Capítulo Catorce

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No habían pasado ni dos minutos cuando Cristina y Federico ya estaban cambiados e iban rumbo al hospital con su hijo. El niño no dejaba de llorar, lo hacía con desesperación, lo que fuese que le estuviera pasando le debía estar doliendo y molestando mucho.

—Dios mío, ¿por qué llora así, qué le pasa? —se cuestionaba Cristina en el asiento del copiloto, entre ellos Federiquito iba acostado en el portabebés tipo canasta donde lo cargaban cuando lo sacaban de la casa.

—No lo sé, Cristina. —respondió Federico manejando desesperado, estaba nervioso porque nunca había escuchado a su hijo llorar así y realmente no tenía la menor idea de qué le podría estar pasando, no era precisamente muy experto en niños. —Quizás está enfermo, pero no sé por qué llora de esa manera.

—No quiero que le pase nada malo. —varias lágrimas se iban a acumulando en los ojos de ella.

—No le va a pasar nada, quédate tranquila. —llevó una mano a las de su esposa y las acarició con ternura a modo de consuelo. —Todo va a estar bien, ya casi llegamos al hospital.

Cristina entrelazó sus dedos con los de su marido y agradeció en silencio el apoyo, sin embargo, no logró tranquilizarse porque su hijo seguía llorando a todo pulmón. Por fortuna llegaron pronto al hospital, se bajaron apurados con el niño en brazos y al entrar pidieron atención. De hecho, Federico demandó que apareciera el doctor de inmediato, no le importó gritar y alterar el silencio de aquel lugar.

—Yo lo atenderé. —dijo el hombre vestido con bata blanca al escuchar a Federico exigirle a la enfermera en el mostrador que llamara a un médico.

—¿Tú qué demonios haces aquí? —preguntó Federico furioso al ver a Ángel Luis.

—Estoy de guardia esta noche, el médico de turno no pudo venir y me pidieron suplirlo.

—¿Y no que tú eres doctor de… no sé qué cosa?

—Sí, estoy haciendo una especialidad en neuroftalmología, pero también soy médico generalista y puedo atender todo tipo de casos.

—Pues eso a mí no me importa, a mi hijo no lo vas a atender tú, llama a otro médico. —exigió.

—Federico, por favor, no importa quien lo atienda, lo importante es que lo hagan y que nuestro hijo esté bien. —decía Cristina hecha un manojo de nervios con el niño en brazos, este todavía lloraba y se removía inquieto indicando que algo andaba mal. —Ángel Luis, haz algo, te lo suplico, no sé qué le pasa.

—Tranquila, Cristina, lo voy a revisar. —le dio la orden a la enfermera para que lo tomara de los brazos de su madre y así poder llevarlo al área de exploración. —En unos minutos estoy con ustedes, esperen aquí.

—¿Pero qué se cree este idiota? —dijo al ver que el doctor y la enfermera se alejaban con el bebé. —Se llevó a nuestro hijo, Cristina.

—Cálmate, Federico… Ángel Luis lo va a atender, por eso se lo llevó.

—¿Y es que no había otro doctor en este hospital?

—Pues no, él mismo lo dijo, el médico de turno no vino y le tocó hacer guardia esta noche. Además, eso es lo de menos, lo importante es que revisen a nuestro hijo y nos digan qué es lo que tiene. No es momento para tus celos, Federico, deberías estar más preocupado por el niño que por la presencia de Ángel Luis.

—Tienes razón, perdóname, Cristina, es que no soporto a ese tipo, pero es cierto que no es el momento, discúlpame. Ven, tranquilízate. —la acercó a él para abrazarla y secar las lágrimas que rodaban por sus mejillas. —No llores, todo va a estar bien.

—Tengo miedo. —se abrazó a su pecho sintiendo el calor de sus brazos transmitirle la seguridad que en ese momento le hacía falta. —Mucho miedo de que nuestro hijo tenga algo malo y... —tembló producto del terror que le producía el solo hecho de pensar que su bebé pudiera tener algo grave.

—No, ni lo digas, eso no va a pasar, de seguro no es nada serio, esperemos a ver qué nos dicen. —la apretó contra su cuerpo y besó su cabeza para tranquilizarla. —No te angusties, por favor.

No habían transcurrido demasiados minutos desde que Ángel Luis se llevó a Federiquito para revisarlo, sin embargo, para dos padres preocupados, unos cuantos minutos parecían horas eternas.

—¿Por qué no viene Ángel Luis a decirnos nada? —Cristina caminaba de un lado a otro en un pequeño tramo de la sala de espera.

—No lo sé, pero yo ya me estoy desesperando; si el doctorcito ese no aparece pronto, voy a ser yo quien entre para averiguar qué está pasando.

En ese preciso instante apareció Robles quien inmediatamente fue interceptado por Federico; segundos después Cristina también lo bombardeaba con preguntas.

—¿Cómo está mi niño? ¿Qué te tiene? ¿Va a estar bien? —angustiada.

—¡Habla ya! —exigió el hombre de sombrero.

—Tranquilos, todo está en orden, el bebé está bien.

—¿Pero qué tiene, por qué lloraba tan fuerte y tenía tanta calentura? —cuestionó Cristina con la preocupación de cualquier madre a la que se le enferma su hijo recién nacido.

—El niño tiene una pequeña infección de oídos, algo que es muy común en bebés y no es de gravedad, al contrario, es muy tratable. La fiebre es por lo mismo, también el llanto, porque lógicamente le duele y no puede expresarlo como lo haríamos nosotros.

—¿Eso quiere decir que va a estar bien? —quiso saber Federico, quien por cierto miraba al doctor de forma despectiva.

—Sí, así es, no tienen de qué preocuparse. Ya le administramos un medicamento rápido para aliviar un poco el dolor y se le está colocando un suero para hidratarlo, además de antibióticos que le voy a recetar. Lo voy a tener observación unas horas para ver que la fiebre se le controle, y si todo está bien en la mañana, se lo pueden llevar y seguirle el tratamiento en casa. En unos días estará como nuevo, así que no se angustien.

—Gracias, Ángel Luis. —Cristina en un impulso se acercó a él y le dio un pequeño abrazo, no lo hizo en sí por abrazarlo, sino llevada por la emoción de escuchar que su hijo estaría bien, no obstante, esta acción causó en su marido unos terribles celos. —¿Podemos entrar a estar con él? —sintió que Federico la tomaba del brazo para alejarla del doctor y acercarla a su propio cuerpo.

—Claro, ya lo ubicamos en una cuna para que estuviera más cómodo, pueden pasar a la habitación y quedarse con él hasta que se le firme el alta en unas horas. Pasen por aquí, por favor. —le indicó a Federico el camino, y éste tomó a su mujer de la cintura para llevarla con él, era obvio que quería marcar territorio delante de Ángel Luis.

—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó Cristina por lo bajo cuando iban a medio pasillo y sintió que su marido la sostenía con algo de brusquedad. —Me estás lastimando. —dijo molesta.

—Perdón, no era mi intención. —aflojó el agarre, pues realmente su deseo no había sido lastimarla, pero sin querer y arrastrado por su coraje, no fue consciente de lo torpe que estaba siendo.

—Pues contrólate… y suéltame. —le pidió un poco irritada por su actitud.

Cuando entraron al cuarto donde tenían a su hijo, ambos se acercaron a una camilla que parecía una cuna por los barrotes de metal que tenía a su alrededor. Pronto la enfermera que estaba terminando de ponerle un medicamento al niño, se retiró junto con el doctor Robles que seguía en la puerta. Los padres se quedaron solos con el pequeño, Cristina buscó con su mano la cabecita de su hijo y la acarició con una ternura que sólo una madre es capaz de albergar. Federiquito ya no lloraba, sí se removía un poco incómodo todavía y de repente hacía un sonidito indicando que no se sentía del todo bien, pero al menos el llanto desesperado había parado.

—¿Cómo se ve? —le preguntó Cristina a Federico sin dejar de acariciar el pequeño cuerpo de su niño.

—Tiene la cara un poco roja todavía, supongo que por el llanto de primero y la calentura, pero está más tranquilo, tiene algo conectado.

—Es el suero y los medicamentos. —tomó la diminuta manita y la apretó ligeramente con la suya. —Por lo menos ya no llora, eso me preocupaba mucho, porque sé que se debía estar sintiendo muy mal para llorar como lo hacía.

—Sí, pero lo importante es que va a estar bien… ya escuchaste lo que dijo tu amigo el doctor.

Ella ignoró a propósito su comentario, no era el momento para discusiones.

—Chiquito, mamá estaba tan preocupado por ti. —le hablaba a su hijo sin soltarle la mano. —Tenía mucho miedo de que te pasara algo, pero gracias a Dios no tienes nada malo y en unos días te vas a sentir mejor. Te amo, mi bebé, y me duele pensar que sufres o que te sientes mal. —dejó escapar un par de lágrimas que la ayudaron a soltar un poco de toda la tensión y la angustia que se había acumulado en ella; Federico se acercó y la abrazó.

—Nuestro hijo va a estar bien, es todo un machito que va a aguantar esto y más... ¿verdad, campeón? —acarició su cabecita.

—Espero que ya en unas horas podamos llevárnoslo a la casa.

—Sí, yo también.

—Si quieres puedes irte a la hacienda y me recoges cuando le den de alta, así no tienes que pasar una mala noche aquí.

—No, de ninguna manera me voy a ir, quiero quedarme a acompañarlos a los dos, no voy a dejar a Fede ahora que más me necesita.

—Gracias. —sonrió un poco al sentir que su marido le besaba la cabeza.

—No me lo agradezcas, también es mi hijo. —se quedó callado un momento. —Además ni creas que te voy a dejar aquí sola con el idiota de Ángel Luis Robles rondándote.

Cristina resopló y negó con la cabeza.

—Entonces te quedas por celos y no porque te importe nuestro hijo. —afirmó.

—No, claro que no, me quedo por el niño y por ti, para estar junto a ustedes, pero no te niego que también deseo asegurarme de que el imbécil ese no se te acerque aprovechando que estás aquí.

—Por favor, Federico, estamos en un hospital, él está haciendo su trabajo, y yo estoy con mi hijo que está enfermo. ¿Tú de verdad crees que se acercaría a mí con segundas intenciones en estos momentos?

—Pues no sé, puede ser, la otra vez te llevó flores a pesar de que sabe perfectamente que tú eres mi esposa, aparte he visto como te mira, no me extrañaría que intentara algo contigo.

—Por Dios, estás diciendo incoherencias, Ángel Luis no sería capaz de faltarme al respeto.

—No bueno, que mucho lo defiendes…

—No es que lo defienda, es que me parece que las cosas que dices sólo están en tu cabeza. —enojada. —Y sabes qué, ya no quiero discutir, si para eso te vas a quedar, mejor te vas y vienes a buscarnos en la mañana.

Se produjo un incómodo silencio, ninguno de los dos dijo una sola palabra durante largos minutos, ya no querían seguir discutiendo, sin duda no era el lugar ni el momento para eso.

—Siéntate acá, vas a estar más cómoda. —le dijo Federico después de un rato, el bebé se había quedado dormido y Cristina estaba junto a él sentada en una incómoda silla. —Fede ya se durmió.

Ella se puso de pie y a tientas buscó el pequeño sofá donde su esposo se encontraba, se sentó a su lado, pero no dijo nada. Estaba cansada, así que sólo recostó su cabeza en el cojín y cerró los ojos.

—No te enojes conmigo, no quiero que peleemos, hace tiempo no lo hacemos y deseo que las cosas sigan bien entre nosotros. —tomó una mano de ella entre las suyas y la llevó a sus labios para depositar un tierno beso.

—Es que me sacas de quicio a veces, Federico. —abrió los ojos, pero esto no provocó ningún cambio en ella. —Eres demasiado celoso, por todo te enojas y tomas una actitud de macho que necesita marcar territorio. Me tomaste con fuerza hace rato para alejarme de Ángel Luis, como si yo hubiese estado haciendo algo malo.

—Me dio rabia verte abrazándolo.

—Lo abracé por impulso, estaba feliz de escuchar que nuestro hijo no tenía nada grave y que iba a estar bien. Hubiera abrazado a quien fuera que me diera esa noticia, no lo hice por él.

—Aun así entiéndeme, me llené de celos, no lo pude evitar. —otra vez hubo un pequeño silencio. —Perdóname, acepto que tal vez reaccioné mal, aunque tienes que aceptar que me controlé bastante, mi deseo era partirle la cara a ese idiota por el simple hecho de estar cerca de ti. —le decía luego de unos minutos.

—Hubiera sido el colmo que te atrevieras a hacer algo así cuando no pasó nada, al contrario, deberías estar agradecido de que atendió a nuestro hijo.

—Él sólo hizo su trabajo, no fue un favor, Cristina.

—Está bien, Federico, mejor lo dejamos ahí porque ya no quiero discutir. —suspiró.

—No lo hagamos entonces, y menos por ese hombre. No me gusta que estemos enojados. —le acarició la mejilla con suavidad.

—Pues parece que sí. —hizo un puchero que a Federico le pareció demasiado tierno, y por lo mismo no pudo contener el deseo de besarla.

—¿Qué haces? —preguntó al sentir los labios de él besuquear los suyos.

—Besarte… ¿no puedo? —no separó su boca de la de ella, Cristina tampoco se alejó. —Si mal no recuerdo, antes de que nos interrumpieran para decirnos que Fede estaba mal, tú y yo estábamos a punto de… —no pudo seguir hablando porque ella lo besó para acallarlo, él por supuesto no necesitó pensarlo dos veces para corresponder con pasión a ese contacto.

—Sé lo que íbamos a hacer. —le dijo luego del beso. —Pero no quiero hablarlo ahora, no es el lugar y tampoco el momento.

—Siempre dices lo mismo. —ya no se besaban, pero sus bocas seguían muy cerca. —Nunca quieres que hablemos las cosas.

—Pero esta vez lo digo porque es la verdad, estamos en un hospital y nuestro hijo está enfermo, creo que no es un tema para hablarlo ahora.

—Sólo dime una cosa... ¿si no nos hubieran interrumpido, habríamos terminado lo que empezamos?

Cristina pareció pensarlo, mientras lo hacía, Federico la besaba delicadamente en los labios haciéndole perder toda cordura.

—Sí. —contestó después de unos segundos, no titubeó al hacerlo. —Estoy segura que si no hubiese pasado lo de Federiquito, en este momento estaríamos haciendo el amor.

Él tembló al escucharla decir aquellas palabras, por un momento maldijo que los hubieran interrumpido, sin embargo, sabía que había sido lo correcto por tratarse de su hijo.

—Cristina, no sabes lo feliz que me hace escuchar eso, aunque al mismo tiempo quisiera que nada nos hubiera detenido y estuviéramos entregándonos ahora mismo. Te deseo con todas mis fuerzas, no he podido dejar de pensar en aquella mañana, en los besos, en las caricias, en tu cuerpo sobre el mío. —le mordisqueó los labios.

—Federico, acuérdate del lugar en el que estamos, detente. —le suplicó sintiendo que ahora los labios masculinos bajaban por su cuello depositando en éste húmedos besos.

—¿Y si no estuviéramos aquí, quisieras que te siguiera besando? —le hizo una pequeña succión en el cuello y la escuchó jadear bajito.

—Sí, Federico… no puedo negar que yo también deseo estar contigo otra vez. —se atrevió a confesar entre suaves jadeos, él con sus besos la estaba haciendo perder la razón.

—Cristina, mi Cristina, ya quiero que todo esto pase para que podamos entregarnos. —abandonó la piel de su cuello y subió nuevamente a sus labios para mordisquearlos y luego juntar su lengua con la de ella en un apasionado beso. —¿Tú lo deseas tanto como yo?

—Sí, mucho.

El fogoso beso que compartían fue interrumpido por un ruido en la puerta que indicaba que alguien estaba por entrar, para evitar ser descubiertos en aquella penosa escena, se vieron obligados a separarse antes de que la persona ingresara. Se trataba de una enfermera que venía a revisar los vitales del niño y administrarle nuevos medicamentos. Cristina aprovechó la interrupción para alejarse de su marido, ambos estaban comenzando a excitarse y no era la situación apropiada para que eso pasara. Minutos más tarde salió un momento de la habitación con la ayuda de la enfermera para llamar a la hacienda desde un teléfono público y avisar que Fede Jr. ya estaba siendo atendido y se encontraba un poco mejor. Al regresar a la habitación encontró a Federico hablándole tiernamente al bebé, no podía ver lo que hacía, pero escuchaba las palabras tiernas que le decía y esto la hizo desearlo un poco más. Todavía le costaba trabajo creer que ese hombre que un día fue tan malvado con ella y que incluso a veces aún se comportaba como un energúmeno, fuera el mismo que le decía a su hijo que lo amaba y que no quería que nada malo le pasara porque se moriría si algo así ocurriera.

—¿Se despertó? —preguntó acercándose con cuidado a la camita, al hacerlo se paró detrás de Federico y colocó ambas manos en los hombros masculinos.

—Sí, tiene los ojos abiertos, pero está tranquilo y ya no se ve tan rojo, la calentura le debe haber bajado.

—Seguramente por los medicamentos que le han puesto.

—¿Avisaste en la casa que no llegaremos por ahora?

—Sí, y les dije que el niño está bien dentro de todo y que no tiene nada de cuidado. Ya se quedaron más tranquilas las tres, mi mamá estaba muy preocupada.

—Tu mamá últimamente acaba con mi paciencia. —comentó al escucharla nombrar.

—Ya sé, con la mía también.

—Se sigue metiendo entre nosotros, se la pasa llenándote la cabeza de ideas y consigue que desconfíes de mí.

—Entiéndela también, es lógico que le cueste trabajo creer en tu cambio, a mí igual me cuesta confiar a veces. Yo sé que en ocasiones ella se pasa con sus sermones, ya le he dicho que me deje tomar mis propias decisiones, pero en parte la comprendo y agradezco que se preocupe por mí.

—Sí, pero no es la manera de hacerlo Cristina. —volteó hacia ella para mirarla, como Cristina seguía de pie, él le envolvió la cintura con sus brazos. —Lo único que provoca es que tú y yo nos alejemos en vez de acércanos, te confunde más con sus constantes consejos que nadie le ha pedido.

—Ya sé, he tenido muchas dudas en esta semanas y en parte es por ella, por las cosas que me dice. —mantuvo sus manos en sus hombros primero, pero después las bajó a su espalda para así poder abrazarlo.

—No quiero que vuelvas a desconfiar de mí, yo estoy poniendo todo de mi parte para ganarme tu confianza y tu amor. —se puso de pie acercándola un poco más a su cuerpo, entonces le acarició la mejilla y la besó suavemente en los labios. —¿Me quieres, Cristina?

—Federico, yo… —titubeó porque aún no se sentía lista para hablar de sus sentimientos, en realidad ni siquiera los tenía muy definidos, eran un completo desastre dentro de su corazón. —Todavía no sé bien lo que siento, no puedo darte una respuesta en este momento.

—¿Qué tan difícil puede ser saber si me quieres o no? —sus bocas rozaban.

—Más difícil de lo que crees. —suspiró sintiendo su corazón latir sin control, quizás la respuesta sí estaba dentro de ella, pero aún no se sentía capaz de dejarla salir. —Dame tiempo para poner en orden mis sentimientos, por favor.

—Te daré el que necesites, pero por favor no te tardes, porque yo sí sé que te amo con todas mis fuerzas y no sabes las ganas que tengo de escuchar lo mismo de tus labios.

Cristina asintió sin pronunciar palabra y permitió que los labios de él tomaran posesión de los suyos en un ardoroso y exquisito beso.

^^ Rato después los dos estaban sentados de nuevo en el pequeño sofá, el niño ya dormía y ellos platicaban. Ambos se sentían cansados, había sido una noche de muchas emociones y situaciones imprevistas, sin embargo, estaban disfrutando del silencio de aquella habitación de hospital y de tener la oportunidad de platicar tranquilos y sin interrupciones.

—Federico… —tenía la cabeza recostada en su hombro y sus manos estaban entrelazadas con las de él.

—¿Sí?

—¿Alguna vez te enamoraste de otra mujer antes de conocerme a mí? Supongo que debes haber tenido muchas relaciones desde que eras un jovencito.

—No creas, no fueron muchas. —la vio hacer una mueca con algo de desconfianza y no pudo evitar reírse. —Te estoy diciendo la verdad.

—No te creo, bastante mujeriego que eres, y perdóname que te lo diga.

—Bueno, tampoco dije que no hubiera tenido mujeres o no me hubiese acostado con ellas, dije que no tuve relaciones formales. Y es la verdad, nunca tuve una novia o una relación seria, ninguna mujer me interesaba tanto como para tener un noviazgo o casarme con ella.

—¿Entonces nunca te enamoraste?

—No, jamás encontré una mujer que me despertara lo que tú despiertas en mí.

—¿Y cómo puedes saber que por mí sientes amor si nunca antes lo sentiste?

—Porque lo sé, simplemente lo siento aquí en el corazón, tú provocas en mí cosas que nunca antes había sentido, que nadie me había hecho sentir. A veces ni yo mismo lo entiendo, es algo más fuerte que yo lo que siento, me moriría si no te tuviera mi lado, Cristina. —la tomó del mentón con una mano y con el pulgar acarició sus labios. —Te amo con el alma, con la piel, no concibo mi vida sin ti, te necesito para ser feliz. —se acercó a su boca y depositó un corto besó sobre aquellos carnosos labios que lo volvían loco.

—Me gusta tanto cuando me dices estas cosas y te comportas así. —ahora era ella quien se animaba a besarlo.

—Yo en cambio me siento cursi y ridículo.

—¿Y eso por qué?

—Porque mi padre siempre me decía que a las mujeres uno no las podía tratar así porque después empiezan a dejar de respetar. Él me enseñó que a las viejas había que tratarlas con mano dura para tenerlas en cintura.

—Pues tu papá estaba muy equivocado fíjate. ¿O acaso tú también piensas como él?

—Antes lo hacía, bueno a veces todavía creo que ser muy cursi demuestra debilidad, pero contigo he aprendido a no ser tan duro, me gusta tratarte bien.

—Cuando lo haces me siento segura y olvido todo lo pasado.

—No hay nada que desee más en esta vida que llegue el día donde tú te olvides de todo lo malo y puedas darme una oportunidad sin ninguna duda. —la atrajo hacia él para recostarla en su pecho y abrazarla.

—Eso puede tomar tiempo.

—Sabré tener paciencia.

—Federico Rivero no tiene pinta de ser un hombre paciente.

—Pero si me lo propongo lo puedo lograr.

—Sólo te pido que no rompas mis ilusiones, no lo soportaría después de tanto que he sufrido.

—Juro no hacerlo, confía en mí.

El deseo de besarse una vez más, los llevó a juntar sus bocas para degustarse con infinita calma, y es que cada vez les costaba más trabajo mantener sus labios alejados. Cristina sin darse cuenta se había vuelto adicta a los besos de Federico, y él siempre lo había sido, así que ahora que ella le permitía comerle la boca de aquella forma, se sentía en el paraíso.

La noche se les hizo un poco larga, Cristina terminó durmiéndose con la cabeza recostada en el pecho de su marido, aunque cada tanto su hijo lloraba para que lo alimentara o porque seguramente todavía sentía molestias en sus oídos. Federico tampoco durmió demasiado, pero los pocos ratos que logró hacerlo disfrutó de la cercanía de su esposa y de poder abrazarla sin ser rechazado. Ya en la mañana dieron de alta a Federiquito, lo mandaron a su casa con antibióticos y medicamentos, sus padres se lo llevaron con la tranquilidad de que en unos días el pequeño estaría completamente bien.

Y efectivamente así fue, con el paso de los días el bebé comenzó a sentirse mejor, o al menos eso parecía, pues ya no le había vuelto a dar fiebre y no volvió a llorar como lo había hecho aquella noche que lo llevaron al hospital. También sonreía y mostraba su boquita sin dientes enamorando cada día más a su papá; Federico Rivero, un hombre que jamás imaginó tener un lado paternal, ahora se desvivía por esa pequeña criatura. A pesar de todo, la enfermedad de Fede Jr. había servido para unir a sus padres, desde ese día Cristina y Federico estaban más cercanos que nunca. Juntos cuidaban a su hijo, platicaban hasta cansarse y compartían las noches en la cama de ella para poder atender al niño entre los dos. Sin embargo, y aunque lo deseaban con todas sus fuerzas, todavía no habían vuelto a entregarse. Únicamente compartían besos que hacían sus ganas crecer cada segundo un poco más, pero no habían podido saciarlas porque su primordial preocupación era sin duda alguna su hijo.

>>> Casi una semana después ya el niño se encontraba del todo bien, justo a tiempo para su bautizo. La misa se oficiaría el día domingo en la iglesia y luego habría fiesta en la hacienda para celebrar al pequeño. La noche antes Cristina salía del baño, acababa de darse una ducha e iba envuelta en su bata de dormir, al acercarse a la cama pudo percibir una presencia y supuso que se trataba de su marido.

—¿Federico, estás aquí?

—Sí, perdón si te asusté, entré casi ahora, me estaba bañando en mi habitación, además mi ropa está allá y necesitaba cambiarme.

—Te quedas aquí casi todas las noches… quizás deberías traer un poco de tu ropa para acá, así se te haría más fácil en las mañanas y luego de bañarte. —dijo con algo de timidez, la verdad era que no se animaba a proponerle que se mudara por completo a su recamara, pero no podía negar que deseaba compartirla con él.

—¿Tú quieres que yo me quede aquí contigo siempre? —se acercó a ella y le quitó el cepillo que tenía en las manos para ayudarla a peinarse un poco el largo cabello.

—No sé. —se mordió el labio en una clara muestra de nerviosismo. —Tal vez...

Federico soltó el cepillo y la volteó hacia él para tomarla de la cintura y acercar su boca a la de ella. A Cristina se le aceleró la respiración de inmediato, sentir las manos de él en su cuerpo y sus labios rozar los suyos, siempre provocaba que perdiera el control de sí misma.

—Sí quieres que me quede todos los días de ahora en adelante, solamente tienes que decírmelo. —le dio un suave beso.

—Lo voy a pensar. —dijo contra sus labios e iniciando un nuevo contacto con sus bocas.

—Por cierto, ¿dónde está Fede? —fijándose que no estaba el bebé en su cunita.

—Mi mamá se lo llevó un rato para que yo pudiera descansar. Estos días han sido un poco pesados con él enfermo y tener que estar dándole los medicamentos, casi no he dormido.

—Lo sé, he estado aquí, y para que sepas me despierto cada vez que tú lo haces.

—Ya sé, tú tampoco has descansado bien.

De repente hubo un silencio que más que incómodo, estuvo cargado de una sensual tensión que ambos lograron percibir. Federico envolvió completamente sus brazos alrededor del cuerpo de Cristina y la hizo voltear de espaldas en dirección a donde quedaba la cama.

—¿Sabes qué quiere decir que tu madre se haya llevado al niño? —la vio negar con la cabeza. —Que estamos solos y tenemos la privacidad y el tiempo para hacer lo que queramos. —comenzó a dar lentos pasos hacia la cama, ella también los dio casi por instinto y tembló de sólo escucharlo decir aquello.

—Bueno, en un rato quizás tenga que buscarlo para darle de comer, ya ves que a veces no se quiere tomar la leche que dejo sacada. —tragó en seco cuando sintió el colchón justo detrás de su cuerpo, él hizo que se sentara en éste y segundos después se sentó junto a ella.

—Tu mamá nos avisará si hace falta que vayas, pero por ahora no te preocupes, Fede debe estar tranquilito durmiendo en la cama de su abuela. —llevó sus labios a la delicada piel del cuello femenino y empezó a besarlo con extrema lentitud.

—Aja… —gimió al sentir los tibios labios recorrerla desde el cuello hasta llegar al comienzo de su pecho.

La bata de Cristina cubría más de lo que Federico podía soportar, la tela definitivamente estorbaba demasiado y no había otra cosa que él deseara más que arrancarla para poder acariciarla sin obstáculos.

—Te deseo, Cristina, me estoy muriendo por estar contigo, ya es demasiada espera, no aguanto más. —con sus manos buscó el dobladillo de la bata y la fue subiendo lentamente hasta enroscarla en la parte alta de sus muslos, las piernas de Cristina quedaron totalmente expuestas para él poder acariciarlas a su antojo. —Yo sé que tú lo deseas tanto como yo, me lo dijiste en el hospital aquel día.

—Sí, Federico, lo deseo mucho. —buscó su boca para dar inicio a un beso que prometía ser el desencadenante a todo lo que estaba próximo a ocurrir.

—Entonces ya no sigamos retrasándolo. —le dijo entre besos al tiempo que la hacía recostarse en la cama.

—¿Cerraste bien la puerta? —preguntó ella buscando en la oscuridad de sus ojos algún botón o lo que fuera que le permitiera quitar la tela que cubría el pecho de su marido.

Federico interpretó esa pregunta y los movimientos de sus delicadas manos como luz verde para continuar con lo que tenía deseos de hacer. Giró un poco para quedar sobre ella y atraparla bajo su cuerpo, la oyó jadear cuando su miembro ya endurecido bajo sus pantalones rozó contra su abdomen.

—Sí, está cerrada, no te preocupes. —metió sus manos dentro de la bata y buscó aquella zona oculta entre sus piernas para acariciarla por encima de la tela de sus bragas; Cristina gimió al sentir sus dedos presionar sobre el botoncito sensible escondido en medio de sus pliegues.

—Federico… —ahogó un gemido cuando él con la otra mano logró remover un poco la bata y tomó un pezón entre sus labios para succionarlo con ganas.

—Esperaba este momento con ansias, todo este tiempo desde que estuvimos juntos no pensaba en otra cosa que no fuera volver a tenerte entre mis brazos. —mordisqueaba la puntita endurecida con hambre de ella, de su cuerpo.

—Te mentiría si te dijera que yo no pensaba en lo mismo, que no lo estaba esperando ansiosa también.

Las respiraciones de ambos se iban haciendo más rápidas con los segundos, los dos tenían tanto deseo acumulado en sus cuerpos que estaban a nada de estallar si no saciaban de una vez las ganas. A diferencia de la primera vez que estuvieron juntos, en esta ocasión a Cristina no parecía incomodarle la posición y el hecho de que fuese Federico quien estuviera sobre ella aprisionándola con su cuerpo. Nada del pasado importaba en ese instante y tampoco tenía tiempo para pensar si quiera en malos recuerdos, por el contrario, no había otra cosa en su mente distinta a la necesidad tan grande que tenía de que él la poseyera. Federico tampoco podía concentrarse en nada que no fuera el cuerpo que tenía bajo el suyo. Los besos eran enloquecedores, las caricias no podían faltar como preparación a la entrega que estaba a punto de darse. Con el transcurso de los minutos el ambiente se tornaba más caliente, sus cuerpos estaban ardiendo de anhelo por sentirse por fin piel contra piel. Él se incorporó un poco para finalmente quitar aquella tela perlada que le impedía acariciar el cuerpo de su mujer a plenitud. Ella supo que no había vuelta atrás cuando se encontró únicamente en bragas bajo el cuerpo de su marido.

—Cristina, me encantas, eres perfecta, tu cuerpo me fascina. —con las dos manos agarró ambos senos y los apretó contra sus dedos provocando en ella un fuerte gemido.

—¿De verdad? —arqueó la espalda en el momento que él acercó su boca a los pezones para devorar primero uno y luego el otro.

—Sí, eres fascinante.

Federico luego de darse un banquete durante algunos minutos con aquellos pechos, comenzó a bajar con sus besos más allá de ellos hasta llegar al borde de las bragas blancas. Lentamente las fue bajando por sus muslos para deshacerse de ellas y poder admirar su cuerpo sin nada que le impidiese hacerlo. Cristina se dejaba hacer sin reparos, aunque sí se sintió un poco apenada cuando él la hizo separar las piernas una vez estuvo completamente desnuda. Se incorporó un poco para besarlo en la boca y desnudarlo también, se moría por sentir su piel rozar con la suya, esa era la única manera en la que podía verlo, pues era con sus manos como contemplaba el mundo a su alrededor.

—Quiero sentirte, Federico, necesito tocar tu piel. —buscó su camisa de pijama que ya tenía un par de botones quitados y con movimientos algo torpes continuó quitando los que faltaban hasta poder deshacerse de la prenda.

—Hazlo, tócame. —luego de que su camisa cayera a un lado se paró un segundo de la cama para quitarse también el pantalón y su ropa interior; al igual que Cristina, a él también le urgía que su piel desnuda rozara con la de ella.

Cuando Cristina sintió que nuevamente su marido se subía sobre su cuerpo y percibió su desnudez restregarse sobre su piel, jadeó de puro gusto como si hubiese llegado al cielo que estuvo deseando por mucho tiempo. Sus lenguas se juntaron iniciando otro beso lleno de apetito y ansia de entregarse de una vez por todas. Él dejó de besarla en la boca luego de un rato para descender por su pecho y posteriormente por el vientre hasta encontrar su pelvis donde depositó varios besos que la hicieron gemir fuera de control por la simple anticipación a lo que vendría. Federico la hizo abrir las piernas de par en par y se deleitó mirando las puertas del paraíso que tenía escondidas allí y que parecían llamarlo hasta ellas. Comenzó besándola en los muslos y fue acercándose cada vez más a aquel triangulo prohibido que deseaba devorar como si fuese su platillo favorito. Ella respiraba entrecortadamente sabiendo bien lo que estaba por pasar, y cuando por fin sintió la lengua tibia de Federico deslizarse por su húmeda hendidura, no consiguió evitar soltar un pequeño grito.

—Aahhh… ¡Dios! —soltó de golpe todo el aire que había estado acumulando en sus pulmones y llevó sus manos a la cabeza de él para empujarlo más contra el centro de su ser.

—Sabes deliciosa, Cristina. —dijo succionando su clítoris con fervor.

—Federico, esto es… oh, así, sigue, me gusta.

Cristina balbuceaba las palabras de forma incoherente, había perdido toda capacidad para razonar o siquiera formar una oración que hiciera sentido, y esto empeoraba con los minutos, cada vez perdía más la cordura. Él succionaba con ímpetu, al mismo tiempo sus manos se paseaban por el delicado cuerpo y alcanzaban ambos senos para apretujarlos y pellizcarlos. Ella gimoteaba y todo su ser estaba concentrado en sentir las ardientes caricias, sentía la tensión acumularse entre sus piernas indicándole que un orgasmo no tardaría en llegar. Aquello era demasiado intenso como para poder retrasar el momento de la cumbre o forzarla a no tomar posesión de ella. Quería dejarse ir, necesitaba hacerlo, todo su cuerpo se sacudía de manera incontrolable y su respiración se estaba volviendo demasiado veloz y entrecortada.

—No puedo más, Federico. —gritó arqueándose y retorciéndose como una serpiente sobre la cama, sus manos se cerraron con las sábanas entre ellas y se convirtieron en dos puños apretados, intensos gemidos se escapaban de su boca mientras su marido seguía lamiendo, succionando y besuqueando toda la zona; entonces sucedió, el orgasmo arrasó con ella y la hizo cerrar los ojos con fuerza básicamente por el instinto de hacerlo, su boca se abrió y de ésta salió un gruñido que no podía ser otra cosa más que de placer.

Ni porque ella había llegado a la cima del gozo él dejó de besarla allí como si buscara obtener más de aquel manantial de agua fresca.

—Quiero más, necesito sentirte dentro de mí. —no le apenó confesarle entre respiraciones agitadas. —Por favor, Federico. —su cuerpo estaba ardiendo en fuego, y por ironía o burlas de la vida, el único que podía apagarlo era el mismo hombre que un día odió con todas sus fuerzas.

—No hay otra cosa que anhele más, yo también quiero estar dentro de ti. —se incorporó hasta colocarse sobre ella, luego de hacerlo la besó larga y apasionadamente causando que sintiera su sabor, ella se excitó aun más cuando la lengua de él comenzó a bailar con la suya a un ritmo lleno de erotismo.

Con una mano Federico tomó su miembro, que a decir verdad era de muy buen tamaño, y lo llevó hasta la entrada del edén mágico que ella le ofrecía, en ese momento se enterró en ella de un solo empujón. Firme, pero cuidadoso, raudo, pero sensual, desesperado, pero muy dispuesto a disfrutar con calma del festín que tenía bajo su cuerpo.

—Estoy otra vez en el cielo. —le dijo cuando sintió que llegaba al fondo de su honda cueva.

—Yo también. —murmuró ella en medio de un gemido que aunque intentó ahogar, no lo logró y se escapó de sus labios con lujuria convirtiéndose en la melodía favorita de Federico.

Poco a poco las palabras comenzaron a volverse innecesarias, sus cuerpos hablaban por ellos y con eso era suficiente para transmitirse todo lo que sentían. Las manos de Cristina se fueron directamente a la ancha espalda de su marido y la acariciaron con arrebato. Sus uñas se enterraron instintivamente en su carne, Federico gruñó al sentir la presión en su piel, sin embargo, le resultó muy placentero percibir la pasión con la que su mujer se entregaba. Él esperó unos segundos antes de empezar a moverse, luego de que ella se acostumbrara a su tamaño comenzó con un vaivén de caderas que al principio fue lento, pero a medida que los minutos pasaban y la excitación crecía, incrementó la velocidad de las acometidas. Cristina gemía y se arqueaba toda con cada embestida, su mundo lleno de oscuridad se llenaba de luz con tanto placer que él le hacía sentir. Federico buscaba sus pechos de vez en cuando para chuparlos y mordisquearlos al tiempo que seguía entrando y saliendo de ella con fogosidad. La noción del tiempo ya no era algo que tuvieran, no estaban seguros si habían pasado segundos, minutos u horas, pero daba igual porque para ellos el mundo entero había dejado de existir, lo único que existía en ese momento eran ellos dos y la necesidad de hacer eterno aquel acto.

—Di mi nombre Cristina, quiero escucharlo. —le pidió sin dejar de moverse.

—Federico… —repitió el nombre un par de veces y él creyó escuchar un canto angelical. —Me gusta esto, me gustas tú. —le tomó la cara con ambas manos y buscó sus labios para besarlo con un ardor desmedido, su lengua se juntó con la de él y danzaron al compás de la pasión que los dos llevaban dentro.

—Y tú me encantas a mí, eres una diosa. —le flexionó aun más las piernas para que quedaran alrededor de sus caderas, ella las subió y las enroscó en su cuerpo haciendo que el asalto de su protuberancia fuese más profundo y enloquecedor.

Estaban sudados los dos, sus respiraciones pesadas y el palpitar descontrolado de sus corazones avisaban que el clímax no tardaba en llegar. Federico aceleró la velocidad de los movimientos, sus carnes chocaban y producían una armonía casi celestial, la tensión comenzó a apoderarse de ellos como una ola de lujuria que amenazaba con llevarse todo a su paso. Sus cuerpos comenzaban a sacudirse de forma involuntaria, el orgasmo se estaba apoderando de ellos y regalándoles el éxtasis completo. Un grito de parte de Cristina anunció que la culminación se había hecho presente; intentando evitar ser escuchada por todo mundo en la hacienda, le mordió ligeramente el hombro para acallar sus gemidos. Él al sentir lo que su esposa hacía no pudo contenerse más y se dejó ir en ella vaciándose hasta la última gota y llenándola de su simiente. Se besaron entre jadeos sellando el momento y después se abrazaron sin decir nada, a veces las palabras sobraban cuando eran los sentidos los que hablaban. Se quedaron en silencio abrazados y sin despegar sus cuerpos, él sobre ella prácticamente aplastándola, pero no de una manera que resultara incómoda, de hecho, a Cristina le gustaba sentir su peso, se sentía segura, protegida. Era irónico, pero la misma persona que un día la hizo sufrir tanto, hoy era quien le transmitía algo de paz y le hacía sentir ilusiones que hacía mucho no habitaban en ella.

—Dime algo. —le pedía él luego de un rato, ahora ambos estaban recostados uno al lado del otro, ya se habían separado íntimamente y Cristina descansaba su cabeza en el pecho de Federico, ninguno de los dos hablaba, hasta ahora.

—¿Qué quieres que te diga? —se abrazó más a él y le sonrió un poco.

—No sé, en lo que estás pensando, en por qué estás tan callada.

—Estaba pensando en que mi mamá quizás no tarda en traerme a Fede para que le dé de comer. —mintió.

—¿En serio en eso pensabas?

—No. —dejó escapar una risita.

—¿Y en qué? Dime. —le daba un pequeño beso.

—Pues en lo que acaba de pasar.

—¿Lo disfrutaste? —la vio sonrojarse.

—Sí. —admitió escondiendo la cara en su pecho para que no pudiera mirarla, sentía sus ojos fijos sobre ella y le daba algo de pena a pesar de haberse entregado a él apenas unos minutos antes.

—Yo también, no tienes idea de lo mucho que me encantas, Cristina, tenerte entre mis brazos es un sueño del que no quisiera despertar.

—Me agrada tu lado romántico, sabes.

—Mi intención no es serlo, sólo te digo la verdad.

—Bueno, pues me gusta.

—¿Y yo? —entrelazó sus dedos con los de ella.

—¿Tú qué?

—¿Yo te gusto? Te escuché decirlo mientras estabas en mis brazos.

—Sí, me gustas mucho, pero es algo raro sabes, porque yo no puedo verte, y aunque te recuerde, no es lo mismo, no estoy viéndote a la cara, así que de ti me gustan otras cosas. Por ejemplo, como me tratas ahora, lo atento que siempre intentas ser, lo buen padre que estás resultando ser hasta el momento… y me gusta lo que despiertas en mí. —apretó sus dedos con su mano.

—¿Todavía no puedes saber si me quieres?

—No… bueno, no sé, estoy muy confundida, no me siento lista para darte una respuesta, ya te lo dije, por favor entiéndeme.

—Yo te entiendo, pero me desespero también, quisiera que me correspondieras, me duele que no lo hagas, que me desprecies.

—Es que yo no te desprecio, ya no, si lo hiciera no estaría aquí contigo créeme. Estoy confundida sí, pero algo sí tengo claro, tú despiertas en mí sentimientos que antes jamás sentí… ni siquiera con Diego.

—¿De verdad? —acarició su mejilla.

—Sí, son sentimientos distintos supongo, contigo todo es más intenso, más... no sé.

—¿Intenso en qué sentido, en lo que acabamos de hacer?

Cristina se sonrojó y lo único que pudo hacer fue soltar una pequeña risa para disimular su vergüenza.

—No estaba hablando de eso, pero sí, hasta esto es totalmente diferente contigo, lo supe desde que me entregué a ti la primera vez en tu hacienda.

—Ese día no lo voy olvidar nunca, desde entonces estaba esperando a que esto pasara otra vez.

—Yo también. —aceptó buscando sus labios.

—Pero sabes, con una vez no es suficiente para saciar todas las ganas que tengo de ti. —giró su cuerpo para quedar sobre ella por segunda ocasión esa noche.

—¿Y qué propones? —jadeó cuando sintió su desnudez rozar con su piel.

—Primero, que tu mamá se quede toda la noche con Fede cuidándolo para que nos dé nuestro espacio.

—¿Y segundo?

—… —le mordía un pezón. —Entregarnos hasta que nos cansemos, y yo por mi parte no creo que lo haga nunca.

—Mañana tenemos que levantarnos temprano para la misa de bautizo de nuestro hijo. —gemía por lo bajo mientras el seguía atacando sus senos con su boca.

—Sí, que fastidio, las misas son muy aburridas, pero estoy dispuesto a aguantarla si esta noche me complaces tú a mí.

—¿Eso un chantaje? —contuvo un grito en el momento que él buscó su entrepierna para deslizar atrevidamente un dedo por la hendidura.

—Sí, pero este en este tipo de chantajes nadie pierde.

Federico la besó en los labios y más tarde coló su lengua en esa boca que para él era el cielo mismo, ella no lo pensó ni dos segundos para corresponder y fue así como iniciaron una nueva ronda de pasión. No mucho tiempo después estaban encajados nuevamente siendo un solo cuerpo. Sus pieles se frotaban una con la otra, la fricción de sus genitales al rozarse era única, los hacía enloquecer de tal manera que era como si nada más existiera en el universo más que ellos y sus carnes. Y si no hubiera sido por doña Consuelo que tocó la puerta luego de culminado el acto para decirle a Cristina algo relacionado a Federiquito, seguramente habrían hecho el amor una tercera y una cuarta vez. No se saciaban con nada, ahora que se habían entregado más de una vez, no sentían que pudieran detenerse, el deseo de sus cuerpos era más grande que todo.

Esa noche durmieron en la misma cama, lo hicieron abrazados y con sus piernas entrelazadas. Quien los viera pensaría que eran como cualquier otro matrimonio joven que se amaba con todas sus fuerzas, nadie se imaginaría que detrás de esa imagen habían todavía muchas dudas, malos recuerdos, rencores tal vez… pero también ilusiones que comenzaban a formarse dentro de ambos. Sólo era cuestión de lanzarse al vacío y darse una oportunidad definitiva, claro que siempre existía el riesgo de no encontrar algo agradable al llegar al fondo.
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Al día siguiente todos en la hacienda se levantaron temprano, las empleadas preparaban todo para la fiesta que habría más tarde en la casa, mientras que Cristina con la ayuda de su mamá vestía al niño con su ropita blanca perfecta para el bautismo. Federico por su parte estaba fastidiado por no poder ponerse su típica ropa negra y su sombrero de campo, pero la ocasión ameritaba una vestimenta un poco más presentable, además no podía quejarse, había tenido una noche maravillosa y nada más que eso le importaba.

^^ La misa en la iglesia se extendió un buen rato, luego de terminada, los invitados se fueron rumbo a El Platanal para la celebración. Cristina había subido un momento a la planta alta a hacer algo, al pasar por la habitación de su marido escuchó ruidos y supuso que se encontraba allí. Entró sin tocar y de inmediato confirmó que su presencia estaba ahí, pues el delicioso perfume que usaba inundó todos sus sentidos.

—¿Qué haces, Federico? —preguntó cerrando la puerta tras ella. —Creí que estabas abajo.

—No, subí un momento para acomodarme esta ropa, no la soporto, no sé para qué me tenía que vestir así.

—Porque es el bautizo de tu hijo y tenías que vestirte de acuerdo a la ocasión, además más o menos así te vestiste cuando nos casamos. —palpaba su ropa para descubrir del todo como era.

—Pues sí, pero también me molestó hacerlo, es muy incómoda.

—Ay ya, no te quejes, de seguro te ves muy guapo. —se empinó un poco para besarlo en los labios, él sonrió.

—¿Tú crees?

—Me imagino que sí.

—Tú estás hermosa, me encanta como te queda ese vestidito blanco, pareces un ángel.

—Mi mamá me ayudó a escogerlo, dice que va perfecto para hoy. —abrió sus brazos y le mostró mejor su vestido.

—Se te ve bien, de hecho, me dan ganas de hacer muchas cosas al verte así de chula. Quisiera arrancarte ese vestido y tenerte entre mis brazos como anoche. —la acercó a él tomándola de la cintura.

—Ahora no Federico, abajo hay invitados y Fede me espera en la cuna de María del Carmen, lo subí un momento e iba por pañales para el cambiarlo. Ya tenemos que bajar, nos están esperando… —soltó una risita cuando él metió sus manos debajo del vestido y le acarició los glúteos. —Saca las manos de ahí, por favor. —llevaba las suyas a los brazos de él para intentar alejarlo. —Contrólate, mi amor.

Cristina no había pronunciado bien esas dos últimas palabras, cuando ya se había arrepentido de hacerlo, o más bien no entendía por qué lo había hecho.

—¿Me dijiste mi amor? —cuestionó Federico con una sonrisa y dejando sus manos quietas, pero las mantuvo en sus nalgas.

—Yo… —lo pensó antes de admitirlo. —Sí, así te llamé.

—¿Por qué?

—No lo sé, se me escapó, sencillamente me nació hacerlo.

—Repítelo. —le pidió comenzando a besarle el cuello.

—Mi amor. —gimió. —Ya no sigas, tenemos que ir abajo, anda vámonos. —se separó de él con algo esfuerzo, pues sus besos ya estaban haciendo que perdiera toda sensatez.

—Dios, no puedo contenerme. —convirtió sus manos en puños e intentó calmar el deseo que ya se empezaba a acumular en su entrepierna.

—Pues tendrás que hacerlo, ni modo. —se reacomodó la ropa y caminó hasta la puerta, antes de abrir dijo algo que sólo logró poner peor a Federico. —Espera hasta después… y por cierto, quería decirte que si lo deseas, puedes pasar tus cosas a mi habitación y dormir conmigo todas las noches. —salió de allí sonriéndole con un poco de sensualidad, esto inevitablemente dejó loco a Federico, tanto que le costó algo de trabajo abandonar la recamara para bajar con los invitados.

>>> Cristina no bajó de inmediato, se fue a su habitación a buscar un pañal para Fede Jr. y luego se dirigió al cuarto de María del Carmen donde el niño la esperaba acostadito en la cuna. Sin embargo, al entrar supo que el bebé no estaba solo, pues en la habitación había otra presencia que no supo reconocer.

—¿Quién está aquí? —preguntó con el ceño fruncido.

—Perdón que haya subido hasta acá, lo que pasa es que mi hijo se me escapó y lo vine a buscar. —la mujer puso sus manos en los hombros del niño que tendría entre ocho o nueve años; al ver la confusión de la joven de larga cabellera negra, se explicó mejor. —Él es Carlos Manuel, yo soy Jacinta, te vimos en la iglesia durante la misa, pero no pudimos acercarnos.

—Ah sí, que gusto que hayan venido, le insistí mucho a Federico para que invitara a Carlos Manuel, quería que conociera a sus primitos.

—Yo subí porque una señora me dijo que acá arriba estaba el bebito y quería verlo. —explicó el chico.

—Sí, pero seguramente no te dijeron que podías subir. —lo regañó su madre.

—No, no te preocupes Jacinta, no me molesta que haya subido. —se acercó a la cuna y tomó en brazos a Federiquito. —Venía a cambiarlo para llevarlo abajo con todos, ¿me quieres ayudar, Carlos Manuel?

—¡Sí! —respondió emocionado.

—No, Carlos Manuel, tenemos que bajar. —Jacinta lo tomó por el brazo. —No molestes a la señorita Cristina.

—Cristina es la esposa de mi tío, es como mi tía también. ¿Te puedo decir así verdad?

—Sí, chiquito, claro que me puedes llamar tía. —le dijo Cristina con una sonrisa.

—¿Qué está pasando aquí? —la fuerte voz de Federico irrumpió en la habitación haciendo que todos los allí presentes dieran un respingo.

—Vine a cambiar a Fede y me encontré con tu sobrino y Jacinta. Creí que bajarías con los invitados, ¿qué pasó?

—Eso iba a hacer, pero te estabas tardando mucho y vine a ver si necesitabas ayuda.

—Gracias, mi amor. —Cristina le respondió sonriéndole, esto atrajo la atención de Jacinta quien arrugó un poco el entrecejo, pues según lo que ella tenía entendido, ellos no se llevaban muy bien.

—Bueno, ¿y ustedes dos que hacen acá? —les preguntó a Jacinta y al niño.

—Yo subí a buscar a Carlos Manuel que se me escapó para venir a ver a tu hijo.

—Ah, entiendo.

—Le preguntaba a tu sobrino que si quería ayudarme con Fede mientras lo cambio.

—¿Puedo, tío?

—Si Cristina está de acuerdo, yo no tengo problema.

A Jacinta le molestó que siendo la madre de Carlos Manuel no la tomara en cuenta para darle el permiso y sí considerara lo que su esposa quería.

—Yo creo que mejor bajamos, Carlos Manuel.

—Pero mamá…

—Déjalo. —casi ordenó Federico. —A Cristina no le molesta y el niño quiere.

—Está bien. —no le quedó más remedio que aceptar de mala gana. —Voy a bajar a la sala, te espero abajo, hijo, no des lata por favor.

—No lo haré, mamá, lo prometo.

—Bueno…

—Te acompaño, Jacinta. —dijo Federico con forzada amabilidad. —Cristina, te veo cuando bajes, Carlos Manuel se va a quedar contigo.

—Sí, Federico. —lo besó en la boca cuando lo sintió acercarse a su rostro.

Él salió de la recamara junto con Jacinta, cuando cerró la puerta la tomó del brazo para que no se le escapara.

—Ven acá.

—¿Qué te pasa, Federico? Suéltame.

—No metas con Cristina. —exigió con voz dura.

—¿De qué hablas? Yo no le he hecho nada.

—Vi como la mirabas, aparte te molestó que Carlos Manuel se quisiera quedar con ella.

—Eso no es cierto.

—Sí, sí lo es. Mira, yo no sé qué es lo que te molesta, pero por tu bien es mejor que mantengas tu distancia de mi mujer.

—¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de ella pueda enterarse de algo?

—No tengo la menor idea de lo que estás hablando.

—Yo creo que sí la tienes.

—¡Cállate! —prácticamente la arrastró al fondo del pasillo para alejarla de la habitación.

Paralelamente en el cuarto, Cristina cambiaba el pañal de Fede con la ayuda de Carlos Manuel, sin imaginarse que afuera su marido discutía con otra mujer.

—¿Y cómo haces las cosas sin poder ver, tía? ¿Alguien te ayuda siempre? —le pasaba una crema que ella le había pedido para untársela al bebé antes de ponerle el pañal.

—Sí, a veces me ayudan, pero yo también las hago sola, ya estoy un poco adaptada a estar ciega y con el tiempo he ido aprendiendo a hacer todo sin necesitar la vista.

—¿Y cómo te quedaste ciega?

—Tuve un accidente en una camioneta y me golpeé la cabeza.

—Que triste, tía. —hizo un puchero. —Lo siento mucho, perdón por preguntarte.

—No te preocupes, chiquito, eso pasó hace tiempo ya, no me molesta hablarlo. —le terminaba de acomodar la ropita a Federico Jr. —Voy a dejar al niño aquí en la cuna un momento mientras voy a mi cuarto a buscar su sabanita, ¿te quedas con él mientras regreso?

—Claro, yo cuido a mi primito.

—Gracias, no me tardo. —se acercó a él y le dio un beso en la mejilla antes de dirigirse a la puerta.

Afuera Federico y Jacinta seguían intercambiando frases llenas de tensión en una acalorada disputa.

—¿A qué vienen tus reclamos, Jacinta? Yo a ti no te debo nada. Cuando mi hermano murió le prometí cuidar de su hijo y lo he hecho, siempre que puedo le envío dinero y de vez en cuando lo voy a ver a Villahermosa.

—Sí, pero casi no lo procuras, no lo buscas, te tengo que estar llamando para que lo hagas.

—Carlos Manuel no es mi responsabilidad, lo busco a veces porque se lo prometí a su padre, pero tampoco es un compromiso y no tengo por qué vivir pendiente de él.

—Sí lo haces con tu nuevo hijo, ahora eres un hombre de familia, vi como tratabas a tu esposa y al bebé en la iglesia, has cambiado tanto.

—Tú lo has dicho, con mi hijo, soy de esa manera porque es sangre de mi sangre y carne de mi carne, y si he cambiado o no, eso no es problema tuyo.

—Ojalá siempre hubieras sido así… y le hubieses dado importancia a la posibilidad que existe de que Carlos Manuel también sea tu hijo.

—¿Qué? —una Cristina sorprendida hacía su aparición en el pasillo. —¿Es cierto lo que dice esta mujer, Federico?

Todo se había dado tan rápido que él se quedó entre ambas mujeres en un estado de impresión que difícilmente le permitiría reaccionar.







Gracias por la espera, chicas. Espero sus comentarios como siempre; agradezco el interés en la historia. Vuelvo prontito. Besos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora