Capítulo 17

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Las miradas de la pequeña muchedumbre que se agolpó a nuestro alrededor de me clavan en la nuca acompañadas de cuchicheos maliciosos, y la insidiosa necesidad de huir me atenaza. Mike tiene razón, decido; el primer día del primer semestre del año es un coñazo innecesario, no perderé nada por no ir hoy a clase.

Respiro profundamente ante la puerta del monigote con falda y rezo por que las dos chicas se hayan largado. Si es humillante ser el centro de las habladurías, más lo sería tener que pasar ante ellas de nuevo.

Empujo la puerta y para mi alivio el largo cuarto está vacío. Corro hacia el cubículo donde minutos atrás Hayleen se había escondido, y allí siguen mis cosas desparramadas en desorden. Mientras las recojo, me sobrecoge una pena infantil: no me gusta que sea tan gris como los demás. Como si allí no hubiera pasado nada de lo que pasó. Quizá es que todo eso no fue sino una vulgaridad fruto de las hormonas, pienso. Quizá es que el destino no existe, quizá el universo carece de más orden que el que nosotros le damos.

- Te odio, Hayleen. Te odio, te odio, te... - masco las palabras una y otra vez, como un mantra.

Hasta que me yergo y lo veo. La muesca que el pomo dejó al golpear la pared. Es tan pequeña que nadie que no sepa por qué está ahí repararía en ella. Pero está, yo lo sé, y de algún modo es como si hiciera que los planetas volvieran a girar en orden, sin riesgo inminente de colisionar entre sí. Este cubículo, tan sórdido como los demás, es secretamente diferente. La muesca es una señal, como un corazón tallado en la corteza de un árbol o un candado en la barandilla de un puente.

- ... odio, Hayleen - logro balbucear al fin. He de reconocer que es como si las palabras se hubieran vaciado de significado. Todas, menos su nombre. Maldita sea.

Minutos más tarde, cuando me encuentro de camino al piso, mi móvil se ilumina en la palma de mi mano y el nombre de Nora aparece en la pantalla. Me tiemblan tanto las manos al llevar el círculo verde hacia la derecha que casi temo que se me caigan mis trastos.

- ¿Sí? - musito. Tengo la sensación de que podría intuir que soy una mierda indecisa si alzo mucho más la voz.

- Oh, hola, Tess - parece contrariada.

- ¿Qué quieres? - el nerviosismo me hace sonar más cortante de lo que pretendo -. Quiero decir, es que estoy en clase, ¿sabes? - me excuso.

- Ya, ya supuse... La verdad es que me ha sorprendido que cogieras; siempre tienes el móvil en silencio durante las clases. Solo llamaba para dejarte un mensaje de voz. Ya sabes, como cuando éramos críos y nos teníamos que llamar y enviar sms.

- Oh... - el recuerdo me sacude las entrañas. Es cierto, antes de que existiera WhatsApp solíamos dejarnos mensajes de voz. A veces, cuando no teníamos nada de qué hablar, nos contábamos chistes. Aunque la mayoría de las veces nos contábamos cosas que de otra manera no nos atreveríamos a decir. Casi como si así pudiéramos confesarnos directamente con Dios, y no sólo para hablarle de nuestros pecados, no, sino también de nuestros sentimientos y congojas. Fue así, con un mensaje de voz, que nos citamos en mi lugar favorito: el invernadero de la parroquia el día del entierro de papá. Estaba tan furioso. Quería golpear algo, o besarla. Y lo hice: rompí un par de macetas preciosas, de las favoritas del párroco, y la besé.

- Sé que es una chorrada, pero... Me sentía nostálgica de aquellos días, supongo - concluye. Ha seguido hablando mientras mi mente volaba tres años atrás.

- No, no es ninguna chorrada - me apresuro a contestar -. Si quieres, cuelgo y dejo que te salte el contestador.

- Oh, no te preocupes, ya... Yo qué sé. Ya dejé antes un mensaje. Éste era solo para decirte que te quiero.

La oigo y los remordimientos me corroen. Soy despreciable.

- Nora... - susurro. Quiero devolverle las palabras de afecto, pero no así, con la saliva de otra todavía fresca en la piel y con la culpabilidad quemándome las orejas -. Tengo que colgar, yo...

- Sí, tienes que volver a clase. Lo sé.

- ¿Hablamos después de cenar?

- No creo que pueda, la verdad. Mamá quería que viéramos una película juntas. Se tomó bastante en serio tu llamada; no me deja sola ni un minuto - aunque su tono es alegre, sé que en verdad Nora se encuentra mirando el techo de su habitación con desidia. La he visto hacerlo en más de una ocasión.

- ¿Te sientes mejor? - pregunto. La verdad es que me sorprende que se haya tomado tan bien que llamara a su madre.

- Aprovecha a leer Cumbres borrascosas, ¿vale? - cambia de tema -. Cuesta creer que aún no hayas acabado ese libro. Yo me lo habré leído al menos una docena de veces.

¡Cumbres borrascosas! Casi había olvidado su lectura, y no precisamente porque fuera una historia poco interesante. Estas últimos días han sido una locura. Hago memoria, ¿dónde me quedé? Lo último que recuerdo es que Heathcliff regresaba.

- Me pondré a ello, lo prometo.

Cuelgo y reanudo la marcha. Aunque no he mentido, tengo la amarga sensación de haber sido realmente falso durante la breve conversación, y me pregunto dónde está exactamente el límite que separa la honestidad de su opuesto. Sé que soy un buen chico; siempre lo he sido. Y sé que quiero a Nora, porque me preocupa que sea infeliz. Sin embargo, dudo que mi proceder desde que Hayleen apareció en mi vida dé muestra de ninguna de las dos cosas. Soy como Heathcliff, que está enamorado de Catherine pero se dedica a hacerla sufrir.

El recorrido hasta el piso se me hace demasiado breve, y decido seguir caminando un poco más. No me apetece que Mike se ría de mí por saltarme las clases, la verdad.

Dejo que mis pies vaguen por las calles a su antojo y al cabo de un rato acabo ante una tiendecita de lámparas en liquidación. Los parpadeos rítmicos de su escaparate me sacan de mi ensimismamiento. Todavía no he comprado una para el escritorio, me recuerdo, y tomo la decisión de entrar. Un señor más bien mayor me ignora detrás del mostrador.

- Buenos días - lo saludo. Él levanta la vista un instante y después sigue como si nada.

Me paseo entre las estanterías hasta encontrar un flexo que me gusta. Es poco más que una bombilla LED al final de una pata plástica de color blanco, pero con eso me basta; ¿para qué más? Lo que importa es que es bastante asequible.

- Esto, por favor - le indico al paisano.

Cuando el dependiente me dice el precio casi parece que gruñe. No me extraña que la tienda esté liquidando, pienso, y estoy dispuesto a seguir poniéndole verde en mi fuero interno cuando el alma se me cae a los pies.

- ¿Dónde...? ¿Y mi cartera?

No la encuentro. No está en el bolsillo de mi pantalón, pero tampoco en la mochila. ¿O quizá es que he mirado mal? La vacío en el mostrador, presa de una creciente histeria. Dios, ¿y si me la dejé en los baños de la facultad? O lo que es peor, ¿y si la cogieron esas chicas?

El gesto de suficiencia del señor, acentuado por un pequeño bigote canoso, sigue mis movimientos con desaprobación. No tarda en cruzarse de brazos y menear la cabeza.

- ¿Y bien? - exige.

No obstante, para entonces ya estoy metiendo mis pertenencias otra vez en el morral. No puedo perder ni un segundo.

Before [en proceso ✍️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora