2: El Infierno.

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Las historias contaban que el infierno era un lugar lleno de perdición y tortura donde las llamas del fuego abrasador lo cubrían todo haciendo que el aire se sintiera demasiado pesado como para respirar apropiadamente; decían que escuchabas los lamentos de las almas condenadas haciendo que a cada paso que dabas la desesperación te llenara, siempre buscando una manera de salir sin importar el precio mientras las risas demoniacas llenaban el ambiente amenazando con dejar caer cualquier demonio sobre ti hasta devorarte y desmembrarte, regando tus partes por todo el infierno para que fuera más difícil regenerarte para la siguiente tortura.

Como he dicho, eso dicen las historias. Sin embargo, lo que Castiel tenía ante él era ni más ni menos que un simple edificio abandonado con arquitectura victoriana por fuera, enredaderas cubriendo sus paredes y arbustos algo espinosos y secos decorando el jardín; a simple vista parecía estarse cayendo a pedazos, con techo a dos aguas a punto de venirse abajo mientras las paredes parecían descarapelarse como lo haría una serpiente a punto de cambiar de piel. No era la gran cosa, no había llamas ardientes consumiéndolo todo, ni siquiera se escuchaba un solo lamento que no fueran los cuervos más cercanos y algunos pájaros alegres.

Castiel frunció el ceño mientras salía de aquel auto y se quedaba un segundo parado junto a la puerta del copiloto, contemplando con atención toda esa estructura intentando ver más allá de ella, preguntándose si se trataba de algún glamour o algo por el estilo. Sam, el hermano del rey del infierno, atrajo su atención de manera un poco grosera haciéndolo mosquearse.

—Ya está enojado porque no volviste con él—gruñó Sam pasándose una mano por el pelo—Si lo haces esperar se enojará más y no es agradable que se enoje.

— ¿Y por qué es mi culpa que ya esté enojado?—se atrevió a cuestionar Castiel mientras seguía a Sam por la verja de entrada.

El omega alto se sobresaltó ante el tono de voz empleado por el ángel; era ronco y profundo, casi como la voz de mando de un alfa pero sin hacerle sentir intimidado; en realidad podría considerarla un ronroneo que erizaba la piel. Sam tuvo que volver a olisquear el aire para recordarse el aroma dulce de su acompañante delatando su casta.

Era sorprendente que aquel ángel tuviera un recipiente omega; Sam conocía pocos seres celestiales y la gran mayoría poseía un recipiente alfa, claro que a excepción de Miguel y del pequeño ángel que les había informado de la alianza. Los ángeles, según Crowley, eran soldados un tanto brutos, serios y de firme determinación, ciegos a sus creencias y que no cualquiera podía doblegar. Todas esas descripciones hacían que los ángeles buscaran, de preferencia, un recipiente alfa o beta para sus tareas por lo que conocer un ángel omega le era interesante, más si tenía esa aura que desprendía Castiel para nada similar a la de un omega.

Y no es que Sam clasificara a los omegas como la casta más débil; él mismo era un omega y era mejor que la gran mayoría de los alfas en el infierno, pero tampoco olvidaba su casta, era imposible con tanto alfa oliéndole el trasero en cada celo que tenía y a Dean poniéndole a Benny como escolta cuando se alejaba demasiado de su vigilancia. Sam era un omega, un rudo omega, pero tampoco fingía ser alfa, le gustaba su casta, tenía sus ventajas y odiaba que le dijeran que "es un omega que se cree alfa" ya que él no se creía absolutamente nada. Estaba orgulloso de su casta y no tenía que estarla ocultando con ceños fruncidos ni tonos de voz algo enronquecidos.

—Había pensado que no hablas—señaló Sam dirigiendo a Castiel a la entrada de aquella construcción—No hablaste durante todo el camino sobre nada.

—No me preguntaste sobre nada—se excusó el ángel encogiéndose de hombros.

Sam le miró divertido, ya se imaginaba los intentos de Dean por intentar ligar con él.

I'm Not Your Angel.Where stories live. Discover now