Capítulo Treinta y Uno

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En el hospital los doctores estaban maravillados con lo que escuchaban, Cristina había recuperado la vista, lo cual indicaba que la operación había sido todo un éxito a pesar de que ellos mismos llegaron a dudarlo. Para todos era una sorpresa maravillosa, sobre todo para Ángel Luis que estuvo a punto de perder las esperanzas durante la cirugía de poder devolverle lo prometido a esa mujer que tanto quería a pesar de ser un imposible.

—Vamos a hacerte unas pruebas rápidas, Cristina. —indicó precisamente Ángel Luis con evidente emoción en la voz. —Observa esta luz y síguela con tus ojos por favor. —le pidió mostrándole una linterna pequeña que parecía una pluma de escribir, pero que en la punta tenía una lucecita brillante.

Cristina hizo lo que Robles le pedía y siguió con sus ojos y sin ningún problema la luz que veía claramente frente a ella. Su madre y Candelaria miraban la escena con lágrimas de felicidad bajando por sus rostros. Los otros dos médicos en la habitación sonrieron satisfechos con el trabajo realizado.

—Sigue mi dedo ahora. —le indicó y esta vez movió su dedo índice de izquierda a derecha para ver si ella podía seguirlo de la misma manera que lo había hecho con la luz.

—Puedo verlo perfectamente, bueno un poco borroso todo aún, pero cada vez mejor, es como si mis ojos se estuvieran acostumbrando a ver otra vez. —decía entre risitas nerviosas y ojos cristalinos todavía sin poder creer que aquel momento fuera real.

—Y eso es precisamente lo que está pasando, tus ojos se están adaptando poco a poco al cambio y necesitan un poco de tiempo para acostumbrarse a la luz y a todo lo que van percibiendo, pero con las horas vas a ver mucho mejor, ya lo notarás. —explicó uno de los galenos.

—No me importa cuanto se tarde, lo único importante es que puedo ver, que ya no estoy atrapada en aquella oscuridad que me estaba volviendo loca.

—Tenemos que realizarte un par tomografías de la cabeza y otros estudios por rutina, vendremos por ti dentro de poco, pero por ahora te dejamos con tu mamá y Candelaria para que platiquen un poco. —comentó Robles.

—Gracias a todos. —le decía a los doctores con el corazón lleno de dicha. —Y a ti Ángel Luis, a ti te debo el estar viendo nuevamente. —dirigió su mirada al rostro del médico y amigo al que prácticamente estaba conociendo en ese momento y sonrió agradecida por tanto. —Tú fuiste quien siempre insistió para que me operara y te voy a estar eternamente agradecida por eso. Gracias de corazón. —lo miró a los ojos y sonrió con gratitud y un sincero cariño.

Ángel Luis se sintió como en las nubes, si antes estaba loco por Cristina, ahora que veía su hermosa mirada sentía que la quería aun más, y le dolía demasiado saber que ese sentimiento estaba prohibido para él, pues ella nunca le correspondería.

Los médicos se marcharon de la habitación dejando a las mujeres solas, doña Consuelo se acercó a su hija para abrazarla y llenarla de besos inmediatamente ellos salieron. Un abrazo apretado unió a madre e hija, los labios maternales de la mujer de cabellos rubios besaron repetidas veces la cabeza de su niña grande.

—No sabes el gusto que me da que puedas ver otra vez, hija, estoy tan feliz. —confesó con el rostro bañado en lágrimas, la felicidad de su hija era la suya.

—No lo puedo creer, mamá, esto parece un sueño, esperé tanto por este momento. —sollozaba con alegría. —Puedo ver, puedo ver como antes. —se reía en medio de las lágrimas, aquel instante parecía una fantasía de las que tantas veces había tenido.

—Ay mi niña, que bueno que recuperaste la vista, no sabes lo mucho que Vicenta y yo le estuvimos rezando a San Juditas Tadeo para que nos hiciera este milagro que parecía imposible. —le decía Candelaria igual de emocionada.

—Gracias Cande. —la miró detenidamente con una sonrisa en los labios, el rostro de la empleada que tanto quería era igual que como lo recordaba; y el de su madre tampoco había cambiado mucho, la miró directo a los ojos y le pidió que se acercara aun más para poder acariciar su rostro con ternura. —Extrañaba ver tu rostro, mamá, te extrañé tanto, te quiero mucho, mamita, mucho. —entre sollozos se lanzó a su brazos no sin antes regalarle una mirada de paz que doña Consuelo no había visto en los ojos de su hija en demasiado tiempo.

Pero no todo era paz y felicidad, con la emoción del momento Cristina había casi olvidado un detalle demasiado importante, su marido no estaba allí con ella como le había prometido.

—¿Dónde está Federico? ¿Por qué no está aquí? —preguntó con un tono de voz que parecía más de decepción que de enojo. —Él me prometió que estaría junto a mí cuando me quitaran las vendas y no lo hizo, me dejó sola. —vio como su madre y Candelaria se miraban en silencio.

—Hija… él piensa que tú aún sigues ciega.

—¿Por qué? —frunció el ceño.

—Lo que pasa es que Ángel Luis nos llamó ayer para decirnos que no sabían si la operación había salido como esperaban, él y otro doctor nos explicaron que no podían asegurar que recuperarías la vista y que sólo quedaba esperar a que te quitaran el vendaje.

Cristina suspiró y el simple hecho de imaginar que esa había sido una posibilidad la hizo temblar de miedo, pero gracias a Dios no fue así y ahora podía ver.

—¿Y por eso Federico se fue?

—Sí, y yo no es quiera justificarlo, pero ya sabes lo impulsivo que es, se molestó mucho, le reclamó al doctor Robles que te hubiera hecho pasar por otra decepción y luego salió de aquí como alma que lleva el diablo, ni siquiera me oyó cuando intenté llamarlo.

—Es que ese es precisamente el problema con Federico, que siempre actúa por impulso, no piensa las cosas. Yo lo necesitaba aquí conmigo, me estaba muriendo de miedo y de ansiedad por saber el resultado de la operación y él simplemente se fue y me dejó sola. —resopló sintiéndose un poco frustrada y molesta.

—Ya no te enojes tanto, mi niña, yo no es que quiera justificar al patrón tampoco, pero si se marchó fue por creer lo peor y no saber qué hacer, ahora mismo debe estar pensando que sigues ciega, pero no sabe la sorpresa que se va a llevar.

—Quiero verlo. —confesó bajando un poco la guardia, sus ojos se cristalizaron nuevamente. —¿Creen que regrese pronto?

—Si lo conozco como creo conocerlo, en este momento debe estar de camino al hospital arrepentido de la estupidez que hizo, porque sí, Federico es demasiado impulsivo, pero ha aprendido a enmendar sus errores y eso tienes que reconocerlo, hija.

—Pues ojalá tengas razón, mamá, porque lo necesito mucho y me duele que no esté aquí.

—Seguramente no tarda en llegar, y lo mejor de todo es que aunque él seguramente venga pensando que se encontrará con lo peor, en realidad se va a llevar una hermosa sorpresa.

Doña Consuelo no se equivocaba, Federico ya estaba cerca de la clínica, su corazón latía de prisa preguntándose cómo le haría para consolar a su mujer y darle fuerzas en el momento que descubriera que otra vez la operación había sido un fracaso. Sin imaginar que sería él quien estaba a punto de descubrir algo muy distinto y que sin duda les cambiaría la vida de la mejor manera posible.

Llegó poco después y entró prácticamente corriendo al edificio, en la sala de espera se encontró con Candelaria y doña Consuelo que lo miraron con expresión seria al verlo.

—Hasta que te dignas a regresar, mi hija ha estado preguntando por ti. —reclamó Consuelo con el ceño fruncido.

—Perdón por irme como lo hice ayer, pero necesitaba respirar aire fresco, sentía que me ahogaba luego de la mala noticia que nos dio el inepto ese de Robles. ¿Cómo está Cristina?

—Decepcionada de ti porque la dejaste sola.

—Le juro que esa no fue mi intención, me aterré al escuchar que no era seguro que Cristina pudiera ver nuevamente y no supe qué hacer. Pero ya estoy aquí y quiero estar a su lado cuando le quiten las vendas.

Doña Consuelo y la empleada se miraron en silencio.

—¿Qué pasa, por qué ponen esas caras?

—A Cristina ya le quitaron las vendas hace rato.

—¿Qué? —preguntó con una evidente expresión de sorpresa en su rostro.

—Sí, ya los doctores estuvieron con ella y ahora le están haciendo unos estudios, me imagino que dentro de poco la llevan de vuelta a la habitación.

—Bueno, ¿y qué pasó? —tragó un poco de saliva, su boca comenzaba a secarse, el semblante serio de su suegra y de la empleada no le permitía sacar ninguna conclusión. —¿Puede ver? —ellas no decían nada y él pensó lo peor. —¿No puede verdad? —asumió sin dejarlas responder. —Esto no puede ser, en el fondo yo tenía esperanzas de que esa maldita operación hubiera funcionado. —se pasaba las manos por la cabeza. —¡Dios mío!

—Federico… —doña Consuelo intentó hablar, pero su yerno no la dejó.

—Necesito ver a Cristina, ¿dónde está?

—Ya te dije que le están haciendo unos estudios, pero escúchame…

—No, no quiero escuchar nada. —interrumpiéndola. —Voy a preguntar si ya la llevaron a la habitación, necesito verla. —se alejó rumbo al mostrador que estaba al final del pasillo, allí le preguntó a una enfermera si ya su esposa se encontraba en el cuarto y esta le dijo que no, pero él decidió quedarse ahí hasta que la mujer vestida de blanco le informara que su Cristina ya había sido llevada nuevamente a la habitación; necesitaba verla y darle el abrazo más fuerte de sus vidas, su mujer iba a necesitarlo.

Paralelamente Candelaria y doña Consuelo platicaban cuestionándose si habían hecho bien en no decir la verdad.

—¿Usted cree que debimos decirle a don Federico que ya la niña Cristina puede ver?

—No, Candelaria, creo que lo mejor será que la propia Cristina lo haga, estoy segura que Federico va a estar feliz cuando descubra con sus propios ojos que mi hija ya puede verlo.

>>> Poco tiempo después a Federico le avisaban que ya Cristina se encontraba en la habitación, la enfermera le indicó que podía ir si lo deseaba y él no lo pensó dos veces antes de salir corriendo en dirección al cuarto.

Cristina se sentía un poco cansada, las emociones de ese día habían sido una locura total, sin embargo, estaba feliz de poder ver el mundo a su alrededor. Aunque también había algo de frustración y pesar en ella, sobre todo porque extrañaba demasiado a su marido y hasta el momento no había tenido noticias de él. Suspiró agotada por tantos sentimientos encontrados y decidió descansar con los ojos cerrados un rato, pero de vez en cuando los abría inconscientemente como para comprobar que seguían funcionando, y sí, lo hacían y cada vez mejor. No mucho tiempo pasó cuando ella escuchó el ruido de la puerta que se abría, abrió los ojos de golpe y vio como la madera se movía y un hombre vestido de negro se asomaba por el umbral. Algo le hizo cerrar los ojos rapiditamente sin alcanzar a ver detalles de aquel hombre… era él, Federico Rivero, su marido.

Ella volteó lentamente su cabeza hacia el lado opuesto y abrió los ojos para enfocarlos en la luz que entraba por la ventana, al otro extremo escuchó que él hablaba y su corazón comenzó a latir más de prisa.

—Cristina…

Pero ella no dijo nada, su cerebro todavía intentaba procesar todo lo que estaba sucediendo, y lo que estaba a punto de suceder. Iba a verlo, después de tantos años iba a mirarlo, y de una manera muy distinta a como lo hacía antes de ser ciega. Atrás había quedado el odio, el sufrimiento que alguna vez pasó gracias a él, el Federico que esperaba una palabra de ella era muy distinto al que alguna vez había odiado con todo su corazón. Él volvió a hablar y ella sintió que su pecho reventaría en ese mismo instante.

—Mi cielo, háblame por favor.

—Prometiste que estarías conmigo cuando me quitaran las vendas y no lo hiciste. —dijo con pesar en su voz, aún seguía mirando hacia la ventana y él continuaba parado al otro lado sin moverse.

—Perdóname, Cristina, sé que prometí estar contigo, pero cuando los doctores nos dijeron que no sabían si la operación había salido como esperaban no supe qué hacer y quise salir corriendo.

—Y lo hiciste y me dejaste sola a pesar de que te necesitaba más que nunca.

—Lo sé, y entiendo que estés molesta conmigo, pero discúlpame, no me odies por ser un cobarde. —dio unos pasos hacia ella que seguía prácticamente dándole la espalda, él asumió que era porque estaba enojada, pero la realidad es que Cristina tenía una lucha interna consigo misma, deseaba verlo más que a nada en el mundo, pero por alguna razón seguía retrasando el momento. —Ahora estoy aquí y quiero darte fuerzas para que no te sientas tan triste, juntos vamos a superar esta nueva decepción.

Cristina frunció el ceño, las palabras de él la confundieron por un momento, pero entonces comprendió que su marido creía que aún seguía ciega. Seguramente su madre no le había comentado nada y él se había quedado con la idea de que la operación no había funcionado.

—Federico… —lentamente volteó su cabeza en dirección a donde él esperaba pacientemente por ella, sus ojos todavía mirando hacia abajo, sus manos temblando, su boca seca; el momento había llegado.

—Dime, mi cielo. —dio otro paso hacia ella. —Estoy aquí contigo. —estiró su mano para tomar la de su mujer entre sus dedos y sintió como temblaba.

Ella no pronunció palabra, no hacía falta que lo hiciera, sus ojos estaban a punto de hablar como su voz jamás lo había hecho. Con demasiada calma fue levantando su vista, poco a poco sus ojos se enfocaron en el rostro de Federico que esperaba por ella con expresión lánguida, expresión que se transformó al momento de que ambos pares de ojos se convirtieron en una misma mirada. A Federico se le secó la boca casi instantáneamente, su corazón empezó a galopar sin mesura, algo distinto estaba sucediendo, ¿acaso ella…?

Él sacudió la cabeza creyendo ver cosas que no eran, no podía ser posible que ella lo estuviese mirando, ¿o sí? Se alejó con temor, Cristina lo siguió con la mirada, sus ojos se encontraban fijos en él redescubriendo su rostro, su cuerpo, era tal como lo recordaba, quizás hasta más guapo de lo que rememoraba en su cabeza. No podía creer que lo estuviese viendo, que él estuviera allí a unos pocos pasos de ella, su corazón brincaba de gusto y de miedo, pero de un miedo que no era hacia él, sino a hacia todo lo que se estaba suscitando tan de golpe. Tenía tantos sentimientos encontrados, quería llorar, quería reír, quería levantarse de la cama y darle un abrazo, pero no sabía qué hacer primero o por donde empezar, su cabeza era un completo caos. A los pies de la cama Federico sentía que la garganta se le secaba cada vez más, ella seguía mirándolo fijamente sin despegar sus ojos de él, eso sólo podía significar una cosa.

—¿Puedes... puedes verme? —preguntó con la voz entrecortada, todo su cuerpo se sacudía sin que él pudiera controlarlo.

—Sí, Federico, la operación funcionó. —respondió sin dejar de mirarlo.

—Cristina... yo… —se pasaba las manos por la cara sintiéndose abrumado con todo lo que estaba pasando.

—¿Por qué reaccionas así, no te da gusto que haya recuperado la vista? —le preguntó mirándolo directamente a los ojos.

—No es eso, es que no lo puedo creer. —su corazón galopaba desbocado, lo que sus ojos veían era una sorpresa que jamás se imaginó recibir. —¿No me estás mintiendo? —preguntó con la voz en un hilo.

Cristina sonrió ligeramente y no pudo evitar mirarlo con ternura cuando vio que los ojos de él comenzaban a humedecerse. Federico se frotó de inmediato los parpados con el dorso de la mano, no quería llorar, pero aquello era demasiado, la mezcla de emociones que estaba sintiendo era más fuerte que su orgullo. Finalmente dejó que varias gotas de emoción cayeran como en cascada por sus mejillas. Con voz suave Cristina le pidió que se acercara un poco más, él lo hizo sentándose junto a ella en la cama; cuando lo tuvo cerca acarició su rostro con delicadeza y enfocó sus ojos sobre los de él que se encontraban ahora muy cerca de los suyos. El tiempo se detuvo justo en ese instante, fue como si las manecillas del reloj hubieran dejado de correr para hacer el eterno el momento en el que sus ojos se encontraban por primera vez después de tantos años.

—Jamás te mentiría en algo tan importante y real como esto. —sus dedos se pasearon por los pómulos varoniles de su marido y su mirada se concentró en leer lo que los ojos de él le gritaban. —Puedo ver, Federico, la operación sirvió para que mis ojos recuperaran la luz que una vez perdieron.

—Esto es maravilloso. —confesó sin dejar de mirar esos ojos verdes tan profundos y expresivos que lo miraban con ternura. —Parece que estoy soñando, no sabes las veces que fantaseé con ver tu mirada mezclarse con la mía y que me miraras con amor como lo estás haciendo ahora. —decía sin poder creer aún que aquello fuese real.

—No podría mirarte de otra forma, porque en tus ojos veo el mismo amor, la misma ternura. —derramó un par de lágrimas producto de la emoción del momento. —Sabes, tenía un poco de miedo de que al mirarte después de tantos años vinieran a mí los malos recuerdos del pasado, pero no es así, no siento ningún tipo de rencor al verte, al contrario, te amo más, y estoy feliz de poder ver tu rostro y tu mirada tan distinta a la que recordaba, esta está tan llena de dulzura hacia mí.

—Yo también tenía miedo de que llegaras a mirarme con resentimiento, temía tanto encontrar reproche y odio en tu mirada. —con ambas manos tomó el rostro femenino y lo acercó más al suyo para poder hablar muy cerca de sus labios. —Es la primera vez que alguien mira con amor y estoy feliz. —vio que los ojos de su mujer volvían a llenarse de lágrimas. —No, no llores, mi cielo, no lo digo para hacerte sentir mal. Claro que he visto miradas de amor, nuestros hijos me miran con un amor puro, me ven como su padre y su héroe, mi suegra ha aprendido a mirarme con aprecio, hasta las empleadas me ven con respeto ahora… pero nunca había visto una mirada como la que tú me estás regalando en este momento.

—Ojalá hubiera podido regalártela antes, mi amor, fueron varios años amándote sin poder decírtelo mirándote a los ojos, años que se sintieron como siglos. —rozó sus labios con los de él sin despegar su mirada de esa tan profunda que la veía sin pestañear. —Te amo, Federico, te amo tanto.

El momento fue sublime, más de lo que se podía explicar con palabras, Federico sintió que se liberaba de una carga que por años llevaba arrastrando. Por demasiado tiempo había soñado que ella le decía que lo amaba mirándolo fijamente a los ojos sin titubeo alguno. Y finalmente ese instante había llegado, en los ojos verdes de Cristina había mucho amor, había perdón, había olvido, había esperanzas, y había vida.

—Yo también te amo, Cristina. —le respondió con el corazón a punto de explotar de felicidad.

—Sabes una cosa, yo jamás creí que podría amar tanto, sobre todo nunca pensé que llegaría a amarte de esta manera a ti. Eres el amor de mi vida, Federico.

La confesión de Cristina y su mirada tan sincera hizo que él sintiera una emoción indescriptible, un sentimiento que iba más allá del cuerpo, era mágico, real y lo llenaba de una dicha que siempre creyó no merecer.

—Tú también eres el amor de mi vida, Cristina, a nadie he amado como a ti.

—Federico… bésame. —le pidió mirándole la boca como si en ella estuvieran las respuestas a todas las preguntas del mundo.

A él no le hizo falta que ella se lo pidiera una segunda vez, sin pensarlo siquiera un solo segundo tomó posesión de los labios femeninos e inició un apasionado e intenso beso. Ella abrió la boca y permitió que la lengua de él se colara en la suya sin pudor, al sentir la exquisita humedad del sinhueso ella también dejó que su lengua se moviera sin reservas y danzara junto a la de su marido con extrema sensualidad. Se besaban con fogosidad, cada vez con más y más ardor, sus manos habían comenzado a pasearse por el cuerpo del otro y sus respiraciones estaban agitadas por el calor del momento. Un ligero golpeteo en la puerta llamó la atención de ambos luego de largos minutos de besarse como si de ello dependieran sus vidas.

—Que fastidio. —se quejó Federico obligándose a abandonar los labios de su mujer.

—Adelante. —indicó ella con una media sonrisa luego de que él se alejara de su cuerpo.

—Buenas tardes. —saludó Ángel Luis cruzando la puerta. —Buenas, Federico.

—Buenas tardes, doctor Robles. —respondió él intentando ser amable, aunque siempre se le dificultaba serlo con ese hombre, los celos no le permitían tolerarlo, incluso a pesar de que ahora él era uno de los responsables de devolverle la vista a Cristina.

—¿Cómo te sientes, Cristina? Me dijo uno de mis colegas que ya te hicieron todos los estudios y pruebas que hacían falta.

—Sí, me hicieron varios estudios, todo salió perfecto y hace un rato me trajeron de vuelta a la habitación. —se dejó abrazar por su marido que en ese momento se acercó a ella para marcar territorio como siempre hacía; había cosas que nunca cambiaban. —Me siento bastante bien, todavía me duele un poco la cabeza, en especial cerca de los ojos, pero cada vez puedo enfocar mejor la vista, así que estoy feliz.

—Me alegro, y ya verás que conforme pasen las horas y los días tus ojos se irán adaptando cada vez más al cambio y el dolor se irá por completo.

—La verdad es que no me importa soportar un poco de dolor a cambio de poder ver, anhelé esto por demasiado tiempo y ya era hora de que se convirtiera en una realidad. —miró a su marido y este tenía una expresión tranquila, pero miraba a Ángel Luis con cierto recelo. —Yo quisiera darte las gracias nuevamente por lo que hiciste por mí, Ángel Luis, gracias a tu insistencia para que me operara es que hoy puedo ver, y eso es algo que te voy a agradecer toda la vida. —vio que Federico hacía una mueca de evidente desagrado, pero agradecerle a Robles era lo correcto y no podía ser grosera con él después de lo bien que se había portado con ella como amigo y como médico.

—Doctor Robles, yo también quisiera agradecerle lo que hizo por mi mujer, usted insistió para que ella se operara e hizo su mayor esfuerzo por devolverle la vista y lo logró. También le pido disculpas por haberlo insultado cuando nos dijo que no estaba seguro de que la operación hubiera funcionado, debí medir mis palabras, pero estaba furioso en ese momento. —explicó para la sorpresa tanto del doctor como la de su mujer.

—Nada que agradecer o disculparse, entiendo lo difícil que ha sido todo esto para ustedes, pero lo bueno es que ya Cristina puede ver y todo lo demás quedó atrás. —se produjo un incómodo silencio que se extendió algunos segundos. —Bueno, yo venía decirles que Cristina no va a necesitar estar muchos días aquí, vamos a esperar los resultados de todos los análisis y a más tardar pasado mañana o hasta mañana mismo podrán irse a su casa.

—Que buena noticia, estoy ansiosa por volver a mi casa para ver a mis hijos y por fin conocer sus caritas.

—Pues muy pronto podrás hacerlo, eso sí, te vamos a dar de alta, pero por un par de semanas debes tratar de descansar, alimentarte bien y no hacer grandes esfuerzos hasta que estés completamente recuperada de la operación.

—Lo prometo, voy a estar tranquila, lo único que quiero es estar en casa y pasar tiempo con mi familia ahora que puedo verlos a todos.

—Bueno, pues yo me retiro, me alegro mucho que te sientas bien, Cristina, cualquier cosa que necesites puedes llamarme a mí o a cualquiera de mis colegas. Pasaré a verte mañana, buenas tardes. —dijo antes de salir y cerrar la puerta tras él.

—Gracias, Federico… —lo miró con una sonrisa.

—¿Por qué me das las gracias? —se sentó en el borde de la cama para poder mirarla de frente.

—Porque sé que Ángel Luis no es de tu agrado y aun así te portaste bastante amable con él y le diste las gracias.

—Tengo algo de sensatez aunque no lo creas, Cristina, y lo correcto era darle las gracias y disculparme. Aunque bueno no te niego que me costó bastante trabajo, no termino de tolerar a ese hombre porque sé que vive enamorado de ti.

—Federico. —lo miró con el ceño fruncido, él sonrió porque se sintió regañado. —Mejor no hablemos de eso sí, no es momento para discutir. —le sonrió mirándolo a los ojos y haciendo que se olvidara de todo lo demás.

—Está bien, tienes razón, no es momento para peleas o ninguna otra cosa que no sea estar felices porque ya puedes ver.

—Exactamente. —se reían juntos, los dos más relajados y felices que nunca.

—¿Por qué me miras así? —le preguntó él luego de varios minutos de silencio en los que ella había estado estudiando su rostro minuciosamente.

—Perdón, es que no puedo dejar de mirarte, eres tan guapo, no recordaba que fueras así. —le confesó con una sonrisita coqueta.

—¿Me recordabas feo acaso? —la vio reír y no pudo evitar acompañarla con una carcajada.

—Para nada, pero la verdad es que no te recordaba tan atractivo, o bueno puede ser porque quizás como antes te veía con otros ojos, pues no noté nunca lo varonil y encantador que eres. —le acariciaba los brazos al mismo tiempo que hablaban.

—¿Crees que soy encantador y varonil?

—Sí, eres un hombre muy masculino y tienes un encanto único, me atraes mucho. —confesó acercándose a su boca. —Me gustan tus labios, tus ojos, tu sonrisa, hasta tu bigote y tu chivera. —rieron.

—Yo qué te puedo decir, tú eres la mujer más chula del mundo, no existe ninguna que pueda competir con tu belleza.

—Ahora que dices eso, sabes en qué pensé… aún no me he visto en un espejo desde que me quitaron las vendas de los ojos.

—¿No? —sorprendido.

—No, este día ha estado lleno de tantas emociones que ni tiempo tuve de pensar en eso.

—Creo que en el baño vi uno pequeño colgado, ¿quieres que te lo traiga?

—Por favor.

Federico fue por el espejo y se lo entregó, ya sentado cerca de ella la observó mirarse con detenimiento en el reflejo del cristal y sonreír ante lo que sus ojos veían.

—Es tan extraño verme después de tanto tiempo sin poder hacerlo. —dijo ella sin dejar de mirarse, sus ojos estaban húmedos debido a tantas emociones juntas. —¿Crees que me veo igual que hace años?

—Sí, sigues tan bella como siempre. —le acarició la mejilla con ternura. —Te ves menos niña, más mujer, pero cada día que pasa te encuentro más atractiva y hermosa.

—Gracias, mi vida, pero tú me ves así porque me amas.

—Te veo así porque es la realidad, eres perfecta, Cristina, mírate, pareces una diosa.

—Una diosa despeinada, sin maquillaje y en una bata de hospital. —se rio.

—No importa, aun así me vuelves loco. —se acercó a su boca y sin decir más dio inicio a un beso fogoso y lleno de amor al que Cristina correspondió sin pensarlo.

El beso iba en su mejor momento, sutiles caricias iban y venían, ambas lenguas simulaban hacer el amor dentro de sus bocas. Hacía calor nuevamente, sus respiraciones eran un caos, y para mala suerte de los dos, por segunda ocasión eran interrumpidos a mitad del contacto, pero esta vez la puerta se abrió sin que ellos se dieran cuenta y doña Consuelo y Candelaria entraron llevándose una gran sorpresa.

—¡Ay madre de Dios santísimo! —Candelaria se cubría los ojos.

—¡Candelaria! ¡Mamá! —se quejó Cristina separándose bruscamente de Federico, sus mejillas rojas por la vergüenza, pues a diferencia de antes, ahora sí podía ver las caras de las otras dos mujeres ante la situación y era más fácil apenarse.

—Hija, te juro que tocamos la puerta como tres veces, pero ya entiendo por que no nos escucharon. —dijo intentando no reír para no avergonzar más a su hija. —Perdónennos por favor, debimos esperar a que nos respondieran.

—No se preocupe, suegra, no pasa nada. —decía viendo como Cristina lo fulminaba con la mirada.

—Nosotras veníamos a avisarles que ya nos vamos para la casa.

—¿Se van?

—Sí, creo que Federico y tú tienen mucho de qué hablar y creo que será bueno que compartan toda la noche. Aunque por lo visto ya arreglaron las diferencias si es que tenían alguna. —no pudo evitar reír un poco.

—Sí mamá, ya estamos muy bien, pero tienes razón, creo que será bueno platicar esta noche, además ustedes deben ir a descansar, han estado conmigo desde que me operaron y deben estar muertas del cansancio.

—Pronto te van a dar de alta, Ángel Luis nos lo dijo hace rato.

—Sí, también nos lo comentó y no sabes lo feliz que estoy por eso, no puedo esperar para ver a mis hijos, ya quiero conocer sus caritas y darles el abrazo más apretado de sus vidas.

>>> Muy pronto Cristina tendría la oportunidad de ver a sus hijos por primera vez, y sin dudas sería un momento mágico, pero por esa noche su enfoque era su marido, verlo a él hasta agotarse. Y lo cierto era que no se cansaba de mirarlo, estaba enviciada con su rostro, su sonrisa y esos ojos que la miraban como si quisieran meterse a su alma para adueñarse aun más de ella. Estaban recostados en la cama de hospital viendo una pequeña tele que había en la esquina, Cristina estaba encantada porque era algo que hace mucho tiempo no hacía, sin embargo, cada dos minutos volteaba a ver a su marido, lo hacía discretamente, pero Federico era consciente de ello y sonreía cada vez que sentía la mirada de ella sobre él.

—Perdóname si te estoy incomodando, pero hay algo que me obliga mirarte. —le dijo en una de tantas veces que lo miró y él rio por lo mismo.

—No me molesta, al contrario, me siento halagado, yo sé que soy demasiado guapo y por eso no puedes parar de verme.

—Vaya, que modesto me saliste. —se reía.

—Es broma, mi reina, entiendo perfectamente que todo esto es algo nuevo para ti y que quieres mirar las cosas a tu alrededor con detalle, y no sabes el gusto que me da que ya puedes ver y tus ojitos estén llenos de vida otra vez. —la vio sonreír antes de acercarse a darle un suave beso en los labios al cual él correspondió; a diferencia de los besos anteriores este fue corto y muy tierno, más lleno de amor que de cualquier otra cosa.

—Oye, creo que mi mamá guardó mi anillo en la mochila que trajimos con mis cosas antes de que me pasaran a quirófano, ¿lo buscas? Quiero verlo y que me lo coloques tú mismo en el dedo.

—Claro que sí, mi cielo. —luego de buscar unos segundos en la bolsa regresó con la preciosa sortija y se sentó frente a ella. —Una vez más quiero pedirte que te cases conmigo ante Dios, Cristina, me vas a hacer el hombre más feliz si me das el sí delante de todos y me juras pasar el resto de tus días junto a mí. —le dijo colocándole el anillo en el dedo.

—Claro que acepto casarme contigo, Federico, te amo y no sabes lo dichosa que me hará confesarlo delante de Dios y de todos. —miró su dedo y sonrió encantada con la joya. —Está precioso el anillo, me encanta y quiero llevarlo con orgullo en mi mano en todo momento.

—La vendedora de la tienda fue la que me ayudó a escogerlo, yo no sé mucho de esas cosas, pero le dije que quería que fuera digno de la mujer más chula de este mundo, porque eso eres la más bella de todas. —besó con dulzura los dedos de la delicada mano que aún tenía entre las suyas y después tomó posesión de su boca. —Te amo con toda el alma, mi Cristina, jamás había sentido algo tan fuerte.

—Lo sé, lo veo en tus ojos, veo al verdadero Federico que por mucho tiempo estuvo escondido detrás de la mirada de maldad que yo recordaba. Pero con los años me he dado cuenta que aquel hombre sólo era una fachada para tratar de proteger el corazón tan sensible que en el fondo tienes.

—Tú supiste ver más allá de esa fachada aun sin poder ver con tus ojos, y eso es algo que te voy a agradecer eternamente, que me dieras la oportunidad de demostrarte que había más de mí de lo que el mundo entero esperaba. —le acarició ambas mejillas con delicadeza.

—Abrázame, Federico, abrázame muy fuerte y no me sueltes nunca. —le pidió lanzándose en sus brazos como si allí se encontrara la razón de su existir, no estando muy lejos de la realidad, pues en él había encontrado un motivo muy poderoso por el cual vivir.

>>>
Dos días después Cristina se encontraba dada de alta y de camino a su casa. Federico y ella iban juntos en la camioneta ya muy cerca de la hacienda. Con una mano él manejaba y con la otra sostenía las manos temblorosas de su mujer que se moría de los nervios y de la anticipación ante lo que estaba a escasos minutos de vivir. Ese día conocería por fin los rostros de sus tres tesoros más grandes, sus hijos y la antelación la estaba matando.

—Tranquila, mi reina, has venido temblando todo el camino. —comentó Federico volteando a verla cuando ya rodeaba la esquina de El Platanal.

—Me estoy muriendo de los nervios, ya no puedo esperar para ver a mis hijos y decirles cuanto los amo mientras miro sus caritas hermosas. No puedo creer que esto sea real, que hoy por fin los vaya a ver después de tanto tiempo ansiando poder hacerlo.

—Pues ya no tendrás que esperar más, llegamos. —se estacionaba.

—¿Los niños saben que hoy venía?

—Sí, tu mamá se los dijo porque ellos no dejaban de preguntar, deben estar esperando ansiosos allá dentro. —le dio un besito tierno en los labios. —¿Estás lista?

—Creo que sí. —miró a su marido y le sonrió. —¿Vamos?

—Vamos.

Bajaron de la camioneta y se dirigieron a la puerta tomados de la mano, Cristina llevaba una enorme sonrisa en su rostro, no sólo porque estaba a punto de conocer a sus hijos, sino porque le maravillaba todo lo que sus ojos veían a su alrededor. El campo, los caballos, la casa, la naturaleza, el cielo, eran demasiadas cosas que se había perdido y había extrañado en los años que duró sumida en aquella terrible oscuridad, y ahora por fin las estaba viendo otra vez y se sentía como si hubiera vuelto a nacer. Cruzaron la puerta juntos, ella temblaba de nerviosismo y felicidad, todo al mismo tiempo, aunque lo intentara no podría controlar el palpitar desbocado de su corazón. Cuando cerraron la puerta tras sí ella se soltó del agarre de su marido y se frotó las manos ansiosa, él le sonrió a modo de apoyo y le hizo un gesto para que caminara, los niños esperaban por ellos en la sala.

—Ven. —volvió a tomarla de la mano y la incitó a que diera un par de pasos más para que viera a los dos niños más grandes sentados en el sillón y la mas chiquita en brazos de su abuela.

Cristina sonrió entre lágrimas que ya se asomaban en sus ojos al mirar hacia la sala y ver a los tres hermosos niños preciosamente arreglados esperando por ella. En cuanto los dos niños mayores divisaron a su madre dieron un grito de emoción y se levantaron felices de verla. La más pequeña no podía hacer lo mismo, pero cualquiera diría que había sentido la presencia de su mamá, pues se removió inquieta en los brazos de su abuela haciendo ruiditos sin sentido con su boca. María del Carmen y Federico Jr. corrieron hacia su madre y sin siquiera darle tiempo de reaccionar se lanzaron a ella para abrazarla.

—¡Mamá! ¡Te extrañamos!

—¡Volviste, mamita!

Los niños se abrazaban a la cintura de la mujer que les había dado la vida mientras ella intentaba salir del trance en el que estaba ahora que por fin los podía ver después de tanto anhelarlo. Cuando logró reaccionar se agachó delante de ellos y miró con atención ambos rostros, lágrimas de felicidad bajaban por sus mejillas y su corazón latía sin control dentro de su pecho.

—¿Ya puedes ver, mami? —preguntó la niña mayor.

—Sí, mi amor, ya puedo verlos, por fin puedo ver sus caritas tan hermosas, son tan bonitos. —lloraba mientras los apretaba entre sus brazos sin dejar de mirarlos.

—¿Los doctores curaron tus ojitos, mamá? —quiso saber Fede.

—Sí, mi vida, me operaron para arreglarlos y que pudiera ver, por fin puedo verlos. —le dijo llenándole de besos la cara, lo mismo hizo con María del Carmen. —No saben cuanto esperé y deseé vivir este momento, ansiaba tanto conocerlos, mirar sus caritas, sus ojitos, sus sonrisas. —sollozaba con una mezcla de emociones indescriptibles, su madre en ese momento terminó de acercarse con Sofía al hombro y la colocó en sus brazos, ahora sí tenía con ella a sus tres amores. —Sofi, que bonita y pequeñita eres, me moría por verte, mi bebita. —no podía parar de llorar, Federico se agachó junto a los cuatro y abrazó a su mujer y a sus hijos. —Los amo tanto a los tres. —dijo Cristina bañada en lágrimas. —Y a ti Federico, te adoro.

—Y yo los amo con toda mi alma. —expresó él no pudiendo evitar llorar junto a ella.

Cristina se permitió sollozar de dicha durante largos y bellos minutos que fueron de pura magia. Se sentía tan feliz de poder ver a toda la gente que amaba, conocer los rostros de sus hijos después de tanto esperar le provocaba algo que no podía explicar con palabras, por eso no quiso decir más por el momento, absolutamente todo salía sobrando, pues en ese instante eran los corazones allí presentes los que hablaban. Para ella era como estar en el cielo mismo, aquel sublime momento era el paraíso que siempre soñó. Sus hijos, su marido y su familia estaban con ella en ese edén donde ya no existían las tristezas de antes.

Un rato después estaba toda la familia reunida en la sala, los adultos con unas copas y los niños con sus vasitos de jugo, todos listos para brindar por la felicidad de ese día.

—Salud por Cristina, por que ya puede ver y sus ojos recuperaron ese brillo tan hermoso que siempre debieron tener. —brindó Federico padre.

—¡Salud! —dijeron todos al unísono.

—No puedo dejar de verlos, mis chiquitos. —comentó Cristina después de un rato de pláticas, sus hijos mayores a su lado y la más pequeña entre sus brazos. —Son tan hermosos, tienen unas caritas tan chulas los tres, parecen angelitos. —con una sonrisa en los labios. —Saben, yo siempre trataba de imaginarlos, de crear sus rostros en mi mente, pero ninguno de mis sueños o fantasías pudieron acercarse siquiera a lo que estoy viendo ahora.

—La abuela nos arregló con esta ropa muy linda para cuando llegaras, me puso este vestido de princesa para que me vieras muy bonita. —explicó María del Carmen con una sonrisa tierna en sus labios y sus ojos grandes y claros mirando fijamente a los ojos de su madre.

—Y eso pareces, una princesa hermosa, la más bella de todas.

—Y a mí mi abuela me puso esta camisa porque dice que con ella me veo muy guapo. —decía Fede.

—Sí, te ves muy guapo, eres tan galán como tu papá. —le respondió Cristina encantada con la carita de coqueto de su pequeño hijo de ojos verdes idénticos a los de su padre.

—Mi hermanita Sofi también está muy bonita.

—Es preciosa, parece una muñequita con esa boquita tan rosada y chiquita. —miraba en brazos a su niña de apenas dos meses y unos pocos días de vida. —Mis tres hijos son perfectos, los he amado a cada uno desde que estuvieron dentro de mi panza y ahora que los veo los amo más, mucho, mucho más. —se rio feliz cuando sus hijos la llenaron de besos y se lanzaron sobre ella para abrazarla y decirles que ellos también la amaban tanto como ella los quería.

Cristina estaba feliz, nunca en su vida había sentido tanta paz como aquella tarde de abril. Tanta espera y tanto dolor habían valido la pena ahora que tenía todo lo que alguna vez soñó.

^^ En la noche Cristina se encontraba en su habitación amamantando a su hija pequeña, había extrañado hacerlo durante los días que estuvo en el hospital, y ahora con gusto lo hacía y con la emoción de poder ver la carita de su niña mientras comía con ganas locas de su pecho. La conexión entre madre e hija siempre estuvo allí, pero ahora iba más allá, el contacto era divino e insuperable. Sus hijos más grandes la acompañaban y platicaban con ella mientras que Federico los miraba a los cuatro, sus cuatro amores y los únicos seres sobre la faz de la tierra que habían logrado robarse su corazón.

—Mira mamita, te hice este dibujo cuando estabas en el hospital porque sabía que cuando vinieras ibas a poder verlo. —Federico Jr. le entregó un papel con un dibujo de la familia entera muy propio de su edad.

—¡Wow! —lo miraba con una amplia sonrisa en sus labios. —Que bonito está, mi amor, eres todo un artista, nos dibujaste a todos juntos y con una gran sonrisa.

—Y tus ojos los pinté con brillo para que se vieran nuevos, porque yo sabía que te los iban a arreglar en el hospital.

—Yo te escribí una carta, mami, la guardé para que leyeras, es chiquita, pero dice como me siento. —María del Carmen se sacaba un papel doblado del bolsillo de su pijama.

—A ver, dámela la voy a leer. —en silencio leyó las palabras de su hija <<Mamita ojalá los doctores puedan curar tus ojitos para que ya no llores tanto porque están dañados, quiero que me veas bailar en el baile que voy a estar en el día de las madres en la escuela, es para todas las mamás buenas como tú, ojalá puedas leer esta carta, si no yo te la leo, te lo prometo…>>

Cristina se secó las lágrimas que repentinamente bajaron en cascada por sus mejillas, eran demasiadas emociones juntas.

—Yo te prometo que voy a ir a verte bailar en la escuela, mi amor, voy a estar en primera fila viéndote. Y Fede, mi niño, tu dibujo me encantó, lo voy a colgar en la pared para verlo todos los días. —sollozaba. —Soy tan feliz que hasta me cuesta trabajo creerlo. —miró a su marido que a los pies de la cama disimuladamente se secaba las lágrimas y le sonrió en medio del llanto.

—Pero ya no llores mamita, ríete mejor porque ya tus ojos sirven otra vez.

—Es verdad, ya no voy a llorar, de ahora en adelante sólo voy a reír, a reírme mucho con ustedes.

>>> Más tarde Cristina y Federico habían acostado a sus retoños en sus respectivas camas, incluyendo a la más chica que por fin se había quedado dormida luego de un rato del típico llanto de la edad. Él se iba a meter a bañar, ella ya lo había hecho y se encontraba en la cama con su bata de dormir ya puesta leyendo un poco de un libro que su mamá le había regalado ese día.

—¿Qué haces? —preguntó Federico regresando desde el baño con la intención de buscar algo que había dejado.

—Leyendo. —respondió ella sin despegar sus ojos de las páginas. —Me parece increíble estar leyendo un libro que no sea de Braille después de tantos años únicamente haciéndolo de esa forma. ¿Tan rápido te bañaste? —no había levantado la mirada, las letras en el papel la tenían embobada, casi la habían transportado a otra dimensión.

—No, vine a buscar mi pijama que la dejé.

En ese momento Cristina decidió soltar el libro un instante para mirar a su marido, al hacerlo notó que él únicamente vestía una toalla que apenas le cubría lo esencial. Su pecho desnudo y lleno de vellos llamó su atención, así como sus brazos fuertes y sus piernas duras como roca. Se veía tan varonil y tan guapo que su boca se secó casi al instante, ese sí era un bello paisaje al que quería transportarse para siempre. Se arrastró por la cama en rodillas hasta llegar al borde donde él estaba parado justo en frente, cuando estuvo delante de él acarició sus brazos firmes y le sonrió con evidente coquetería.

—Que guapo te ves. —lo escaneó de arriba hacia abajo mientras se mordisqueaba el labio un poco nerviosa, era la primera vez que veía a su marido casi desnudo, y no había otra cosa que deseara más que arrancarle aquella toalla que llevaba en la cintura.

—Gracias por el piropo. —sonrió contra los labios femeninos que ya se acercaban para iniciar un anhelado beso.

—Te deseo, Federico. —confesó ella después de varios minutos de besarlo con ardor, ambos pares de labios hinchados y rojos por el contacto.

—Yo también, Cristina, y aunque me muero por hacerte el amor ahora mismo, no debemos, acabas de salir del hospital, los doctores te dijeron que lo principal era descansar.

—Pero yo no quiero esperar, necesito sentir tu piel, tus labios… —acariciaba su pecho con dedos cálidos mientras su boca besaba la comisura de aquellos labios que siempre la volvían loca, más ahora que podía verlos —Quiero ver cada gesto que pones cuando me haces el amor y explorar cada centímetro de tu cuerpo. —sus manos traviesas y llenas de curiosidad bajaban hasta la tela blanca que cubría su cintura y más abajo de ella, a Federico ya le estaba costando demasiado trabajo mantenerse firme en su postura de esperar.

—Cristina, por favor no me hagas esto, me voy a volver loco. —le pidió mientras ella jugueteaba con la toalla con claras intenciones de quitarla en cualquier momento de un tirón, sus frentes estaban unidas la una con la otra y sus respiraciones se mezclaban.

—Quiero verte, verte completo. —le dijo tirando de la tela para que esta cayera a sus pies.

Federico tembló ante la mirada de su mujer, específicamente hacia aquella que le dedicó a su entrepierna que ya había comenzado a despertar. Ella permaneció de rodillas en la cama y lo miró nuevamente de arriba a abajo, en esta ocasión sin que nada impidiese que disfrutara por completo de aquella maravillosa vista. La habitación se llenó de silencio, de un silencio casi mortal y lleno de sensualidad y tensión sexual. Cristina se mordisqueó los labios una vez más y haló a su marido por los brazos para que volviera a acercarse a ella.

—Quiero sentirte, tocarte, marcar tu piel con mis manos… —sus dedos se paseaban juguetones por su pelvis y amenazaban con bajar cada vez más.

—Por favor Cristina, contrólate. —le pidió a ella cuando en realidad quería pedírselo a sí mismo.

—Mírame. —le ordenó, él lo hizo sin protestas y sus ojos se unieron en una sola mirada, las manos de ella siguieron bajando y una de ellas atrevida tocó la zona sensible de él. —¿Te gusta? —le preguntó agarrándolo entre sus dedos y sintiendo su dureza, a su vez sus mejillas rojas, pues a pesar de su osadía y sus ganas de amar a su marido aún se sentía algo apenada, pues las circunstancias eran nuevas para ella y era inevitable que todo su ser temblara de nerviosismo.

—Claro que me gusta, pero… pero creo debemos esperar, así me esté muriendo de deseos de hacerte mía. —hablaba con la voz entrecortada, todo su cuerpo sacudiéndose de excitación.

—Ya te dije que yo no quiero esperar, me siento muy bien, mejor que nunca. —le mordisqueó el labio inferior con sensualidad. —Quiero que me hagas el amor, Federico, lo necesito tanto.

La petición de su mujer había puesto a Federico en una encrucijada; era una de dos, ser sensato y obedecer las indicaciones médicas, o dejarse llevar por la fuerte corriente que ejercía Cristina sobre él peor que la de un mar picado en plena tormenta.




Gracias por sus comentarios chicas, este capítulo fue más corto que el anterior, pero pronto vuelvo por más. ¿Creen que Federico se pueda controlar o caerá rendido ante su deseo por Cristina?

Agradecida con ustedes por seguir la historia capítulo tras capítulo. Nos leemos pronto. Besos. ♡

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora