<•> Capítulo veintisiete <•>

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Hacía mucho tiempo que no hablaba de mis desgracias matrimoniales y paternales, así que de cierto modo, me estaba desahogando; eliminando cada molécula de estrés que me propinaba pensar en Frieda.

Seguí llorando.

¿Y me daba pena? Por supuesto que no.

Habían ciertas cosas en el mundo que eran inversas y mi caso... No era la excepción.
Se le suele hechar la culpa al hombre por abandonar a sus hijos, por ser el que engaña a diestra y siniestra... ¿Pero cuándo lo hace la mujer?

Eran cosas que rondaban cada día por mi mente.

Tenía una empresa a la cual debía mantener en auge y a la vez, debía cambiar pañales, despertar en la madrugada para ver cuál era la razón de su llanto. Además, implicaba faltar a las reuniones importantes para llevarlo a las citas con el pediatra, aunque estas fueran era sólo para chequeos generales, porque era un niño realmente sano.

—El sentimiento de culpa aparece en mi conciencia de tanto en tanto —acoté luego de un rato. Debía ser honesto conmigo mismo—. Tal vez yo fui el causante de la muerte de mi hijo. Ella no quería tenerlos, aunque esto no me lo dijo directamente, yo debía captar las indirectas. Vamos que se notaba más un fantasma que su felicidad.

—¡Pero ella de-dejar soli-litos! —exclamó—. ¡Tiene más cu-culpa!

—Yo insistí demasiado, si tan sólo no hubiera sido tan necio... —me alboroté el cabello y bufé—, el hermanito de Vincent estaría conmigo. Yo no respeté su deseo, pero ella no quizo cumplir el mío al inicio, mi anhelo de tener una gran familia, de ser el mejor padre del mundo...

—P-pero usté mejor, es el, el me-mejor —me sonrió auténticamente—. Vin dirá: ¡Papi es me-mejor del mundo! —levantó su brazo sano cual ganador número uno.

Era increíble cómo podía pasar, en cuestión de segundos, de una depresión oculta durante dos años, a sonreír como un completo un imbécil.

Quizás ese era su hechizo en mí...

Hacerme pensar que todo lo demás, no valía absolutamente nada, si estaba con él.

—Ves —toqué su mejilla lastimada, pasando mis dedos con cuidado para no dañar el espadrapo—, definitivamente me alegras el día, Ivo —bajó la mirada, avergonzado.

—Ya no est-sté tiste —para cuando me di cuenta, me había dado un ligero beso a la mitad de los labios—. To-todo esta-tará bien.

Sus ojos tenía un brillo particular y hermoso, que me decían exactamente eso: que todo iba a estar bien.

Me limpié el rostro, eliminando toda evidencia de lágrimas y reí por lo que diría a continuación

—Estará bien si me das otro beso —le guiñé un ojo.

Vamos, era imposible que dejara de coquetear apesar de lo que había pasado antes.

—Me-mentioso.

—¿No me crees? —dije, completamente indignado y él negó de manera infantil—. ¿No me crees que me fascinan tus ricos labios? —volvió a negar. Lo tomé el cuello y lo acerqué hasta tocar la punta de nuestras narices—. ¿Qué tengo que hacer para que me creas?

Entonces, sin responder, simplemente cerró los ojos y esperó. El resto me tocaba a mí. Uní nuestros labios en un roce sencillo y casto, pero lo suficientemente hermoso como para hacerme sentir un terrible hormigueo en mi estómago, que se extendía por toda mi columna vertebral. Sin embargo, de inmediato y agarrándome también del cuello, me presionó con fuerza hacia él, profundizando la acción en la que pronto, me había dado acceso a introducir mi lengua dentro suyo. Él hacía un gran esfuerzo por retener sus leves gemidos y liberaba tensión apretando ahora mi saco. Pronto, se separó para poder respirar con más libertad, pero yo aún quería más. Me dediqué a besarlo por su mentón de forma bastante húmeda e intermediando con una que otra mordida.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now