Capítulo 25

5 0 0
                                    

El piso está repleto de estudiantes con ganas de juerga y alguien con un pésimo gusto musical y peor audición se ha adjudicado el papel de disc-jockey.

Steph y Zed se abren paso hasta la cocina a por algo de beber, y yo intento seguirlos a través del gentío. Sé que no es buena idea, teniendo en cuenta los antiinflamatorios que me recetaron en el hospital, pero quiero acompañarlos en la borrachera un poco más. Quiero aplacar la furia que tengo dentro por el idiota de mi padre, por Nora y por Hayleen. Quiero dejar de sentir dolor por una infelicidad que no puedo remediar.

Tras rebuscar un poco, Steph encuentra un par de pequeños barriles de cerveza que deposita en el mostrador.

– Siempre tenemos alguno de estos escondido – explica con una sonrisa pícara mientras sirve tres generosos vasos. Me bebo el mío casi de un trago y los oigo reír.

– ¡Madre mía, menos mal que no tenías ganas de juerga! – exclama Zed.

– Déjale, se está preparando para Hayleen – finge protegerme Steph.

– Por cierto... – exclama Zed, y acto seguido se muerde el labio. Me mira de reojo y al fin acerca la boca a la oreja de su amiga para murmurarle alguna confidencia.

Tal vez se deba al alcohol y su mareo pesado, pero siento que no sé muy bien cómo reaccionar. Estoy incómodo mirándoles cuchichear sobre mí, supongo, pero tampoco aparto la mirada ni digo nada. De hecho, todo lo que logró hacer es sonreírles como un bobalicón.

– ¡Venga ya! ¿No crees que eso es ya pasarse? – contesta al fin ella, pero en verdad no hay asomo de indignación ninguna en su voz.

– ¿Qué? ¿Qué pasa? – logro preguntar, y hasta yo pienso que he sonado como un imbécil.

Zed y Steph se miran un breve instante a los ojos, estrangulan una carcajada y después salen corriendo. Por unos segundos la posibilidad de que hayan ido a desbaratarme la habitación otra vez me aterra, y de alguna manera consigo atravesar el abarrotado pasillo hasta allí. Sin embargo, la puerta sigue cerrada con llave. ¿Adónde habrán ido?

Están en el sofá, junto a Mike y su media sonrisa socarrona.

Apenas si he comenzado a acercarme cuando un codo me atraviesa las costillas, haciendo que me doble de dolor. La vista se me nubla de estrellas parpadeantes sobre un fondo granate.

– ¡Aparta, capullo! – la voz de Molly llega a mí como un escupitajo, y no tengo tiempo de ver de ella sino el refulgir rosa de su pelo perdiéndose en la anodina marea rubia y morena.

– ¿Estás bien, tío? – me pregunta Thomas al pasar junto a mí. Asiento con la cabeza porque el dolor me impide articular palabra, y Thomas me ayuda a regresar hasta mi habitación antes de volver junto a Molly.

– Viene con ganas de guerra – me explica justo antes de desaparecer tras la mole de cuerpos jóvenes bailando.

Antes de entrar en mi cuarto echo una última ojeada por encima de mi hombro y alcanzo a ver cómo la mole de Thomas sujeta a su novia para que evitar que se tire a por la yugular de Mike. Mike hace aspavientos burlones ante la cara furiosa de Molly y deduzco que Steph intenta restarle importancia al asunto cuando se interpone entre ellos. Molly, no obstante, la empuja y su camiseta queda empapada de cerveza. Entonces Thomas se interpone de nuevo y ella le propina un puñetazo en la nariz. ¿Pero qué le pasa a esa chica, Cielo Santo? Sin embargo, me duelen tanto las costillas que no tengo ocasión de preocuparme más por los asuntos de mis compañeros de piso y sus extravagantes amigos. Necesito descansar unos minutos.

A pesar de los decibelios de la música, al cerrar a mis espaldas la puerta de mi cuarto alcanzo a oír el golpeteo furioso de la lluvia contra mi ventana. Las gotas, hace poco imperceptibles, se han convertido en gruesos goterones que se estampan ruidosamente contra el mundo. De algún modo, aunque la música sigue sonando, en cuanto me acuesto deja de existir y el único sonido del que tengo conciencia plena es el de la lluvia. Las conversaciones, por su parte, se han diluido en un mismo murmullo jeroglífico, aterrador. Me siento adormilado por el alcohol ingerido, quizá por eso no logro descifrar nada. Imagino el árbol muerto del vientre de Hayleen, y estoy entre sus ramas ensartado. Como Cristo. Sus uñas y dedos, largos y afilados, me acarician el rostro al tiempo que me coronan de espinas. A mis pies, todos cuchichean y se ríen a mi costa. A lo lejos veo un tren que se acerca a toda máquina, dispuesto a arrollarnos a todos por igual.

– ¿Por qué no me quieres? – susurra una voz áspera junto a oído.

– ¿Nora? – me incorporo bruscamente, pero me detengo por el mareo y el pinchazo de la costilla herida.

– Soy Hayleen, idiota.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 16, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Before [en proceso ✍️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora