Capítulo 6: La conmemoración (parte III)

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Cotilleo entre los árboles y algunas risas acompañaban la caída de los elementos punzantes. Milton comenzó a pensar que el o los arqueros tenían pésima puntería, ya que después de cinco intentos, ninguna flecha había logrado acercarse siquiera a su ropa. Después de meditarlo unos pocos segundos, creyó oportuno echarse a correr nuevamente. Fue inútil, sus piernas seguían cansadas y realmente él no era un joven atleta. Sus movimientos, torpes y poco eficaces, hicieron que tropiece, quedando boca abajo con sus brazos extendidos. No había recibido un gran golpe, pero había sido suficiente para entender que sus piernas debían descansar.

—¿Qué tenemos aquí? —una voz chillona se acercaba a Milton, mientras éste volteaba lentamente temiéndose lo peor. El ruido de los pasos era tal, que el joven no alcanzaba a distinguir cuantas personas se avecinaban.

—No asustés a la presa —le respondía otra voz. Parecía que estaban jugando, iban dando brincos y riendo.

—Es que, siempre quise decir eso... —miraron a Milton y se miraron entre ellos—. No parece un soldado... —la mirada del joven ahora estaba puesta en ellos. Éstos no eran mucho más grandes que él y a simple vista, tampoco le parecieron guardias del rey.

—"R" —dijo uno pensativamente mirando la insignia del joven—. ¡Es un Rasat! ¡Encontramos un Rasat! —daban golpes a sus hombros festejando la supuesta hazaña —Rigal nos dará el lugar que nos merecemos después de esto.

—¿Rigal? —interrumpió Milton desorbitadamente—. ¿Ustedes conocen a Rigal?
La pregunta descolocaba a quienes lo habían encontrado, pero aún así decidieron no darle importancia. Todos sabían de la habilidad de los Rasat para engañar, inventarse historias, personalidades falsas y hacer todo lo que fuera necesario para escabullirse y obtener información de los Vahianer; por lo que colocaron una tela que tenía uno de los arqueros sobre su carcaj, anulando la vista de Milton y sujetándolo del brazo derecho, comenzaron a caminar.

El joven no oponía resistencia alguna. Se dejaba guiar por la mano que apretaba suavemente la zona de su medio brazo. Notaba, que no era intención de éstos generarle temor; aunque de todas formas, había decidido no seguir insistiendo con preguntas.
Con la oscuridad que traían sus ojos tapados, en la mente de Milton comenzaron a aparecer imágenes de un pasado que intentaba catapultar, «Mailen, Pía, Leo, Jaz». Desde que había llegado a Noinor, los días pasaban con la velocidad de un Gaper y no conseguía las respuestas que necesitaba. Su tiempo en Énal, había sido agotador. Milton era zamarreado de un lugar a otro y sus pensamientos no lograban acomodarse. Lo que más tormento generaba en su cabeza, además del cambio radical en su vida, haber perdido su identidad, no saber en quien confiar; era la culpa. No podía perdonarse, por eso evitaba todo el tiempo el desarrollo de sus recuerdos.

Gotas de sudor comenzaban a resbalar por la piel de Milton, si bien el paso al que iban era parecido al de una caminata; los rayos del sol, en su máximo esplendor, daban directamente sobre ellos. Para agregar, la humedad tampoco los favorecía.
Así, las quejas sobre el clima por parte de quienes lo llevaban, lograban una sonrisa en él. En ese momento, al tensionar los músculos de su cara para sonreír, sintió como la tela que obstruía su visión se movía. Fue capaz de reconocer, que no estaba sujetada con fuerza y con algunos ejercicios faciales, logró que esta quedara de tal manera que le permitiese ver. Mitad de su ojo izquierdo ahora estaba descubierto y era encandilado por el reflejo que el sol hacía con la hombrera de hierro de uno de los arqueros que caminaba algunos pasos por delante de él.

—Llegamos —decía la voz de quien estaba a su derecha deteniéndose. Milton ahora podía observar a uno de ellos de espaldas que bromeaba con el otro por no poder abrir el pasadizo: como ellos lo había llamado. Entendió, que si ambos arqueros estaban delante de él, nadie estaba sujetándolo. Pensó por un instante, pero reconoció que no tendría caso salir a correr. Un chillido de madera mezclado con el bamboleo de unas cadenas dieron la bienvenida al joven a un subsuelo. Antes de que volvieran a agarrarlo pudo ver una especie de puerta de madera cuadrada que se abría por fuera de la superficie, con dos cadenas lo suficientemente anchas como para darle peso a la madera. Debajo de la puerta, se veían algunos escalones y luego una intensa oscuridad.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora