Capítulo 7: 18 de septiembre del 2003

1.9K 154 355
                                    

Este día fue un completo desastre, querido diario.

Todo comenzó con tu narradora obligándose a sí misma a cumplir con la labor que tocaba. Ciertamente, había verificado mi peinado, mis ojeras y mi vestuario antes de salir de casa. De cualquier manera, mamá se quedaría en el hospital por unos cuantos días, lo que también significaba que Yvonne habría de asumir su trabajo en más ocasiones de las que hubiera considerado apropiadas. Y, como dije al principio, no fue el mejor día para alguien como yo. Todo gracias a Ana.

La ruta que elegí tomar, para esta vez, fue una vía mucho más tranquila en comparación con la habitual. El sol estorbaba en mi camino para cuando abandoné la cabaña, aunque lo cierto es que faltaba poco para que los árboles del bosque cubrieran la mayor parte de su luz. Por eso hice lo posible por tranquilizarme, repitiendo en mente que tan solo tendría que soportar el efecto durante otro par de minutos más. Vaya mala suerte. Yo odio el sol, no solo por la evidente sensación de calor, sino porque, frente a él, me pasa de lo más extraño del mundo.

Te lo explicaré con mayor detalle más tarde, lo prometo.

Podría recordar que lo más interesante de todo el trayecto fue el haberme topado con un vendedor ambulante y su carrito de salchichas, así que, créeme, me agradecerás profundamente si decido saltarme esta parte para continuar con el resto de la historia.

En cualquier caso, la "Casa Blanca" ya no resultaba tan amenazante como en los días anteriores. Por primera vez, no tuve miedo de timbrar porque me sentía más segura de mí misma: los comentarios de Lukas ya no me afectaban en ningún sentido y tampoco me aterrorizaba estar a solas con él, aunque ello no implicaba que mis nervios hubiesen desaparecido. Ayer fui capaz de mantener la situación bajo control, aún con todos esos imprevistos que casi consiguen desarmarme por completo.

«No esta vez»

Intentaba fortalecer mi entusiasmo cuando la puerta se abrió de pronto, acabando con todo rastro de esperanza que había conseguido reunir para mí misma. Esto ya no era puramente frustrante, sino también indignante. Vamos, que cada día fuera alguien distinto quien me invitara a entrar parecía más un chiste que un mero producto del azar.

«¿Qué te cuesta ser tú quien me abra la puerta, Lukas?»

No malinterpretes el asunto: tampoco es como que quisiera verlo a él por algún otro motivo que no fuera el de ahorrarme las molestias de entablar conversaciones con desconocidos.

En esta ocasión, fue una chica la que tuvo la tarea de recibirme. Su apariencia me resultó un tanto extraña, tal vez demasiado para ser confundida con una niña alemana. Su complexión delgada la hacía parecer más joven de lo que seguramente era, aunque su baja estatura se compensaba de lleno con sus bonitos ojos azules. ¿La típica rubia que te hace la vida imposible?

«Espero se trate de una simple exageración»

Ella me miró de arriba a abajo, como si estuviese tratando de inspeccionarme para algún tipo de "examen visual" antes de limitarse a alzar la voz:

— ¡Lukas! ¡Aquí hay otra niña! —Gritó, utilizando un peculiar acento que la llevó a arrastrar las palabras.

Eso me molestó. Aunque solo un poco.

« ¿Otra?»

—Se llama Yvonne, Ana —escuché decir a Lukas, lo bastante alto para darme cuenta de que sus pisadas se aproximaban de poco en poco hacia la puerta.

— ¿Y debería de dejarla pasar?

—Pues claramente sí.

—Vale.

Mi secreto es inhumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora