Capítulo 14

9.7K 1.1K 292
                                    

—Hey, ¿estás bien? ¿Por qué estás llorando?

—Estoy –tomé aliento.— estoy bien.

—Si, yo no creo eso, ¿te llevo a tu casa o...?

—¡No!, llévame a donde quieras menos a mi casa –lo interrumpí.

—Vale, mi auto está por aquí, pero si prefieres caminar...

—Caminar está bien –lo interrumpí de nuevo.

—Está bien –sonrió levemente.

—¿Y qué tal todo? –preguntó después de un rato.

—Bien.

—No parecías estar bien.

—Pero ya lo estoy –suspiré.

—Haré como que te creo.

Llegamos a un parque y nos sentamos en un banco.

—¿Por qué la gente miente? –pregunté de pronto.

—¿Perdón?

—Hablo de que –hice una pausa.— hoy mis padres me contaron algo que me estuvieron ocultando durante toda mi vida, y me siento traicionada, como si ellos no confiaran en mi.

—¿Te dijeron por qué te lo ocultaron?

—Según ellos para protegerme, pero... –me interrumpió.

—¿Y por eso te sientes así? –me miró incrédulo.— ellos querían protegerte de lo que sea que te ocultaban, entiendo que te sientas así, pero ten en cuenta de que lo hicieron por tu bien.

—Es que –hice una pausa.— creí que no había secretos entre nosotros, y luego me vienen con esto.

—Vuelvo y te repito, lo hicieron por tu bien, piensa en eso.

Suspiré.— supongo que tienes razón.

—Supones no, tengo razón. Lo mejor es que hables con ellos.

Asentí.— si, lo haré cuando llegue a casa. Que raro, yo tengo una pulsera igual –le mostré la mía.

Era una pulsera de hilo rojo tejido, con un dije de arco y flecha, la diferencia era que el mío era plateado y el suyo dorado.

—Oh –se rascó la cabeza nervioso.— ¿dónde la compraste?

—Mis padres dicen que me la pusieron cuando nací para no contraer mal de ojo, siempre la he tenido, desde que tengo memoria nunca me la he quitado. ¿Y tú?

—La compré hace unos años en una excursión escolar.

—Es raro, porque nunca he visto pulseras iguales a estas, con el mismo dije.

—Quizás son únicas.

Reí.— ojalá y así sea, me encanta lo exclusivo.

Rió conmigo, me gustaba estar con Apolo, era como cuando estaba con Alessandro, pero se sentía de otro modo.

—Me agradas –le dije.

El sonrió y suspiró, como si le quitaran un peso de encima .— no sabes cuanto me alegra eso, temía de que todavía siguieras pensando en mi como el loco del bosque.

—El que me agrades no quiere decir que no siga pensando eso sobre ti –lo miré seria.— estoy bromeando, cambia esa cara –reí.

—¿Te han dicho que sirves para actriz?

—No, pero gracias –sonreí complacida.— háblame de ti, Apolo, ¿tienes hermanos? ¿Dónde vives? ¿Qué haces con tu vida?

—Tengo una hermana, pero no vive conmigo.

ChalcedonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora