Capítulo Treinta y Dos

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Federico cerró los ojos dejándose arrastrar por los besos que su mujer le daba, las caricias que ella le hacía lo estaban enloqueciendo demasiado, y eso era peligroso. La mano de Cristina se encontraba en la zona más sensible de su anatomía jugueteando atrevidamente con esta y haciéndole perder toda cordura. Por un momento él se olvidó de todo y se dejó llevar por el deseo que sentía por ella, Cristina gimió cuando su marido le plantó un beso húmedo en los labios y su lengua se unió a la de ella para crear un baile erótico y lleno de sensualidad. La temperatura de la habitación subía cada vez más, parecía que ya nada podría detenerlos de entregarse en cuerpo y alma esa noche, pero un destello de sensatez llegó de la nada a Federico y lo hizo pensar con claridad respecto a lo que estaba haciendo.

—No, Cristina, no podemos. —con dolor en el alma dejó de besarla e hizo que ella detuviera aquellas deliciosas caricias que le regalaba.

—¿Por qué? —se alejó de él con el ceño fruncido mientras lo veía recoger de prisa la toalla del suelo y colocársela en la cintura.

—Porque no estás bien todavía, necesitas descansar, apenas saliste del hospital hoy.

—Pero yo me siento bien. —se paró de la cama y fue tras él, pero cuando intentó besarlo Federico volteó la cabeza evitando que lo hiciera. —Mi amor, no te preocupes, de verdad estoy perfecta.

—No, Cristina, puede que te sientas bien, pero eso no quita que te operaron hace unos días y todavía necesitas reposo. El doctor fue muy claro, te dio de alta con la condición de que descansaras. —se alejó de ella porque era demasiada tentación tenerla cerca.

—Federico… —protestó.

—No me perdonaría que por una imprudencia mía te sintieras mal después, aunque no lo creas hay algo de sensatez en mí y creo que lo mejor será esperar a que estés del todo recuperada.

—Yo pienso que exageras. —se cruzó de brazos frustrada, él volvió a acercarse.

—No exagero, esto lo hago por tu bien. —le acarició la mejilla con ternura. —No pienses que es porque no quiera estar contigo, créeme que no hay otra cosa que desee más en la vida que hacerte el amor en este mismo instante, pero como te dije lo hago por ti, para que te sientas bien y puedas recuperarte por completo de la operación. —le dio un suave y rápido beso en los labios. —Tenemos la vida entera para amarnos, y aunque esto me duela más a mí que a ti sé es lo correcto. Perdóname y no te enojes conmigo por favor… te amo. —le besó la frente. —Voy a bañarme.

Cuando Federico se encerró en el baño Cristina se dejó caer en la cama con una horrible sensación de frustración. Entendía a su marido y las razones que tuvo para negarse a estar con ella, pero eso no hacía que se sintiera menos desilusionada. Puede que él tuviese razón y ese no fuera el momento adecuado para entregarse, pero por años había soñado con ese día en el que sus ojos vieran por fin el cuerpo desnudo del hombre que amaba y poder hacerle el amor hasta cansarse. Ahora el frío de la noche golpeaba su piel y las ganas que tenía de amarlo tendrían que ser reprimidas muy a su pesar.

Más tarde él salía del baño esperando encontrarla en la habitación, pero su sorpresa fue ver la cama vacía y la ausencia de su mujer en el cuarto.

—Cristina. —la llamó por instinto a pesar de que era obvio que ella no se encontraba allí, la puerta de la habitación estaba entreabierta y en el pasillo no había nadie.

Cristina se encontraba en la terraza admirando la belleza de aquella estrellada noche, sus pensamientos perdidos en todo y en nada a la vez, disfrutando de poder ver lo que por años había extrañado. Un suspiro se escapó de sus labios cuando sintió que unos fuertes brazos la abrazaban desde atrás, era su marido que había venido a hacerle compañía en el silencio de la noche. Se quedaron así por largos minutos, ninguno de los dos dijo nada y sólo se concentraron en deleitarse con la vista de la preciosa luna que esa noche parecía brillar de manera especial.

—¿No puedes dejar de mirarlo verdad? —le preguntó él rompiendo el silencio luego de un rato.

—¿El cielo? —una media sonrisa se formó en sus labios. —No, no puedo, extrañaba tanto poder disfrutar de una noche llena de estrellas, de ver la luna brillar y las nubes pasar con calma. No sabes cuanto anhelé esto, lo añoraba, era un recuerdo tan bonito, pero a la vez tan triste porque creía que iba a estar ciega toda la vida.

—Pero no fue así, ahora puedes ver y disfrutar de todo lo que por años te perdiste.

Otra vez el silencio se hizo parte de ellos, se encontraban en la misma posición, sólo que ahora Cristina había recostado por completo su cabeza en el pecho de su marido. Él le besó la cabeza y la apretó más fuerte contra su cuerpo, quería hacerla parte de sí mismo y que sus almas se unieran más de lo que ya estaban.

—Yo también me moría de ganas de estar contigo esta noche, Cristina. —susurró en su oído haciéndola estremecer. —Pero estoy tratando de ser sensato y hacer lo correcto por tu bien. Aunque te confieso que me cuesta demasiado trabajo, quiero que los días pasen rápido y estés mejor para poder amarte como lo deseamos los dos. —hizo que ella volteara para poder quedar de frente a su rostro, Cristina lo miró con ojos llenos de una mezcla de deseo y frustración al mismo tiempo.

—Federico, yo te entiendo, sé que si te negaste fue por mi bien, porque no quieres que nada malo me pase, pero no te voy a negar que me sentí mal y hasta un poco apenada cuando detuviste las cosas. —bajó la mirada intentando esquivar la de su marido que la veía fijamente.

—No tienes por que sentirte apenada, soy tu esposo y tú eres mi mujer, deseabas algo que es normal entre nosotros y eso no tiene nada de malo. En cambio yo sí me siento muy mal de haberte rechazado, no sabes lo difícil que fue detener lo que pasaba cuando en realidad me moría de ganas de seguir. —se acercó a su boca e hizo que sus labios rozaran.

—Te deseo, Federico, nunca pensé que al verte desearía tanto estar contigo y que me hicieras el amor con la pasión que solamente he encontrado en tus brazos. —se miraban a los ojos. —Voy a estar esperando ansiosa el momento en el que me tomes en tus manos y me ames como yo planeo amarte a ti. —le mordió suavemente el labio inferior tentándolo.

—No sigas o me voy a arrepentir de ser sensato. —devolviéndole con sensualidad la mordida.

—Perdóname. —alejó un poco su rostro, pero no se separó de su cuerpo, con una sonrisa juguetona le acarició los labios con la punta de los dedos y lo vio jadear ante la caricia. —Es que me pareces tan guapo, siento que no puedo dejar de mirarte y que lo único que quiero es besar tus labios hasta cansarme.

—Hazlo. —dijo de golpe, pero luego lo pensó un momento. —Digo no tiene por que pasar nada más esta noche, sólo besémonos hasta que nos cansemos. —sonrió un poco y vio que su mujer hizo lo mismo.

—¿No hará eso más difíciles las cosas?

—No lo creo. —mintió; claro que haría más difícil todo, si ahora sentía que no se podía controlar, menos podría hacerlo después.

Aun así terminaron besándose, lo hicieron durante largo rato, quizás hasta batiendo su propio record de tiempo. Escasamente se separaron para tomar aire cuando necesitaron hacerlo. Fue tan largo el contacto que sus labios se durmieron después de un rato y sus bocas se hincharon demostrando la pasión que allí había. Pararon cuando sintieron que ya no podían controlar las ganas que tenían de dar el siguiente paso, pues ya no sólo se besaban, sino que sus manos habían comenzado a pasearse por el cuerpo ajeno con intenciones de ir más allá.

—Creo que es mejor que nos vayamos a dormir, si no paramos ahora no podremos hacerlo después. —le dijo Cristina separándose de su boca e intentando recuperar el aire de sus pulmones, estaba agitada y respiraba de forma entrecortada.

—Tienes razón… —admitió él intentando disimular el bulto entre sus piernas, pero su mujer ya lo había sentido rozar contra su cuerpo y sólo pudo atinar a sonreír y bajar la mirada para no verlo a los ojos. —Perdón…

—No te preocupes, es normal. —dijo refiriéndose a la excitación de su marido. —Yo también lo estoy. —confesó antes de carraspear la garganta y alejarse un poco de él. —¿Subimos a dormir?

—Eh… sí, vamos.

—Pasemos por las habitaciones de los niños antes de irnos a la nuestra. —sugirió sabiendo que eso los ayudaría a calmar el fuego que había dentro de ellos. —Quiero verlos dormir, ya extraño mirarlos, no me voy a cansar jamás de hacerlo.

—Me parece bien, subamos.

Tomados de la mano subieron a la planta alta de la casa donde antes de meterse a su cuarto pasaron a ver a sus hijos. La emoción de poder disfrutar verlos dormir hizo que Cristina se olvidara un poco de lo que minutos antes estaba pasando con su marido en la terraza y se concentrara en admirar a las personitas más importantes de su vida. Federico también logró controlar un poco el fuego que lo consumía por dentro de deseo hacia su esposa y al igual que ella disfrutó de ver a esos angelitos dormir.

—Tan tranquilos que se ven estando dormidos, quien diría que son terriblemente traviesos cuando están despiertos. —comentó Federico finalmente entrando de la mano con ella a la habitación de ambos.

—Es cierto, no se están quietos nunca. —se reía.

—Cristina, te amo. —le dijo luego de producirse un pequeño silencio.

—Yo también te amo, Federico. —respondió mirándolo a los ojos antes de acercarse a su boca y depositar un tierno beso sobre sus labios. —Y soy muy feliz a tu lado. —un suspiro se escapó de su garganta al tiempo que se abrazaba a él y hundía su cabeza en aquel ancho pecho. —¿Nos acostamos?

—Sí, pero antes voy al baño, si quieres acuéstate, ya vuelvo. —la vio asentir con una sonrisa.

Ya en el baño se lavó la cara con agua helada, se estaba preguntando cómo le iba a hacer para dormir junto a su mujer y resistirse a la tentación de tocarla y hacerla suya. Se quedó bastante tiempo parado frente al espejo cuestionándose lo mismo, tanto rato estuvo allí que al salir encontró a Cristina ya dormida en su lado de la cama. Sonrió pensando en lo hermosa que era, pero eso lo hizo suspirar loco del deseo que sentía hacia ella, era algo demasiado fuerte, sin embargo, se había jurado a sí mismo que esperaría lo que tuviera que esperar para estar con ella, pues para él lo más importante era que su mujer estuviese bien.

Esa noche durmieron abrazados, al igual que en las que le siguieron después de esa. Todas las noches Cristina se acurraba entre los brazos de su marido y dormía usando su pecho de almohada, para ella no había mejor forma de descansar que no fuera esa. Algunos días pasaron, poco a poco la familia fue regresando a la rutina de siempre, con la diferencia de que ahora Cristina vivía feliz y en paz disfrutando de poder ver todo a su alrededor.

^^ Esa mañana se levantaron temprano tanto adultos como niños, irían a un día de campo cerca de la cascada. Carlos Manuel había venido de visita desde la capital para ver a sus tíos, sobre todo a Cristina después de la operación. Ella lo había recibido con un fuerte abrazo maravillada de ver el joven guapo en el que se había convertido, pues lo recordaba siendo un niño y era increíble lo que en esos pocos años había cambiado.

Antes del medio ya estaban todos en la cascada, Cristina, Federico, Carlos Manuel y los tres pequeños, doña Consuelo había preferido quedarse en la casa. Mientras los niños jugaban y corrían junto a Carlos Manuel, Cristina y Federico estaban sentados sobre una manta cuidando de la pequeña Sofía, ella le daba el pecho y él disfrutaba viéndolas a las dos.

—No se cansa de comer esta niña, siempre tiene hambre. —comentó él entre risas.

—Es normal, necesita comer mucho para crecer sana, fuerte y hermosa, ¿verdad, chiquita? —besando su cabecita.

—Hermosa ya es, tiene a quien salir, tú eres la mujer más bella de este mundo, mi cielo. —miró a Cristina y sonrió enamorado.

—Gracias por el halago. —le dio un pico.

—Sólo digo la verdad.

—Que mucho se divierten, verdad. —mirando a los más grandes correr de un lado a otro.

—Sí, son muy felices, y a mí me hace feliz verlos así.

—Mamá, papá, queremos meternos al agua, pero dice Carlos Manuel que sin ustedes no podemos. —María del Carmen se acercó corriendo a ellos.

—Y tiene razón, él no puede con los dos, ustedes son demasiado traviesos y no pueden jugar en el agua sin la supervisión nuestra. —explicó Cristina.

—Entonces vengan con nosotros por favor. —pidió haciendo un pucherito consciente de que así convencería a su padre, nunca fallaba.

—Yo quisiera, mi vida, pero no podemos entrar con tu hermanita.

—Ve tú con ellos, mi amor, yo me quedó aquí con Sofi.

—¿De verdad?

—Sí, juntas los vemos desde aquí.

—Está bien, vuelvo en un rato. —la besó en la frente antes de retirarse con su hija mayor.

Cristina disfrutó viendo como Federico se quitaba la camisa y más tarde se lanzaba al agua junto con los niños. Era tan guapo, pensaba, y le encantaba ver lo buen padre que era con sus hijos y lo excelente esposo que siempre intentaba ser. Suspiró feliz sin poder despegar la vista de aquella hermosa imagen; ahora sí podía decir que tenía todo lo que un día anheló. Haber recuperado la vista le había cambiado la vida de la mejor manera, y la dicha que sentía en ese momento era indescriptible.
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Los días siguieron su curso normal, Carlos Manuel regresó a su escuela en la capital, los niños volvieron al colegio después del fin de semana y los adultos siguieron con sus ocupaciones de siempre.

