Capítulo 6: La conmemoración (parte VI)

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Contaban con un solo gaper, en el que iba Germanus quejándose por no creerlo capaz de realizar el viaje a pie. Era testarudo y prepotente; aunque podía comprender la gravedad de su estado, no quería que nadie lo vea débil. Por eso, solía ofender a Oriana, quien intentaba hacer que se recomponga lo antes posible.

—Lo digo en serio —hablaba molesto desde la montura—. Puedo caminar perfectamente —el resto hacía oído sordo—. No me dejen hablando solo —se quejaba—. Miren al chico... ¿Cómo vamos a dejarlo caminar? Es el nuevo. Es...

—Basta Germanus —interrumpía la guerrera sin dejar de caminar y con un toque irónico en su tono—. El chico —copiando sus palabras—. Sabe caminar y tendrá que ponerse en estado si quiere seguir nuestro paso... ¿O no Bori?

—Por supuesto.

—Ese no es el punto —ofendido como un niño. Parecía que no hablaría más.

Milton, que caminaba junto a los dos arqueros unos pasos atrás de Oriana y Germanus, pudo ver unas extrañas marcas en los brazos de éste. Afilando su vista, notó que en verdad eran líneas uniformes hechas con tinta negra, de distintos tamaños que terminaban antes de llegar a sus muñecas. La armadura de cuero que portaba, tapaba sus hombros y parte de sus bíceps; pero por la forma en que las líneas continuaban, daba la impresión de que debajo del cuero seguirían los dibujos.

El joven había perdido la noción de cuánto tiempo llevaban caminando. La humedad se hacía presente y comenzaba a sentir como sus pies transpiraban bajo el fino cuero del calzado que le habían obsequiado en el castillo. Los pastos apenas superaban su tobillo y en algunas ocasiones lo acariciaban. El sol los seguía desde sus espaldas sin agobiarlos, pero mostrándose presente.
«¿A dónde vamos?» se preguntaba mientras empezaba a desear hacer un descanso.
El ruido de la cascada casi quedaba en el olvido. A lo lejos, al oeste, se podían reconocer algunas nubes de humo producto de las chozas en la aldea; estas eran tapadas por una fila de árboles que Milton y su grupo cruzarían más adelante.

De repente el viento sopló más fuerte y se escuchó el crujido de una rama detrás de ellos. Milton volteó asustado despertando la risa en sus acompañantes. Ahora Rigal caminaba a su lado.

 Ahora Rigal caminaba a su lado

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—Disculpen la demora...

—Ya era hora —interrumpía Germanus haciendo reír a Bori y a Engar.

—...recabé algo de información. Podemos hacer una parada en la aldea, aquí a unos pocos kilómetros, para luego continuar nuestro camino... hasta llegar a Kungal.

—¿Kungal? —pensaba en voz alta Engar—. Es decir... ¿Por qué Kungal?

—Debemos ir allí... Nuestro nuevo integrante necesitará armas —refiriéndose a Milton con entusiasmo—. Quizá ustedes pueden adelantarse. ¿Qué te parece Oriana?

—Todavía falta mucho. Lo veremos.

Algo en el ambiente había cambiado, ahora todo parecía más relajado, hasta la guerrera se mostraba amigable. Lo que siguió fue una larga charla en la que hubo risas, gritos y algunos golpes de hombro. Milton no se quedaba atrás, poco a poco comenzaba a entender el humor del grupo; aunque no era suficiente para sentirse integrado.
Una duda pinchaba la inquietud del joven. «¿Armas?» se decía por dentro. Creía no entender a que se referían. «No podría levantar una espada, ni tampoco apuntar un arco o como Kinta disparar todo tipo de cuchillos... Kinta».
¿Realmente se habría enamorado de ella?
En todo este tiempo había evitado pensar en todo lo que su mente sugería. Borraba toda imagen y pausaba la reproducción de sus recuerdos. Quizá era hora de dejar fluir sus memorias, quizá algo tenían para decirle.
Caminar era bueno para hacer un viaje interno, repensarse. Milton apenas conocía a las personas que lo rodeaban ahora; pero lo que más extraño le parecía, era que apenas se conocía a sí mismo. Primero debería comenzar por él.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora