32.

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Emilio

Salí del hotel abrigado hasta las orejas. Escondí mi mentón en la larga y abrigada bufanda que me había regalado mi hermana, y frote mis manos cubiertas por guantes de lana, intentando darme un poco de calor; estaba helado. Incluso parecía que el suelo estaba un poco congelado.

Comencé a caminar, recorriendo las calles cercanas primero y luego aventurandome un poco más allá. Tenia miedo de perderme pero cada vez que doblaba en una esquina volteaba para atrás para recordar el camino de vuelta. 

Así que camine, camine y camine... Entre llamadas que hacia por el teléfono, las cuales no eran contestadas por él. Camine por lo menos una hora, buscándolo hasta en las tiendas de nombres extraños. Pero cuando comencé a sentir que los dedos de mis pies estaban realmente congelados, decidí volver al hotel. Tenia los ánimos por los suelos y muchísima hambre. 

Entre nuevamente a la habitación, e inmediatamente encendí la calefacción y me quite mi abrigo húmedo por la blanca nevada. Me quite también los zapatos y me coloque otros calcetines para calentar a mis pobres dedos que suplicaban un poco de calidez.

Camine hacia el baño, sintiendo unas repentinas ganas de tomar una buena ducha caliente para despejar mi mente preocupada. Pero cuando coloque mi mano en el pomo de la puerta e intente abrirla, no pude.

Estaba trabada.

Yo no la había trabado.

Fruncí el ceño, extrañado. Intente una vez más, pero la puerta seguía sin ceder a mis intenciones.

-¿Joaco?- Murmure con una leve esperanza de que él estuviera ahí adentro. Tal vez había vuelto cuando yo me fui a buscarlo. -¿Joaquin eres tú?

-Ya voy...- Escuche un débil susurro desde el otro lado, y una sonrisa llena de alivio cruzo mi rostro, era él.

-¿Estas bien?- Volví a preguntar, girando sobre mis talones y apoyando mi espalda en la puerta del baño. Me deje caer hasta el piso, y me quede sentado rozando mis cabellos con la puerta que nos separaba. -Salí a buscarte pero... No te encontré por ningún lado.- Seguí hablando a pesar de que él no me había contestado. Arrime mis rodillas a mi pecho y las apreté con mis manos. -Afuera hace mucho frió.- Estaba muy nervioso. No era mi intención evadir el obvio tema que en algún momento deberíamos tocar. Pero tampoco quería hablarle estando él encerrando en el baño. Quería tenerlo frente a mí. -¿Joaco?- Volví a preguntar al no escuchar nada del otro lado. Tal vez lo estaba molestado.

Me puse de pie, dispuesto a meterme bajo las sabanas y mantas nuevamente para sacarme el frió de una vez por todas, pero fue un sonido lastimero lo que me hizo detenerme en seco y no dar un paso más.

Un sollozo.

Un sollozo al otro lado del baño.

Volví a caminar hacia la puerta e intente abrirla en un acto de reflejo, pero cuando me percate que seguía cerrada empece a tocar con insistencia.

-Abre la puerta ahora.- Demande en un tono de voz serio. -Te escuche sollozar, ábreme o tirare la puerta abajo.

Hubo un intervalo de silencio en el que de verdad me plantee tirar la puerta de ser necesario, pero luego escuche un pequeño clic que me hizo entender que la puerta ya estaba abierta.

No espere ni un segundo más, con mi mano gire el pomo y empuje la puerta.

-No enciendas la luz...- Escuche nuevamente su voz en susurro.

Pero no le hice caso. No podía ver nada por la obscuridad. Así que, sin prestarle atención, busque el botón para iluminar la habitación. Me extrañaba que Joaquin estuviera encerrado con las luces apagadas, ya que normalmente él se ponía muy nervioso cuando a su alrededor todo era obscuridad.

Pero cuando encontré el botón y lo encendí entendí la razón.

-¿Qué te paso?- Me deje caer de rodillas con los ojos abiertos de par en par. Sintiendo una punzada de terror que bajo hasta mis pies a una velocidad impresionante.

Joaquin estaba en el suelo, acurrucado al lado de la tina, solo con una fina camiseta que dejaba ver sus largos brazos y con unos pantalones desgarrados que apenas le cubrían las piernas. Tenia las rodillas flexionadas contra su pecho, y sus brazos abrazaban sus piernas con desesperación. Pero aquello no fue la razón de mi preocupación creciente; fueron las numerosas quemaduras de cigarro que tenia en sus brazos, lo que verdaderamente me alarmo. Las marcas se veían rojizas en su piel pálida, eran pequeñas pero muchísimas.

-Apaga la luz...- Volvió a suplicar sin elevar su rostro escondido en sus rodillas. Me arrime a él, arrepentido de haber gritado. Tal vez le había asustado más de lo que ya estaba. Pero como chingados no iba a gritar al ver semejante escena.

Le ignore una vez más y aproxime mi mano a su mejilla escondida, tocándola y comprobando que su piel estaba helada, tal y como yo lo imaginaba. Sus largas piernas flexionadas temblaban con brusquedad al igual que sus brazos.

-¿Qué le paso a tus pantalones?- Suspire, quitando mi mano de su mejilla congelada. No recibí respuesta. -Ven aquí, hace mucho frió. He encendido la calefacción en el cuarto.- Le explique suavemente intentando parecer tranquilo. Pero se me hacia muy difícil mantenerme sereno al ver tantas quemaduras en sus brazos. 

-Apaga la luz.- Volvió a gruñir, apretando su mano en un puño.

-Si no vienes conmigo ahora mismo, llamare a alguien para que ayude a sacarte de aquí. ¿Eso quieres? Deja de ser tan terco y hazme caso, joder.- Estaba nervioso. No era mi intensión hablarle con tanta brusquedad. Pero si no hacia algo pronto temía que pudiera desmayarse por el frió o el dolor de sus heridas. No era medico, no estaba seguro de nada.

Escuche como volvió a gruñir en un tono bajo junto a sus rodillas, pero cuando yo comencé a hacer movimientos para irme, Joaco tomo mi muñeca con fuerza débil y separo su rostro de sus piernas lentamente. Sus pequeños rizos le caían sobre la frente, pero no quise centrarme en eso, me puse de pie ayudándolo a que imitara mis acciones.

Podía notar su extremidades flojas y temblorosas apoyándose en mí casi por completo. En verdad estaba congelado. Lo acompañe fuera del baño con algo de dificultad, y luego lo senté en la cama con delicadeza para que no se alterara. Parecía estar al borde de algo, pero no sabia de que, y tenia miedo de que ese "algo" fuera el limite de su cordura.





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Anahí















































Sin Luz - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora