factores no altera el producto, señor Lane.

¿Cómo debía reaccionar en ese momento? Tenía tantas cosas en mente, que solamente opté por reírme. Tapé mi boca para evitar que ambos se dieran cuenta, aunque mis mejillas y mis orejas me delatarían cuando se tornaran rojas.

—Vámonos, debemos ir al trabajo —dijo en un tono evasivo de responsabilidad.

Estaba confundido. Una parte de mí estaba contenta, pero otra hizo que me preocupara. Pero después, me llegó el verdadero sentimiento.

Por más que haya aceptado haber hablado con él, por más que llegara a aceptarle las disculpas, por más que haya llorado la noche anterior y otras miles; nada iba cambiar mi terrible experiencia.

Suspiré.

«¿Ya qué? Una venganza al año, no hace daño», me dije encogiendo los hombros.

—Espera —le di unas palmaditas en el hombro para que aguardara un momento.

Me acerqué al rubio y le dije tras una sonrisa:

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now