Capítulo: Lo que fue otorgado, no será olvidado

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La esperanza es peligrosa para un hombre como yo. 

Izuku estaba listo para atacar al hombre que fue capaz de acabar con la vida de una pequeña niña. Sus piernas, puños y las voces de los antiguos portadores guiandolo por el camino siempre fueron suficientes para convertirlo en el actual símbolo de la paz. Pero de un momento a otro, estás quedaron en silencio. Como si su cabeza se hubiera apagado en mitad del transcurso, cerró sus ojos por unos momentos y luego vio a Eri. Sola en una pequeña jaula, agrietada por el tiempo y oxidada por la humedad goteando del cielo. Había sido demasiado fácil llegar, la reunión que tuvieron en la mañana decía que el villano era complejo, sus movimientos no eran rastreables. Era limpio. Pero estaba en frente de la hija de Katsuki, con esos rasgos que complementaban bien a los de Ochako. De hecho, cada vez que crecía Eri, Katsuki quedaba opacado en sus facciones. ¿Dónde estaban los labios torcidos y esas facciones fuertes? Izuku se lo planteó, muchas veces en la soledad de su habitación cuando se imaginaba los hijos que tendría con él si fuera un Omega. 

¿Ojos verdes y cabello rubio? ¿Ojos rojos y cabello verde? ¿Niños o niñas?

Eran noches y noches donde la sonrisa de su rostro no se iba por culpa de las fantasías. Al mismo tiempo cerraba los ojos y veía a Ochako en su regazo. Dándole el placer que él nunca sería capaz de entregarle por culpa de sus cuerpos y mentes incompatibles. El sabor agrio se alojaba en su boca y ebullía en vómitos reiterados acabados en el inodoro de su baño. Ahí, con la espalda descubierta y dejando entrar al frío, vio miles de veces lo que nunca deseo imaginar. Su cabeza era cruel y su pecho ardía igual que la sangre saliente de su nariz. Rompiéndolo desde adentro sin ninguna piedad. Era masoquista porque ese dolor era lo único que poseía en su vida, lo único más real que la percepción de su amor. 

"Vendré a verte, terminaré lo que dejamos a medias y pensaremos en algo. Aún no es tarde para nosotros". Era tarde pero las palabras de Katsuki seguían resonando en su cabeza, lo volvían fuerte de una manera inexplicable. 

Tomó a Eri y salió del establecimiento que el villano estaba usando para resguardarse, se la entregó a uno de sus compañeros para que la llevarán mientras él iba en busca del hombre para acabar con la sangre y el dolor derramado. Pasaron los momentos y sus manos temblaban, heladas, el OFA se sentía gélido en su ADN y la memoria de Allmight de alguna forma lo perseguía. Quería llorar, y lo hizo. Humedeciendo la máscara que usaba para resguardar su identidad. De pronto lo vio ahí, parado en frente suyo. Sonriendo con una tempestad que le costó entender, con los años había aprendido a leer a los villano, a entender sus ambiciones detrás de su comportamiento fuera de la ley. Las injusticias, el dolor, el dinero y la malas experiencias siempre dejaban a las personas rotas. Incompletas. El hombre frente suyo no tenía nada de eso, sus ojos no decían nada más que diversión. Destruía personas por diversión, veía sus debilidades y las explotaba en sus vidas para corromper cada pieza de ellos. Era completo, y vio en Izuku la flor creciendo. La hambruna de su amor no correspondido. El beta de acercó para atacar, y finalmente acabar de una vez por todas con el circo de desgracias. 

Lástima pero nunca estuvo preparado. 

Un humo blanco lo envolvió quitándole el aliento, cegando sus ojos y haciendo de sus oídos unos sordos. Luchó, movió su cuerpo para disipar la niebla a su alrededor, usó el OFA y destruyó nada. El lugar seguía llenándose de humo y humo, quitándole el preciado oxígeno de sus pulmones. Hasta que, de pronto y sin aviso alguno, la niebla se disipó y vio los pasillos de la UA. Su cuerpo también era el de hace unos años. Aún así, el lugar era frío y sus brazos estaban descubiertos. Mostrándose ante él cada metro del lugar como un entorno grisáceo. Escuchó un gemido proveniente de la sala principal, no había nadie más ahí. No era un llanto y su estómago se retorcía con la expectativa naciente en su cabeza. Se acercó, movió la grandiosa puerta azul y ahí… en su pupitre estaba Ochako y Katsuki. Sintió el asco subir por su garganta al ver los ojos rojos en su dirección, ambos lo habían visto pero ninguno se detenía. Seguían y seguían, los sonidos llegaban hasta su cabeza haciendo eco. Uno profundo y desprolijo. Cubrió sus oídos y cerró los ojos; un desesperante dolor en su pecho se presentó y vomitó. Tanta sangre que la habitación se estaba llenando con el líquido rojo. 

Las Rosas También Florecen En InviernoWhere stories live. Discover now