Epílogo: Para el chico del faro y su ángel en lo alto

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Sostuve tu mano, estaba fría como de costumbre. La luna sobre nuestros hombros era hermosa, igual que la rosa blanca en el bolsillo de tu traje. La música sonó y el baile comenzó a tu lado esa noche. Entonces el mar nos consumió e inundó con rosas los corazones que lloraron nuestras pérdidas. Todo bajo el sol del cruento invierno.

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Izuku desde pequeño siempre tuvo miedo de las grandes extensiones de agua.

Su madre nunca pudo llevarlo a la playa sin escuchar un llanto tan nostálgico que nadie podía oírlo sin siquiera derramar una lágrima. Creyó que era por una fobia que ella misma le había infundado cuando era más pequeño pero nada de eso era verdad, iba más allá de un momento delicado en su vida.

Aún así, el pequeño beta creció bien a pesar de que cada vez que escuchaba el ruido de las olas, una gran nostalgia lo hacía sentirse mal. Las lágrimas corrían solas por sus mejillas mientras que sus pulmones se apretaban. Nada de eso lo detuvo. Pero, a veces cuando sostenía su aliento podía oír el llanto de alguien más, una persona que nunca había conocido antes y que no podía asociar con nadie en concreto. Era un completo extraño.

Cuando cumplió doce años, lo sueños llegaron como huellas en su piel. Cientos de pecas salieron y dejaron caminos de historias en su piel, a veces tenía miedo de entenderlas, porque contaban cánticos de un amor imposible. Así que simplemente las borraba con maquillaje, ese que su madre escondía detrás de una planta en el baño. Izuku no le decía que no le gustaban sus pecas, y que a veces en las noches no podía dormir bien porque soñaba con un hombre sosteniendo su mano en mitad del océano. Ese hombre, que no tenía nombre ni rostro y que siempre lo llamaba por su nombre. Era extraño... Su tono de voz era amenazante pero las palabras que decía no.

"Simplemente respira, vive para mí."

Si ser un quirkless era terrible, soñar cada noche con un hombre lo hacía peor. Lo hacía sentirse ajeno a todo lo que le ocurría. Como si su vida no le perteneciera, como si estuviera en el cuerpo equivocado... Cuando pequeño, desde que entró al jardín de infantes y sintió que algo le faltaba, siempre fue así: "no pertenezco aquí" se decía a sí mismo. Su madre lo llevó a numerosos psicólogos para hallar el núcleo de su temor y molestia pero por alguna razón ninguno de ellos llegaba al centro de todo. No había diagnóstico concluyente e Izuku se sentía mucho peor con ello, era un anormal con problemas que lo hacían ver aún más extraño.

Su clase siempre lo excluía de las actividades grupales y hasta sus profesoras lo miraban con rareza. Para un niño que no se sentía cómodo ni en su propia piel, eso era lo peor. Lo mismo que ser abandonado en invierno. Y así mismo, un invierno cercano a su cumpleaños número catorce ocurrió algo increíble. Mientras iba por las calles vio un ser en el cielo, un ángel tan brillante que le dió sentido a su corta existencia.

Los héroes formaban parte de la sociedad, una parte íntegra para mantener la paz. Izuku siempre los había admirado pero no lo suficiente para investigar sobre ellos, hasta ese momento donde un alfa de quizás unos dieciocho años, probablemente debutando como héroe, se postró sobre sus ojos dándole el brillo que tanto necesitaba en su vida; años habían transcurrido y ahí estaba él. Un perfecto extraño que ni siquiera sabía que existía.

Izuku se quedó embelesado por sus hazañas, como volaba por los cielos como si le perteneciera cada centímetro del extenso universo. ¿Existía el amor a primera vista? Izuku no podía asegurarlo. Sin embargo, ese día al llegar a casa, investigó todo con respecto al chico. Katsuki Bakugō o mejor conocido como Ground Zero, un recién egresado de la UA que estaba luchando por alcanzar la delantera en las encuestas de popularidad.

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