Capítulo Treinta y Cinco

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Federico llegó justo a tiempo para cenar, su familia ya estaba sentándose a la mesa cuando él entró al comedor y saludó un poco serio a todos. Usualmente Federico llegaba animado cuando venía de hacer alguna diligencia y saludaba con entusiasmo a sus hijos y con un beso amoroso a su esposa, pero esa noche solamente se limitó a decir hola y a sentarse en silencio en su lugar. Doña Consuelo notó la tensión entre su hija y su yerno, por lo visto la discusión de la que Cristina le había hablado que tuvieron en la mañana fue peor de lo que le contó. De hecho la señora de cabellos rubios no fue la única que se dio cuenta de lo serios que estaban, sus hijos también notaron que se estaban comportando muy extraños. Sofía fue la primera en preguntar, niña al fin, le gustaba ver a sus padres siempre contentos y no entendía aún que a veces los adultos pueden ser muy complicados y no siempre van a estar de buen humor.

—¿Por qué estás tan serio, papi? —preguntó la niña con su habitual energía.

—Por nada, mi vida, son cuestiones de trabajo de la hacienda que no entenderías. —mintió regalándole una sonrisa forzada a su hija menor.

—Pero mami también está muy seria. —volteó a ver a su madre. —¿Y a ti que te pasa, mamá?

—Nada, Sofía, yo también estoy preocupada por cosas de mi trabajo, pero tú no te preocupes, que al ratito se me pasa, mi amor.

La niña quiso insistir, pero su hermana mayor la interrumpió con la intención de cambiar el tema, sabía que sus padres estaban molestos entre sí y no quería verlos discutir si la conversación continuaba por ese rumbo.

—Carlos Manuel va a venir para mi fiesta, papá.

—Lo sé, hija, yo mismo le pedí que viniera para que fuera tu chambelán, no quiero que ninguno de esos muchachos del pueblo que andan rondándote bailen contigo. Carlos Manuel es tu primo y él es el único que te va a cuidar como se debe.

María del Carmen asintió bajando la mirada, doña Consuelo frunció el ceño porque otra vez esa loca sospecha que llevaba días rondando su cabeza se instalaba en su mente. No era posible que su nieta estuviera enamorada de Carlos Manuel, ella lo creía su primo, no existía la posibilidad de que hubiese otro sentimiento entre ellos, ¿o sí?

—¿Es por mi culpa que están enojados, verdad? —la voz de Federico Jr. que hasta ahora había estado en silencio llamó la atención de todos en la mesa.

—Hijo… —Cristina detuvo el tenedor que llevaba en camino a su boca y miró a su hijo varón.

—No me lo tienen que decir, yo lo sé, llevan días discutiendo porque a mi papá no le parece nada de lo que hago. —dijo sorprendiendo a todos en la mesa. —Y yo te agradezco que quieras defenderme, mamá, pero no vale la pena que te pelees con él por mí, de todos modos parece que a papá no le gusta como soy, y por lo visto eso no va a cambiar nunca. —se paraba de su silla dispuesto a irse.

—Federico, no te vayas, no hemos terminado de cenar. —lo regaño su padre.

—Prefiero retirarme, no tengo hambre.

—Mi amor, por favor siéntate, termina de comer. —le insistió Cristina a su hijo.

—No, mamá, me voy a mi cuarto, permiso. —se retiró luego de dedicarle una mirada indescifrable a su padre.

—Voy a hablar con él. —Cristina se paró tan pronto lo vio cruzar la sala.

—Claro, ahí vas a consentirlo de nuevo. —espetó Federico un poco irritado.

—No se trata de consentirlo, sino de arreglar lo que tú con tu actitud has logrado, que nuestro hijo no quiera ni sentarse a cenar con nosotras en la misma mesa. —respondió Cristina enfurecida, los demás miembros de la familia miraban en silencio la discusión.

—Yo no le dije nada, quien mencionó el tema fue él mismo.

—Porque se da cuenta de las cosas, Federico, sabe que hemos discutido por la actitud que tienes con él y eso lo hace sentir culpable.

—La culpa no es de él, sino tuya por estar mimándolo como si aún tuviera cinco años.

—¿Mía? —preguntó indignada y levantando bastante la voz.

—¡Sí, tuya! —respondió aun más alto.

Doña Consuelo quería intervenir, no le gustaba meterse en problemas de pareja, pero los veía demasiado alterados y no estaba bien que discutieran de esa manera frente a las niñas. Intercambió una mirada rápida con las empleadas quienes sólo se limitaron a negar con la cabeza. Vicenta y Candelaria eran como de la familia y también les preocupaba la situación de sus patrones.

—Ya no discutan, por favor. —fue la propia Sofía quien sintió la necesidad de hacer algo para detener los gritos entre sus padres.

—Sí, por favor cálmense. —intervino también María del Carmen.

—Hija, ve a hablar con Fede sí… —alternó su mirada entre su yerno y Cristina. —E intenten tranquilizarse los dos, no es bueno que discutan de esa forma, hablando las cosas se arreglan mejor.

Cristina asintió tratando de relajarse, aunque prefirió no mirar a su marido y salió del comedor sin decir otra palabra.

—A mí también se me quitó el hambre, estaré en el despacho. —dijo Federico retirándose.

—¿Por qué mi papá y mi mamá están tan enojados, abuelita? No me gusta cuando se pelean. —comentó Sofía.

—Es normal que a veces los papás tengan problemas y discutan, chiquita, pero ya verás como pronto se les pasa y vuelven a estar contentos. —doña Consuelo sonrió para intentar despreocupar a la niña.

—Ojalá se les pase antes de mi fiesta, abuela, no quiero verlos así de enojados en ese día tan importante para mí. —protestó María del Carmen.

—Estoy segura que van a lograr solucionar sus problemas antes de eso, hija. —dijo intentando convencerse a sí misma, pues no estaba tan segura de que pudieran hacerlo, aunque por el bien de todos, esperaba que sí.

En la planta alta, Cristina tocaba con suavidad la puerta del cuarto de su hijo, después de unos segundos él le indicó que pasara, aunque sin mucho ánimo; no tenía ganas de hablar con nadie.

—Quiero estar solo, mamá. —le dijo cuando la vio entrar.

—Hijo, tenemos que hablar.

—¿De qué quieres que hablemos? —no la dejó responder. —¿De papá y de como no me quiere?

—No digas eso, Fede, tu papá te adora. —se sentaba en la cama junto al muchacho.

—Pues lo demuestra muy poco, de la manera en que se comporta pareciera que no le importo en lo absoluto.

—Cómo no le vas a importar, eres su hijo, el único varón. Y aunque no lo estoy justificando y en estos momentos quisiera entrarle a cachetadas por como se ha estado portando, tengo que admitir que entiendo que tal vez es precisamente porque eres su único hijo varón, que es más duro contigo y se porta así.

—Eso no es una razón para que no me respete y siempre quiera decirme como tengo que pensar y actuar.

—Yo lo sé, mi amor, pero tú sabes como es él, tu papá fue criado de otra manera, le faltó el amor de una madre y su padre era demasiado duro con él, por eso es tan machista a veces y dice y hace cosas que no están bien.

—Yo lo único que quiero es que intente entenderme, yo ya no soy un niño, mamá, me gustan otras cosas, ya no estoy interesado en ir a montar todos los días o estar todo el tiempo metido en el campo. Tengo mis amistades, mis propios gustos… como la pintura, que es mi pasión, y papá no lo entiende. —explicó desviando su mirada a uno de los varios cuadros que tenía pintados en su habitación, todos de su autoría.

—Yo sí te entiendo, y me encantan tus pinturas y el talento natural que tienes. —miró una de los cuadros al costado de la cama, ese estaba sin terminar, pero todos los materiales para continuarlo estaban allí mismo y el cuadro ya parecía una obra maestra.

—Pero mi papá cree que eso no es de hombres, se la pasa criticando mis “pinturitas” como él les llama.

—Tu papá tiene una mente muy retrograda, pero yo no pierdo la esperanza de algún día hacerle entender que existen diferentes formas de expresarse, y que la tuya no tiene porque ser igual a la de él.

—Pues yo dudo que lo logres.

—Ya verás que sí. —lo besó en la frente. —Mi chiquito… —le acariciaba la mejilla.

—Mamá, tú eres muy buena conmigo, pero no me gusta que te pelees con mi papá por mi culpa, yo sé que se la pasan discutiendo mucho últimamente, y casi siempre es por mí.

—Tú no tienes la culpa de nada, Fede, los problemas entre tu papá y yo son sólo nuestros. Y no sé, quizás él tenga razón en que yo te consiento demasiado y a veces te mimo como si todavía fueras un bebé, pero es que para mí siempre lo vas a ser, soy tu madre y no puedo evitar tratarte como mi niño.

—Te quiero mucho, mamá. —se abrazaba a ella.

—Ay y yo a ti, mi amor. —pasaba una de sus manos entre los cabellos castaños de su hijo y se hipnotizaba con sus ojos grandes y verdes, tan parecidos a los de su padre; era increíble el parecido físico a su papá, y lo mucho que se asemejaba a ella en su personalidad, era la mezcla perfecta convertida en un adolescente.

^^ Más tarde cuando Federico subió a su habitación encontró a su esposa enfundada en su bata de dormir sentada frente al tocador cepillándose el cabello. Cristina miró a través del reflejo y se topó con los ojos verdes de su marido que la miraban con intensidad.

—Intenté hablar con Fede, pero no quiso abrirme la puerta. —explicó sentándose en la cama y quitándose los zapatos.

—¿Puedes culparlo por no querer hacerlo? —comentó ella volteando en su asiento para verlo.

—Cristina, yo no le he hecho nada. —se defendió.

—¿Te parece poco no respetarlo, no aceptar sus gustos, no entender que él es su propia persona y que no tiene que ser igual a ti?

—Yo no quiero que sea igual a mí, simplemente quiero verlo convertido en un hombre, Cristina, no en un bebé como tú lo tratas.

—¿Y quién te dice que no es un hombre? El hecho de que tenga otra personalidad distinta a la tuya o que yo lo trate con cariño no significa que sea menos hombre.

—Lo mimas demasiado. —se quitaba la camisa.

—Porque es mi hijo y yo siempre lo voy a ver como un niño, a los tres los voy a ver siempre igual, soy su madre, no lo puedo evitar.

—Con Fede eres más alcahueta y lo consientes más.

—Tal vez, pero es porque de los tres es el más parecido a mí en su forma de ser.

—Y gracias a eso es como es. —irritado.

—Hablas como si nuestro hijo fuera un delincuente y estuviera haciendo algo malo. —alterándose.

—No estoy diciendo que sea un delincuente, Cristina, pero eso de estar pintando cuadritos no es de hombres.

—¿Por qué no? Muchos pintores reconocidos son hombres, además, nuestro hijo apenas está comenzando a vivir, ni él mismo sabe si quiere dedicarse a eso toda la vida, pero en este momento le gusta, y yo no veo nada de malo en que se interese por el arte.

—Pues para mí eso es de… —no terminó porque su esposa lo interrumpió abruptamente.

—No lo digas, eso es un prejuicio absurdo.

—No lo sé, Cristina, he llegado a pensar en eso.

—¿Qué estás insinuando? Porque si es lo que yo creo, déjame decirte que estás equivocado. —suspiró antes de seguir. —Sabes que le gusta una niña de su escuela, pero no ha tenido el valor de hablarle o siquiera acercársele, porque tú con tu actitud te has encargado de patearle la autoestima hasta el suelo y hacerlo sentir que no es suficiente.

—Esa jamás ha sido mi intención.

—Tal vez no, pero es lo que has logrado sin darte cuenta. ¿Sabes lo que me dijo hace rato?

—No.

—Que tú no lo quieres, que no te importa.

—¿Cómo no lo voy a querer? Es mi hijo, lo adoro.

—Pues perdóname, pero él tiene razón en que no lo demuestras mucho.

—Soy hombre, Cristina, no voy a estar todo el día abrazándolo, eso te lo dejo a ti, que ya bastante lo malcrías.

—¿Que seas hombre significa que eres incapaz de demostrar cariño y afecto? —negó con disgusto y no lo dejó responder. —Eres increíble, Federico, de verdad que la crianza que te dio tu padre te hizo mucho daño, parece que quieres ser igual a él.

Se produjo un incómodo silencio.

—Eso fue un golpe muy bajo de tu parte. —dijo después de algunos segundos.

—Discúlpame, no fue mi intención decirlo así, pero es lo que parece.

—Yo he cambiado en muchas cosas y no me parezco para nada a mi padre. —respondió bastante agitado colocándose nuevamente la camisa que se había quitado minutos antes. —Él me hubiera entrado a golpes por mucho menos de las diferencias que tengo con Fede, incluso a veces lo hacía sin ningún motivo, y yo jamás, jamás, Cristina, le he puesto un dedo encima a ninguno de nuestros hijos. Así qué por favor no vuelvas a decir nunca que me parezco o me quiero parecer a él. Mi papá era un verdadero monstruo, y yo sólo estoy aprendiendo como ser un buen padre, pero por lo visto estoy fallando en todo. —dio media vuelta y se dirigió a la puerta.

—¿A dónde vas?

—A dormir a otra parte, si seguimos discutiendo sobre lo mismo no vamos a llegar a ningún lado y va a ser peor, mejor nos evitamos seguir diciendo cosas que nos puedan lastimar. Buenas noches, Cristina, que descanses. —y sin decir más salió de la habitación dejando a su mujer sola, abrumada y con los ojos cristalinos.

—Federico… no debí decir eso. —dijo para sí misma, su marido ya se había ido.

Dormir no fue tarea fácil para ninguno de los dos, hacía años que no dormían tan lejos el uno del otro. Ahora estando cada uno por su lado, la cama se sentía tan grande que les fue casi imposible conciliar el sueño durante gran parte de la noche. Ambos se torturaron pensando en lo tensas que estaban las cosas entre ellos últimamente, y cómo era que habían llegado hasta ese punto donde preferían dormir separados para evitar discutir.

>>> A la mañana siguiente, Cristina se levantó temprano y antes de ducharse y comenzar su día, decidió buscar a Federico con la intención de platicar con él. No quería que la relación con su marido siguiera en picada, tenían que arreglar las cosas o por lo menos intentarlo antes de que fuera demasiado tarde. Tocó la puerta un par de veces sin recibir respuesta, suponía que ya debía estar levantado, pues sabía que él acostumbraba a madrugar todos los días. Esa era una de las cualidades de su esposo, si algo había demostrado en los últimos años, es que podía ser el más trabajador de los hombres.

—Adelante. —indicó él a los pocos segundos.

—Buenos días, Federico. —dijo ella ingresando al cuarto y encontrándolo envuelto en una toalla de la cintura hacia abajo.

—Buenos días, Cristina. —la vio cerrar la puerta a sus espaldas, aún iba vestida con su ropa de dormir. —¿Necesitas algo?

—Quería hablar contigo… ¿sales de bañarte o ibas a eso?

—Iba a hacerlo ahora, pero dime qué quieres que hablemos.

—… —ella lo pensó un momento antes de hablar. —Quiero pedirte disculpas por el comentario que hice anoche acerca de tu papá, yo sé que tú no eres igual a él o quisieras parecerte, estuvo mal que dijera eso, perdóname. —se acercó un poco a él.

—No te preocupes, sé que lo dijiste porque estabas molesta y frustrada. —él también dio un par de pasos al frente acercándose a ella. —De unas semanas para acá nos la pasamos discutiendo, yo también estoy frustrado con esta situación, pero no sé qué hacer para cambiarla. Tú tienes razón en que estoy haciendo las cosas mal con nuestro hijo, pero entiéndeme, Cristina, yo tengo una forma muy diferente de pensar, a veces me cuesta demasiado trabajo aceptar ciertas cosas.

—Yo lo sé y no pretendo que pienses igual a mí en todo, esto ni siquiera se trata de nosotros, sino de Fede. Quiero que tú y él tengan una mejor relación, que se lleven bien, que él pueda recurrir a ti para lo que sea y no sienta que no lo quieres o que no te importa.

—Me importa mucho, es mi hijo y sólo quiero su bienestar.

—Entonces demuéstraselo.

—Lo voy a intentar, te prometo que hablaré con él y le diré lo mucho que lo quiero y lo importante que es para mí.

—Hazlo, él necesita escucharlo. —se acercó un poco más hasta quedar tan cerca que las respiraciones de ambos comenzaron a mezclarse. —Todos necesitamos escuchar que nos aman y que somos importantes para alguien.

—¿Tú me sigues amando a pesar de que a veces no logramos ponernos de acuerdo en muchas cosas? —le preguntó muy cerca de sus labios.

—Yo te amo a pesar de todo, Federico, que no estemos de acuerdo en cuestiones de nuestros hijos y su crianza no quiere decir que yo vaya a amarte menos. —sus bocas rozaron.

—Me haces tanta falta, Cristina. —cerró sus ojos y se embriagó con el dulce olor que emanaba su esposa y que la caracterizaba.

—Y tú a mí… —ella también cerró los ojos y permitió que él jugueteara con su labio inferior succionándolo un poco.

—Hace más de una semana que no hacemos el amor. —sus brazos pronto se enroscaron en la cintura de su esposa para acercarla aun más a su cuerpo.

—Dos… para ser exactos. —subió sus brazos y se guindó de su cuello, sus bocas todavía rozándose entre sí y el calor de sus cuerpos calentando el aire a su alrededor.

—Te deseo. —le mordisqueó los labios.

—Yo más. —dicho esto se lanzó por completo a ese cuerpo varonil que aun después de todos esos años seguía despertando en ella la misma pasión de antes.

Federico no necesitó otra palabra para tomar a Cristina entre sus brazos y levantarla del suelo llevándola consigo al baño donde se metieron a la ducha sin haberse quitado las telas que los cubrían. Claro que, no tardaron en deshacerse de cada barrera que pudiera interponerse entre sus pieles ardientes, y en cuestión de minutos se encontraban desnudos bajo el agua de la regadera.

—Me estaba muriendo sin ti, Cristina, te necesito tanto. —la alzó antes de arrinconarla sobre la pared y con sus dedos acariciar la zona más sensible del cuerpo de su mujer.

Cristina gimoteó cuando sintió las expertas caricias, los labios de Federico la atacaban en el cuello, ambas acciones la estaban enloqueciendo, lo necesitaba ya, quería sentirlo dentro y que él llenara el vació que por dos semanas los había estado consumiendo como el fuego que se come la madera.

—Hazlo ya, no aguanto más. —suplicó ella como si su vida dependiera de eso.

Federico obedeció y cuando finalmente unieron sus cuerpos, intercambiaron gemidos y una mirada llena de lujuria y pasión contenida. Cristina echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer por él que todavía la besaba con vehemencia en el cuello. Los movimientos fueron un poco lentos al principio, pero a medida que los minutos pasaron, la velocidad de las acometidas se intensificó y las embestidas se volvieron casi salvajes. Por dos semanas habían estado reprimiendo las ganas de hacer el amor y demostrarse con sus cuerpos lo mucho que se amaban y se gustaban aún.
...
—¡Federico! —gritó Cristina cuando el orgasmo estaba cerca y amenazaba con hacerla perder la cabeza.

—¡Ahhh… Cristina! —Federico gruñó vaciándose dentro de ella y sintiendo como su mujer también llegaba a la cima y se retorcía de placer entre sus brazos.

—¡Mmm! —todo su cuerpo se sacudía entre los brazos de su marido, el agua todavía caía sobre ellos incapaz de apagar el incendio que recién habían creado allí.

—Te amo, Cristina. —le dijo al oído, todavía su respiración hecha un caos.

—Te amo, Federico. —respondió igual de agitada.

—¿Me perdonas por no ser siempre el marido que necesitas?

—Eres el marido que amo siempre, así no seas todo el tiempo el mejor, yo tampoco lo soy, juntos seguimos aprendiendo todos los días. —le confesó abrazándolo con más fuerza, todavía unidos íntimamente.

Sus labios volvieron a unirse en un beso, esta vez amoroso, lento, tranquilo; quizás ninguno de los dos era perfecto, pero juntos se complementaban de la mejor manera.

Envueltos en batas de baño salieron de la ducha hacia la habitación, se besaron en silencio durante un par de minutos, antes de que Cristina rompiera la magia, pues aún tenían un tema de conversación pendiente.

—Federico, me prometiste que hablarías con nuestro hijo para decirle lo mucho que lo quieres y que te importa, pero hablar con él no es suficiente, tienes que demostrárselo con tus acciones.

—Lo sé, Cristina, y te prometo que lo haré, pondré todo de mi parte para intentar respetar sus decisiones. —su esposa hizo una mueca. —Yo sé que no me crees porque antes te he dicho esto y no lo he cumplido, pero esta vez es diferente.

—Quiero creerte, pero hasta que no lo demuestres no podré estar del todo tranquila.

—¿Y qué va a pasar con nosotros, ya estamos mejor?

—¿Por qué supones eso? —sonrió alzando una ceja, su marido la besó en los labios.

—Porque acabamos de hacer el amor allá adentro.

—Somos marido y mujer, es lo normal, eso no significa nada. —se alejaba dé él.

—¿O sea que sigues molesta conmigo? —frunció el ceño, ella sonreía. —Me siento usado, sólo fui un objeto para satisfacer tus más oscuros deseos. —fingía indignación.

Cristina dejó escapar una carcajada.

—Ay pobrecito, eres la victima en todo esto no…

—Sí. —hizo un puchero que a Cristina le pareció demasiado adorable y no pudo evitar acercarse nuevamente a él para besarlo en la boca.

—Te amo, aunque seas el más gruñón y a veces me den ganas de ahorcarte cuando no estoy de acuerdo con lo que dices o haces. No te cambiaría por nadie, Federico, soy feliz amándote.

—¿De verdad? —permanecían abrazados.

—Sí, esa es la verdad… te adoro. —le susurró al oído provocando en él otra oleada de excitación.

Y antes de comenzar con su día, volvieron a amarse, qué mejor manera para empezar a existir que entregándose en cuerpo y alma al ser amado.

^^ Después del desayuno cada cual se fue a hacer sus cosas, los niños se fueron a la escuela, Federico al campo a supervisar la producción de ese mes y Cristina se quedó en la casa revisando unos expedientes antes de irse a su consultorio.

—¿No tenías que trabajar hoy, hija? —preguntó doña Consuelo encontrándose a Cristina en la terraza a media mañana.

—Voy dentro de un rato, no tenía citas programadas en la mañana. —soltaba sobre la mesa los documentos que hasta el momento había estado leyendo.

—¿Cómo siguen las cosas entre Federico y tú? —se sentaba frente a ella. —Hoy los vi más tranquilos a pesar de la discusión de anoche durante la cena.

—Hablamos esta mañana y vamos intentar ya no discutir tanto y conversar cuando tengamos alguna diferencia en vez de pelearnos. —le comentó omitiendo a propósito lo que habían hecho aparte de hablar.

—Es lo mejor, hija, sobre todo por los muchachos, se preocupan cuando los ven discutir así.

—En especial, Sofía, ya viste que esta mañana estaba más tranquila al ver que ya no estábamos discutiendo.

—No le gusta que peleen, es una niña y no entiende todavía los problemas de los adultos.

—Yo espero que Federico de verdad ponga de su parte para que las cosas con Fede mejoren, quiero que se lleven bien y ya no haya más problemas entre ellos, y tampoco entre nosotros.

—¿Tú crees que lo haga?

—No lo sé, mamá, hasta no verlo con mis propios ojos no voy a creer nada.

—Hija… cambiando un poco el tema, hay algo que quería comentarte, aunque no estoy tan segura de que sea lo mejor decírtelo, pero tengo que hacerlo.

—¿De qué se trata? —arrugó el entrecejo no pudiendo imaginarse de qué quería hablarle su madre.

—Es sobre María del Carmen.

—¿Qué pasa con ella? ¿Está enferma, necesita algo?

—No, ella está bien, no te preocupes, no se trata de su salud.

—¿Entonces? —sin entender.

—¿Has notado lo mucho que María del Carmen quiere a Carlos Manuel?

—Claro, ellos son primos y se adoran.

—Pero en realidad no son primos…

—¿Qué quieres decir?

—Hija, yo creo que María del Carmen está enamorada de Carlos Manuel.

—¿Qué? —sorprendida. —¿De dónde sacas eso, mamá?

—No me digas que no te has dado cuenta de la relación tan especial que tienen. Yo estoy casi segura de que no sólo ella siente algo por él, sino que Carlos Manuel le corresponde.

—Eso no puede ser, ellos han crecido creyendo que son primos, y lo son, mamá, porque Federico a criado a María del Carmen como si fuera su hija.

—Pues sí, pero Carlos Manuel lleva años fuera del pueblo, sólo viene de visita muy pocas veces y únicamente mantiene comunicación por cartas y algunas veces por teléfono. No se han criado como hermanos ni como primos ni como otra cosa que un par de buenos amigos que se mandan cartas… amigos jóvenes que pueden enamorarse.

—Pero María del Carmen tiene quince años, Carlos Manuel ya es un hombre, joven sí, pero mayor que ella.

—Como si para el amor a esas edades importaran los años, hija.

—Me niego a creerlo. —se puso de pie dándole la espalda a su madre.

—¿Tú lo crees imposible?

Cristina lo pensó un momento.

—No. —suspiró volteando a ver a su mamá nuevamente. —Lo veo demasiado posible, y eso me preocupa.

—María del Carmen no lo puede disimular, quizás Federico no se dé cuenta, pero yo llevo algún tiempo pensándolo.

—Yo no lo había notado, pero ahora que lo dices, hace mucho sentido, mi hija no para de hablar de él y está tan emocionada por volver a verlo. —se pasó una mano por el pelo porque de repente sentía que el pasado intentaba regresar para perturbarla. —¿Sabes lo que eso significaría, mamá?

—Que entre ellos no podría haber nada jamás, a menos de que…

—¡No! María del Carmen no puede enterarse nunca de que Federico no es su verdadero padre, sufriría mucho. —angustiada.

—¿Y si ellos insisten en tener algo cuando María del Carmen sea mayor de edad?

—Federico no lo permitiría.

—Contra el amor no se puede hacer nada, y tú más que nadie lo sabes.

—Quizás no sea cierto, mamá, puede que todo esto sean suposiciones nuestras.

—Tal vez, pero algo me dice que no estoy equivocada, Cristina…

El día transcurrió como de costumbre, con la excepción de que Cristina no pudo sacarse de la cabeza lo que su madre le había dicho. ¿Sería cierto que María del Carmen sentía algo más que un cariño de primos por Carlos Manuel, y que él le correspondía? Algo sí podría remover muchas cosas y destapar un pasado que a veces ella misma se obligaba a olvidar. Sólo esperaba que nada de lo que su madre suponía fuera cierto, aunque a decir verdad ahora que su mamá se lo había dicho, le era demasiado evidente que entre ambos jóvenes existía un sentimiento que iba mucho más allá del fraternal.

^^ Ya entrada la tarde, Federico regresó del campo y se encontró a su hijo afuera de la casa, el joven había llegado de la escuela un rato antes y se encontraba leyendo un libro en una de las banquetas del jardín.

—¿Qué haces, hijo? —se sentaba junto a él.

—Estudiando, papá, mañana tengo examen en la escuela.

—Ah, estoy seguro que te irá muy bien, tú siempre has sido muy inteligente, eso lo sacaste de tu madre, yo siempre fui un burro en cosas de la escuela, por eso fui muy poco.

—Bueno, pero eres inteligente en muchas otras cosas, como para administrar esta hacienda y Ojo de Agua, gracias a ti les va muy bien a ambas.

Hubo silencio, Federico padre sabía que tenía una conversación pendiente con su hijo, pero no sabía por donde empezar. Hablar y comunicar lo que sentía no era precisamente una de sus virtudes.

—Hijo… quiero que hablemos sobre nuestra relación, no quiero que sigamos distanciados, me gustaría que pudiéramos llevarnos mejor.

—Yo quisiera lo mismo, papá, pero no depende de mí, yo te quiero mucho, pero a veces siento que tú a mí no. —suspiró.

—No digas eso, Federico, yo te adoro, soy tu padre y tú eres mi único hijo varón.

—Pues no sabes demostrarlo, papá.

—Tienes razón, no sé cómo hacerlo, yo fui criado de otra manera, y sé que eso no es justificación, pero es la verdad, no crecí sabiendo lo que era el cariño y el apoyo de un padre. —explicó un poco melancólico. —Por eso no sé demostrar a veces el cariño que siento, sobre todo por ustedes y por ti que eres mi hijo.

—Mamá, me dijo que tú has cambiado mucho, que antes de casarse eras muy diferente, aunque no me dio detalles, pero dice que has aprendido a demostrar un poco mejor lo que sientes.

—Es cierto, pero todavía me falta mucho por aprender y mejorar. No quiero tener una mala relación contigo, hijo, quiero que me tengas confianza y podamos hablar de lo que sea.

—Yo lo he intentado, pero tú no me entiendes, no aceptas que tenga otros gustos distintos a los tuyos.

—Me cuesta trabajo entenderlo sí, pero te juro que lo intento. —se pasó las manos por la cara. —Y eso de las pinturitas… —vio a su hijo hacer una mueca. —Perdón, tus cuadros. Yo no entiendo mucho de esas cosas y no comprendo por qué te gusta, pero trataré de poner de mi parte para hacerlo.

—No es la primera vez que dices eso, y al final siempre terminas criticando mis gustos.

—Es que yo quisiera que fueras al campo conmigo, que montaras a caballo como antes, me gustaría enseñarte el manejo de esta hacienda para que algún día tú te encargues de ella.

—Papá, yo todavía no sé lo que quiero hacer con mi vida, no sé si deseo pintar siempre o si más tarde descubro que me quiero dedicar a otra cosa. Pero lo que sí me gustaría es que tú pudieras respetar cualquier cosa que yo decida.

—¿Y manejar la hacienda y ver por el patrimonio tuyo y de tus hermanas no está en tus planes?

—Papá, no estoy diciendo que pretendo desentenderme de todos los asuntos relacionados a la finca, puedo ayudar en lo que haga falta, esta también es mi casa, lo que no quiero es que me lo impongas.

—Está bien, no lo haré.

—¿Puedo creerte?

—Te lo prometo.

—Ojalá sea cierto, papá. —dudando aún de la palabra de su padre, no porque no confiara en él, pero porque sabía lo terco y obstinado que podía llegar a ser.

—Me dijo tu madre que te gusta una niña de la escuela. —se rio con su orgullo típico de macho.

—No sé para qué te lo dijo. —puso los ojos en blanco.

—Se le escapó yo creo. Pero me da gusto que lo haya hecho, porque así puedo darte consejos.

—Papá, yo no creo que tus consejos sean los más adecuados para conquistar a esta niña. —se reía.

—¿Y por qué no? Mira, si te gusta lo que tienes que hacer es…

La plática entre padre e hijo se volvió amena, por suerte parecía que habían llegado a un acuerdo, o por lo menos hasta el momento. Federico hijo aún dudaba un poco de la promesa de su padre, ya que no era la primera vez que le prometía respetar sus decisiones, para más tarde volver a criticar lo que hacía. Esa noche Cristina habló con su esposo y este le contó sobre la conversación que Fede y él habían tenido, ella le dijo que le daría un voto de confianza otra vez, pero si nuevamente adoptaba la actitud de siempre, entonces sí iban a tener serios problemas. Ya estando las cosas más tranquilas disfrutaron de la noche haciendo el amor con calma en su cama como hacía mucho tiempo no lo hacían.

>>> Al siguiente día tanto Federico como Cristina se levantaron muy temprano, era viernes, pero no cualquier día, sino el cumpleaños de su hija mayor. María del Carmen cumplía quince años, y dejaba de ser una niña para convertirse en toda una jovencita. Su fiesta sería el sábado, pero no por eso sus padres iban a dejar de felicitarla y cantarle las mañanitas con un pastel personal, ya que en su fiesta de quince tendría el más grande.

—Estás son las mañanitas que cantaba el rey David, hoy por ser día de tu santo te las cantamos a ti… —María del Carmen despertó escuchando la voz de sus padres y abrió los ojos para encontrarlos frente a su cama con un pastelito en las manos que traía una velita encendida.

—Buenos días. —dijo incorporándose con una sonrisa en los labios, todavía un poco somnolienta.

—Feliz cumpleaños, princesa. —Federico se acercó para depositar un beso en su frente.

—Gracias, papá.

—Muchas felicidades, mi amor. —Cristina se sentó en el colchón junto a ella y la llenó de besos.

—Gracias, mami, los quiero mucho a los dos.

—Y nosotros a ti, mi vida.

—Ya mañana es mi fiesta, estoy muy emocionada.

—Lo sabemos, por eso decidimos que hoy sólo te cantaríamos con este pastelito, ya mañana habrá un pastel enorme y vamos a celebrar como te mereces, mi princesa.

—Pide un deseo y sopla la vela, hija.

—Sí, mamá…

María del Carmen cerró los ojos y con una sonrisa pidió algo que sus padres no llegaban si quiera a imaginarse. Un único nombre rondaba su mente, Carlos Manuel, y con él precisamente tenía que ver el deseo. Uno que si se cumplía podía desencadenar demasiados problemas en la familia y desenterrar un pasado que hasta el momento había permanecido en lo más hondo.

^^ Después de haber felicitado a su hija y compartir el desayuno en familia, Cristina decidió que antes de irse a trabajar había algo que tenía que hacer. Por años había estado pensando en hacerlo, no tuvo el valor antes porque no sabía qué iba a decir cuando estuviera allí, pero sentía que era un debe del que ya no podía huir.

Con unas flores se detuvo delante de la tumba del que fue su primer amor, Diego Hernández, y mucho más que eso, el padre biológico de María del Carmen. Su hija no lo conocía, jamás había escuchado hablar de él, para ella su único padre era Federico Rivero. A Cristina aún le sorprendía que su hija no hubiera oído jamás rumores acerca de su nacimiento, estaba segura que había gente en el pueblo que sabía o sospechaba que un peón había sido el verdadero padre de su hija. Sin embargo, tenía que darle gracias a la vida porque el universo había conspirado para que nada de eso llegara a oídos de su niña. Una verdad como esa podría destrozarla, María del Carmen adoraba a Federico, era una ironía total de la vida, casi parecía una burla, pero era una realidad, la joven era mucho más apegada al que creía su padre, que a ella misma que sí era su madre.

—Diego… sé que hace años no venía, y no lo hice porque no sabía qué decirte ni cómo pedirte perdón por borrarte completamente de mi vida y la de nuestra hija. —se arrodilló cerca de la tumba y colocó las flores sobre el lugar donde se leía aquel nombre que alguna vez creyó el amor de su vida. —Sabes, hoy María del Carmen cumple quince años, ya no es una niña, es una joven hermosa, inteligente, con un corazón noble, así como era el tuyo. —se secó una lágrima que bajó por su mejilla. —Ella no te conoce, y yo sé que quizás he cometido un error muy grande al permitir que tu recuerdo fuese borrado de nuestras vidas, pero en su momento lo hice para protegerla y porque creí que era lo mejor para todos. Ahora ya es muy tarde, no podría decir la verdad aunque quisiera, eso sólo provocaría que nuestra hija sufriera al saberte muerto y enterarse de la mentira en la que ha vivido. Y no te miento, Diego, a veces tengo miedo de que algún día todo salga a la luz y se sepa la verdad, no sabría qué hacer si ella se llegara a enterar de tu existencia. Perdóname por convertirte en un fantasma, yo te quise mucho, pero el destino nos jugó una mala pasada, nos separó y lo cambió todo. Quiero que sepas que a pesar de todo, a pesar de que hoy amo a otro hombre, tú siempre has tenido y tendrás un lugar especial en mi corazón. Fuiste mi primera ilusión y me enseñaste a amar, me regalaste una de las personas más importantes en mi vida, y por eso te voy a estar eternamente agradecida.

En la tarde Cristina se encontraba en su consultorio, su última paciente acababa de salir y ella estaba ordenando unos expedientes cuando su secretaria tocó la puerta y pasó para avisarle que alguien había ido a verla.

—¿Algún paciente? Creí que la señora Rodríguez era la última de hoy.

—No, doctora, es un muchacho que dice que la conoce, pidió hablar con usted.

—Bueno, pues hazlo pasar. —le indicó acomodándose en el asiento, todavía con su bata blanca puesta.

—Buenas tardes, me dijeron que la psicóloga Cristina Álvarez de Rivero era la mejor de esta zona y que podría atenderme. —la voz de Carlos Manuel retumbó en los oídos de Cristina que inmediatamente se puso de pie y fue a recibir a su sobrino con un abrazo, totalmente sorprendida con la presencia del muchacho allí.

—¡Carlos Manuel, hijo! —lo abrazaba. —¿Qué haces aquí? Creí que llegabas mañana.

—Quise llegar antes para darle una sorpresa a María del Carmen, mañana es su fiesta, pero hoy cumple años y quiero felicitarla.

—Ay le va a dar mucho gusto, mi hija no para de hablar de ti, se muere por verte. —lo miraba. —Pero mírate que bien te ves, te veo más maduro desde la última vez que viniste, ya eres todo un hombre.

—Gracias, tía.

—Yo ya iba de salida, ¿me esperas unos minutos en lo que organizo algo aquí y nos vamos juntos a la casa?

—Si quieres te alcanzo allá, no vine solo, me acompañó uno de mis maestros, es el que me está ayudando con la investigación para una de mis clases. Él venía a hacer un trabajo en el pueblo y aprovechamos el viaje juntos, lo voy a acompañar al hotel para que se hospede, si quieres después voy a la casa.

—Mejor invítalo, si es de tu confianza será bien recibido en la hacienda. Quédense a cenar y así le das la sorpresa de una vez a María del Carmen.

—Está bien, tía, termina lo que tengas que hacer aquí, él está afuera, voy a avisarle y te esperamos.

—De acuerdo.

Afuera del consultorio un hombre de mediana edad esperaba por el muchacho. Ya conocía ese pueblo, años atrás lo había visitado, incluso llegó a trabajar allí y a hacerse de algunos amigos, y tal vez uno que otro enemigo.

—Dr. Robles  ya estoy aquí… —Carlos Manuel salía de la oficina —Mi tía está terminando de hacer algo y ya mismo sale. Está usted invitado a cenar con nosotros en la hacienda.

—¿La hacienda?

—Sí, El Platanal.

—¿Tu tía es Cristina Álvarez? —levantó su mirada y vio el letrero con el nombre de la doctora en psicología a la que habían ido a visitar; no lo dejó responder. —Claro, Carlos Manuel Rivero, como no me di cuenta antes. Eres sobrino de Federico Rivero… —sorprendido, ahora entendía por que sentía que conocía de antes al muchacho, sin embargo era todavía un niño cuando lo conoció por primera vez.

—Sí, mis tíos son Federico Rivero y Cristina Álvarez de Rivero. ¿Los conoce?



Gracias por leer y por sus comentarios. Me da gusto que aún sigan interesadas en la historia. Espero poder subir los capítulos con más frecuencia, no dejen de comentar y decirme qué les parece. ¿Qué creen que suceda ahora? ¿Qué traerá la presencia del Dr. Robles a la vida de los Rivero? ¿Se quedará Cristina tan tranquila con lo que su madre le contó acerca de los sentimientos de María del Carmen y Carlos Manuel? Regreso pronto.
Besos. ♡

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2019 ⏰

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