^^ Un día como cualquier Federico se encontraba en el despacho revisando en su escritorio unos documentos de la última cosecha cuando Cristina ingresó y lo distrajo rápidamente de los papeles.

—¿Qué hacías, mi amor? —le preguntó sentándose en sus piernas y envolviendo sus brazos alrededor de su cuello.

—Estaba revisando unos números de la última cosecha, nos fue muy bien en esta temporada.

—Eso es porque tú eres muy inteligente y sabes supervisar todo muy bien. —lo besó en la mejilla.

—Exageras, trato de hacer lo mejor que puedo por esta hacienda porque es tuya y de nuestros hijos.

—Y yo te lo agradezco. —le sonrió.

—¿Y tú qué hacías?

—Estaba platicando con mi madre y dándole de comer a Sofía, ahora la dejé dormida en el cuarto de mamá para que se hagan compañía.

—¿Cómo sigue tu madre?

—Está mejor ya, pero se quiso quedar en su cama descansando. —explicó; su mamá había estado un poco indispuesta en los últimos días, aunque nada de gravedad.

—Ah, me alegro que ya esté mejor.

Ella sonrió y no dijo nada, pero lo besó en la comisura de los labios y se abrazó más a él.

—Sabes, los niños están en la escuela, Cande y Vicenta salieron al mercado, mi mamá está con Sofi arriba… la casa está muy sola. —comentó con una sonrisa traviesa y mirándolo fijamente a los ojos.

—¿Y qué me estás queriendo decir con eso? —sonrió entendiéndola perfectamente, pero quería escucharla decirlo.

—Que tenemos la certeza de que nadie nos va a molestar, digo a menos de que estés demasiado ocupado y quieras seguir trabajando. —dijo jugueteando con los primeros botones de su camisa sin dejar de sonreírle de forma insinuante.

—No, para nada, lo que sea puede esperar. —respondió paseando su mano por el muslo desnudo de su mujer que llevaba un vestido floreado.

—Eso pensé. —le dio un beso húmedo y bastante fogoso en los labios, el contacto apenas duró unos segundos, pero fue lo suficientemente sugestivo como para hacerle saber a su marido lo que quería.

—¿Te sientes bien, podemos? —preguntó él.

—Sí, estoy perfectamente bien. —le contestó mordisqueándole los labios.

—Cristina, no sabes las ganas que tengo de hacerte el amor, de enterrarme en ti una y otra vez. —su mano apretó la piel de aquellos muslos que lo volvían loco y su boca tomó posesión de los labios femeninos con tal intensidad que parecía que allí se encontrara el aire que necesitaba para vivir.

—Yo también, Federico, te necesito tanto…

Cuando ella habló él aprovechó para colar su lengua dentro de su boca y juntarla con la suya creando así un sensual y erótico baile que lo único que hizo fue prenderlos más. Las manos de Federico se paseaban por el cuerpo de su mujer y las de ella tampoco se quedaban quietas, se tocaban desesperados buscando arrancarse las ropas que los cubrían. Cristina no quería esperar más para verlo desnudo y sentirlo en ella por lo que se puso de pie y lo haló de la mano para que fuera con ella hasta el sillón que había allí mismo en el despacho. Él se sentó en este embobado por su mujer y dejándose hacer por ella que no tardó en quitarse el vestido quedando únicamente en ropa interior.

—¿Te gusto, Federico? —le preguntó parada delante de él, desde el mueble Federico la miraba con deseo y ganas de hacerla suya de una vez por todas, ella quería ver con sus ojos su reacción y saber qué era lo que despertaba en él.

—Me encantas, Cristina, eres tan sensual y perfecta, me… me vuelves loco. —la voz se le entrecortó cuando vio que ella se quitaba el sostén y lo dejaba caer al suelo dejando al descubierto sus firmes y redondos senos, ni muy grandes ni tan pequeños, perfectos para tomarlos entre sus manos y darse un banquete con ellos.

—Ven. —le pidió o más bien le ordenó estirando su mano para que él también se pusiera de pie. —Quiero verte. —al ver que él llevó sus manos a los botones de su camisa para comenzar a quitarlos lo detuvo. —No, déjame a mí, yo quiero hacerlo.

Él no protestó y simplemente se dejó hacer con una sonrisa llena de lujuria. Cristina fue quitando uno a uno los botones de la camisa sonriéndole de la misma manera y mirándolo de reojo mientras disfrutaba de ver la piel de su pecho que iba quedando al descubierto. Cuando terminó con los botones le quitó la camisa por completo dejándolo desnudo de cintura hacia arriba. Comenzó a besarlo desde la barbilla, bajando por su cuello hasta llegar al pecho lleno de vellos donde también lo acariciaba. Federico se estaba volviendo loco con los besos que ella regaba por todo su torso, sentir sus labios tibios sobre su piel lo tenía completamente excitado y fuera de sí. Ella lo miró a los ojos y sonrió antes de tirar del broche de su cinturón para quitarlo, sin dejar de mirarlo desabrochó también su pantalón e hizo que este cayera a sus pies.

—Cristina… —jadeó cuando ella comenzó a jugar con el dobladillo de sus calzones y los haló un poco para empezar a bajarlos.

Ella lo miró con seducción y tiró al mismo tiempo de la prenda para deshacerse de esta. En pocos segundos la ropa interior había caído al piso junto a los pantalones y la enorme erección de su marido apuntó hacia ella completamente lista para lo que viniera. Cristina se mordisqueó el labio sintiéndose más excitada de lo que ya estaba al ver aquel miembro tan grande. No era la primera vez que lo veía en ese estado, ya lo había hecho la noche que él detuvo las cosas, pero esa vez no se había tomado el tiempo para mirar su cuerpo desnudo con detenimiento. De aquella erección subió su mirada lentamente por toda su piel desnuda hasta llegar a su rostro y mirarlo a los ojos con una sonrisa juguetona en los labios.

—Eres tan varonil… tan hombre. —se acercó un poco más a él y le succionó el labio inferior con extrema sensualidad, a la vez llevó su mano a la protuberancia que rozaba contra su piel y comenzó a acariciarla con suavidad. —¿Te gusta? —lo miraba a la cara observando sus reacciones.

—Me encanta, no tienes idea de cuanto.

Luego de unos minutos de acariciarlo y jugar con su erección Cristina le susurró algo al oído que lo hizo estremecerse y sentir una fuerte corriente que recorrió cada rincón de su cuerpo. Lo miró a los ojos antes de ponerse de rodillas delante de él y tomarlo en su boca sin decir más, a estas alturas ya las palabras salían sobrando. Cuando ella dio la primera lamida mirándolo a los ojos al mismo tiempo, él perdió la cabeza y la excitación lo rebasó.

—Aaahhh… —un gemido ronco salió desde lo más hondo de su ser al verla hacer aquello mientras lo miraba a la vez a los ojos seduciéndolo con los suyos.

Cristina lamía, succionaba y lo metía en su boca sin dejar de mirarlo, le encantaba ver lo que estaba provocando en él. Era la primera vez que disfrutaba tanto de aquel acto y todo se debía a que ahora podía ver las reacciones de su marido, y observar con sus propios ojos que ella era la causante de tanto placer le daba una satisfacción inigualable. Federico jadeaba y gemía sin reservas, estaba disfrutando como nunca, la verde mirada de su mujer lo había llevado a otra dimensión donde sólo existía ella, sus ojos y su boca. Parecía una experta haciendo aquello o por lo menos así la sentía él, estaba a punto de perder el poco control que le quedaba y vaciarse dentro de su boca. Pero no quería acabar así, anhelaba hacerlo hundido en ella después de haberla amado intensamente durante largo tiempo. Cristina seguía en lo suyo sin siquiera ser consciente de la batalla interna que peleaba su marido, por un lado no quería dejar de sentir sus caricias y por el otro quería pararlas de una vez antes de que fuera demasiado tarde.

—Cristina… detente por favor. —susurró en un tono de voz apenas audible y con la poca fuerza de voluntad que le quedaba la tomó de los brazos haciendo que se pusiera de pie. —No quiero terminar así, quiero hacerte el amor. —le dijo besándola en los labios, sus lenguas mezclándose y sus respiraciones hechas un caos.

—Yo también lo deseo, Federico. —le sonrió seductoramente y con la pura mirada le pidió que se sentara en el sillón a sus espaldas, él entendió perfectamente y de inmediato se dejó caer en el mueble y disfrutó de ver como ella se quitaba las bragas y las lanzaba a un lado junto al resto de su ropa.

—Eres perfecta, Cristina, no sé qué hice para merecer una mujer como tú.

Ella sonrió ante su comentario sintiéndose la mujer más amada del mundo, los halagos de su esposo siempre la hacían sentir así. Con calma fue acercándose a él bajo su atenta mirada que estaba más oscura que de costumbre producto del deseo y la excitación. Se subió sobre su regazo quedando a horcadas sobre él y con su mano buscó la erección que apuntaba ansiosa hacia ella y la guio hasta la entrada de su feminidad. Sin dejar de mirarlo a los ojos se deslizó lentamente sobre esta sintiendo como la llenaba en todos los sentidos posibles. Federico gruñó al sentir la humedad y el calor que lo envolvió de repente cuando ella terminó de cubrir su miembro con la suavidad de su estrecho canal. Cristina gimió y por instinto cerró los ojos procesando todo el placer que estaba sintiendo, pero no tardó en abrirlos y encontrarse con la imagen de su marido que le sonreía de la forma más lujuriosa que había visto en su vida. Se quedaron quietos durante unos minutos, sólo mirándose a los ojos y diciéndose en silencio lo mucho que se amaban. Poco después Cristina comenzó a moverse muy lento, subía y bajaba con calma sobre la enorme erección provocando en Federico un placer desmedido. El mismo placer que sentía ella cada vez que se dejaba caer sobre él y sentía su virilidad llegar hasta lo más hondo de su ser. Hacían el amor lento, pausado, disfrutaban de mirarse a los ojos por vez primera mientras se amaban. La experiencia era sublime, por primera vez se estaban entregando viéndose cara a cara; para Cristina era algo nuevo, nunca pensó que llegaría el día en que amaría a su esposo así, mirándolo a los ojos y sintiendo en su mirada todo el amor que siempre le juró. Para Federico también era algo distinto, desconocido, pero muy excitante, ya que siempre había anhelado ver los ojos de su mujer llenos de vida mientras le hacía el amor.

—Cristina, te amo… te amo tanto. —sus manos se paseaban por el cuerpo femenino sin reservas, sus dedos apretaban la piel de su esposa como si quisiera convertirla en parte de su propio cuerpo y su boca besaba, succionaba y mordisqueaba por cada rincón que sus labios iban encontrando; a ella no le importaba si después le quedaban marcas, estaba disfrutando tanto de las caricias de su marido que todo lo demás le daba igual.

—Yo también te amo, Federico. —un grito se escapó de sus labios cuando él tomó uno de sus pezones en su boca y lo chupó con fuerza como si quisiera beber de este, sus senos estaban tan sensibles que el toque la llevó a la locura. —¡Por Dios! —gritó echando su cabeza hacia atrás y permitiendo que su esposo se diera un festín con sus pechos.

El matrimonio perdió la noción del tiempo luego de un rato, tan entregados a la pasión estaban que todo lo demás dejó de importar, incluso el tic toc del reloj que sonaba cerca de ellos. Sus gemidos y jadeos opacaban cualquier otro sonido e inundaban el espacio que los rodeaba. No supieron cuanto tiempo estuvieron amándose, pero cuando el orgasmo llegó sintieron que habían pasado una vida entera haciéndolo. La primera en tocar el cielo con las manos fue Cristina, gritando el nombre de su marido anunció que había llegado a la cima y todo su cuerpo se sacudió despiadadamente sobre el de Federico. Él la acompañó al ver la intensidad de su orgasmo y en ese instante se vació en ella gruñendo de satisfacción. Guardaron silencio después de ese momento de placer y no se movieron durante unos minutos, únicamente se miraban a los ojos con una media sonrisa en sus labios y sus pechos subiendo y bajando de prisa aún intentando recuperar el ritmo normal de su respiración.

—Fue maravilloso. —dijo ella recostando su cabeza en el pecho de Federico, todavía seguían unidos íntimamente.

—Sí, siempre es así cuando hacemos el amor, pero hoy lo fue aun más. —besó su cabeza y la estrechó más fuerte contra su cuerpo. —No sabes cuanto disfruté de ver tu mirada posarse sobre la mía mientras nos entregábamos.

—Yo también lo disfruté… antes cuando hacíamos el amor sentía que me faltaba algo, a pesar de que siempre disfrutaba, yo ansiaba poder ver tus ojos, tu rostro, tu cuerpo. Verte a ti era lo que me hacía falta para que entregarnos fuera mil veces mejor de lo que siempre fue. —lo besó tiernamente en los labios. —Te amo.

—Y yo a ti Cristina… mi Cristina.

—Tuya, mi amor.

Luego de un rato de permanecer abrazados decidieron separar sus cuerpos por unos minutos tan solo para vestirse y recuperar un poco la compostura. Ya vestidos volvieron a sentarse muy juntitos en el sillón, Federico la abrazaba mientras Cristina descansaba la cabeza en su hombro y platicaban.

—Sabes, he estado pensando, mi vida, y creo que ya es tiempo de que empecemos a planear la boda religiosa, hace mucho que me diste el anillo. —comentó ella.

—Estoy de acuerdo, creo que ya llegó el momento, han pasado varias cosas que la han atrasado, primero el parto, todo el asunto de la operación, el momento de la cirugía y tu recuperación, pero ya todo está volviendo a la normalidad. Por mí nos casamos mañana mismo, ya no tiene caso esperar más, anhelo demasiado verte entrar a la iglesia con un vestido de novia y escucharte decir que quieres pasar el resto de tus días a mi lado. —le besó la frente.

—Bueno, tampoco mañana, no seas loco, primero tenemos que organizarlo todo, quiero que sea una gran fiesta. Tú mismo me dijiste que deseabas que fuera algo muy grande, ¿o es que ya te arrepentiste de hacerlo?

—No, para nada, al contrario, deseo que sea una pachanga de las buenas, que todo el pueblo se entere que estamos celebrando nuestro amor. Voy a traer a los mejores mariachis y vamos a bailar hasta que nos duelan los pies. —se reían.

—Pues eso toma algo de tiempo, así que no podremos casarnos mañana como propones, tendremos que tener un poco de paciencia. Lo primero que hay que hacer es hablar con el padre Ignacio, quiero que sea él quien nos case, también tenemos que ver todo lo de la decoración, la comida y los invitados. Estaba pensando que lo mejor es hacer la recepción aquí mismo en la hacienda, espacio es lo que nos sobra en el jardín, podemos contratar gente que se encargue de organizar todo y… —mientras Cristina hablaba, Federico la miraba casi hipnotizado, le encantaba verla tan contenta, con ese brillo especial en sus ojos y su rostro iluminándose con cada palabra que decía; la amaba tanto que a veces todavía le costaba trabajo creer que una mujer tan buena y tan perfecta como ella le hubiera dado su perdón y la oportunidad de compartir su vida con ella. —Federico. —lo llamó porque de repente parecía que su mente se había ido a otra parte a pesar de que su cuerpo seguía allí junto al de ella. —¡Federico!

—¿Qué pasó? Perdón, estaba distraído. —se disculpó besándole las manos.

—Que te estoy hablando y parece que no me oyes, ¿en qué pensabas, mi amor?

—En que a veces no puedo creer que esto sea real, que tú estés a mí lado, que tengamos tres hijos, una relación llena de amor y pasión, y que ahora vayamos a unir nuestras vidas ante Dios. —se miraban a los ojos.

—Pero lo es, estamos juntos y somos felices, todo el pasado quedó atrás hace mucho, y más ahora que recuperé la vista. De ahora en adelante lo único que nos debe importar es nuestra familia y nuestro amor.

—Tienes razón, ya nada más importa. —se daban un pico. —Y sobre la fiesta, haremos lo que tú quieras, tú nada más pide que yo estaré encantado de hacer que lo tengas. No sé nada de organizar fiestas ni esas cosas, pero estoy dispuesto a cooperar para que juntos organicemos todo. Lo único que quiero es darte todo el gusto del mundo, mi cielo, porque tú te lo mereces todo en esta vida.

Cristina le sonrió totalmente enamorada, sus brazos rodearon de inmediato el cuello de su marido para abrazarlo con fuerza y llenarlo de besos por todo su rostro. Ella también lo amaba demasiado, más de lo que un día creyó que llegaría a amarlo, y es que así pasa con los seres que están destinados a ser aun de la forma más extraña e inusual, el amor llega intenso, intempestivo e inesperadamente para hacer su santa voluntad con los escogidos.
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Las semanas siguieron la marcha después de ese día, luego de la entrega de esa tarde la pareja se entregaba todas las noches sin saltar ni una sola. Lo disfrutaban tanto que casi se podía decir que se habían vuelto adictos a hacer el amor cada vez que tenían la menor oportunidad, aunque a decir verdad, su adicción a amarse siempre había existido. Con el paso de los días los planes de boda se fueron volviendo cada vez más reales, ya tenían fecha para el tan esperado día y los preparativos iban muy bien. Se la habían pasado de un lado hacía otro comprando cosas, yendo a ver distintos pasteles y platillos, escogiendo flores, música y todo lo relacionado a la fiesta, además asistían sin falta a las charlas prematrimoniales en la iglesia. Ya faltaba tan poco que los nervios se estaban apoderando de ellos, y no porque algo fuese a cambiar en su relación, a fin de cuentas ya estaban casados, pero era un día demasiado importante para ambos, pues sería el momento donde se jurarían amor por decisión propia y no por obligación u otros intereses. En esta ocasión el amor era su único motivo para unir sus vidas hasta que la muerte los separara.

^^ Esa mañana se despertaron como todos los días, abrazados y con una sonrisa en sus rostros, habían hecho el amor hasta la madrugada como cada noche. Por suerte la pequeña Sofía, que ya tenía casi seis meses de vida se estaba acostumbrando a dormir en su propia habitación y a hacerlo durante largas horas sin despertar tanto como en los primeros meses. Para Cristina y Federico esto no sólo significaba que podían descansar mejor, sino que tenían más libertad para amarse cuando quisieran.

—Buenos días. —lo saludó ella con una sonrisa en los labios admirando lo guapo que era.

—Buenos días, mi reina, ¿cómo amaneciste? —la besó en los labios.

—Muy bien, feliz entre tus brazos, y contenta, nerviosa, ansiosa, desesperada…

—¿Todo eso?

—Sí, ¿es que acaso tú no estás nervioso? Nos casamos en menos de una semana, Federico. —avisó como si él no lo supiera y no estuviese contando las horas.

—Lo sé, y estoy feliz, de hecho creo que soy el hombre más dichoso del mundo. Aunque no sé qué estoy esperando con más ansías, si la boda o la luna de miel. —le mordisqueó el labio.

—Mmm… —jadeó contra su boca. —Yo quiero que ya lleguen ambas cosas, pero si te soy sincera estoy anhelando mucho nuestra luna de miel, nunca tuvimos una y creo que nos merecemos unos días sólo para nosotros.

—Yo ya estoy anhelando estar a solas contigo en la playa, metidos en el agua haciendo el amor. —le besuqueaba el cuello.

—Eso suena muy tentador.

—¿Verdad que sí? —se subía sobre ella echando la sábana a un lado y quedando los dos a medio vestir, él apenas con un bóxer y ella con un camisón cortito.

—Sí. —gimió cuando él succionó la delicada piel de su cuello haciéndole un chupetón en este. —¿Qué haces? —le preguntó al verlo descender con su boca por entremedio de sus senos y más abajo.

—Disfrutarte. —le bajó el tirante de la bata para dejar al descubierto sus pechos y comenzar a degustarlos con su boca.

—No, mi amor, se me va a hacer tarde, hoy voy con mi mamá a probarme el vestido para ver si no hay que hacerle ningún ajuste. No sigas, Federico, ya detente por favor. —y aunque le pedía con su boca que parara, su cuerpo que ya comenzaba a reaccionar a las caricias de su marido decía otra cosa.

—¿De verdad quieres que pare? —le preguntó bajando con sus besos por su vientre y haciéndola abrir las piernas de par en par.

—No. —lo miró y sonrió coqueta. —Sigue.

Federico no lo pensó dos veces cuando ella le pidió que siguiera y rápidamente se deshizo de las diminutas bragas que llevaba puestas lanzándolas al suelo. Comenzó a besar sus muslos desde las rodillas hasta acercarse a la piel de la ingle provocando en ella una excitación anticipada a lo que vendría. Sus labios no tardaron en acariciar los pliegues femeninos que esperaban ansiosos a ser tocados. A la primera caricia Cristina dejó escapar un pequeño gritito y segundos más tarde cuando las lamidas iniciaron los gemidos se intensificaron.

—Ay Federico, así mi amor, no te detengas.

—¿Te gusta? —preguntó jugando con su lengua en aquel botoncito rosado entre las piernas de su mujer.

—Mucho. —respondió retorciéndose toda sobre el colchón.

Un intenso orgasmo no tardó en llegar para Cristina, esto dio paso a una sesión de amor mañanera como muchas veces la tenían. Nada mejor para empezar el día que entregarse a la persona amada, era la forma más hermosa de empezar a existir.

Más tarde Cristina salió de la hacienda rumbo a la boutique donde su vestido de novia esperaba por ella. Al probárselo le quedó perfecto y por fortuna no hacía falta hacerle ningún ajuste. Se miró al espejo con ilusión, muy pronto sería ante Dios la señora de Rivero y le juraría en el altar amor eterno, nada la hacía más feliz que eso. Federico por su parte se quedó en El Platanal resolviendo unos asuntos y mientras lo hacía su cabeza no paraba de dar vueltas en un tema que aunque había querido reprimir no podía hacerlo y ahora no paraba de pensar en ello. Encerrado en su despacho suspiró y se obligó a sí mismo a no darle más importancia a lo mismo, era algo del pasado y ya no valía la pena.

—¿Para qué te mortificas con eso, Federico? Ya no tiene caso, ya pasó hace demasiado tiempo. —se pasó las manos por la cabeza sintiéndose abrumado. —No, pero no puedo simplemente ignorarlo. —recordó las palabras del padre Ignacio en una de las charlas prematrimoniales “La confianza es la base de cualquier relación, sólo la verdad garantiza un matrimonio saludable y duradero…” —Pero tampoco puedo hablar de algo que ni siquiera recuerdo bien.

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora