Capítulo 13: Los Anónimos (parte III)

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Después de la emotiva charla en la cámara del capitán, Fhender necesitaba estar solo. Sin importar la insistencia de sus compañeros por ir a servirse un plato de comida. «No pienso si quiera tocar un marisco». Recordaba que en el zurrón, había cargado hacía no tanto tiempo unos cuantos frutos y nueces. Por lo que, mientras observaba el mar romper contra las tracas, hacía ingresar a su cuerpo, buenas dosis de energías.
El alboroto habitual de la cubierta, ahora sonaba en los oídos del joven, a lo lejos; como voces encerradas. Esto le permitía escuchar el sonido de la quilla atravesando el agua sin cesar. Bajo la escotilla del barco, comenzaba poco a poco a propiciarse una verdadera celebración. Sonaban por allí bombos y acordeones, risas y gritos, canciones y silbidos. Al cabo de solo unas horas, saldrían a cubierta descompuestos, pensaba el joven. Él entendía que habían motivos de sobra para festejar; pero, quizá sin saber aún porque, no se sentía con ganas de participar.

La presencia del sol seguía impoluta, pero su extensión comenzaba a disminuir. Sin dudas hacía unas cuantas horas el viaje había comenzado; y probablemente faltaban pocas para que terminase.
El sonido del animal mordiendo un tronco, le sacaba una sonrisa a Fhender, mientras inspeccionaba el grabado de su bastón. Todavía podía recordar ese lugar. El aroma, el paisaje y el adiós.
Se preguntaba cuanto tiempo había pasado. Hacía cuanto había dejado de ser Milton.

 Hacía cuanto había dejado de ser Milton

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—Momento de reflexión eh... —se acercaba Ceto, que era recibido con una pequeña y apagada sonrisa—. El mar —haciendo resonar en el aire sus palabras—. ¿Habrá algo más hermoso que el mar? Sí... Las mujeres; Pero las mujeres y el mar ¡Oh! Que gloria —buscando complicidad en los ojos del joven. Al no conseguir ni una pequeña sonrisa y notar la falta de interés en el joven, volteó con intenciones de marcharse, esgrimiendo un ruido de desaprobación.

—No sé qué me pasa —hablaba sin quitar los ojos del agua—. Debería estar celebrando que no estoy en ese pozo de Hor...

—Soy padre de dos hijos —decía volviéndose al joven—. ¿Qué edad tenés? Es normal sentirse extraño algunas veces... A mí me pasa y ya estoy viejo —reía logrando una sonrisa en Fhender.

En verdad la sonrisa del joven no era por el chiste; más bien era por lo irónico de su respuesta. «No lo sé». No sabía cuánto tiempo había pasado y tampoco tenía manera de comprobarlo. Suponía que ya debía haber cumplido nuevamente los años, o estaba cerca. Pensaba, que quizá por eso se encontraba con tantas emociones acumuladas.
Luego de unos cuantos minutos de silencio, en los cuales el capitán pudo darse de que el joven no respondería la pregunta, continuó hablando.

—Está bien hijo... Quise hacer una pregunta cortes, ser amable... —suspirando—. Realmente no me interesa tu edad. Los anónimos no tenemos edad —con esta última afirmación captaba completamente la atención del joven—. Me sale tan mal intentar parecer un ciudadano ordinario —riendo sin ganas.

—Entonces... ¿Quiénes son? ¿Qué son Los anónimos?

—Somos todo y no somos nada —sonriendo pícaramente y comenzando a hablar cada vez con más agilidad y potencia—. Bien... Siempre, a todos, no importa de dónde seas. No importa a que raza pertenezcas; ni tampoco tu voluntad. Siempre a todos se nos exige "la pertenencia" —haciendo un gesto expansivo con sus manos—. "La elección". Tenemos que pertenecer, tenemos que elegir; un lado u otro; una manera de pensar u otra. El camino del este o del oeste. Guerra o paz —apasionado, hablaba sin detenerse siquiera a ver, si el joven lo escuchaba—. Pero hay un camino en el que las leyes no existen, los caminos son lo que cada uno quiere que sean y no existen hipocresías como la amistad o la enemistad... No tenemos consejos, ni reuniones, ni planes —gritando—. ¡Ni una mierda! —mirando al joven—. Somos completamente libres.

—Pero ustedes nos salvaron... Arriesgaron su vida —como quien busca argumentos en sus manos—. ¿Cómo puede ser eso un acto desinteresado? ¿O sin planificación? Sé que recibieron dinero a cambio; pero supongo que su vida debe valer algo más que simplemente —casi indignado—. Dinero.

—La vida deja de valer cuando perdés el miedo a la muerte, y la única manera de ser completamente libre es perdiéndole el miedo aquella.

El joven dejaba de mirarlo y comenzaba a dar algunos pasos como si estuviese pensando. No estaba ideando una pregunta, estaba debatiendo si la haría o no. Como si supiese, Ceto se apoyaba con sus codos contra las maderas de la baranda del barco, y lo observaba.

—Sí la vida no tiene valor... ¿Por qué tanto interés en el dinero?

—Oh, bueno... Mi dinero me ha dado este barco. Creo que tiene algún interés —sonreía mostrando todos sus dientes, la mayoría, ennegrecidos.

—Sí Taniel hubiese sido quien ofrecía un pago por...

—¡Oh, por favor! —interrumpiéndolo—. Claro que hubiese aceptado. Lo he hecho antes, lo haría nuevamente —dejaba completamente inmutado a Fhender con sus palabras—. No te creas el cuento de "los buenos", "los malos". Terminan siendo lo mismo. Todos terminan siendo lo mismo hijo.

—Eso parece un discurso resentido —comenzando a enojarse—. No sé qué experiencias habrás vivido; pero yo sé muy bien de qué lado estoy.

Tanto Ceto como el joven se sorprendieron al oír esas palabras. La firmeza con la que Fhender había impreso esas palabras era admirable.
Fue un momento, en el que notó que sus palabras fueron expulsadas de su cuerpo, de lo más íntimo de él; y aprovechó esa fuerza que reconoció para seguir discutiendo.

—Desde que llegué a Noinor, hay personas que me han defendido, que me han cuidado y me han querido; y otras que han querido aprovecharse de mí, hacerme daño, matarme —hacía una pausa para exhalar—. Creo que sé muy bien quienes son —haciéndole burla—. "Los buenos" y "los malos" acá.

—No —negando con la cabeza—. No estás listo para esta discusión —haciendo un gesto de reprobación y dando algunos pasos—. Solo quiero hacerte una pregunta: ¿Estás seguro que todos los Vahianer tienen el mismo espíritu? ¿Que ningún Vahianer, al derrocar a Taniel, querrá asumir su tiranía? —sonriéndole—. ¿Podrás responder por cada uno de ellos, si cometen un acto fuera de lo que considerarías, justo?

—Dijiste una pregunta —atajándose y no pudiendo evitar que se le escape una sonrisa—. Además —poniéndose nervioso—. Todas esas preguntas también puedo hacértelas acerca de tu... tu grupo.

—Ahí mi hijo —apoyando su mano en el hombre de Fhender y riendo con fuerza—. Ni siquiera no conocemos —. Verás, sé que es complicado de entender. Uno elige el anonimato como forma de vida. Ninguno de los que decidió subirse a este barco fue en contra de su voluntad. Estamos por todas partes, no solo en el mar... Y sé que te preguntarás como nos comunicamos; bueno eso... sí que es difícil —pasando la mano ahora por el cabello de Fhender. Luego de esto, le echó una mirada en sus ojos—. Todos en algún momento queremos ser anónimos... dejarlo todo a su suerte, abrazar el "no hay mañana". No hay invitación ni rito de iniciación.

En ese momento la escotilla sonó lejana y agudamente atrapando la atención del joven. Era Oriana que le hacía señas al joven, invitándolo a la fiesta que ahora se oía con mayor claridad.
Instantáneamente, una pura y amplia sonrisa se generó bajo la nariz del joven. Ahí entendió, que la charla con el capitán le había servido. En todo este tiempo, nunca había tenido tiempo para pensar, en lo que significaba Oriana, Bori y Germanus. No sabía quiénes eran los Vahianer, ni tampoco estaba seguro de que Ceto esté confundido; lo que sí tenía en claro, era que podía confiar en su grupo.

— Creo que tenés un gran potencial para captar personas; contar buenas historias —decía amablemente el joven—. Pero yo ya tengo mi gente... Y también tengo una misión —la sonrisa de Ceto condecoró su frase final. Luego, este dio media vuelta y quedando de vistas al mar; y Fhender, llamando a su mascota, fue en busca de Oriana.


                                                                                                                                              NicoAGarcía

                                                                                                                                              NicoAGarcía

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora