Capítulo Diez

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Hay quienes dicen que cuando se tiene a la muerte cerca, los segundos pasan más lentos de lo normal, la vida se mueve en cámara lenta y la noción del tiempo se distorsiona. Eso justamente sucedía mientras Cristina se dirigía a las escaleras para bajar a tomar el desayuno. Iba distraída pensando y ensimismada en su dilema; no había sido una buena noche para ella. Se la pasó horas atormentándose por lo ocurrido la tarde anterior en aquel despacho. Se daba de golpes mentalmente por haber aceptado ante Federico que estaba celosa. ¿Ahora qué iba a decirle? Ya no podía echar el tiempo hacia atrás, tampoco podría negarle lo que extrañamente sentía. Sin dejar de darle vueltas a ese asunto que tanto la martirizaba, llegó a los escalones, de los cuales tan solo logró bajar sin problemas dos o tres, no lo supo con exactitud, ya que después de haber pisado unos pocos, algo pasó que lo cambió todo. Un resbalón la hizo perder el control de su cuerpo, el suelo bajo sus pies ya no se sentía tan firme, la falta de luz en sus ojos hizo que todo fuese aún más confuso… y entonces cayó. Ninguno de sus intentos por encontrar el barandal para sostenerse tuvo éxito, la terrible caída fue inevitable. De repente todo daba vueltas, podía sentir los golpes de cada peldaño en su espalda, en su vientre, sin embargo, el dolor no era más grande que su miedo, el miedo a no saber qué pasaría con ella al final de ese descenso.

Cuando aquella serie de movimientos bruscos que sentía al caer terminaron para Cristina, ella no supo más, lo último que sintió fue un fuerte golpe en la cabeza antes de perder el conocimiento. Desde un rincón, Raquela miraba satisfecha la escena, su plan había salido tal como lo deseó. Se acercó lentamente como la serpiente venenosa que era y miró a su rival tirada en los últimos escalones. Cristina parecía muerta, sangre bajaba por su frente marcando con su recorrido la desgracia y a su vez la maldad de la otra mujer. La víbora ponzoñosa disfrutó verla así, sonrió gozando su victoria, vanagloriándose por lo que acababa de hacer.

—Juré que me ibas a pagar la humillación que me hiciste ayer y lo cumplí. Ese maldito chamaco no va a nacer, no voy a permitir que llegue al mundo nada que te una definitivamente a Federico. —se agachó para mirarla de cerca, al hacerlo notó que respiraba lento. —Y con un poco de suerte hasta te mueres tú también, Cristinita, así tu marido será sólo mío. —estiró su mano con intenciones de tocarla, pero en ese momento escuchó una voz que se acercaba, por lo que desistió y se levantó para retirarse antes de ser vista.

—¡Niña Cristina! —Candelaria la llamaba saliendo de la cocina. —Ya baja a desayunar que se te enfría la comida y después… después… —se quedó en shock al ver el terrible cuadro al pie de las escaleras. —¡Dios mío! ¡Mi niña! —después de salir del trance que le había ocasionado verla así, se acercó corriendo hasta ella. —Cristina, reacciona. Ay san Juditas Tadeo, no permitas que le pase nada malo a ella o al bebé.

Entre gritos y lloriqueos alertó a todo mundo en la casa. Doña Consuelo al escuchar el alboroto salió rápidamente de su habitación y grande fue su sorpresa al ver a su hija tirada en el suelo como si estuviera muerta. La misma reacción tuvo Vicenta y cualquier empleado que se asomara a ver qué pasaba. La gran ausente fue Raquela, pues desde una esquina miraba la escena sintiéndose poderosa, más no se acercó a ellos, pues lo que menos le interesaba era ayudar a la niña Cristina como todos la llamaban.

—Hay que llamar a una ambulancia. ¡Rápido, Vicenta! —ordenó doña Consuelo.

No tardaron en llamar a emergencias, ahora solamente quedaba esperar a que llegaran. Nadie se atrevía a moverla, además la lógica les decía que no debían hacerlo. Sin embargo, los segundos pasaban y el desespero crecía, apenas habían transcurrido un par de minutos desde que la encontraron allí tendida, pero parecían horas por la angustia tan grande que sentían. Federico no se encontraba en la hacienda, lo que aumentaba el miedo en todos, ya que por alguna extraña razón siempre le buscaban a él cuando algo ocurría, pues a pesar de todo era la cabeza de la casa e irónicamente era quien transmitía algo de seguridad ante las desgracias.

La ambulancia no demoró en llegar, aunque para los presentes se sintió como una verdadera eternidad la espera. Los paramédicos se dieron prisa en subir a Cristina a la camilla y dirigirla al vehículo; no había tiempo para perder, debían partir al hospital cuanto antes, sus signos vitales bajos así lo indicaban. Antes de que lograran cerrar las puertas de la ambulancia, donde ya la joven y su madre quien la acompañaba se encontraban, una camioneta se estacionó justo a su lado frenando de golpe.

—¿Por qué está esa ambulancia aquí? ¿Qué está pasando? —demandó saber Federico.

Desesperado al no obtener una explicación inmediata, se acercó a la parte trasera del vehículo buscando una respuesta. No tardó en llevarse una desagradable sorpresa al ver a Cristina acostada en aquella camilla casi como si la muerte se hubiese apoderado de ella.

—¿Qué le pasó a mi esposa? —preguntó a los gritos intentando subirse a la ambulancia. —¿Qué tiene mi mujer? —sin importarle la presencia de doña Consuelo allí o el hecho de que los paramédicos trataban de detenerlo, se subió a la ambulancia junto a Cristina. —Mi Cristina, ¿qué te sucedió… por qué estás así? —angustiado.

—Sufrió un accidente, se cayó por las escaleras. —explicó doña Consuelo entre lágrimas.

—No puede ser. —Federico tomó la mano de su esposa y sintió que su propio corazón se arrugaba al verla en ese estado de inconsciencia. —Cristina, tú tienes que estar bien.

—Tenemos que llevarla a la clínica, estamos perdiendo minutos valiosos. —informó uno de los técnicos de emergencias.

—Yo iré con ella. —sentenció el hombre de sombrero.

—Yo quiero acompañar a mi hija.

—Lo siento, doña Consuelo, pero yo soy su marido y el padre de este bebé. Los dos ahora están en peligro y no quiero separarme de ellos. Iré yo, nadie se puede oponer a que lo haga.

Todo se hizo tal como lo exigió Federico, él partió rumbo al hospital con Cristina, mientras que doña Consuelo se fue en una camioneta con un peón que las llevaría a ella y a Candelaria a la clínica. Vicenta se quedó porque alguien debía cuidar a María del Carmen.

Mientras todo esto pasaba afuera, dentro de la casa Raquela aprovechó para secar los escalones que ella misma había mojado rato atrás con intenciones de hacer que Cristina cayera. De esta manera ya nadie podría saber que lo sucedido fue un atentado y no un accidente como todos asumieron. Y como bien dicen por ahí… sin pruebas no hay delito.

—Suerte, Cristina. —una sonrisa perversa afloró en sus labios. —Aunque por lo que vi, de ésta no te salvas.

>>> Al llegar al hospital a Cristina se la tenían que llevar urgentemente a un área donde Federico ya no podía acompañarla, esto causó que su desespero incrementara sobremanera.

—Hasta aquí puede pasar, señor. —una enfermera intentaba detenerlo.

—Pero es mi mujer. —gritaba.

—Lo siento, pero es zona restringida.

—¡Maldita sea! —soltó varias maldiciones, unas en voz altas, otras en su mente al verse obligado a permanecer al otro lado de la puerta por la cual se habían llevado a su esposa. —No me dejes, Cristina. Tú tampoco, mi chamaquito. —se quitó el sombrero y se echó las manos a la cabeza sintiendo una terrible sensación de miedo y preocupación que jamás en su vida había sentido por nada ni por nadie.

—¡Federico! ¿Qué pasó? ¿Dónde está mi hija? —doña Consuelo y la empleada no tardaron en llegar también al lugar.

—Se la llevaron hace poco para allá adentro y no me dejaron pasar los desgraciados, tampoco me dijeron nada.

—Dios mío, esto no puede estar pasando. Mi hija ya ha tenido demasiados problemas y sufrimientos, uno más ya no lo soportaría. Si llegara a perder a su bebé no sé qué sería de ella… o peor aún, si se muere…

—¡No diga eso, doña Consuelo! ¿Qué le pasa? —interrumpió Federico con furia. —Cristina no puede morirse y tampoco va a perder a nuestro hijo, no puede ser. —desesperado.

—Todo esto es tu culpa, Federico. —le reclamó la mujer de cabellera dorada.

—¿Mi culpa? —abrió la boca con indignación. —Fue un accidente, usted misma me lo dijo, se cayó por las escaleras, yo no soy el culpable de lo que está pasando.

—Puede que directamente no, pero tú con tu presencia has causado todas las desgracias de mi hija, las hecho sufrir desde el día en que la embarazaste a la fuerza, y desde entonces todo ha sido un caos. Cristina ya ha terminado muchas veces en este hospital gracias a tu maldad, pero esta vez está punto de morir… Ruega que no lo haga, Federico, porque lo vas a pagar muy caro. —lloraba angustiada.

—Ya doñita, no se ponga así. —Candelaria la consoló. —No nos adelantemos a los acontecimientos, todavía no sabemos qué ha pasado con la niña, tengamos fe en que esa caída no le haya hecho ningún daño mayor a ella o al bebito. Venga, vamos a sentarnos a rezar mientras esperamos noticias.

Mientras que Consuelo y Candelaria y se sentaron en las sillas a rogar por el bienestar de Cristina, Federico parecía un loco maniático caminando de un lado a otro por la salita espera. Cada cinco segundos le preguntaba a la enfermera en el mostrador si había alguna novedad, a lo cual siempre recibía la misma respuesta, que no, que aún no se sabía nada. Pasó demasiado tiempo desde que llegaron hasta que por fin vieron salir al doctor Márquez del área restringida del hospital. Ya Federico no aguantaba la angustia, nunca en sus años de vida había sentido tanta ansiedad y necesidad de conocer el estado de alguien, hasta ahora.

—¿Cómo están Cristina y mi hijo? —preguntó casi gritándole.

—Cálmate, Federico, permíteme hablar. —pidió el médico.

—Por favor, doctor Márquez, dígame cómo está mi hija.

—Miren, les voy a ser muy honesto, les tengo buenas y malas noticias. —hizo una pausa viendo como los presentes permanecían a la expectativa. —La buena es que el golpe que Cristina sufrió en la cabeza no fue de gravedad, tiene una herida superficial que ya le atendimos y no tiene por qué haber mayores consecuencias en ese aspecto, pero…

—¿Qué pasa? ¡Hable ya, por favor!

—Tuvimos que operar a Cristina de emergencia porque sufrió una hemorragia interna y la placenta se vio un poco afectada. Por fortuna logramos detener el sangrado, pero perdió mucha sangre en el transcurso y hubo que hacerle una transfusión.

—Pero van a estar bien… —dijo Federico en un tono que parecía más una afirmación que una pregunta.

—Estamos haciendo todo lo posible para que así sea, el problema es que aún no es tiempo de que el bebé nazca, no es recomendable hasta el séptimo mes, y para eso todavía faltan un par de semanas. Además por la perdida de sangre, tanto Cristina como el bebé están débiles y cualquier cosa puede ocurrir.

—¿Qué me está queriendo decir, doctor? —Federico convirtió ambas manos en puños.

—¿Mi hija y mi nieto se van a morir? —cuestionó doña Consuelo hecha un manojo de nervios.

—No puedo decir eso, aún no sabemos cómo vayan a reaccionar los dos. Haremos todo lo posible para retrasar el parto un poco más con la esperanza de que la transfusión que realizamos haga que Cristina se recupere y pueda seguir manteniendo el embarazo. De lo contrario y si las cosas se complican… —lo pensó un momento antes de seguir hablando. —Federico, lamento tener que decirte esto, pero llegado el momento y si ella no reacciona como esperamos, tú te verás en la penosa situación de tener que escoger entre la vida de tu esposa y la de tu hijo.

En ese instante Federico sintió que el piso se movía bajo sus pies, las palabras del médico retumbaban en su cabeza una y otra vez. Escoger… que palabra tan fea. Como si de verdad en la vida uno pudiera elegir una sola cosa que lo hiciera feliz. ¿Dónde quedan las demás? ¿De verdad había que seleccionar una y resignarse a perder la otra?

—¡Sálvelos a los dos! —se le fue encima agarrándolo por las solapas de su bata blanca. —A mí no me importa lo que usted tenga que hacer, pero los quiero vivos a los dos. Váyase al demonio con todos sus términos médicos y mejor haga su trabajo. Quiero que mi hijo nazca y mi mujer salga caminando con él en brazos de este hospital. —demandó hecho una furia.

—Federico, suéltalo. —le pidió Consuelo bebiéndose las lagrimas, el solo hecho de pensar en que su hija podría morir la aterraba demasiado.

—Estamos haciendo todo lo humanamente posible para salvarlos a ambos. —explicó el galeno soltándose del agarre del otro hombre. —No estoy asegurando que tengamos que llegar a esos extremos, es lo que menos queremos. Pero me veo en la obligación de serles sincero, todo depende de Cristina y la evolución que tenga. Si ella no mejora y sigue perdiendo fuerzas, mantenerla embarazada representa un peligro muy grande para su salud. Por otra parte, si le hacemos una cesárea ahora para que el bebé nazca, no hay prácticamente ninguna posibilidad de que esa criatura viva, puesto que sus pulmones aún no están del todo listos para respirar fuera del cuerpo de su madre.

—No… —Federico se pasó los dedos por las sienes en un claro gesto de frustración y ansiedad. —Usted tiene que estar bromeando, esto no puede estar pasando. ¡Cristina y mi hijo no pueden estar debatiéndose entre la vida y la muerte! —gritó llamando la atención de todos en la sala de espera. —¡Haga algo, doctor! ¡Sálvelos a como dé lugar!

—Lo estoy haciendo, Federico, créeme. —se dirigió entonces a doña Consuelo y a Candelaria. —Deben rezar mucho para que todo salga bien, en este momento lo único que queda por hacer es esperar.

—Así lo haremos, doctorcito. —respondió la empleada.

—Necesito ver a Cristina. —pidió Federico.

—Pueden pasar uno a uno a la habitación, debe estar dormida todavía por la anestesia que le colocamos para operarla, pero ya no tarda en despertar. Una enfermera vendrá dentro de poco para indicarles el número del cuarto. Les estaré avisando cómo va todo, me retiro, con permiso.

No transcurrió mucho rato cuando una enfermera apareció e informó a los familiares de Cristina Álvarez el número de habitación en el que estaba. Como era de esperarse Federico exigió entrar primero, y así lo hizo a pesar de las protestas de doña Consuelo. Al entrar al cuarto y ver a Cristina dormida, con oxigeno y conectada a un suero, no pudo evitar sentirse afligido y extremadamente preocupado. Quizás era la primera vez en su vida que sentía angustia por otra persona que no fuese él mismo.

—Cristina… mi amor. —se acercó a la cama y tocó la mano de la mujer que en ese momento se veía bastante pálida. —Tú tienes que ponerte bien, yo te necesito. —haló una silla que había en un costado y la colocó cerca de allí para sentarse junto a ella sin soltarle la mano. —No sé por qué pasó esto, no lo entiendo, tú estabas tan bien ayer, y hoy estás aquí y dice el doctor que no sabe si te vas recuperar o si nuestro hijo vivirá.

Cristina se quejó al escuchar una voz que le pareció algo lejana. Se removió en la cama y volvió quejarse al sentir un agudo dolor en su vientre y una molestia general en todo su cuerpo.

—Federico… —abrió los ojos, pero no encontró ninguna diferencia. —¿Eres tú?

—Sí, estoy aquí, Cristina. —se acercó un poco más.

—¿Qué me pasó? ¿Dónde estoy?

—Estás en el hospital, te caíste por las escaleras de la casa.

—No recuerdo mucho, sé que me dirigía a las escaleras, pero ya no me acuerdo de lo que pasó después. —protestó de nuevo por el dolor. —No me siento bien, me duele el vientre. —se asustó al pensar en su hijo. —¿Cómo está mi hijo?

—Está vivo, está dentro de ti, pero…

—¿Pero qué? —angustiada.

—El doctor dice que no sabe si va a estar bien, tuvieron que operarte y los dos están débiles… tampoco nos aseguró que tú vayas a estar bien, Cristina. —le besó la mano con desespero. —Yo necesito que lo estés, quiero que te recuperes, que nuestro hijo nazca sano, que no se muera.

—No, el no se puede morir. —varias lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos. —Federico, acércate. —le pidió sintiendo como él mantenía su mano envuelta entre las suyas.

—Aquí estoy, dime. —se puso de pie y se acercó a su rostro, con una mano le acarició la mejilla tiernamente.

—Prométeme que si algo malo pasa y los doctores tuvieran que escoger entre mi vida y la de mi hijo… tú lo vas a escoger a él.

—¿Qué? No, Cristina, yo no te puedo prometer eso, no puedo, lo siento. No voy a permitir que tú me faltes, me volvería loco sin ti, no sé qué sería de mí si me dejas.

—Por favor, Federico. También es tu hijo, tú tienes que ver por él, asegurarte de que nazca... y cuidarlo si yo no estoy. —sollozó y se removió porque la espalda también le dolía bastante. —Sé que tú y yo no tenemos una buena relación, yo desconfió de ti en mucho aspectos, pero quiero y necesito creer que a tu hijo sí lo quieres. Por eso tienes que prometerme que lo vas a elegir a él, siempre a él que es tu sangre.

—Pero tú lo eres todo para mí, Cristina, mi vida sin ti no tiene ningún sentido, entiéndelo. —le besó la frente varias veces. —Tú eres lo único bueno que yo tengo, sólo a ti te he querido con todo el corazón.

—También debes querer a tu hijo. —aprovechando que él todavía le sostenía la mano hizo que llevara la suya hasta su panza para que la colocara allí donde su hijo aún vivía. —Sabes, a pesar de lo que el doctor nos dijo de que puede ser una niña, yo siento que no es así, que es un niño, un varoncito.

—¿De verdad? —sonrió comenzando a acariciar lentamente su vientre.

—Sí, las mujeres sentimos esas cosas, con María del Carmen yo siempre supe que era una niña, lo presentía, esta vez no. Por eso creo que es un niño, ese niño que tú tanto dices que deseas. —le estaba costando un poco de trabajo hablar, entre el dolor físico y su pesar emocional, no se sentía nada bien. —No puedes dejar que se muera. —puso su mano encima de la masculina. —Si te toca escoger, escógelo a él. Prométeme que lo harás, te lo suplico.

—Es que no puedo prometerte una cosa como esa, Cristina. —su voz se entrecortó de una forma muy extraña, fue entonces que ella supo que él estaba experimentando algo que tal vez era la primera vez que vivía.

—¿Estás llorando, Federico?

—No. —mintió al tiempo que algunas lágrimas inoportunas se escapaban de sus ojos. —Llorar no resuelve nada en esta vida, hay que ser fuerte, con lloriqueos no se van a solucionar las cosas.

—No tiene nada de malo llorar, a veces hace falta para purificar el alma.

—Lo que voy a hacer es llamar al médico para decirle que siga haciendo su trabajo y te ayude a estar bien. —se secó rápidamente esas gotas que atrevidamente seguían bajando por su rostro.

—Estoy segura que está haciendo todo lo que puede.

—Tiene que hacer más, tiene que salvarte a ti y a nuestro hijo.

—Pero si no puede salvarnos a los dos, yo prefiero que salve a mi hijo. —de repente un movimiento en su barriga hizo que los dos fueran conscientes de que sus manos entrelazadas aún se encontraban allí encima.

—¿Qué fue eso? —preguntó Federico sobresaltándose un poco.

—Se movió. —sonrió entre lágrimas. —Yo lo había sentido muy poco, no se movía nunca mucho, es muy tranquilito. —volviendo a sentir el movimiento.

—Ahora se está moviendo bastante. —sonrió sorprendido y a la vez fascinado sin dejar de acariciar el vientre, jamás había sentido algo así. —Es tan raro.

—Está pidiendo vivir, Federico, quiere que tú se lo permitas. Por favor, tienes que prometérmelo para yo poder estar tranquila. Dime que vas a escoger a tu hijo… a nuestro hijo.

Federico sintió que su corazón se llenaba de muchas emociones, sobre todo al darse cuenta de que ella había hablado en plural y había hecho referencia a que era hijo de ambos, algo que no recordaba que nunca hubiera dicho.

—Te lo prometo. —se acercó lentamente hasta su abdomen y depositó un suave beso allí.

—Gracias, Federico. —un pequeño grito se escapó segundos después de sus labios, pues una nueva punzada de dolor en la espalda la hizo retorcerse. —Llama a una enfermera, al doctor, a quien sea para que me den algo para el dolor, por favor.

—Sí, tranquila, lo hare. —y mientras se asomaba a la puerta para a gritos comenzar a llamar a medio personal del hospital, la vio desmayarse, posiblemente a causa del mismo malestar. —¡Cristina! Cristina, reacciona.

—¿Qué sucede? —preguntó el doctor al ingresar a la habitación.

—No sé, me dijo que se sentía mal y de repente se desmayó. ¿Qué le pasa a mi mujer? Dígame, doctor.

—No lo sé, voy a revisarla. —mirando sus vitales en la maquina. —Necesito que salgas, Federico.

—No, yo quiero estar con ella.

—Por favor, sal un momento mientras la reviso.

—Pero… Está bien. —angustiado salió de la habitación, afuera se encontró con doña Consuelo y Candelaria quienes lo interrogaron sobre el estado de Cristina.

—¿Qué está pasando con mi hija, Federico?

—No lo sé, se siente mal, se desmayó y el doctor la está revisando.

Sin dar más explicaciones, Federico salió apurado de allí. El aire del hospital estaba comenzando a asfixiarlo, aunque en realidad no era eso solamente, era su propia angustia, ese miedo atroz de que a su Cristina pudiera pasarle algo. Él no veía la vida sin ella, no encontraba su futuro sin la presencia de esa mujer. Si le llegara a pasar algo, sabía que posiblemente se moriría junto a ella.
. . .
Había salido sin rumbo en su camioneta, su primer pensamiento fue dirigirse a la cantina, nunca encontraba mejor alivio que en el alcohol. Sin embargo, algo lo hizo cambiar de parecer, no podía emborracharse estando Cristina tan mal en el hospital, ella lo necesitaba sobrio. Fue entonces que tomó otro camino, uno que jamás creyó que tomaría por su voluntad. No supo cómo, pero terminó en la parroquia del padre Ignacio; era de ver para creer, Federico en la iglesia buscando consuelo. Se sentó en la última banca, casi como si quisiera estar listo para huir en el momento que hiciera falta. Realmente no sabía qué hacer una vez sentado allí, así que sólo se quedó mirando una cruz enorme que había colgada en la pared detrás del altar.

—¿Federico? —el sacerdote que recién salía del confesionario vio al hombre de sombrero sentado en la banca y se acercó hasta él sorprendido de encontrárselo allí. —¿Qué haces aquí?

—La iglesia es para todo mundo, ¿no es así? —lo miró. —¿O es que acaso gente como yo no tiene derecho a pisarla?

—No dije eso. —se sentó junto a él. —Tú puedes venir las veces que quieras; toda oveja del rebaño tiene derecho a entrar. Me extraña un poco verte aquí sí, porque las veces que has venido ha sido con Cristina cuando la traías a sus clases de braille aquí atrás.

—Yo soy una oveja descarriada, padre.

—Hay muchas ovejas así, pero siempre hay tiempo para hacerlas tomar el camino correcto.

—Hoy también estoy aquí por Cristina. —ignorando su comentario. —Aunque en esta ocasión no es para traerla a unas clases, sino porque quiero pedir por ella. No sé realmente cómo hacerlo, pero usted que está cerca de Dios lo puede hacer… digo si es que hay un Dios.

—Lo hay, sólo tienes que creer. Pero no entiendo, ¿pedir por ella para qué? ¿Acaso le pasó algo?

Federico le explicó brevemente lo sucedido y también lo que el médico había dicho sobre su estado y el de su hijo. El cura se lamentó y prometió rezar por ella e ir a verla más tarde.

—¿Ahora entiende por qué quiero pedir por ella?

—Sí, es muy lamentable lo que sucedió, pero no hay que perder la fe, eso es lo último que se debe dejar. Cristina y tu hijo van estar bien, debemos confiar en eso, ya verás que salen de esto.

—Usted que puede hacerlo, pida por ella, hable con Dios o con cualquier santo y dígales que no se lleven a mi Cristina ni a mi hijo. Ellos son lo más parecido a una familia que he tenido en mi vida. —bajó la cabeza sintiéndose derrotado. —Si ellos se mueren me quedaría completamente solo en este mundo.

—Lo haré, créeme que no dejaré de pedirle al Señor por ellos, pero tú también puedes hacerlo. Si lo haces de corazón estoy seguro que Dios escuchará tus ruegos.

—Nunca he hecho algo así.

—No se necesita mucha práctica, sólo deja que tu corazón hable. Pide confiando en que el milagro se cumplirá.

Federico dirigió su mirada a la imagen de la cruz y en silencio pidió no quedarse sin el único intento de familia que había tenido. Pero sobre todo, pidió mucho por la vida de ese bebé que como había dicho Cristina, era su sangre, y también por ella, por esa mujer que amaba tanto y que no merecía morir tan joven y bajo esas circunstancias.

—No te la lleves, ella no se merece morir… yo sé que le prometí escoger a nuestro hijo si tuviera que hacerlo, pero no creo poder cumplir esa promesa, no si significa dejarla ir. —regresó su mirada al sacerdote. —Si Dios le permite seguir viviendo, yo prometo no hacerla llorar más y tratarla como ella se merece.

—Esa promesa te la tienes que hacer a ti mismo, Federico, porque de nada vale prometer ahora si no vas a poner realmente de tu parte para ser un mejor hombre para ella.

Él asintió en silencio.

—Ten fe, mucha fe.

>>> Más tarde en el hospital, doña Consuelo se encontraba en la habitación de Cristina acompañándola. El doctor había logrado estabilizarla después del desmayo e informó que el mismo se debió a que ella aún se encontraba débil y los dolores que estaba experimentando la hicieron perder el conocimiento. Por fortuna ya se encontraba estable, aunque su pronóstico no había cambiado demasiado. Había que esperar algunos días para ver cómo reaccionaba su cuerpo a la transfusión de sangre, de su evolución dependía todo.

—Mamá, no es necesario que te quedes aquí, yo voy a estar bien, vete a descansar. Las enfermeras están al pendiente de mí, además con el medicamento que me pusieron se me calmó un poco el dolor. Ahora lo que necesito es dormirme un rato para recuperar fuerzas.

—No hija, yo no pienso dejarte sola, aquí me voy a quedar a cuidarte. —le acomodó una almohada para que estuviera más cómoda.

—No hace falta, doña Consuelo, yo me puedo quedar con Cristina. —Federico ingresó al cuarto y se acercó a la cama donde yacía su esposa, al hacerlo se agachó y le besó la frente.

—No es necesario, yo puedo cuidar a mi hija. —respondió tajante.

—Mamá, tú necesitas descansar, yo me sentiría más tranquila si te vas a la casa, aparte quiero que estés con María del Carmen, que la cuides mucho.

—¿Prefieres quedarte con Federico? —cuestionó como si le molestara.

—Yo soy su marido, no veo qué tendría de malo que quisiera que yo me quedara con ella. —comentó Federico cruzándose de brazos.

—Que tú eres el culpable de todo esto que está pasando, ya te lo dije.

—Está equivocada, doña Consuelo, yo no tengo la culpa de este accidente.

—No discutan, por favor. —se quejo Cristina intentando reacomodarse en la cama. —Mamá vete a la casa con mi hija, así yo me sentiré un poco más tranquila si sé que estás con ella. Y tú, Federico, tampoco hace falta que te quedes, pero si deseas hacerlo yo no te lo voy a impedir.

Doña Consuelo terminó retirándose por insistencia de Cristina, mientras que Federico se quedó junto a ella. Se sentó en la misma silla donde estuvo más temprano, pero esta vez con un poco más de esperanza. No iba a admitirlo, pero ir a la iglesia y hablar con el padre le había hecho mucho bien.

—Me dijo el doctor que todo está igual, pero que en este momento estás estable y que espera que tengas una mejoría en los próximos días. ¿Cómo te sientes? —le preguntó acariciándole una mano.

—Más o menos, de repente me da dolor aunque el medicamento que me pusieron creo que me ayudó, ya no lo he sentido tan fuerte. —se tocó el abdomen abultado. —Estoy cansada, eso sí, me siento sin fuerzas. —suspiró muy lento.

—El médico dijo que era porque aún seguías débil por la caída y la pérdida de sangre.

—Yo lo único que quiero es que mi hijo esté bien.

—Lo va a estar, yo sé que sí. —puso sus manos en el vientre de Cristina y lo acarició. —Este niño es mi machito, mi campeón, no se va a morir, va a nacer sano y fuerte como su padre.

Cristina dejó escapar una media sonrisa, aunque permaneció con los ojos cerrados.

—Tengo miedo, Federico. —le dijo luego de unos segundos cuando sus manos se encontraron sobre su barriga; su semblante volvió a tornarse sombrío. —Mucho miedo de no poder mejorarme, pero no por mí, sino por él, por mi hijo.

—Yo también tengo miedo, Cristina. —recostó su cabeza en aquella panza que cargaba vida dentro de sí. —Temo por los dos, no los quiero perder. —suspiró.

—¿Tanto te importamos?

—Más de lo que tú crees, mucho más de lo que podría explicarte con palabras. —respiró hondo para no permitirse a sí mismo llorar.

Lentamente Cristina se incorporó hasta lograr sentarse un poco.

—¿Qué haces? Acuéstate, necesitas descansar. —se paró de la silla y se sentó con cuidado en el borde de la cama.

—Federico, abrázame… me siento sola y estoy aterrada pensando en que todo se puede complicar y nuestro hijo puede morir. Por favor, abrázame muy fuerte y dime que todo va a estar bien. —sin esperar respuesta se lanzó a sus brazos segura de que él se encontraba allí para recibirla en ellos.

Federico estaba tan sorprendido por su petición que apenas reaccionó cuando ella le rogó que la abrazara, sin embargo, en el momento que la sintió lanzarse a su cuerpo, despertó de su trance y la abrazó con fuerza.

—Todo va a estar bien, Cristina. —le comenzó a acariciar la espalda con suavidad mientras ella permanecía con la cabeza recostada en su hombro. —Tanto tú como nuestro hijo van a estar bien, ten fe.

—¿Fe? —le sorprendió que él hablara de fe.

—Eso dice el padre Ignacio, que debemos tener fe en que todo saldrá bien. —no la soltó.

—¿Tú fuiste a verlo?

—Te dije que nuestro hijo y tú me importaban más de lo que se podría explicar con palabras… fui a pedirle que rezara por ustedes.

—Gracias. —se acomodó mejor en sus brazos.

—No me des las gracias, si quieres agradecérmelo, hazlo poniéndote bien, luchando para recuperarte y traer a nuestro hijo al mundo lleno de mucha salud. —le besó la cabeza. —Te amo, Cristina, y te necesito mucho, quédate conmigo, por favor.

Ella asintió abriendo y cerrando sus ojos, tenía sueño, al parecer el montón de medicamentos y sueros que le habían estado administrando la ponían así.

—Sí, Federico… —cerró por completo los ojos. —Me voy a quedar aquí. —después de eso Morfeo se adueñó de ella.
.
.
El tiempo comenzó a hacer su transcurso de manera lenta; la salud de Cristina no mejoró demasiado en los primeros días, lo cual preocupó demasiado a los médicos, y qué decir de los familiares, sobre todo doña Consuelo. Federico era cosa aparte, el desespero que él tenía iba por encima de cualquier otro sentir que alguna vez haya experimentado. Se la pasó días reclamándole al doctor y exigiendo cuentas de por qué su mujer no se sentía bien. Casi no abandonó el hospital, se la pasaba día y noche allí esperando por un milagro en el que ni siquiera había puesto su fe, pues al no ser el más creyente no le resultaba tan fácil eso de simplemente esperar sin ver mejoría de inmediato. Él quería que todo pasara en un abrir y cerrar de ojos, aunque si se trataba de lo que verdaderamente deseaba, hubiera querido que ese maldito accidente jamás sucediera.

Fue luego de más de una semana que el color empezó a regresarle al cuerpo a Cristina, de nuevo volvió a tener hambre y a querer comer, lo que significaba que ya se sentía un poco mejor. Claro que eso no quería decir que estuviera del todo recuperada, ciertamente era un proceso que tomaría tiempo, puesto que no era sólo su vida la que estaba en juego. Pero sin duda ya el peligro mayor había pasado según el médico, como si de repente el hoyo negro donde estuvieron el primer día hubiera dejado de existir.

—Me tienes sorprendido, Cristina, te ves muchísimo mejor de lo que yo mismo creí que te pondrías. —le comentaba el doctor Márquez en una de sus visitas de rutina.

—Me siento mucho mejor, me duele un poco la espalda todavía y el cuerpo en general porque sí me lastimé al caer, pero ya estoy con más fuerzas y estoy comiendo bien.

—Sí, he visto que aquí el señor casi te obliga a comer. —dijo mirando a Federico con una pequeña sonrisa.

—Tiene que comer para ponerse bien. —se defendió él; Cristina no dijo nada, la verdad no podía quejarse de la atención que su marido le había estado dando en esos días.

—Bueno y además quiero decirte que en los estudios que te hicimos esta mañana vimos que estás cicatrizando muy bien de la operación y que ya no hay ningún signo de hemorragia interna ni nada de cuidado con la placenta.

—¿Eso quiere decir que mi hijo va a estar bien? —quiso saber ella con una sonrisa de oreja a oreja.

—Todo parece indicar que sí, ese muchachito tiene mucho empeño en nacer, mira que has tenido demasiados problemas con tu embarazo, pero aún así sigue ahí aferrado a ti.

—Que bueno escuchar eso, doctor. —comentó Federico.

—Por supuesto que tienes que seguir bajo observación, no te voy a dar de alta todavía porque de todos modos existe el riesgo de que el parto se pudiera adelantar, y mientras más tiempo logremos retrasarlo, mejor será. Si te mando para tu casa vas a terminar haciendo esfuerzos y no queremos que surjan nuevos problemas, así que a quedarse aquí tranquilita hasta que yo lo indique.

—De acuerdo, doctor Márquez, haré lo que usted me diga, lo único que me importa ahora es que mi hijo esté bien y que cuando llegue el momento de que nazca, esté listo para hacerlo.

—Muy bien, bueno, pues yo me retiro, vendré a verte luego, ah y comete toda la cena cuando te la traigan.

—Yo me encargaré de que lo haga doctor, gracias.

El galeno se retiró y dejó a la pareja a solas, Cristina elevó su oscura mirada y dio gracias al cielo por haber concedido el milagro de que su hijo estuviese fuera de peligro. Sonrió ampliamente sin poder evitarlo, estaba contenta y no lo iba a reprimir.

—Hacía tiempo no te veía sonreír. —dijo Federico acercándose a la cama, ella dio un pequeño respingo cayendo en cuenta que él aún se encontraba allí.

—¿Escuchaste lo que dijo el doctor Márquez? El bebé está bien, si me sigo cuidando va a nacer sano y no tan prematuro. —emocionada.

—Sí, lo escuché perfectamente, y no sabes lo feliz que me siento, no sólo de saber que nuestro hijo va a estar bien, sino de que tú también te sientas mejor. Ya puedo respirar tranquilo otra vez al saber que no voy a perderte, que sigues aquí siendo tan mía como siempre.

Se produjo un pequeño silencio, Cristina cambió la dirección de su rostro para que él dejara de mirarla, pero no consiguió mucho con eso, ya que Federico se acercó a ella y la tomó del mentón para poder observar su cara.

—Cristina, ahora que te sientes mejor, yo creo que es tiempo de hablar de eso que tenemos pendiente. —se sentó a su lado.

—No sé a qué te refieres.

—Me sorprende la capacidad que tienes para evadir los temas de los cuales no quieres hablar. —sonrió un poco. —¿O es que la caída por las escaleras te hizo olvidar lo que me dijiste aquel día en el despacho? —no obtuvo respuesta. —Cristina, admitiste que estabas celosa, eso quiere decir que…

—Eso quiere decir que estaba confundida y que sinceramente no sabía lo que decía. —interrumpiéndolo.

—No me hagas esto, no intentes huir de tus propias palabras, mucho menos de tus sentimientos.

—No hay ningunos sentimientos. —echó la cabeza hacia atrás para que él la soltara, ya que aún la sostenía por el mentón.

—¿Lo vas a seguir negando? ¿Hasta cuándo, Cristina, por cuánto tiempo vas a negar que sientes algo por mí? Quizás ni tú misma sepas lo que es, pero de que lo sientes estoy seguro, y no puedes seguir callándolo.

—Mira Federico, yo todavía no me siento bien como para estar alterándome, así que mejor dejemos este tema de una vez.

—Ahí vas de nuevo a evadir las cosas. ¿Por qué haces eso, Cristina?

—Porque no me siento lista para hablar de nada, tú mismo lo dijiste, ni yo misma sé lo que siento, y es verdad, no sé lo que me pasa. Necesito pensar y que me des tiempo, te prometo que cuando todo esto pase hablaremos de lo que sucedió aquel día sí.

—Es que no es sólo eso, han pasado otras cosas que hay que hablar tarde o temprano... por ejemplo de esos besos que alguna vez te di y tú no te negaste a recibir.

—Tampoco correspondí. —se defendió ella.

—Pero te morías por hacerlo. —se acercó a su boca casi hasta que sus labios rozaban, la vio cerrar los ojos y notó que su respiración cambió, se pegó un poco más y ambas bocas se tocaron, ella tragó con fuerza intentando no perder la compostura, entonces él se alejó dejándola un poco confundida. —Hay tantas cosas que te mueres por hacer, por aceptar que las sientes, pero prefieres seguir obligándote a ti misma a negarlas, a reprimirlas como si fueran un gran pecado.

—¿Quién te dice que no lo son?

—No sé si lo sean, pero podríamos descubrirlo juntos.

—Juntos… esa palabra no tiene lugar entre nosotros.

—A mí me parece que tiene más lugar del que tú crees. —le acarició el vientre intentando probar su punto. —Te guste o no, hay algo en esta vida que siempre nos va a unir, y es este hijo, por él es que la palabra hace sentido. Nosotros nunca vamos a poder separarnos del todo, no mientras exista este lazo que nos une irremediablemente.

—Federico, yo… —sintió que él le colocaba un dedo en los labios para acallarla.

—Mira Cristina, si tiempo es lo que necesitas, te lo daré. Una vez te dije que ya no iba a insistirte más, pero después tú aceptaste que estabas celosa, lo cual me hizo pensar que quizás me querías. Sin embargo, veo que sigues empeñada en negármelo, en negártelo a ti misma, así que se acabaron los ruegos, dejaré que pienses tranquila.

—¿Eso quiere decir que te vas a ir y me vas a dejar aquí sola hasta que me den de alta? —no fue consciente de ello, pero hizo un pequeño puchero que él sí notó.

—Eso sólo quiere decir que voy a dejar que pienses las cosas con calma, pero no voy a dejarte sola, voy a seguir contigo todo el tiempo que tú me necesites. —le besó la frente.

—Tampoco es que te necesite mucho, no te emociones.

—Puede que no, pero de todos modos me quedaré aquí por sí deseas algo, así sea para discutir, mira que a ti te encanta pelear conmigo.

—No creo que más de lo que te gusta a ti. Tú disfrutas llevándole la contraria a todo mundo y por lo que sea.

—Eso no es cierto, estás equivocada.

—¿Ya ves?

Él no pudo evitar reír un poco, y ella para romper con la monotonía y la tensión que habían vivido en todos esos días, lo acompañó soltando también una pequeña risita. Era la primera vez que compartían una risa juntos que los hiciera sentirse tan relajados, y eso que el tema que habían estado hablando no era nada ameno. No obstante, a veces en la vida hay que reírse hasta de los asuntos más difíciles, pues las cargas que se llevan con una sonrisa son menos pesadas.

^^ Esa noche en la hacienda El Platanal ya las buenas noticias habían llegado. Doña Consuelo después de ir a visitar a su hija y haber hablado con el doctor Márquez, regresó feliz a contarles a sus fieles empleadas que ya Cristina se encontraba mucho mejor. También les comentó que el médico había informado que todo marchaba bien con el bebé, y como era de esperarse las mujeres se emocionaron por su niña a quien querían como si fuese una hija.

—¿Entonces ya la niña Cristina está mejor? —preguntó una de las empleadas emocionada.

—Según me dijo el doctor sí, tanto ella como el bebé se van recuperando poco a poco, aunque todavía tiene que permanecer en el hospital un tiempo más porque la van a tener en observación.

—¿Y el bebito va a nacer bien?

—Bueno todavía hay posibilidades de que el parto se adelante, pero están intentando retrasarlo lo más posible, aunque me dice el doctor Márquez que cree que ya pronto estará listo para llegar al mundo.

—Pues sí, muchos bebés nacen antes de tiempo, pero luego crecen y son niños sanos.

—Dios y la virgencita quieran que todo salga bien con la niña Cristina.

—Ay sí, y que ya pare de tener tantos sufrimientos, ella no se lo merece.

—Por cierto, doña Consuelo, ¿se quedó el patrón con ella esta noche?

—Sí, ya ven que Federico no se le ha despegado en todo este tiempo. —dijo la señora rubia en un tono de voz seco.

—Quizás quiere cambiar y está intentando hacer las cosas bien por Cristina y el bebito.

—Yo no sé, a mí no me convence su cambio tan drástico, no confío en él, siento que algo está planeando y por eso se empeña en disque cuidar a mi hija.

—Pues sea lo que sea por lo menos se está portando amable con ella, la niña Cristina lo que menos necesita ahora son más angustias y dolores de cabeza.

—Eso sí… en este momento lo único importante es que mi hija ya está saliendo de todo esto.

—Maldita Cristina y maldito escuincle. —desde un rincón Raquela escuchaba la conversación de las mujeres. —No puedo creer que ya estén bien, lo que hice no sirvió para nada, al contrario, acercó a Federico a ustedes; últimamente no pone un pie aquí por estar en el hospital cuidándolos. —dio un manotazo en la pared. —¡Tenían que morirse los dos! Pero ya les llegará su hora, no sé cuándo, pero les llegará.

Cristina y su hijo, un punto; Raquela, cero. Primera batalla a favor de la vida y no de la muerte. La justicia a veces gana, y aunque por el momento nadie sabía que Raquela había sido la causante de lo que sucedió, ya vendría el momento de la verdad.


En el hospital ya Cristina dormía, había cenado todo lo que le trajeron por insistencia de Federico que se empeñaba en querer cuidarla, y a pesar de que ella no lo admitía, le agradaba que él la cuidara de esa manera. Federico estaba sentado en una silla junto a la cama, la miraba dormir, parecía un ángel cuando lo hacía, le gustaba admirarla, se sentía en paz al hacerlo.

—Te amo tanto Cristina, estoy tan feliz de que ya estés un poco mejor y hayas salido del peligro. —le acarició la mano. —Tú no sabes cuánto sufrí pensando que te me ibas, quizás yo no sé cómo explicártelo para que me entiendas, pero lo que siento por ti es muy fuerte y no podría vivir si no te tengo. Yo nunca he tenido una familia ni gente a mi alrededor que me quiera, y no sé si tú me quieras un poco o no, pero al menos no me siento tan solo cuando estoy contigo. Me gusta tu compañía, me encanta verte reír aunque lo hagas muy poco conmigo, amo que seas tan terca y a la vez tan dulce, aun si no me dedicas esa dulzura a mí, no me importa, porque yo de ti acepto lo que sea. Sabes, yo no sé bien ni lo que siento, tú siempre me decías que yo estaba obsesionado contigo, pero no es obsesión, es algo tan fuerte aquí en el pecho, en la mente… es amor. Perdón por no haber sabido demostrártelo. —besó con delicadeza la mano femenina. —Nadie me enseñó a querer, por eso cuando tú llegaste y te metiste en mi corazón, no supe qué hacer con todos esos sentimientos que jamás recibí y que no conocía.

Sin darse cuenta, Federico estaba abriendo su corazón como una flor que estuvo a punto de marchitarse y de repente alguien llegó y la regó con agua para hacerla revivir. Sus sentimientos afloraron dejando ver que allí adentro todavía quedaban pétalos frescos y que con un poco de cuidado y cariño podrían convertirse en algo renovado. Sin embargo, en él todavía existía el miedo a mostrar lo que sentía, prueba de ello era que nunca se atrevía a hacerlo tan abiertamente estando Cristina despierta, quizás porque el temor a ser rechazado se lo impedía. Y mientras él no rompiera con sus miedos y dejara atrás sus demonios, iba a ser muy difícil que las cosas entre ellos cambiaran.

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Un par de semanas más transcurrieron, Cristina aún se encontraba en el hospital porque el doctor había preferido tenerla ahí hasta que estuviese completamente seguro de que todo riesgo hubiera quedado atrás. Ya ella se sentía mucho mejor, estaba con fuerzas y no veía la hora de irse a su casa o de que su hijo naciera, lo que pasara primero. Tenía poco más de siete meses y estaba consciente de que por todo lo ocurrido, su hijo podría llegar a ser prematuro, el médico ya se lo había dicho. Lo único que le pedía día tras día a la Virgen era que llegado el momento el bebé naciera fuerte y sano. Federico como de costumbre estaba ahí con ella, aunque a veces se iba a la hacienda, hacía diligencias y volvía, en ese tiempo doña Consuelo, Vicenta o Candelaria se quedaban con ella para acompañarla hasta que su marido regresara. Desde aquella vez que Federico intentó que hablaran acerca de su relación y que ella se negó, no habían tocado más el tema, él había cumplido su promesa de no insistir más con lo mismo y Cristina se lo agradecía, aunque muy en el fondo sabía que no podría huir toda la vida de ese asunto. Esa tarde su mamá era la que se encontraba con ella en la clínica, Federico había salido desde temprano y dijo que volvería en la tarde, pero aún no llegaba.

—Pásame la otra almohada mamá, por favor. —le pidió removiéndose en la cama, se sentía incómoda.

—Sí, aquí tienes hija. —se la entregó y la ayudó a acomodarse. —¿Te sientes mal? —la notó con semblante de dolor.

—Me duele un poco la parte baja de espalda, y es raro porque ya me había sentido mejor.

—Puede ser por la posición, llevas en esa cama mucho tiempo.

—Y eso que todos los días me paro y camino un poco por la habitación y hasta por el pasillo, pero ya estoy cansada de estar aquí, quiero irme a la casa. Extraño mucho a María del Carmen, a la comida de Vicenta y Candelaria que es mil veces mejor que lo que me dan aquí, me hace falta mi cama... ojalá pronto me den de alta.

—Esperemos que sí, hija. —la vio removerse de nuevo. —¿Quieres que te ayude a pararte y caminamos un poquito? Así quizás se te alivia la molestia de la espalda.

—Sí mamá, la verdad es que me siento muy incómoda.

Con la ayuda de su madre, Cristina se logró parar y salió al pasillo de su mano para caminar aunque fuera unos minutos, ya no soportaba estar en aquella cama.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó doña Consuelo en el pasillo después de haber caminado un rato.

—Un poco mejor, creo que me hacía falta moverme, estar sentada o acostada todo el tiempo me mata.

—Que bueno, mi vida, pero tampoco te excedas, creo que ya por hoy caminaste lo suficiente, ven vamos de nuevo al cuarto. —la tomó del brazo.

—Sí, tienes razón, vamos, ya me cansé. —dio dos pasos, pero al tercero se detuvo porque un fuerte dolor la azotó. —¡Ay!

—¿Qué te pasa?

—El dolor, pero esta vez es diferente, es aquí abajo. —se tocó la parte baja de su enorme vientre.

—Hija, ¿no es una contracción? —vio que de nuevo se doblaba por una punzada de dolor.

—Creo que sí. —recordó el trabajo de parto que tuvo con María del Carmen. —Ay, mamá, yo creo que ya va a nacer mi hijo. —no supo si reír o llorar.

Doña Consuelo sonrió entre emocionada y nerviosa.

—Vamos a llamar al médico, cálmate, todo va a estar bien.

Luego de eso todo fue una nube de sucesos, el doctor revisó a Cristina y le dijo que efectivamente estaba entrando en trabajo de parto. No estaba del todo dilatada para dar a luz todavía, pero la prepararon para cuando se acercara el momento. A cada minuto los dolores se iban haciendo más intensos y la hora esperada se acercaba, pero a medida que pasaba el tiempo, la angustia de Cristina crecía, pues siempre existía en ella el miedo de que algo pudiera salir mal. Hasta que su hijo no naciera y no lo tuviera en brazos no iba a estar del todo tranquila. Para colmo Federico no llegaba, y aunque a Cristina le costara trabajo aceptarlo, la verdad era que lo necesitaba más que nunca.

El momento llegó, y él no estaba allí. Ya todo estaba listo en la sala de partos… médico, enfermeras, la futura mamá y un bebé a punto de nacer. Sólo hacía falta el papá.

—¿Dónde está Federico? —Cristina lloraba por los dolores típicos que aquella labor de parto próxima a realizar implicaban, y también un poco porque su marido no estaba allí.

—Hija, yo estoy aquí contigo, tranquila. —doña Consuelo le sostenía la mano.

—Pero yo necesito que Federico esté aquí, él me dijo que iba estar siempre que yo lo necesitara, me prometió que no me iba a dejar sola.

—Cristina, no podemos esperar, el bebé ya viene. —avisó el doctor.

—Federico me falló otra vez. —una lágrima bajó por su mejilla, doña Consuelo frunció el ceño desconcertada por la excesiva necesidad que tenía su hija de tener cerca a ese hombre, claro que ella no sabía todas las emociones que habían estado originándose entre esos dos.

En ese momento la puerta de aquella sala se abrió con una brusquedad que sólo podía pertenecer a un ser humano sobre la faz de la tierra. Federico Rivero había llegado.

—Cristina, estoy aquí, ya llegué. —se acercó hasta la camilla y le besó la frente desesperado.

—¿Dónde demonios estabas? ¿Por qué no venías? Tu hijo ya va a nacer. —fue en ese momento que se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a ese hombre, más de lo que ella admitiría alguna vez.

—Perdóname, es una larga historia, pero no importa, lo importante es que ya estoy aquí para apoyarte y no voy a irme más.

Doña Consuelo los vio tomados de las manos y se puso seria, no le gustaba para nada esa cercanía que ahora parecían tener. ¿Sería que Cristina estaba comenzando a sentir algo por Federico? No, eso no podía ser, su hija odiaba a ese hombre que tanto veneno había traído a su vida. Prefirió retirarse y esperar por noticias afuera, pues de repente sintió que sobraba.

—Bueno, ahora sí, Cristina, necesito que pujes, ya tu hijo está pidiendo nacer.

—Sí… —sintiendo la mano de Federico apretar la suya y su presencia darle algo de calma en medio de esa tormenta de dolores, pujó con todas sus fuerzas.

Lo hizo una, dos, tres veces, y estaba dispuesta a pujar cuanto hiciera falta para que su hijo naciera.

—Tú puedes, Cristina. —le dijo Federico al oído. —Hazlo por nuestro machito, recuerda lo que me dijiste aquel día, que tú sentías que era un varoncito, y yo estoy seguro que lo es, así que puja un poco más para que lo conozcamos.

Entre tanta cosa que había pasado desde hace unas semanas, realmente nadie se había puesto a pensar en el sexo del bebé. Y es que a pesar de que Cristina sentía que era un niño y Federico quería que lo fuera, lo último que había dicho el médico es que no era cien por ciento seguro que lo sería. Lo bueno es que ya faltaba muy poco para descubrirlo, pues sólo hacían falta un par de pujos más para que esa criatura saliera del cuerpo de su madre y llegara al mundo.

Un llanto agudo anunció que estaba afuera, lo primero que hizo Federico fue mirarlo para obtener una respuesta a la duda que aún tenía, sin embargo, no soltó la mano de Cristina en ningún momento.

—Felicidades, es un varón. —el doctor se lo mostró a su padre después de que cortaran el cordón umbilical.

—¡Eso! —el hombre de sombrero dio un grito de alegría que hizo reír un poco a todos en la sala, incluso Cristina en medio de su dolor y cansancio sonrió feliz. —¿Oíste, Cristina? Tenemos un hijo, un macho. —suspiró intentando calmar esas emociones tan nuevas para él.

—Sí, por fin nació. —sollozó de alegría. —Acérquenlo para tocarlo, por favor.

Una enfermera le entregó el niño a Federico y él se lo acercó a Cristina, ella al sentir el llanto cerca de allí estiró su mano para tocar la cabecita del bebé.

—¿Está bien mi hijo, doctor? —preguntó luego de darle un besito al niño en la frente y acariciar su carita.

—Sí, está muy bien, sus reflejos responden normal y sus pulmones ni se diga, ya escuchamos como llora. De todos modos vamos a revisarlo mejor, pero desde ahora me atrevo a decirte que no tienes de qué preocuparte, él va a estar perfectamente.

Cristina sonrió y besó la cabeza de su hijo con ternura, no podía verlo, pero sentirlo junto a ella, escuchar sus ruiditos y su llanto ahora más calmado, la hizo sentirse la mujer más dichosa del mundo. En ese momento dejó de importar para ella la forma en que ese niño fue concebido, todos los problemas que tuvo durante su embarazo, las veces que creyó que no nacería, pues lo único que le interesaba ahora era la llegada de esa criatura que vino a cambiarle la vida.

—Te amo, chiquito, te amo mucho.

Federico no pudo evitar sonreír también de puro gusto, acercó su boca primero a la cabecita de su hijo y la besó con cuidado, luego depositó un pequeño beso en los labios de Cristina. Ella no correspondió, pero tampoco se negó al contacto, de hecho una medía sonrisa afloró en su rostro.

—Tenemos que llevarnos al niño, pero muy pronto lo tendrán con ustedes.

—No, no quiero que me alejen de él. —hizo una mueca de tristeza.

—Tranquila, Cristina, sólo vamos a limpiarlo y estará en los cuneros mientras a ti te acomodamos de nuevo en tu habitación. Ya después podrás tenerlo todo el tiempo que quieras.

—Está bien. —le dio un último besito, Federico hizo lo mismo antes de que se lo llevaran.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó él acariciándole la cabeza.

—Bien, aunque un poco cansada.

—Supongo que eso es normal no.

—Lo es.

—Gracias por este regalo, Cristina. Me siento como raro… feliz, pero es una felicidad que va más allá de todo lo que he sentido en mi vida.

—Gracias a ti por no fallarme otra vez, pensé que no llegarías al nacimiento de tu propio hijo.

—Te dije que iba a estar contigo todo el tiempo que me necesitaras. —agarró su pequeña mano y la envolvió entre las suyas, luego la besó varias veces, ella no dijo nada más, pero le regaló una sonrisa tan dulce, que llenó de vida y esperanza el corazón de Federico.

^^ Casi una hora después ya Cristina se encontraba ubicada en su cuarto nuevamente. Su madre ya había pasado a verla y le contó que había visto al bebé en los cuneros, después se despidió, ya que aprovecharía para ir a la casa por una mochila con ropa y otras cosas para traérselas más tarde. Cristina se quedó acompañada de Federico, aún no le traían a su niño y la ansiedad estaba comenzando a hacerse presente en ella.

—¿Cuándo van a traer a mi hijo? —preguntó por enésima vez causando que su marido sonriera por la insistencia de ella.

—Si no lo sabes tú que ya habías sido madre, menos lo voy a saber yo que no tengo la menor idea de estas cosas.

—Es distinto, María del Carmen no nació en un hospital.

—Pues no sé, de seguro están viendo que todo esté bien con él, seguro no tardan en traerlo.

—¿Y si le pasó algo? —haciendo un mohín.

—No creo, ya el doctor hubiera venido a decirnos. Quédate tranquila mujer, no pasa nada, ya mismo lo traen. —se acercó por un costado de la cama y acarició su brazo en un intento de calmar su intranquilidad. —Yo también quiero tenerlo cerca otra vez.

—Estarás contento porque tienes a tu machito. —dijo con algo de ironía, aunque medio sonreía.

—No tienes idea de lo que siento, ese niño será mi orgullo. Voy a enseñarlo a montar apenas camine.

Cristina puso los ojos en blanco.

—Después que no le enseñes a tomar y a apostar dinero como tú…

—Para educarlo estarás tú, yo para enseñarlo a ser un hombre de verdad.

—No empieces a imponer tu machismo a una hora de vida que tiene el niño.

Federico sonrió, ella no.

—Por cierto, no podemos seguir llamándolo el bebé, el niño y todo eso. Necesita un nombre. Yo pensé que podría llamarse… —se vio bruscamente interrumpido.

—No digas que Federico, porque desde ya te digo que no se va a llamar así.

—Pero Cristina, es lo lógico cuando uno tiene un varón y es el primero, siempre se acostumbra a que se llame como el padre.

—Ay, ni que viviéramos en los tiempos bíblicos. No, no me gusta Federico.

—Piénsalo.

—No tengo nada que pensar.

No pudieron seguir en esa batalla campal por el nombre del bebé, pues precisamente una enfermera ingresó al cuarto con el niño en brazos.

—Aquí les traigo a su hijo. —se acercó a la cama y se lo entregó con cuidado a la madre.

—¿Todo está bien con él? —sonrió tocándolo.

—Sí, todo está bien, de hecho vengo en un ratito a ayudarla para que le dé su primera leche. ¿Lo va a amamantar verdad?

—Claro que sí.

—Bueno, permiso, regreso en unos minutos.

Después de que la enfermera se retirara, Federico miró a Cristina con el pequeño en brazos y sintió que el corazón se le saldría del pecho. Nunca una imagen lo había hecho sentir tan contento, como si una adrenalina muy especial lo recorriera desde la punta del pie hasta el último cabello de su cabeza. ¿Así que eso era lo que se sentía ser padre y tener una familia? Era una sensación tan abrumadora que hasta se asustó, pero fue con ese tipo miedos que a la vez dan placer, que causan alegría. Muchas preguntas pasaron por su cabeza en ese momento… ¿Lograría ser un buen papá? ¿Cristina y él tendrían un futuro juntos? ¿Qué tenía la vida destinado para ellos? Pero de todos esos cuestionamientos el que más le impacto fue el que sintió al acercarse y tocar la cabecita de su hijo. ¿Podría el amor, ese que sentía por Cristina y ahora por su hijo, acabar con todos los fantasmas de su pasado y borrar tanto veneno que aún había en su corazón?

—Federico… —Cristina lo llamó sacándolo del ensimismamiento.

—¿Sí? —se acercó un poco más a esas dos personas que eran para él su mundo entero.

—¿Puedes hacer algo por mí? —cargaba a su hijo y no paraba de tocar su carita con el afán de saber cómo era.

—Lo que quieras, Cristina.

—Es que lo estoy tocando porque así puedo conocer su carita, sus facciones, pero lógicamente no es lo mismo y me entristece no poder verlo. —una lágrima cayó por su cara. —¿Puedes describírmelo?

Él se extrañó por su petición, más que nada porque no sabía realmente cómo hacer eso que ella le pedía.

—¿Describírtelo?

—Sí, decirme cómo es, cómo es su carita, sus ojos, su boca, él en general. —más gotas de frustración bajaron por sus mejillas. —Así más o menos voy a tener una idea de cómo lo ven todos. Por favor, haz eso por mí. —lo escuchó asentir y prometerle que haría su mejor esfuerzo.

—Bueno, en general es muy pequeño, su piel es clara como la tuya o la mía. —se fijó en sus manitas. —Tiene unos deditos que parece que se van a romper en cualquier momento. Su cara es bonita, parece un muñeco de mentiras, pero no lo es, es de verdad. No he visto sus ojos, los tiene cerrados, su nariz es diminuta y su boca… —se le entrecortó la voz, estaba experimentando demasiadas emociones juntas, y eso para un hombre como él era bastante inusual; para este punto ya Cristina lloraba a mares por la emoción. —Su boca es rosada y pequeña también, al igual que sus cachetes. —sonrió. —No sé qué más decirte, es perfecto, y creo que se parece a ti, es como un ángel y eso sólo pudo haberlo sacado de ti, Cristina.

—Gracias. —cerró los ojos para intentar contener su llanto, al mismo tiempo seguía tocando la cara de su hijo, esas caricias sumadas a la descripción de Federico hicieron que ella pudiera imaginarse a la perfección el rostro de ese ser que apenas una hora antes aún vivía dentro de su cuerpo.

—Cristina… ¿sabes lo único que faltaría para que este momento fuera perfecto? —acortó la distancia entre ellos, ella no le contestó. —Que tú me dieras una oportunidad, la oportunidad de darte mi amor y recibir el tuyo.

—Federico te dije que…

—Shhh. —la acalló poniendo sus labios suavemente sobre los de ella. —Nada podría hacer este instante más inolvidable para mí que si pudiera besarte. —sus labios se rozaron.

—Por favor, no lo hagas. —abrió un momento los ojos para después volver a cerrarlos.

—Eso es lo que siempre me pides, pero hoy yo te pido a ti que por favor, me dejes hacerlo.

Cristina tragó sin encontrar saliva para hacerlo, cuando los labios de Federico se posaron completamente sobre los de ella, su cabeza giró como si hubiera caído en un espiral que no paraba de moverse. Su sentido común había abandonado su cuerpo por completo, el corazón le palpitaba a un ritmo preocupante, las manos le temblaban y todo su cuerpo se había convertido en una especie de gelatina inestable. Entre ambos cuerpos dormía su hijo, quien no sólo representaba una nueva vida, sino los cambios que con ella vendrían.

Cristina no supo por qué, pero ya no volvió a abrir los ojos, en cambio, separó sus labios permitiendo la invasión de aquella boca y sencillamente se dejó hacer. No pasó mucho rato cuando por primera vez se encontró a sí misma correspondiéndole el beso a Federico. Esta vez no estaba dormida, no se encontraba paralizada, mucho menos siendo forzada. No, no se trataba de nada de eso, simplemente respondía al contacto porque quería, porque se moría por hacerlo, y estaba harta de negárselo. Abrió un poco más la boca y dejó que Federico metiera la lengua en ella, entonces todo fue electricidad cuando ambos sinhuesos se encontraron. Cristina no sabía exactamente por qué estaba dejando que todo aquello pasara, intentó decirse a sí misma que tal vez era porque sus emociones estaban a flor de piel o porque el reciente nacimiento de su hijo la tenía confundida, pero ninguna de esas justificaciones logró salvarla del palpitar de su corazón que le gritaba cosas que ella no estaba lista para escuchar. Fuera lo que fuera, no era tiempo de pensar, raciocinio era lo que menos había entre aquellas dos bocas que únicamente buscaban comerse. Federico era uno que estaba en las nubes, jamás creyó que un momento así llegaría, su corazón latía sin control… y reverdecía como la planta que se ha secado y una tarde recibe una llovizna que le devuelve la vida. Esa llovizna era Cristina, la única que podría eliminar ese veneno que antes se cuestionó si podría borrar de su corazón. Ella era su antídoto, y sus labios serían la redención.








Agradezco todos sus comentarios chicas, me encanta saber que la historia es de su agrado. Déjenme saber qué les pareció este capítulo. ¿Qué pasará ahora, se arrepentirá Cristina? ¿El bebé cómo se llamará? Vuelvo pronto, gracias por su espera. Besos. ♥

Tu amor es venenoWhere stories live. Discover now