Capítulo Quince

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Cristina seguía allí parada a la espera de una respuesta que no llegaba, frente a ella, Federico todavía no hallaba la forma de explicarle lo que había escuchado. Jacinta, la tercera en discordia, no se había movido ni medio centímetro, lo que por supuesto aumentaba la tensión acumulada en aquel pasillo. Él sacudió la cabeza para ver si así las palabras se aflojaban en su mente y podía por lo menos pronunciar alguna, pero no, nada, no supo qué decir.

—Te pregunté algo, Federico. —la firme voz de Cristina logró sacarlo de su estado de shock. —¿Es cierto lo que dice Jacinta… Carlos Manuel podría ser tu hijo?

—Cristina, las cosas no son como tú crees, te lo juro.

—¿Entonces cómo son? Porque claramente oí que esta mujer te decía que existe la posibilidad de que Carlos Manuel sea hijo tuyo.

—Eso no es cierto, yo… es que no es lo que estás pensando. —intentó explicarse sin éxito.

—¿Vas a negarlo, Federico? —la intromisión de Jacinta sólo consiguió echarle leña al fuego que ya amenazaba con desatar tremendo problema.

—¡Cállate la boca ya! —le gritó él desesperado mientras veía los ojos sin luz de Cristina formar una expresión de decepción. —¡Lárgate de aquí! —tomó a Jacinta del brazo y caminó con ella por el pasillo, iba hecho una furia, tanto que casi no logra escuchar la voz de Carlos Manuel asomarse en una de las puertas.

—¿Qué pasa, por qué gritan? Mi primito se estaba quedando dormido, pero despertó con los gritos y ahora está llorando. —avisó mirando a los tres adultos con el ceño fruncido sin entender por qué parecían discutir.

—Voy con él. —dijo Cristina dirigiéndose a la habitación; ir a revisar a su hijo fue la excusa perfecta para alejarse de ahí, de repente sentía que se asfixiaba.

Federico seguía allí cerca con Jacinta, tenía claras intenciones de sacarla a empujones, pero ella se zafó del agarre y se acercó a su hijo.

—No hace falta que nos corras, Federico, yo misma decidí que nos vamos. —agarró a Carlos Manuel de la mano y prácticamente lo obligó a moverse.

—¿Por qué, mamá? Yo no me quiero ir. —protestó el niño. —Tío, ¿es verdad que nos corriste?

—A ti no, a tu mamá sí.

—Es lo mismo, si se va él, me voy yo. Ven, Carlos Manuel, vámonos ya.

—Mamá, no. —se negó a moverse.

—Te dije que sí, vamos muévete. —le echó una última mirada a Federico y negó con la cabeza sin decir nada, entonces haló a su hijo y entre protestas logró llevárselo de allí.

Mientras todo esto pasaba, Cristina se encontraba en la habitación, había tomado a Federiquito en brazos y estaba sentada en una silla mecedora intentando tranquilizarlo. Sin embargo, era difícil descifrar cuales lágrimas eran más abundantes, si las del bebé o las de ella. La única diferencia es que Cristina no emitía ningún sonido y su hijo sí, pero ambos dejaban salir sus muy distintas frustraciones por medio del llanto.

—Cristina… —Federico se asomó en la puerta.

—No quiero hablar contigo. —se secó rápidamente las gotas que se paseaban por su rostro anunciando que el dolor estaba haciendo acto de presencia nuevamente en su vida.

—Tenemos que hacerlo, por favor. —cerró la puerta tras él y se acercó un poco.

—¿Qué me vas a decir? Que tienes un hijo con esa mujer y que Fede no es tu primogénito… —contuvo un poco de aire en sus pulmones. —No sé por qué me debo sorprender, tú eres un mujeriego y de seguro Carlos Manuel no es el único hijo no reconocido que debes tener por ahí.

—Cristina, por favor no creas eso. —se arrodilló delante de ella.

—Es la verdad, para nadie es un secreto que incluso estando ya casado conmigo, te acostabas con cualquier mujer… con Raquela, por ejemplo. —dijo en un tono cargado de celos, el sonrió un poco a pesar de que el momento no estaba para risas.

—Las cosas han cambiado, yo he cambiado. Te amo a ti, amo a nuestro hijo, ya no soy el mismo, Cristina. —acarició la cabeza del pequeño con ternura, éste ya no lloraba, se había quedado tranquilo en los brazos de su madre y con sus ojos grandes y verdes miraba a su papá con atención.

—Eso no quita lo que hayas hecho antes. —guardó silencio un instante antes de preguntar abiertamente lo siguiente. —¿Carlos Manuel es tu hijo? Dime la verdad, por favor.

—No… —titubeó un poco. —Bueno, no creo.

—¿No crees? —frunció el ceño. —¿O sea que la posibilidad sí existe? —analizó un momento lo que aquello quería decir. —¿Acaso Jacinta y tú tuvieron una relación hace años?

—No. —contestó con firmeza. —Te lo dije una vez y te lo repito ahora, jamás tuve una relación formal con nadie, con ninguna mujer he querido más que un rato de sexo, sólo contigo he deseado algo más que eso, Cristina.

—Entonces te acostaste con ella una vez y la embarazaste. —afirmó. —Que mala suerte la tuya.

—Me acosté con ella una maldita noche que llegué tomado y quería desahogar mi cuerpo con la mujer que fuera, estaba joven y era mucho más inmaduro en aquel entonces. Mi hermano y ella tenían una relación, pero yo sabía que Jacinta estaba interesada en mí y me aproveché de eso para llevármela a la cama. —confesó con honestidad. —No puedo ser más sincero contigo, esa es la verdad, sólo fue una vez, por eso no creo que Carlos Manuel sea mi hijo.

—Bastó una vez para que yo quedara embarazada de Fede. —su voz dura le hizo saber a su marido que estaba recordando aquella desafortunada noche.

Hubo silencio. Largos minutos se quedaron sin pronunciar palabras, hasta que él rompió con el mutismo.

—Yo sé que la posibilidad de que Carlos Manuel sea mi hijo es real, pero yo no siento que lo sea, de hecho estoy casi seguro de que no lo es.

—¿Cómo puedes estar seguro de eso? —se ponía de pie lentamente con intenciones de dejar a su hijo en la cuna; supo que se estaba quedando dormido porque sintió su respiración más tranquila.

Federico la ayudó a dejarlo acostadito, y aunque ella no protestó, tampoco le dio las gracias. Sólo se quedó allí de pie frente a la cuna sintiendo las manos de su esposo acariciar sus brazos desde atrás. Suspiró porque le dolía que de un momento a otro todo parecía haberse derrumbado, las cosas entre ellos habían estado marchando tan bien, sin embargo, ahora ya nada sería igual.

—Cristina, tú sabes como yo soy, no me caracterizo por ser precisamente un hombre muy cariñoso o paternal con cualquier niño. A mi hijo lo adoro porque es sangre de mi sangre y lo que siento al verlo es indescriptible, pero eso no me pasa con Carlos Manuel, nunca he sentido lo que siento por Fede.

—Es distinto, con Federiquito compartes más, pasas tiempo con él, es lógico que sientas algo especial. —permaneció en la misma posición, él seguía detrás de ella.

—Es que no se trata de eso, aun sin compartir tiempo, yo a Fede lo amo, lo amé desde el primer momento en que lo vi, lo que sentí cuando el doctor lo puso en mis brazos es algo que no te podría explicar. Con Carlos Manuel nunca fue igual, jamás sentí lo mismo, por eso sé que él no es mi hijo.

—El que no sientas amor por él no garantiza nada. —dio media vuelta y se alejó de su marido.

—En cambio, yo creo que lo garantiza todo. —la siguió con la mirada. —Además, Jacinta nunca me habló de ese tema hasta que mi hermano murió, ¿por qué si creía que su hijo podía ser mío no me lo dijo antes?

—Tal vez para no lastimar a tu hermano. Aparte, creo que no era necesario que ella te lo tuviera que decir para que tu supieras que la posibilidad existía. Lógicamente si te acostaste con ella y luego salió embarazada es bastante obvio que el niño podía ser tuyo.

—Sigo pensando que ella sabe perfectamente que Carlos Manuel es hijo de mi hermano y a mí sólo quiere achacarme un chamaco que no es mío.

—¿Y eso por qué? ¿Qué ganaría con hacerlo?

—No lo sé, Cristina, quizás porque sigue enamorada de mí. —dijo con algo de orgullo de macho a pesar de no haber sido esa su intención, a su esposa le molestó y hasta la puso un poco celosa.

—¿Y eso te da gusto, acaso ella también te interesa? —cruzó los brazos en señal de enojo, Federico tuvo ganas de comerla a besos, pero se aguanto porque ya habría tiempo para eso, o al menos eso esperaba, ahora lo importante era aclarar la situación.

—Claro que no, esa mujer no me importa en lo más mínimo. La única que me importa en esta vida eres tú, Cristina, mi mujer, mi esposa, la madre de mis hijos. —se acercó a ella y la tomó de los brazos, estaban frente a frente y sus respiraciones comenzaron a mezclarse por la cercanía.

—¿Tus hijos? —frunció el ceño al escucharlo hablar el plural.

—Fede y María del Carmen.

Ella sonrió ligeramente, aunque inmediatamente después volvió a cambiar de expresión a una de desconfianza.

—Nunca te habías referido a María del Carmen como tu hija a menos que estuviéramos delante de alguien. ¿Qué pretendes, desviar mi atención de lo que acabo de enterarme? —no lo dejó responder. —Pues no lo vas a conseguir. —se soltó de sus brazos y nuevamente puso distancia entre ellos. —Estoy muy enojada contigo por haberme ocultado el pequeño detalle de que podrías tener otro hijo. Siento mucha decepción de ti, de mí por haber sido tan tonta y confiar en ti cuando no lo merecías. —lloraba. —Me fallaste a pesar de que te pedí muchas veces que no lo hicieras.

—Cristina, no me digas eso, por favor no permitas que esto cambie las cosas entre nosotros. —intentó tocarla, pero ella retrocedió al sentirlo. —Todo iba tan bien, tan perfecto, te suplico que no lo arruines.

—¿Yo lo estoy arruinando? —levantó un poco la voz y ésta se le entrecortó. —Quien lo arruinó fuiste tú al callarte algo tan importante. ¿Cómo pretendes que este matrimonio funcione, que yo confíe en ti si me mientes a la primera?

—¡Yo no te mentí! —gritó desesperado. —Sólo callé porque no pensé que fuera importante.

—¿Tener un hijo con otra mujer no te parece importante?

—No, porque no es mi hijo, no lo es… ¡Yo no quiero que lo sea! —estaba agitado porque veía todo complicarse ante sus ojos y el sólo hecho de pensar en que podría perder a Cristina lo volvía loco.

—Pero lamentablemente eso no lo decides tú, quieras o no, ese niño podría ser sangre de tu sangre tal como lo es Fede.

—¿Y si resultara que lo es, eso cambiara nuestra relación?

—¿Qué relación? —se le hizo un nudo en la garganta, estaba herida, se sentía traicionada de alguna manera y quería desquitarse como fuera. —¿Acostarnos un par de veces te parece una relación? —su voz sonó fría, demasiado incluso para el corazón de Federico que no era el más cálido del mundo.

—Estamos casados, eso me parece una relación bastante seria. —habló con un poco de dolor a pesar de haber intentado evitarlo, el comentario de ella lo había lastimado, sobre todo el tono que usó para decirlo.

—Tú bien sabes la razón por la que me casé contigo.

—Por supuesto, tú te encargas de recordármelo a menudo. —en un arranque caminó el corto tramo que separaba sus cuerpos y la acercó al suyo tomándola con fuerza por la cintura, Cristina gimió por lo repentino del agarre. —¿Sabes lo que me duele? —sus alientos se volvían uno solo. —Que desconfíes tan pronto de mí, que todo lo que he hecho y sigo haciendo a diario para ganarme tu amor y tu confianza, se vayan a la mierda por culpa de algo que ni siquiera es seguro. Me lastima darme cuenta que realmente me sigues odiando, que el rencor que guardas dentro de ti es tan fuerte que al primer problema finges que yo no te importo en lo absoluto y que sólo nos estamos acostando. Pero yo sé que mientes, que sientes por mí más de lo que puedes y quieres aceptar, me amas Cristina, y por eso lloras… lloras porque al igual que yo te aterra la posibilidad de perderme, así como a mí me da mucho miedo perderte a ti. —la besó suavemente en los labios y ella aunque intentó negarse al beso, no pudo y terminó correspondiendo con la misma pasión y el mismo deseo que él iba marcando cada vez que sus lenguas se rozaban.

—Yo no te he dicho que siento todo eso por ti. —dijo con voz agitada luego de romper con el contacto, aunque sus bocas todavía se encontraban muy cerca.

—No hace falta que lo hagas, no lo digas nunca si no quieres. Yo sé que lo sientes porque me lo dicen tus labios, tus besos, me lo dijo tu cuerpo anoche mientras hacíamos el amor. —sus manos bajaron atrevidamente hasta sus glúteos, era la segunda vez en el día que eso pasaba, sin embargo, la situación ahora era otra. —¿Lo recuerdas, recuerdas las caricias, los besos, nuestros cuerpos juntos, sudados y ansiosos de más? —la acariciaba al tiempo que su boca comenzaba a recorrer la delicada piel de su cuello.

—Basta, Federico, no quiero que sigas con esto, no me vas hacer olvidar lo que pasó. —cerró los ojos por instinto y llevó sus manos a la espalda de su marido para acercarlo más a ella; era como si su mente dijera una cosa, pero su cuerpo y su corazón dijeran otra muy distinta.

—No ha pasado nada, no hagas más grande las cosas, Cristina, no destruyas a donde hemos llegado por una simple suposición. —le hablaba sin dejar de besuquear su cuello.

—No es una suposición, es una probabilidad real.

—Tan real como lo que sentimos el uno por el otro. —la alzó un poco del suelo y la llevó a un rincón para pegarla a la pared, Cristina jadeó sorprendida.

—¿Qué haces? —sintió las manos de él colándose en su vestido y su boca succionar su cuello con devoción, en su espalda estaba la dura pared que no le permitía huir de allí.

—Amarte. —le mordisqueó los labios.

—No Federico, no podemos ahora. —murmuró entre leves gemidos.

—¿Por qué?

¿Por qué? Vaya pregunta que hacía Federico, la respuesta era simple, porque aún tenían un asunto a medio resolver, porque abajo había invitados esperando por ellos y por el bebé que a fin de cuentas era el festejado. Precisamente su hijo dormía en la cuna a pocos pies de allí, pero ni eso lograba detener el deseo que él tenía acumulado y que tal vez adrede le había transmitido a ella, pues tampoco Cristina estaba razonando como debía.

—Porque… ¡Oh Dios! —intentó responder, pero le fue imposible al sentir los dedos de su marido meterse con atrevimiento en el interior de sus bragas y acariciar su hendidura que ya empezaba a humedecerse. —Federico, detente.

—¿De verdad eso quieres que haga? —le succionaba el cuello con sensualidad.

—No, pero tenemos que hacerlo porque nos están esperando abajo y en cualquier momento alguien puede subir por nosotros… además, tenemos mucho de qué hablar. —jadeaba.

—¿Para qué hablar? Dime. Si con besos y caricias puedo demostrarte cuanto te amo, Cristina, y lo importante que eres para mí. No quiero perderte, mucho menos por culpa de las intrigas de Jacinta. —le decía entre besos.

—No la menciones. —se separó un momento de su boca tan solo para tomar aire y de alguna manera soltar los celos que le provocaba el simple hecho de pensar a Federico con aquella mujer. —No lo hagas, por favor.

—¿Te dan celos? —no obtuvo respuesta. —Contéstame, ¿te pone celosa imaginarme con ella?

Cristina no le respondió con palabras de inmediato, pero sí lo hizo lanzándose a sus labios para continuar con los besos ardientes, en medio de uno de ellos, balbuceó que se moría de celos al pensarlo con Jacinta o con cualquier otra mujer. Esto infló el pecho de Federico y llenó su cuerpo de un deseo mayor al que ya había estado sintiendo. Levantó a su esposa por completo del suelo e hizo que enroscara sus piernas alrededor de sus caderas.

—¿Y si alguien viene? —preguntó Cristina sintiendo como él removía un poco sus bragas para acariciarla con mayor facilidad; todo esto como antesala a sus planes de enterrarse en ella en muy poco tiempo.

—Le puse el seguro a la puerta, no te preocupes, además hay bastante gente abajo, no creo que estén pendientes a si estamos nosotros o no. —hundió un dedo en aquella húmeda cueva y la escuchó gemir.

—Pero el bebé…

—Está dormido.

—Dios mío. —se mordió el labio inferior cuando lo sintió desabrocharse su pantalón y buscar allí adentro su hambrienta protuberancia.

No hizo falta mucha preparación después de eso, ella estaba más que lista, la humedad acumulada entre sus piernas llamaba a su marido a gritos callados… y él, él siempre estaba dispuesto cuando de Cristina se trataba. Se enterró en ella de un solo empujó, la vio abrir boca y jadear satisfecha, pero necesitada de más, y es que unir sus carnes no era suficiente. Por eso, empezaron a moverse; rápido, firme, decididos los dos. En ese momento no había tiempo para pensar en nada, ni el los malos entendidos, en los problemas o en la posibilidad de ser interrumpidos. Ambos estaban demasiado entregados a la locura del momento, juntos querían aferrarse a lo bonito que habían marchado las cosas últimamente, y que nada, absolutamente nada arruinara la magia que existía ahora entre ellos.

—Te amo, Cristina. —le confesó Federico esperando como siempre recibir la misma frase de los labios de ella, pero no fue así. —Y sé que tú sientes lo mismo aunque no lo digas.

Ella no habló, llevó sus labios a los de él y lo acalló con un beso apasionado y un par de mordiscos que lo volvieron loco. Federico estaba enloquecido por esa mujer; mientras se enterraba en ella una y otra vez y la escuchaba gemir y gritar bajito, pensaba en que a Cristina a veces le costaba trabajo entregarse, pero cuando lo hacía, lo hacía como ninguna otra mujer con la que hubiera tenido experiencias de ese tipo. Y fue ahí, en ese instante, que comprobó que el sexo, ese que tanto había buscado y disfrutado en su vida, realmente no era nada si no se está con la persona correcta. Porque sí, friccionar su piel con la humedad y el calor del pasaje secreto de una mujer siempre había sido delicioso, pero hacerlo con Cristina a quien tanto amaba, era el acto más sublime que jamás haya vivido.

El orgasmo fue explosivo, los azotó de repente y sin que lo esperasen, aquel acto no había durado mucho, pero fue sin duda exquisito para ambos. Ella se arqueó y se aferró a él como si su vida dependiera de ello, lo abrazó con fuerza y buscó su boca para besarlo con ardor. Ese hombre le gustaba, aun sin poder verlo le atraía demasiado, le encantaban sus labios, sus besos, las caricias que le regalaba y todo lo que le hacía sentir cuando se entregaban. Federico la apretó contra su cuerpo y la besó hasta cansarse, pues si de gustarse hablábamos, ella era para él la perdición y la redención en una misma persona.
. . .
Un par de minutos después ya estaban separados, Cristina intentaba acomodar su ropa y su cabello lo mejor posible, claro que esto no era tarea fácil cuando no se cuenta con el sentido de la vista.

—¿Se nota que estuvimos…? —no quiso completar la pregunta, pero Federico la entendió perfectamente.

—No. —se acercó a ella y con sus dedos le acomodó la larga cabellera de forma inexperta. —Bueno, se te arrugó un poco el vestido, pero no creo que nadie piense que es por eso. —se rió viendo como ella hacía una expresión de seriedad.

—No debimos, no era el momento y tampoco el lugar. ¿Se despertó Fede?

—Para nada, está profundamente dormido, deja de preocuparte. —le besó la frente.

—No es él lo único que me preocupa. —se alejó un poco. —Esto que acaba de pasar no cambia las cosas, sigo molesta contigo.

—No parecías muy molesta hace unos minutos. —dejó escapar una pequeña risa.

—Estoy hablando en serio, Federico. —se cruzó de brazos.

—Yo también. —fue a abrazarla a pesar de que ella se mantuvo de brazos cruzados y no hizo el más mínimo intento por corresponderle. —Cristina, tú y yo podemos seguir disfrutando de esta cercanía que tenemos ahora, y no estoy hablando sólo del sexo, sino de todo lo que compartimos de un tiempo hacia acá. Es maravilloso llevarnos bien, yo lo disfruto mucho, me encanta tu compañía, tus risas, platicar contigo hasta dormirnos. No tienes idea lo feliz que todas esas cosas me hacen, porque yo nunca creí que tendría la oportunidad de vivirlas a tu lado, jamás pensé que llegaría el día en que pudiéramos tener una relación de verdad. Por eso me duele pensar que todo se pueda derrumbar por culpa de algo que no debería afectarnos ni poner distancia entre nosotros.

—Pero nos afecta, Federico, nos guste o no, lo hace. —su voz se quebró.

—¿Entonces qué propones? —sin poder evitarlo se alteró un poco a causa de la frustración que sentía, por ello dejó de abrazarla y caminó de un lado a otro en la habitación. —¿Quieres echar por la borda lo que hemos logrado construir juntos y romper con todo así sin más? —continuó sin permitirle contestar. —Porque si es así avísame de una vez para no seguir esforzándome y dando todo de mí para ser un mejor hombre para ti, Cristina. Dime ahora si quieres que esto se acabe, pero por favor no sigas alimentándome falsas ilusiones, porque aunque no lo creas, yo también tengo un corazón que sufre y que le duele pensar que puede perderte.

Ella iba a responderle algo, pero en ese momento oyeron que alguien tocaba la puerta y llamaba el nombre de Cristina.

—Sí, mamá, estoy aquí. —le respondió ella desde adentro al tiempo que caminaba hacia la puerta para abrirle.

—¿Todo está bien, hija? —entrando a la habitación.

—Sí… ¿por qué lo preguntas?

—Bueno, es que esa mujer, Jacinta, bajó hace rato muy apurada con su hijo, llevaba una cara de pocos amigos y se marchó sin despedirse de nadie. Y me extrañó también que no bajaras, los invitados están preguntando por ustedes y por el niño. —miró a su hija y a su yerno como si estuviera analizándolos, no dijo nada, pero notó sus ropas algo desarregladas, y por la actitud tan extraña de ambos no le fue difícil imaginar lo que habían estado haciendo.

—Jacinta tuvo que irse porque se le presentó algo. —mintió con un tono de voz áspero que no pasó desapercibido ante su madre. —Y yo estaba cambiando a Federiquito, luego lo acosté porque se durmió, pero ya pensaba bajar con él para que lo vean los invitados, de seguro en un ratito despierta.

—Yo me voy, Cristina, nos vemos después. —comentó Federico atrayendo la atención de ambas mujeres.

—¿Te vas a ir ahora? —cuestionó doña Consuelo con el entrecejo arrugado, Cristina no dijo nada, pero hizo una mueca de disgusto. —Es la fiesta de bautizo de tu hijo, no creo que debas irte en este momento. ¿O acaso tienes algo más importante que hacer? Marcharte a beber, por ejemplo…

—Mire, doña Consuelo, con todo el respeto que usted se merece, ese nos es asunto suyo, así que mejor no pregunte. —irritado. —Hablamos después, Cristina. —sin decir más dio media vuelta y salió de la habitación, su esposa lo siguió hasta el pasillo sin importar la presencia de su mamá allí.

—¿Por qué te vas, Federico? ¿A dónde piensas ir? ¿De verdad no vas a compartir con Fede un día como hoy? —lo bombardeaba con preguntas al tiempo que lo seguía en la oscuridad.

—Es mejor que me vaya un rato, necesito pensar, y creo que tú también. —se detuvo y volteó para verla.

—Pero… —calló porque sinceramente no sabía qué decir.

—Mira, Cristina, me vuelvo loco de sólo pensar que puedo perderte o que vamos a distanciarnos otra vez. Por eso voy a dejar que lo pienses, que reflexiones toda la situación y decidas si de verdad quieres terminar esto tan especial que ha nacido entre nosotros, por culpa de terceras personas.

—No es necesario que te vayas, quédate por Fede, sí…

—Él está dormido, no se va a dar cuenta, además, sabes que odio este tipo de reuniones, ya lo más importante se hizo en la iglesia, así que da igual si estoy yo o no.

Cristina asintió no muy convencida, la verdad era que no quería que se fuera, pero no estaba dispuesta a admitirlo, así que sólo se limitó a decirle un frio adiós antes de dar la vuelta y regresar a la recamara. Él se marchó después de verla perderse tras la puerta. En el fondo deseaba quedarse también tan solo para estar con ella, sin embargo, sabía que lo mejor era que ambos se dieran un tiempo para pensar y que todo lo ocurrido se enfriara en sus cabezas para poder verlo con más claridad.

—Hija, ¿de verdad está bien todo? —preguntó doña Consuelo cuando la vio entrar nuevamente al cuarto.

—Está todo perfecto, mamá. —le mentía de nuevo.

—¿Segura? —indagó un poco más. —Cristina, si Federico te está obligando a algo o lastimándote de algún modo, dímelo para ayudarte.

—No necesito tu ayuda, y no, él no me está obligando o haciendo nada. —se dirigió lentamente a la cuna. —Ya no sigas preguntándome cosas, todo está bien, de acuerdo.

Sin embargo, la señora de cabellos rubios sabía que su hija mentía, su rostro afligido se lo decía. Y la realidad era esa, nada estaba bien, en un segundo todo parecía haberse caído a pedazos, y un día que comenzó siendo maravilloso, ahora no era más que una hecatombe nuclear para Federico y Cristina.

Sobra decir que el resto de la tarde fue agobiante para los dos, se les hizo eterna a cada uno, y aunque ambos se encontraban por su lado, no hicieron otra cosa que pensarse. Ella no disfrutó nada la fiesta de bautismo de su niño, al contrario, fue una verdadera tortura tener que mostrar una sonrisa delante de todos y justificar la ausencia de su marido sin que se viera tan obvio que las cosas entre ellos marchaban verdaderamente mal. Además de eso, le tocó sentir las miradas sobre ella mientras esperaban por una respuesta, eso y que estaba casi segura que comentaban e inventaban chismes a sus espaldas. Sin embargo, nada de aquello la agobiaba tanto como el hecho de que su marido aún no hubiese vuelto cuando la tarde empezó a caer. Se preguntaba qué estaba haciendo… y peor aún, con quién. Por alguna razón desde que escuchó lo de Carlos Manuel, sus celos se habían disparado al mil porciento. No podía evitar cuestionarse cuántos hijos tendría Federico regados por ahí o con cuántas mujeres había estado. Mientras Cristina pensaba en todo esto, él estaba en realidad en la cantina de Juancho tomando para ahogar sus penas. Ya llevaba más tequilas de los que su cuerpo podía soportar, pero tampoco quería parar de beberlos porque eran como una anestesia al dolor que sentía su alma. Para Federico, perder a Cristina significaría el fin de su vida, ya no concebía su mundo sin que ella estuviera a su lado, y no tan solo como su esposa porque así lo dijera un papel, sino como su compañera y hasta su amiga. Por eso, pensar en que ella se distanciaría de él a causa de lo sucedido, lo asustaba mucho, pues ya comenzaba a cuestionarse cómo sería el infierno que le tocaría vivir si efectivamente su mujer ponía punto final a su relación.
. . .
En medio de su borrachera Federico vio que un hombre se le acercaba, era un hacendado de la región. Cruzaron un par de palabras sin importancia cuando éste se sentó en su mesa, todo iba bien hasta que lo oyó nombrar a su Cristina, fue ahí que las cosas se salieron de control. Ya era de madrugada cuando los dos hombres se agarraron a puños en plena cantina.

—¿Qué te pasa, hombre, por qué te pones así? —le cuestionaba a Federico que lo golpeaba como loco, aunque claro que él no se quedaba atrás y se defendía de los ataques. —Yo sólo dije una verdad, que tu esposa está chula y que no deberías dejarla tanto tiempo sola, eso fue todo, pero tampoco es para que reaccionaras como una bestia.

Resultaba que el hacendado estuvo con su esposa en la fiesta de bautizo de Fede Jr. y por supuesto notó la ausencia de Federico allí y le fue imposible no mirar a Cristina y no notar hermosa que era. Su error había sido comentárselo a Federico, no lo había hecho con mala intención en realidad, sino de forma jocosa, como lo hacen los machos a veces cuando se refieren a una mujer que les parece atractiva. Lo que no sabía es que Federico no aceptaba bromas respecto a Cristina, de cualquier mujer tal vez, pero la suya era sagrada y nadie debía mencionarla y mucho menos atreverse a mirarla.

—Pues te callas, a Cristina no la mencionas, no la miras, no piensas en ella, ¿me oíste? Porque si lo haces te va a ir muy mal, eso tenlo por seguro. —se tambaleaba luego de haberle dado un par de puñetazos, Juancho y otro empleado del lugar lo ayudaban a mantenerse en pie.

—Pues si tanto te importa tu hembra, ¿qué haces aquí y no con ella y con tu chamaco? Porque créeme que yo no era el único que la estaba mirando, creo que tu mujercita era el centro de atención de muchos de los maridos de las viejas en esa mendiga fiesta. Ya ves que a las mujeres les encantan esas reuniones de bautizos y todas esas cursilerías, pero para nosotros los hombres es una cosa aburridísima, así que no queda más que entretenerse echándole el ojo a alguna mujer. Más si usan vestiditos cortos y están tan buenas como la tuya… ¡Uff! Hoy parecía un ángel tu Cristina. —esto último sí lo había dicho con toda la intención de fastidiar a Federico en venganza por haberlo golpeado tan fuerte, las consecuencias fueron un par de golpes más que lo dejaron tirado en el suelo.

—Eso te ganas por andar mirando una mujer que no es tuya, espero que hayas aprendido la lección, desgraciado. —con un par de patadas en su costado terminó la pelea y se marchó de la cantina sin permitir que nadie lo ayudara a salir de allí, el problema es que apenas podía mantenerse en pie, por lo mismo no era buena idea subirse a su camioneta y manejar, y sin embargo, eso fue exactamente lo que hizo.
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Cristina despertó temprano con el llanto desesperado de su hijo, se levantó sintiéndose cansada por no haber tenido una buena noche y le dio el pecho para calmarlo. Luego de que su niño terminó de alimentarse lo dejó en su cunita y fue al cuarto de María del Carmen para darle los buenos días, la niña estaba despierta y balbuceaba una que otra cosilla que no se le entendía demasiado bien, pero se reía y eso le hacía saber a su madre que se encontraba en perfecto estado.

—Ya mismo le digo a Cande que te prepare tu puré para que desayunes. —le dio un besito en la frente y se dispuso a salir de la habitación.

Ya en el pasillo Cristina dudó entre volver a su recamara o pasar por la de Federico para averiguar si se encontraba allí. No lo había escuchado llegar, y eso que permaneció despierta hasta tarde, pero terminó durmiéndose porque el sueño la venció. Se imaginaba que había llegado de madrugada, seguramente borracho y ahora debía estar dormido y con una resaca de los mil demonios.

—Federico… —tocó la puerta de su habitación un par de veces sin obtener respuesta. —¿Estás aquí? —entró luego de unos segundos de no recibir contestación. —Federico… —caminó lentamente hasta la cama y con sus manos la exploró, estaba en perfecto orden, como si nadie hubiese dormido ahí. —No llegó a dormir.

Fueron varias las emociones que invadieron a Cristina en ese momento, celos, enojo, preocupación, dudas respecto a él y a lo que estuvo haciendo durante toda la noche. Se hizo mil preguntas que no tardaron en tener una respuesta repentina y más dura de lo que ella imaginó.

—¡Niña Cristina! ¡Niña Cristina! —los gritos de Vicenta se escuchaban por toda la planta alta de la hacienda hasta que dieron con ella en la habitación del patrón.

—¿Qué sucede, Vicenta, por qué gritas?

—Ay niña, es que el teléfono acaba de sonar, preguntaban por familiares de don Federico, porque… porque parece que tuvo un accidente en su camioneta y lo tuvieron que llevar al hospital.

—¿Qué? —a Cristina se le fue el color del cuerpo y sintió que se mareaba de repente por la impresión. —¿Pero cómo pasó, cuándo? ¿Qué te dijeron, está bien?

—No lo sé, sólo dijeron que fue en la madrugada y que está internado en el hospital del pueblo. —se acercó a la joven mujer cuando la vio tambalearse un poco y caer sentada en la cama a sus espaldas.

—No puede ser, Federico tiene que estar bien, no puede haberle pasado nada, no, no. —y mientras lágrimas amargas bajaban por sus mejillas fue que una vocecilla en su interior le dijo finalmente y sin reservas: “Estás perdidamente enamorada de Federico Rivero.”

Y ahora, que le aterraba pensar que él pudiera estar grave, era que se cuestionaba si no sería demasiado tarde para darse cuenta de cuáles eran sus verdaderos sentimientos.







Chicas, ya sé que este capítulo está cortito, pero como algunas saben, por medio de twitter les conté que he estado bastante enferma y casi no he podido escribir. Pensé en esperar a hacerlo más largo, pero no quería que perdieran el hilo de la historia, así que preferí subirles este pedacito mientras voy escribiendo el próximo. Mil gracias por la paciencia y por seguir interesadas en la historia a pesar de todo. Vuelvo pronto. Besos. ♥


Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora