Capítulo 10: Susurros (parte II)

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La camarera de la taberna les había ofrecido nuevamente quedarse en una de las habitaciones que tenían; pero esta vez se vieron obligados a aceptar. El escandalo había sido tal, que los rumores no tardarían en dispersarse por Billeg.
El estado de la habitación, no era muy diferente al de la taberna. Había algunas maderas deterioradas, insectos que transitaban libremente y quizá alguna gotera.
Zies y Aphela habían emprendido la búsqueda de Kog, que desde hacía unas cuantas horas había salido en busca de algún comprador para su carreta. En el camino, las muchachas iban pensando como seguirían a partir de ahora. Ahora tenían información, potenciales aliados y un objetivo común. Aun así, les sonaba muy apresurado y arriesgado. Extinguir la única posibilidad de cambio que se había generado en todos estos años de sufrimiento, y sin tener en claro quienes acudirían; era arriesgado.

—Mirá —decía Zies señalando a un grupo de cinco personas que caminaban desanimados, con sus brazos colgando. Se dirigían a una construcción, que quedaba a unos pocos metros, donde habían muchos más trabajando.

—Son Megnar... Esta mierda artificial no se puede sostener con genios inválidos —sus palabras como veneno—. Espero encontrar rápidamente a Kog y desaparecer de este lugar.

—No creo que ese —señalaba a un nene que caminaba a la par de una mujer en silla de ruedas—. Tenga la culpa este ruin sistema —Aphela le devolvía una mirada de descreimiento y continuaba observando los edificios espejados.

El deprimente clima de la habitación corroía a cualquiera que se acercase. Las únicas lágrimas que seguían cayendo, eran las de Bori, que se aferraba a sus rodillas y escondía la cabeza entre sus brazos. Germanus por su parte, se encontraba mirando las maderas que simulaban pared. Quería distraerse, detener la congoja que le mordía lentamente la garganta; pero sus intentos eran inútiles. Nada podía detener su desesperación, nada podía hacer él, más que transitar su dolor.
En cuanto a Oriana y Fhender, ambos se encontraban pensativos, como intentando recordar algo. El joven ya comenzaba a preocuparse por su animal, ya que no recibía señales de Kog.

—Es como... —hablaba Fhender, extrañándose de su propia voz—. Si tuviéramos que revivir constantemente la muerte de Rigal —sonaba un soplido de Germanus seguido de asentimiento—. En cada lugar en el que estoy, con cada persona que hablo —indignado—. Hasta hay folletos de su muerte...

El silencio se volvía a apoderar de la situación. Nadie estaba de ánimos para hablar; ni siquiera el joven sabía porque había dicho lo que dijo.
Mientras que Oriana se intentaba tranquilizar acariciando su enrulado y corto cabello; se comenzaba a escuchar la agitada respiración de Germanus, como un grito que inevitablemente va a salir. Al llegar a un punto en el que ya no era aguantable ni siquiera para el mismo, optó por pararse y golpear la madera con toda su fuerza. El sonido fue como un estruendo capaz de llamar la atención de cualquier alma que anduviese por la taberna. Sin correr su puño de lugar, bajó lentamente la cabeza hasta que pareció un simple saco de papas.

—¿Por qué...? —hablaba en un tono bajo, atrayendo las miradas del joven y la guerrera—. ¿Por qué no me dejaron matarlo? —no hacía falta conocerlo para distinguir su carga de impotencia.

Fhender no estaba seguro de responder. Disimuladamente miraba a Oriana esperando que dijera algo; pero esta parecía no prestarle atención.
La mirada de Germanus invadía al joven, casi con la misma ferocidad con la que había golpeado a Engar.
La guerrera no podía percibirlo, estaba de espaldas. Fhender comenzó a buscar alguna respuesta, aunque no creía que haya alguna acertada. De lo que sí estaba seguro era que alguien debía responderle.

—¿Qué hubiéramos ganado? —recordaba que esa frase actuaba como pregunta y respuesta; y que solía utilizarla Mailen para calmarlo. Pero no dio el efecto que él había buscado. Ahora, quien se encontraba parado esperando una respuesta, parecía alborotarse aún más en busca de palabras.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora