45.

7K 924 442
                                    


 

Maratón 1/3



Emilio


-Vamos a desayunar.- Murmure separándome de sus labios. Y después comencé a caminar hacia el exterior rápidamente, para nada dispuesto a ver su expresión luego de mi inesperada muestra de cariño.

Cuando llegue a la cocina no tuve problema en prepararme yo mismo el desayuno. Después de tantos días viviendo en esta casa ya me había aprendido de memoria en que sector estaba cada recipiente y alimento necesario, aunque aun me daba algo de pena sacar las cosas como si fuera dueño del lugar. Así que, luego de asegurarme de que nadie me estuviera viendo, comencé a preparar mi próxima comida un poco más tranquilo, intentando que esta fuera la más abundante posible. La verdad que me estaba muriendo de hambre, ¿hace cuantas horas había sido mi ultima comida? Muchas... A juzgar por el contaste quejido de mi estomago inquieto.

Minutos después de que me sentara en la mesa que se encontraba ahí, apareció Joaquin. Empezó a preparar su propio desayuno sin siquiera dirigirme la mirada, sus mejillas seguían un poco rojas lo que hizo que se creara una pequeña alegría en mi interior. El silencio que se formo entre los dos no era para nada incomodo, más bien era un silencio tranquilo, de esos que se escuchan luego de una tormenta que cualquier tipo. Tome mi vaso con chocolate caliente poco a poco, con la mirada puesta en la ventana junto a mí, desde la cual podía verse el exterior nublado como había sido costumbre últimamente. Incluso parecía que estaba cayendo una fina capa de nieve casi imperceptible a la vista. Suspire, sintiéndome más aliviado al sentir mi estomago cálido y lleno, y seguí bebiendo serenamente. Había olvidado lo rico que sabia una taza de chocolate caliente cuando hacia frió.

Finalmente Joaco se sentó frente a mí, apoyando sus codos en la mesa y sosteniendo entre ellos un tazón de cereales y leche dentro. Comenzó a comer con ayuda de una cuchara pequeña, y tal como yo lo hice clavo sus ojos en la ventana.

Así nos quedamos un buen rato. Silenciosos y tranquilos, casi ensimismados en nuestros pensamientos huecos. A veces nos mirábamos inconscientemente sin quitar nuestra expresión adormilada y floja, solo nos reíamos brevemente y volvíamos a comer con lentitud.

Si fuera por mí, podía quedarme toda mi vida de esta manera.

-¡Buenos días!- Salte en mi lugar del susto al igual que Joaquin al escuchar aquel repentino y agudo grito femenino. La mujer de cabello castaño entro a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Y como si un balde de agua fría se tratara, todos los recuerdos de la noche anterior me golpearon el rostro y acabaron con mi tranquilidad en tres malditos segundos. Ella nos había visto ¿verdad? Nos había visto abrazados y dormidos... ¿O tal vez eso también había sido parte de la pesadilla?

-Buenos días.- Salude, sonriendo nervioso, mirando de reojo a Joaco. Al parecer a él también se le había acabado la tranquilidad.

-¿Como durmieron?- Pregunto ella, mientras comenzaba a prepararse un simple té.

-Bien... Lamentamos haber desaparecido por tanto tiempo mamá.- Murmuro Joaquin sin dejar de comer su cereal.

-Ni lo menciones, Joaquin.- Sonrió ella acercándose a su hijo. -Me alegra que has logrado dormir bien después de tanto tiempo. En verdad lo necesitabas.- Explico despeinadole el cabello cariñosamente. -Si hubiese sabido que necesitabas a Emilio para descansar mejor ni siquiera me hubiera molestado en prepararle una habitación aparte. Al parecer ambos se necesitaban. Anoche tuve que quitarle el calzado a Emilio. Ni siquiera lograste sacártelo antes de caer dormido, cielo.- Rió inocentemente, dirigiéndose a mí. Sonreí con esfuerzo, totalmente avergonzado. Ya decía yo que no recordaba haberme descalzado anoche.

Sin Luz - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora