Capítulo Treinta y Tres

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Era justo el día antes de la boda religiosa, Federico había desaparecido hacía horas sin explicación alguna. Cristina estaba desesperada, por un lado se sentía preocupada de que a su marido le hubiera pasado algo malo, aunque lo dudaba debido a la forma tan extraña en que desapareció. Su cabeza daba vueltas y la hacía pensar en las peores cosas, como en que tal vez él se había arrepentido de casarse por la iglesia con ella y había huido sin darle la cara. No quería aceptarlo, pero algo le decía que esa era una posibilidad, porque qué otra cosa podía ser, no había más motivos para que Federico se hubiese marchado de esa manera, ¿o sí?

Paralelamente él se encontraba vagando entre los platanales, casi llegando a la cascada, ya había recorrido toda la finca en su caballo pensando y dándole vueltas a eso que lo atormentaba… Diego Hernández, y la verdad, una verdad que ni él mismo tenía clara. Al llegar a la cascada se bajó de su caballo y se dejó caer en la tierra, sus pensamientos lo atormentaban, se sentía como el peor de los cobardes por no tener el valor suficiente de decirle a Cristina aquello que sí recordaba de aquel fatídico día.

—¿Cómo le voy a decir que había sangre en mi camioneta? Va a pensar que yo lo maté, no me va a creer que no recuerdo de dónde salieron esas manchas. —abrumado se sentó sobre una roca y escondió la cabeza entre sus manos, no podía más con los recuerdos a medias y aquellas dudas que llevaban años atormentándolo.

>>> No muy lejos de la cascada el caballo de Cristina galopaba de prisa al igual que su corazón. Se había acostumbrado a montar nuevamente después de haber recuperado la vista, con su marido lo hacía casi todas las mañanas, y era precisamente a su marido a quien buscaba desesperada esa noche. Era muy tarde, todo estaba oscuro a excepción del tramo que iba recorriendo, gracias a la pequeña luz de una linterna que llevaba con ella. Llena de angustia y dudas se acercaba cada vez más al río. Bastó un relincho de otro caballo a unos pocos pies de allí para darse cuenta de que no estaba sola, que había alguien cerca de la cascada. Continuó su camino rogando que se tratara de su marido, y segundos después cuando vio al animal de pelaje negro lo reconoció como el predilecto de su esposo.

—¡Federico! —gritó de inmediato buscando con la mirada al padre de sus hijos. —¡Federico! ¿Estás aquí?

—¿Cristina? —se escuchó la voz de Federico detrás de unos arbustos.

—Sí, soy yo, ¿dónde estás? —preguntó bajándose del caballo ya cerca del agua.

—Aquí estoy… —dijo apareciendo de repente frente a ella. —¿Qué haces aquí, Cristina?

—Vine a buscarte porque te desapareciste sin dar explicaciones. —se acercó a él. —Tuve miedo de que te hubiera pasado algo malo, estaba angustiada, hace horas que no sé nada de ti. —mientras le reclamaba corrió a abrazarlo; segundos después y sin darle tiempo a reaccionar le estampó un intenso beso en los labios, que vino seguido de un manotazo en el hombro. —¿Por qué te fuiste sin decir nada? ¿Haz visto la hora que es, Federico? Ya es de madrugada, prácticamente en unas horas nos casamos, ¿en qué estabas pensando cuando te marchaste sin siquiera avisar? —furiosa.

—Cristina, yo te juro que esto tiene una explicación.

—Pues dime cuál es, porque no entiendo nada. —enojada se colocaba las manos en la cintura.

—Mi cielo, lo que pasa es que tengo que hablar contigo de algo muy importante.

—No comprendo, tienes que hablar conmigo y por eso te fuiste… —frunció el ceño. —Eso no hace sentido, Federico.

—Lo sé, lo sé, pero necesitaba pensar y aclarar un poco la mente antes de hablar contigo.

—Pues ya lo hiciste, ya pensaste lo suficiente, ahora dime de qué se trata todo esto, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?

—Cristina… —se pasó las manos por la cabeza sintiéndose abrumado, la tensión recorría su cuerpo y la angustia lo estaba acobardando, ¿tendría el valor para hablar? —Yo tengo que decirte algo que antes no te había dicho.

—¿Sobre qué? —con el entrecejo arrugado y las manos en su cintura esperaba por una respuesta.

—Se trata del pasado, de nuestro pasado y el de… —lo pensó antes de proseguir. —Diego Hernández.

Cristina se sorprendió, no pensó que Federico le mencionaría a Diego, ese era un tema del que prefería no hablar, porque inevitablemente siempre terminaba trayéndole recuerdos desagradables. Y había cosas que era mejor dejarlas donde estaban, en el pasado.

—Federico, no creo que sea necesario volver a hablar del pasado, hemos tocado ese tema tantas veces y ya no vale la pena. Todo lo que pasó entre nosotros quedó atrás, ya no tiene importancia, mucho menos ahora que nos vamos a casar ante Dios. Y bueno, Diego… Diego está muerto y no veo la necesidad de mencionarlo, es un tema del cual prefiero no hablar.

—Yo te entiendo, Cristina, yo tampoco quisiera remover más el pasado, pero es que hay algo muy importante que te tengo que decir, algo que no me puedo callar más.

—¿Y para qué? ¿Va a cambiar eso el pasado que vivimos, va a borrar los malos recuerdos, los problemas que hubieron, el sufrimiento que de alguna manera todos pasamos? —no lo dejó responder y continuó. —No lo creo. —sentenció. —Entonces no veo razón para remover algo que ya está enterrado hace años. Yo te perdoné Federico, he superado ese pasado, y prueba de eso es que en unas horas voy a ir a la iglesia y delante de Dios te voy a jurar amor para toda la vida.

—Yo también quiero jurarte amor eterno frente al altar, pero no me siento capaz de hacerlo sin hablarte con toda verdad.

—Ninguna verdad va a cambiar lo que ya pasó, así que prefiero no escucharla.

—Pero, Cristina…

—No, Federico, no quiero oír nada, es mejor dejar las cosas como están. —dio media vuelta para quedar de espaldas a él.

—Se trata de la muerte de Diego Hernández. —confesó pasándose las manos por la cara en señal de frustración.

—No quiero hablar de eso.

—Yo no lo maté, Cristina, pero hay algo que nunca te dije…

—Ni lo harás. —volteó nuevamente hacia él y lo miró directamente a los ojos. —No te voy a escuchar, a mí no me importa nada de lo que haya pasado, ya hemos hablado muchas veces sobre lo mismo, y yo te creo, creo en ti cuando me dices que tú no lo mataste. Te conozco, Federico, en estos años he podido conocer a un hombre bueno, noble, un padre amoroso, un esposo atento y cariñoso, una persona de buenos sentimientos, alguien muy distinto a quien pretendías ser antes. Has cambiado y también has dejado salir tu verdadero yo, y tu verdadero yo, no es un asesino, de eso estoy cien por ciento segura. Tú no mataste a nadie, mi amor, no serías capaz, no eres tan malo como crees, me lo has demostrado en todos estos años de felicidad que me has regalado. —se acercó él y colocó ambas manos en su rostro acariciando así sus mejillas. —Cometiste tus errores, como todos podemos llegar a hacerlo alguna vez, pero te arrepentiste de corazón, y lo más importante es que todos los días haces lo posible por enmendarlos y ser mejor hombre, padre y esposo. Ya lo hemos hablado, Federico, demasiadas veces, más de las que recuerdo, pero vuelvo y te lo repito, yo te perdoné por todo y ya no pienso en el pasado, y me gustaría que tú hicieras lo mismo. —acercó su boca a los tentadores labios de su marido. —Perdónate, y olvídate de todo ese pasado que no te deja vivir en paz. ¿Puedes hacer eso por mí y por nuestros hijos?

—Sí, Cristina. —respondió luego de pensarlo unos segundos. —No hay nada que no haría por ustedes que son lo que más amo en este mundo.

—Esta será la última vez que hablemos del pasado, ya no habrá más conversaciones de estos temas que no nos llevan a nada y que hace mucho quedaron atrás. Prométeme que no vas a atormentarte más con lo mismo, hazlo por mí, yo no quiero que sufras.

Federico lo pensó un momento antes de asentir ante lo que su mujer le pedía. Él por ella era capaz de todo, y así como ella había dicho que no quería que sufriera, él tampoco estaba dispuesto a traerle más sufrimiento a su esposa un día antes de la boda que tanto anhelaban los dos. No diría nada, de hecho no volvería a tocar ese tema, tal vez Cristina tenía razón, había cosas que era mejor dejarlas en donde pertenecían, más si no existían las respuestas concretas a todas las preguntas. Lo único que le atormentaba era pensar que juraría amor, fidelidad y lealtad delante de Dios sin haber sido totalmente sincero con su mujer, pero también recordó que el padre Ignacio una vez le había dicho que de igual manera era importante confesarse ante Dios y por lo menos con el Señor ser honesto, pues éste veía el corazón y perdonaba a aquellos que se arrepentían sinceramente.

—Perdóname, Dios. —pensó Federico mientras estrechaba a su esposa entre sus brazos y sentía su calor sobre su propio pecho. —Y perdóname tú, Cristina. —pensaba. —Perdóname por no tener el valor de decir de una vez todo lo que me atormenta, pero en el fondo sé que eso nos haría más daño. —dijo en su mente mientras ella se apretaba más a él.

—¿En qué piensas? —cuestionó Cristina luego de unos minutos de silencio.

—En lo mucho que te amo, y en que por ti haría cualquier cosa. —le besó la frente.

—Yo también te amo, Federico, gracias por siempre pensar en mí. No me equivoqué al tomar la decisión de casarme contigo por la iglesia, eres el mejor hombre que pude escoger como compañero de vida, soy afortunada al tenerte a mi lado.

—El afortunado soy yo, mi cielo, no sé qué hice para merecer una mujer como tú. —le besuqueó el rostro con ternura, ella sonrió.

—Yo creí que no querías casarte conmigo por la iglesia, llegué a pensar que te habías arrepentido y por eso te habías ido. —hizo un puchero.

—¿Cómo pudiste pensar eso? —negó con la cabeza mientras sonreía. —Jamás renunciaría a casarme contigo, es lo que más deseo en la vida, no sabes las ganas que tengo de jurarte amor frente a todos y escucharte hacer lo mismo.

—Yo deseo lo mismo, no hay otra cosa que quiera más en este mundo, Federico. —lo besó dulcemente en los labios. —Sabes, a pesar de que ya estamos casados por lo civil, esta boda va a ser muy especial, porque ahora sí nos casaremos enamorados y dispuestos a pasar el resto de nuestras vidas juntos.

—Yo siempre supe que quería pasar el resto de mi vida contigo, Cristina.

—Yo no, pero lamento haberme tardado tanto en darme cuenta del Federico que había detrás de todo lo que mostrabas. Y ahora lo sé, quiero pasar junto a ti todos los días que me queden de vida. Te amo con todo mi corazón.

—Y yo a ti, Cristina… mi Cristina.

El beso que vino después fue inevitable, así como las caricias que pronto comenzaron a surgir entre ellos. Como siempre que discutían o tenían algún tipo de problema no podían evitar reconciliarse, y para ellos la reconciliación significaba demostrarse con sus cuerpos lo mucho que se amaban. El calor iba aumentando entre los cuerpos, Federico tomó a Cristina por la cintura y la acercó más a él para comenzar a besar la delicada piel de su cuello. Ella gemía sintiendo los labios tibios de su marido recorrer su piel y aquellas grandes manos acariciar su cintura haciéndole una invitación a entregarse a la pasión allí mismo bajo esa noche estrellada.

—Te deseo, mi cielo. —le dijo él al mismo tiempo que buscaba el dobladillo del sencillo vestido que ella llevaba puesto, para comenzar a colar sus manos dentro de este.

—Yo también te deseo, mi amor. —confesó entre jadeos.

Las caricias fueron aumentando y los besos se volvieron cada vez más fogosos y apasionados. No supieron cómo, pero luego de unos minutos terminaron a la orilla de la cascada a medio vestir, y no pasó mucho tiempo antes de que se acabaran quitando también esas prendas y se metieran juntos al agua fresca que ansiosa había estado esperando por ellos. El calor de sus cuerpos les quitó el frío que en un principio sintieron, era tanto el fuego que había entre ellos que el agua se calentó al tacto de sus pieles. Federico ayudó a su mujer a envolver las piernas alrededor de sus caderas y la sostuvo haciéndola sentir segura. Ella lo miró a los ojos y le regaló una sonrisa coqueta haciéndole saber en silencio qué es lo que quería. Él la entendió perfecto, pues era exactamente eso lo que él deseaba. Sin pensarlo dos veces, Federico llevó su protuberancia a la entrada de aquella cueva que aclamaba ser llenada y se introdujo en ella de un único empujón. Cristina dejó escapar un gritito y se aferró más a la espalda de su marido donde sus uñas marcaban ese cuerpo como suyo. Comenzaron a moverse a un ritmo lento, era Federico quien marcaba la velocidad de las acometidas y Cristina únicamente se dejaba hacer regalándole los gemidos más sensuales que él jamás había escuchado. Por un rato olvidaron el lugar en el que se encontraban y se dedicaron únicamente a amarse como si nada ni nadie pudiera separarlos. Dejó de importar el mal rato que habían pasado esa noche, así como el hecho de que estaban en plena cascada haciendo el amor, con la única luz de un farol que apenas alumbraba el lugar. En otro momento Cristina habría sentido miedo de estar tan tarde, sola en ese sitio que podía llegar a parecer un monstruo por tantos árboles y vegetación que los rodeaba, pero como se encontraba entre los brazos de su marido, sabía que todo iba a estar bien. Era irónico, pero el hombre que un día le helaba los huesos y le llenaba de miedo el alma, hoy le calentaba la sangre y la hacía sentir protegida.

La culminación de aquel acto de amor llegó después de mucho tiempo en el que pasaron amándose sin tener noción del tiempo. El orgasmo fue demasiado placentero para ambos, más porque significaba la reconciliación y el dejar atrás los problemas de esa noche. Cristina se abrazó a su marido cuando su cuerpo dejó de sacudirse luego del clímax y al oído le declaró todo lo que sentía por él.

—Te amo tanto, mi vida, me haces muy feliz, y dentro de unas horas seré la mujer más dichosa del mundo cuando te dé el sí en el altar. —le dijo hundiendo la cabeza en aquel cálido pecho que tanto amaba.

—Y yo estaré feliz de escucharte decirlo y de hacer lo mismo.

Hubo silencio durante un par de minutos, Cristina levantó su cabeza y miró a Federico a los ojos, sus cuerpos aún permanecían pegados entre sí como dos calcomanías de amor.

—Ya te lo pedí hace rato, pero por favor prométeme que ya no vas a pensar más en el pasado, que vas a olvidarte de todo lo que alguna vez nos hizo daño y nos separó, por favor.

—Te lo prometo, Cristina. —respondió él después de pensarlo un poco. —Ya nada nos va a separar, ni siquiera ese pasado que tanto dolor causó. —le besó la frente. —Si tú me perdonaste, supongo que tienes razón en que es tiempo de que yo también lo haga, ya no puedo ni quiero seguir mortificándome con cosas que ya pasaron. De ahora en adelante, lo único que tendrá importancia para mí serán mis hijos y tú, de ahí en fuera todo lo demás quedará a un lado.

—Gracias, Federico, escucharte decir eso me deja más tranquila, porque no quiero que nada empañe nuestra felicidad ahora que vamos a casarnos ante Dios.

—Nada la va a empañar, Cristina, en unas cuantas horas vamos a estar unidos por la iglesia, y será para toda la vida.

Con una sonrisa en los labios unieron sus bocas para sellar aquel momento de amor puro y verdadero, un amor que poco a poco iba acabando con un pasado tormentoso que a ambos había dañado demasiado. Y si bien ese pasado no se podía borrar y tampoco olvidar del todo, a veces había que seguir la vida dejando atrás aquello que no componía nada y que sólo traía más dolor. Federico en el fondo sabía que no todo estaba dicho, que aún había verdades que no habían sido contadas, pero esas verdades no estaban completas, él no se acordaba bien de lo ocurrido la noche en la que murió Diego, ¿para qué iba a remover un pasado que no estaba claro? Eso sólo traería más problemas y sufrimiento a la vida de todos, y no hacía falta nada de eso ahora que estaban tan cerca de alcanzar una felicidad que una vez vieron tan lejana. Era mejor así, dejar atrás todo y empezar una nueva etapa, misma que no tendría lugar para los malos recuerdos y para cualquier otra cosa que no fuera el amor.
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Cristina y Federico habían llegado a la hacienda de madrugada, doña Consuelo y las empleadas los habían recibido agradeciéndole a todos los santos que nada malo les había pasado a ninguno de los dos, a pesar de que ya era muy tarde. Se durmieron luego de pasar al cuarto de sus hijos a darles el beso de buenas noches, pero el sueño les duró poco porque a eso de las siete de la mañana Cristina despertó sin que la alarma alcanzara a sonar. Ese día se casaban por la iglesia y a todos en la casa les esperaba un día bastante movido.

—¡Federico! —gritó Cristina removiendo a su marido en la cama. —Federico, despiértate, nos tenemos que levantar.

—¿Qué pasa, Cristina, qué hora es? —preguntó dando media vuelta sobre el colchón y dejando al descubierto su desnudez.

—Son las siete, me tengo que levantar, hoy nos casamos. —dijo cayendo parada a un costado de la cama.

—Pero es muy temprano todavía, la boda no es hasta la tarde. —se frotaba los ojos intentando desperezarse un poco.

—No importa, hay mucho por hacer, tengo que arreglar a los niños, me vienen a arreglar desde temprano, no sé muy bien qué peinado me voy a hacer todavía, hay que ver que todo quede listo con la decoración en el jardín… —mientras hablaba se colocaba una bata sobre su cuerpo desnudo y caminaba de un lado a otro por la habitación, Federico la miraba divertido desde la cama donde aún el sueño lo invitaba a dormir un rato más.

—Tranquila, mi cielo, tenemos tiempo de sobra para hacer todo eso que dices, no te desesperes.

—Claro, tú lo dices porque ustedes los hombres se arreglan en dos segundos y lo único que tienen que hacer es llegar a la iglesia y decir que aceptan casarse. Mientras tanto nosotras tenemos que encargarnos de mil cosas para que todo quede perfecto. —se cruzó de brazos e hizo un pucherito que a él lo enamoró aun más.

—No digas eso, yo también me voy a encargar de ayudarte para que todo salga bien. —se paró así como estaba y sin pudor alguno fue a abrazarla. —Obviamente no puedo ayudarte a que te arregles porque de eso sí que no sé nada, pero le pediré ayuda a Candelaria y a Vicenta para que los niños se arreglen y también me encargaré de que la gente que contratamos para preparar el jardín deje todo listo para la recepción. Tú relájate y ve a ponerte hermosa, más hermosa de lo que ya eres. —la besó tiernamente en los labios.

—Gracias, mi amor, eres tan lindo conmigo, te amo, y estoy feliz porque dentro de muy poco vamos a estar casándonos. —lo abrazó.

—Yo también estoy feliz, pero no sólo por la boda, sino por la luna de miel también. —se sonrieron con coquetería. —No sabes las ganas que tengo de que nos vayamos juntos a disfrutar unos días lejos de todo, y lo mejor, tú y yo solos.

—Mmm… —gimió ella nada más de imaginarse todo lo que harían estando solos lejos de la hacienda. —Yo también estoy esperando nuestra luna de miel con ansias, pero ya falta muy poquito, esta misma noche nos vamos.

—No puedo esperar. —la hizo dar media vuelta para abrazarla desde atrás y hacerle sentir la erección que comenzaba a formarse entre sus piernas.

—Tendrás que hacerlo, mi vida, porque desde este momento y hasta que estemos casados, no podrás ponerme un dedo encima. —le dijo alejándose de él. —Vístete y ve a hacer lo que me prometiste, encárgate de que todo en el jardín vaya bien y más tarde sube a arreglarte en tu antigua habitación, porque aquí me voy a arreglar yo y el novio no puede ver a la novia antes de la boda.

—Está bien, está bien, será como usted mande. —levantó las manos en señal de inocencia luego de colocarse una bata de baño. —Me iré a bañar a mi antiguo cuarto, pero antes déjame darte un beso. —se acercó a ella y sin darle tiempo a reaccionar le robó un pico. —Dijiste que no podía ponerte un dedo encima, pero no hablaste nada de darte besos.

—No seas aprovechado, ya vete.

—De acuerdo, ya me voy, te veo en el altar, mi reina. —le guiño un ojo, dio media vuelta y salió de la habitación

Cristina se quedó allí parada con una amplia sonrisa en su rostro, estaba feliz porque por fin cada aspecto de su vida iba tomando forma y las cosas iban cayendo en su lugar. No podía creerlo, pero esa era su realidad, la próxima vez que viera al hombre que amaba, sería en el altar esperando por ella para juntos dar el sí.

>>> La hacienda era un caos, en el buen sentido de la palabra por supuesto, pero todo mundo corría de un lado a otro, las empleadas se encargaban de los niños, afuera Federico le daba ordenes específicas a los mariachis y a la gente encargada de organizar la recepción, doña Consuelo se encargaba de revisar que todo marchara bien y la novia estaba en plena sesión de maquillaje y peinado. Los nervios ya se apoderaban de todos, faltaba muy poco para la ceremonia y aún quedaba mucho por hacer.

—Mamá, que bueno que vienes ¿sabes si Federico ya subió a vestirse? —cuestionó Cristina cuando su madre ingresó a su habitación donde las estilistas la preparaban.

—Aún no, hija, está abajo hablando con los mariachis pidiéndoles que toquen en la fiesta todas las rancheras de amor que se sepan. —se rio.

—Pero se hace tarde, ya debería estar cambiándose, se supone que él llegue antes que yo a la iglesia.

—Hija, tranquila, Federico se arregla muy rápido, te aseguro que va a llegar a tiempo a la iglesia.

—Está bien, mamá, es que estoy muy nerviosa, quiero que todo salga bien.

—Es normal que estés nerviosa, eso le pasa a todas las novias. —la consoló. —Estás quedando muy hermosa, hija, pareces una reina, y eso que todavía no te pones el vestido, pero estoy segura que vas a ser la novia más bella de este pueblo.

—¿Tú crees? —sonrió emocionada.

—Por supuesto. Federico va a quedar más enamorado de ti de lo que ya está cuando te vea.

—Esa es la idea…

^^ Los invitados ya se encontraban en la iglesia, el novio había llegado y esperaba ansioso por la novia. Cristina iba en camino, su sobrino, sus hijos y su mamá iban con ella, el joven sería quien la llevaría del brazo hasta el altar y los más pequeños acompañarían a su madre y serían los encargados de llevar las arras y los anillos. Federico ya esperaba dentro del templo cuando alguien avisó que la novia había llegado, afuera ella bajaba del carruaje que la había transportado hasta allí como toda novia de pueblo. Los murmullos no se hicieron esperar cuando Cristina se bajó, como solía pasar en todas las bodas, siempre había gente que iba únicamente para ver qué buen chisme podía encontrar. Los comentarios sobre la novia vestida de blanco y llevando velo a pesar de ya estar casada legalmente y tener tres hijos no faltaron, después de todo aquel seguía siendo un pueblo muy chapado a la antigua. Pero ni a Federico ni a Cristina le importaba nada de eso, no había nada que pudiera empañar la felicidad de ese día, ni siquiera las miradas de envidia de aquellas mujeres que alguna vez llegaron a desear que un hombre como Federico Rivero las hiciera su esposa, sin saber que para él no existía otra mujer que no fuese Cristina Álvarez.

Cuando ella entró a la iglesia la marcha nupcial comenzó a sonar, Federico levantó la mirada y la vio allí tan linda como había imaginado, aunque en realidad se había quedado corto al hacerlo, pues se veía más bella de lo que su mente alcanzó a pensar. La melodía sonaba de fondo mientras Cristina caminaba del brazo de Carlos Manuel con un vestido de ensueño digno de una reina; el peinado semirecogido adornado por unas preciosa piedras, el hermoso velo que caía de su cabello, su maquillaje impecable y la preciosa sonrisa que iluminaba su rostro, la convertían en la novia más hermosa que los ojos de los allí presentes habían visto en su vida.

—Cristina… —Federico sonrió cuando la tuvo cerca, había estado admirando embobado su belleza, no podía creer que aquella diosa vestida de blanco fuese su mujer y muy pronto su esposa ante los ojos de Dios y de todos. —Te ves hermosa, mi cielo. —confesó con los ojos húmedos producto de la alegría del momento.

—Y tú muy guapo. —lo admiró con una sonrisa en los labios, él iba de traje negro con un toque ranchero, estaba elegantemente arreglado como nunca lo había visto, se veía como todo un galán de revista, pero sin perder su estilo de macho de campo que tanto le gustaba de su marido.

—Te entrego a mi tía para que la sigas haciendo muy feliz, tío Federico. —dijo el adolescente cuando entregó el brazo de su tía Cristina.

—Te aseguro que lo haré, Carlos Manuel. —respondió tomando el brazo de su mujer.

—Cuida mucho a mi hija, Federico, y nunca le falles. —comentó doña Consuelo quien cargaba a la pequeña Sofía, a su lado Federiquito y María del Carmen miraban la escena con la emoción de dos niños viendo a sus padres tan enamorados.

—Jamás, suegra, tiene mi palabra de que no haré otra cosa que no sea tratar de hacer feliz a su hija todos los días.

—Sé que lo harás.

—Hijos míos, amigos, hermanos, nos encontramos reunidos hoy aquí para celebrar la unión de Cristina y Federico que han decidido unir sus vidas para la eternidad delante de Dios nuestro Señor. —explicó el padre Ignacio cuando todos estuvieron acomodados y los novios tomaron su lugar.

La misa transcurrió como habían imaginado, las palabras del padre fueron muy lindas y apropiadas para la ocasión, el ambiente estaba lleno de amor, los futuros esposos se miraban y sonreían felices sabiendo que faltaba muy poco para darse el sí. Cuando el momento tan esperado por ambos finalmente llegó, se miraron de frente y se tomaron de las manos con una enorme sonrisa en los labios listos para repetir las palabras que el padre les decía.

—Yo, Federico, te tomo a ti, Cristina, como mi esposa. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida. —la emoción se apoderaba de él, sus ojos se cristalizaban amenazando con derramar una que otra lágrima, pues a pesar de su carácter duro, en el fondo había un hombre tierno que alguna vez soñó con tener el amor de su Cristina, un sueño que hoy se había convertido en realidad.

—Yo, Cristina, te tomo a ti, Federico, como mi esposo. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida. —ella sí permitió que algunas lágrimas bajaran por su mejilla como en cascada, estaba tan feliz que le provocaba llorar de alegría hasta que sus ojos se secaran; nunca imaginó que casarse con Federico Rivero le traería tanta dicha.

—Habiendo dicho sus votos, mi deber es preguntar… Cristina Álvarez, ¿aceptas como esposo a Federico Rivero, para amarlo y respetarlo, hasta que la muerte los separe?

—Sí, padre, acepto. —respondió sin necesidad de pensarlo.

—Y tú, Federico Rivero, ¿aceptas a Cristina Álvarez como tu esposa para amarla y respetarla, hasta que la muerte los separe?

—Sí, claro que acepto. —declaró sin dejar de mirar los ojos de su mujer.

—Los anillos, por favor. —pidió el sacerdote, Federiquito se acercó con ellos en una almohadita diseñada con ese propósito.

—Cristina, recibe este anillo como símbolo de mi amor y de mi fidelidad. —le decía él mientras deslizaba la argolla por su dedo, ella lo recibía dichosa.

—Federico, recibe este anillo como símbolo de mi amor y mi fidelidad. —con manos temblorosas producto de la emoción, le colocó el aro.

—Que el Señor bendiga estos anillos que se han dado el uno al otro como signo de su amor, respeto y fidelidad. Ustedes han declarado su consentimiento ante la Iglesia y delante de nuestro Señor para unir sus vidas, desde hoy y hasta que la muerte los separe. Yo soy testigo de las adversidades que han tenido en su relación, pero hoy estoy seguro de que el cielo bendice su unión. —los miró con una sonrisa. —Y si nadie tiene ningún impedimento para que este enlace se lleve a cabo, los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido en el cielo, que no lo separe el hombre en la tierra. Puedes besar a tu esposa, Federico.

Nuevamente la marcha nupcial sonó por todo lo alto, el ahora matrimonio por las leyes tanto de Dios como de los hombres, se acercó para unir sus labios en un amoroso beso. Cristina sonrió contra la boca de su marido escuchando el centenar de aplausos de amigos y familiares. Él tomó a su esposa de la cintura y la acercó a su cuerpo para abrazarla, no quería soltarla nunca ahora que su unión había sido bendecida. Y tal vez Federico no era el más religioso, pero le producía una especie de emoción que ni el mismo entendía, el saberse casado ante aquel altar con la mujer que amó desde el primer día que sus ojos la vieron.

—Te amo, Cristina, ahora sí puedo llamarte mi esposa.

—Yo también te amo, Federico, mi esposo y mi amor para toda la vida.

Intercambiaron un último beso antes de salir del templo tomados de la mano y recibir los aplausos y las felicitaciones de todos.

—Muchas felicidades, hija, a ti también, Federico, les deseo toda la felicidad y el amor del mundo, aunque ese último sé que ya lo tienen. —los felicitó doña Consuelo.

—Gracias, suegra.

—Muchas gracias por todo, mamá. —la abrazó.

—Mamita, papito, se veían muy lindos casándose. —les decía María del Carmen. —Quiero que sean muy muy felices.

—Gracias, princesa. —Federico la cargó en brazos para darle un beso, la niña se abrazó a él, Cristina se acercó y le dio un beso a su hija luego de darle las gracias.

—Mamá, pareces una reina de un cuento. —comentó Fede Jr. mirando a su madre como si esta fuera una diosa de otro mundo, no había duda de que era, irónicamente, el más apegado a su mamá, mientras que su hermanita lo era con su padre. —Te ves muy bonita.

—Gracias, mi chiquito, tú estás muy guapo con ese traje y ese moño de charrito como el de tu papá. —se agachó para darle un beso en su cabecita. —Y mi pequeña Sofía no se queda atrás, es la muñequita de la fiesta. —la miraba mover enérgicamente sus bracitos y sus piernas en brazos de su abuela.

Así los invitados fueron acercándose para felicitarlos y desearles que tuvieran una vida feliz y llena de amor. Aunque aquellos que los conocían sabían de sobra que ya su matrimonio tenía una base inquebrantable, de esas que ni la peor de las maldiciones puede destruir.

>>>
En algún lugar de México una mujer acababa de enterarse por chismes de pueblo que los hacendados Cristina Álvarez y Federico Rivero se casaban ese día por la iglesia. Desde la celda donde estaba encerrada maldijo a sus enemigos y juró que algún día iba a vengarse por todo el sufrimiento que según ella le habían traído. Raquela iba a pasar largos años en esa cárcel por haber intentado secuestrar a la niña de los Rivero, eso sumado a algunos otros delitos que le habían descubierto, pero eso no la detenía de jurarse a sí misma que ese no sería el final de la historia.

—Algún día se acordarán de mí, y ese día lamentarán haber nacido y haberse metido conmigo. Disfruten ahora que pueden, desgraciados, los odio, los maldigo a todos. —llena de rabia apretó los barrotes que la mantenían prisionera y que no le permitían llevar a cabo su venganza… aún.
>>>

En la hacienda El Platanal ya había ambiente de celebración, los invitados estaban en sus mesas, había meseros repartiendo las copas para el brindis que estaban por hacer y los recién casados hacían su entrada con la música que tocaban los mariachis. El matrimonio llegó hasta su mesa rodeados de fuertes aplausos, detrás de ellos un enorme pastel dejaba ver lo grande que pintaba a ser la fiesta. Después de todo, Federico lo había dicho, él quería que fuera una pachanga a lo grande y que todos se enteraran de que él y Cristina iban a pasar el resto de sus vidas juntos.

—Gracias a todos por venir, estamos felices de verlos. —agradeció Cristina mirando a gente que quería, amistades del pueblo, gente de su instituto para personas invidentes, compañeros de estudio, familia y amigos de toda la vida.

—Yo quiero proponer un brindis por esta hermosa mujer que hoy aceptó pasar el resto de su vida conmigo. —propuso Federico levantando su copa.

—Pero no sólo por mí, mi amor, yo también quiero brindar por ti y porque sé que seremos muy felices como lo hemos sido hasta ahora. —agregó Cristina.

—¡Salud por los novios! —dijo doña Consuelo alzando la copa.

—¡Salud! —se oyó al unísono.

—Salud por nuestro amor. —le dijo Cristina a su marido por lo bajo.

—Salud por nosotros, mi reina. —le respondió chocando su copa con la de ella. —Te adoro.

—Y yo a ti. —entrelazaron sus brazos sin dejar de mirarse y así bebieron de la champaña.

Luego del brindis, la pareja se fue al centro del jardín para hacer su primer baile como marido y mujer. De fondo se escuchaban las voces de los mariachis que cantaban una hermosa canción para los enamorados.

—¿Quién nos iba a decir que un día íbamos estar así bailando juntos nuestro primer baile como recién casados? —comentó ella mientras se movían abrazados en la pista.

—No lo hubiera creído si me lo decían hace años, esto era algo que deseaba, pero que antes hubiera sido imposible tener. Cuando nos casamos por lo civil todo era tan distinto entre nosotros, ni un beso nos dimos cuando el juez nos declaró marido y mujer.

—Yo también lamenté eso siempre, en aquel entonces yo no sentía lo que siento ahora, pero no sé a veces pienso que tal vez si nos hubiéramos comenzado a tratar de otra manera, quizás… —se vio interrumpida por su marido.

—Quedamos en que no nos mortificaríamos por el pasado.

—Sí, tienes razón, yo misma te pedí que no lo hicieras, perdóname, lo que pasa es que recordé que nuestra primera boda no fue lo que hubiéramos querido ninguno de los dos.

—No, pero esa no es la que cuenta, sino esta.

—Es verdad, esta fecha nunca la voy a olvidar, cada aniversario lo vamos a celebrar recordando este día. —subió sus brazos para colgarlos del cuello masculino. —Siempre supe que le hacía falta algo a nuestra relación, era esto, casarnos porque los dos deseáramos hacerlo, prometernos respeto, amor, fidelidad, y que todo eso saliera de nuestros corazones, sin que nada ni nadie nos forzara de alguna manera a hacerlo. —sus frentes estaban unidas y ambos respiraban el mismo aire. —Se siente bonito ser libre para escoger.

—Sí, mucho… —la miró a los ojos. —Gracias por escogerme a mí. —murmuró contra sus labios.

—No fui yo quien te escogió, sino mi corazón. —le regaló una sonrisa antes de depositar un suave beso sobre sus labios.

—¿Ya te dije que te ves hermosa? —le preguntó después del beso, seguían en la pista bailando, algunas parejas se habían unido a ellos para hacer lo mismo.

—Sí, me lo dijiste en la iglesia y luego en el camino de regreso a la casa me lo repetiste como cinco veces. —se reía.

—Pues lo repito otra vez, te ves preciosa, pareces una reina con ese vestido, me encantas. —la miraba con devoción. —Que suerte tengo no sólo de tener a una buena mujer a mi lado, sino también la más bella.

—Tú no te quedas atrás, mi amor, estás muy guapo de traje y moño de charro, eres todo un ranchero, pero el más hermoso de todos.

—Te confieso que me siento incómodo, tú sabes que yo soy un hombre de campo, prefiero mis pantalones de mezclilla, una camisa cualquiera y mi sombrero.

—Y así me gustas todos los días.

—¿De verdad?

—Claro, me encanta que seas así, fue precisamente de ese hombre de campo de quien me enamoré.

Entre la plática y el baile no se habían dado cuenta que sus hijos los llamaban, hasta que se acercaron a ellos y los pequeños tiraron del vestido de su madre para llamar su atención.

—¿Qué pasó, mis amores? —preguntó ella volteando a verlos.

—Queremos bailar con ustedes, abuela nos dijo que teníamos que esperar a que bailaran solos primero, pero ya bailaron una canción, ahora nos toca a nosotros. —explicó María del Carmen con entusiasmo., sus padres se rieron.

—¿Quieres bailar con papá, mi vida? —le preguntó Cristina, la niña asintió con una sonrisa. —Yo hago el sacrificio de prestártelo un ratito. Mientras tanto, yo bailo con este galancito tan lindo. —tomándole la mano a su pequeño hijo.

Federico se llevó con él a su hija y Cristina al niño, juntos se fueron al centro de la pista para seguir bailando. Los cuatro bailaron un par de canciones entre risas, hasta que se cansaron y decidieron regresar a las mesas un rato. La fiesta transcurría divertida para todos, los novios no dejaban de mirarse y regalarse alguno que otro beso que los dejaba picados. No veían la hora de irse a su luna de miel, en especial Federico que estaba ansioso por que llegara la noche. El matrimonio, Carlos Manuel, doña Consuelo y los niños se encontraban juntos en una de las mesas disfrutando de la comida y de la plática. Federico se acercó a su mujer y le susurró algo al oído que la hizo sonreír y mordisquearse el labio tentada.

—Tengo ganas de quitarte el vestido. —le confesó con voz ronca.

—Todavía no, Federico. —murmuró mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie hubiera escuchado lo que su marido acababa de decir, por fortuna todos estaban entretenidos platicando entre sí.

—Yo digo que nos vayamos temprano de la fiesta, no creo que nadie diga nada, todos van a entender que queramos estar solos.

—Nuestro vuelo no sale hasta la noche, mi amor, tenemos que esperarnos.

—No puedo… —se quejó, ella le dio un besito para calmarlo.

—Mamita, ¿se van a ir mucho tiempo a su viaje? —preguntó Fede Jr. interrumpiendo la conversación de sus padres.

—No, cariño, sólo será una semana.

—Yo no quiero que se vayan, los voy a extrañar. —dijo María del Carmen haciendo un puchero.

—No será por mucho tiempo, mi amor, además ustedes se van a quedar con su abuela y su primo que no se regresa todavía a su escuela en la ciudad.

—Pero, ¿por qué se tienen que ir tantos días? —protestó una vez más la niña.

—Porque eso hacen las parejas cuando se casan, princesa. —le explicó su padre.

—¿Y qué van a hacer allá?

La pregunta hizo reír a los adultos y los dejó mudos sin saber exactamente qué responder.

—Eh… bueno, vamos a ir a la playa, a restaurantes a comer, vamos platicar y a descansar un poco antes de volver a la casa.

—Ah. —asintió la niña no muy convencida con la respuesta de su madre. —¿Y para eso se tienen que ir tan lejos y tantos días?

La inocencia de la niña causó diversión en los presentes, por fortuna se las ingeniaron para cambiar el tema y convencerla de que se quedara tranquila cuando se fueran. La celebración siguió unas cuantas horas más, cuando la noche comenzaba a caer, y luego de haber bailado hasta cansarse, de haberse tomado infinidad de fotos, de partir el pastel y haber compartido en familia uno de los mejores días de sus vidas, llegó el momento de marcharse rumbo a su luna de miel.

—¿Ahora sí nos vamos, verdad? —cuestionó Federico con ansiedad.

—Sí, mi vida, pero tengo que subir a cambiarme primero, ni modo que vaya con este vestido tan enorme en el avión.

—Bueno…

—Y tú sube a hacer lo mismo, te dejé en tu antiguo cuarto la ropa lista para viajar.

—Está bien, será como mande mi esposa. —hizo un gesto con la mano en señal de obediencia, ella sonrió y lo besó antes de perderse por el jardín para subir a la habitación a cambiarse.

>>> Un par de horas después estaban abordando un avión rumbo al lugar que sería testigo de su luna de miel y de todo el amor que tenían planeado compartir en esa semana. Federico no lo quería admitir, pero estaba un poco nervioso ahora que se encontraba dentro del el avión, pues era la primera vez que viajaba y aunque jamás lo iba a aceptar, le daba un poco de miedo aquella experiencia.

—¿Estás bien, mi amor? —le preguntó Cristina cuando se acomodaron en sus asientos. —Te noto un poco tenso.

—No, para nada, yo estoy bien. —intentó convencerse a sí mismo.

—¿Seguro? —sonrió imaginándose lo que le podría estar pasando a su marido.

—Completamente.

—No pasa nada si estás nervioso, es normal, sé que es la primera vez que te subes a un avión. Pero no te preocupes, todo va a estar bien.

—Yo no estoy nervioso.

—¿Ah no? —sonreía. —¿Y esa cara que tienes a qué se debe? —el avión estaba por despegar y su marido estaba petrificado.

—No es nada.

—No se va a caer el avión, tranquilo, tú dame la mano. —decía riéndose, todo aquello le parecía muy divertido, un hombre como Federico con aquel miedo era algo de ver para creer.

—No te burles, Cristina, yo soy un hombre de campo, un macho, me puedo subir al caballo más bravo, pero a esto simplemente no estoy acostumbrado. —confesó.

—Yo lo sé, Federico, si me rio es por bromear contigo para que te relajes. Anda, cálmate, mi macho, que nada malo va a pasar. —hizo una mueca intentando no reírse más.

—¿Y si esto se cae?

—No se va a caer, no tienes de qué preocuparte. —lo abrazó para tranquilizarlo.

—Uno nunca sabe, puede pasar.

—No pienses en eso, mejor piensa en lo bien que nos la vamos a pasar en la luna de miel… —se acercó para susurrarle algo al oído. —Que comienza esta noche, justo cuando lleguemos al hotel, así que quédate tranquilo y piensa en eso. —le guiñó un ojo.

Federico sonrió y al pensar en lo que le esperaba esa noche se olvidó del miedo que le provocaba estar en aquel avión. Llegarían a su destino en poco tiempo, el lugar que los esperaba no sólo sería el aposento para su luna de miel, sino el inicio de su nueva vida juntos. Una vida en matrimonio donde la maldad ya no tenía cabida, y eran los corazones los que se habían escogido entre sí para compartir juntos el mundo.






Hola, chicas, sé que ha sido larga la espera, pero las que me siguen en twitter saben lo que ha pasado en mi vida en las últimas semanas. Superar la pérdida de un familiar no es fácil, y a veces la inspiración para escribir luego de algo así simplemente no llega. Agradezco el interés que aún tienen en la historia, y su paciencia, las invito a seguir leyendo si así lo desean. Vuelvo pronto con más.
Besos. ♡

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora